El escritor y activista cultural Juan Pablo Sutherland (Chile) nació en 1967, el año en que Estados Unidos abolió el código Hays, un instrumento de censura en Hollywood que prohibía, entre otras cosas, las referencias explícitas a la sexualidad de los personajes, incluyendo cualquier mención a prácticas homosexuales. Cinco años después, un grupo de jóvenes chilenos protestaba en la Plaza de Armas de Santiago de Chile por la discriminación homofóbica de la policía. “Fue la primera protesta marica moderna del siglo XX, naciendo así nuestra propia comuna de París en plena Unidad Popular y a pocos años de la revuelta marica en el Village de Nueva York (1968)”, escribe Sutherland en su libro Grindermanías (Alquimia Ediciones, 2021), un repaso a la historia de la comunidad y también un artefacto híbrido en el que el autor santiaguino se convierte en su propio “objeto de estudio” para proponer una genealogía del ligue urbano y virtual.
En su obra se adentra en los derroteros urbanos y virtuales del sexo gay (“en el mundo gay las citas son fundamentalmente sexo”) y propone desentrañarlo como un “voyeur” que registra sucesos y reflexiones a través de una escritura amena, clara y dúctil, alejada de las elaboraciones herméticas de la academia.
A los catorce años, Sutherland leyó El lugar sin límites, la novela de José Donoso que hace más de medio siglo abordaba la vida de un travesti en un pueblo marginado de Chile. Desde entonces cultivó su atracción por la literatura gay de Latinoamérica. “Antes de tener teoría queer tuvimos literatura”, reflexiona el también escritor de Nación Marica (2009; 2022) en entrevista con Infobae. Su libro que lleva como subtítulo Del ligue urbano al sexo virtual se inserta en esa tradición literaria y popular que da cuenta de las prácticas sexuales que recurrían a la clandestinidad resignificando los lugares públicos para escapar de la violencia heteronormativa. Por eso Pedro Lemebel, que fue su amigo, Néstor Perlongher y Severo Sarduy, entre otros, resuenan en sus páginas que además presentan un “menú de chicos” y un apartado sobre la “dictadura de la selfie” en nuestros días.
Gindermanía. Del ligue urbano al sexo virtual pone en escena las prácticas de cortejo y sociabilidad gay en el siglo pasado y cómo se han ido transformando al transitar del cruising callejero a los espacios virtuales de Grindr, la app de citas para gays que, desde 2009, no solamente cambió las formas en que se relacionan los hombres homosexuales, sino el resto de personas del mundo virtual: Grindr fue el modelo para otras apps masivas como Tinder.
En el libro Sutherland cruza su escritura ensayística con su mirada de profesor investigador, su activismo LGBT+ y los apuntes de su ejercicio narrativo y autoetnográfico en ciudades de Europa y América. Hace unos 8 años empezó a documentarse cuando abrió Grindr y decidió registrar en cuadernos su propia “grindermanía”, como nombró a la manía (a veces adicción) de buscar ligues y encuentros sexuales con la aplicación virtual.
“Mi propia grindermanía me ha hecho fijarme en varias cosas: la foto que uno pone en su perfil de Grindr, cómo la noción de lo femenino está puesta en un nivel inferior que lo masculino y la construcción de los cuerpos hipermasculinizados a través de lo visual”, comenta Sutherland. En el libro también cita chats y muestra pantallazos con selfies, diálogos e información general de los usuarios. Esas conversaciones hablan del tamaño del pene (“en Chile es 13 cms el promedio”), de deseos (“me gusta besar y comer culo”), de complexión física (“tonificado”), de formas de presentación (“soy un macho versátil morboso”), pero también de dudas sobre el desempeño sexual o preocupaciones por un tratamiento médico a raíz de un VIH recién detectado.
Para Sutherland la característica más notable de Grindr es el sistema de geolocalización, el cual permite saber si hay otros usuarios buscando encuentros a unos metros de tu casa, en el piso de abajo o en la habitación de al lado. Ello introdujo un cambio “radical” en las formas de relacionarse y configurar los espacios de citas.
“Si antes querías ligar con alguien, te ibas a la ciudad, salías a lo urbano, al parque de noche, era la típica forma gay de ligar. Ese espacio público, donde también se corría peligro, permitía mayor contacto y sociabilidad con personas de distintos niveles sociales. En cambio, el dispositivo de geolocalización segrega: los pobres con los pobres y los ricos con los ricos. En el ligue callejero la interacción era mucho más directa y daba lo mismo si el otro era abogado, médico, estudiante universitario o chico obrero, todo estaba mezclado”, dice desde Chile.
Otra reflexión importante sobre el cortejo gay es su no legitimidad con respecto al cortejo heterosexual, que lo aboca a la búsqueda de un anonimato que, más allá de los avances legislativos, en contextos sociales discriminatorios convierten el ligue en una actividad riesgosa o directamente criminal en las apps de citas, ya que su sistema de localización –inspirado en las tácticas militares de búsqueda del enemigo, como señala el libro– también ha sido utilizado para llevar a cabo crímenes de odio en múltiples países.
“Las maricas, gays, lesbianas, trans, queer y disidencias extendidas nunca tuvimos el cortejo amoroso público, de presentación, visibilidad, sociabilidad legitimada por las sociedades, sus instituciones y agentes reproductores. Fuimos parte del escarnio público y tuvimos que construir condiciones que posibilitaran el encuentro con otros, aunque ese encuentro bordeara el acoso policial o la peligrosidad de la noche urbana”, apunta Sutherland en uno de los ocho capítulos del libro.
Su investigación también evidencia con casos particulares –hombres convertidos en personajes que pasaron por la vida del autor– cómo en el mundo en general “las relaciones con el otro están erosionadas, cuando no hay capacidad para verlo y reconocerlo”, dice. La instantaneidad de los encuentros origina una forma de búsqueda sexual que “no mira y no entra en sintonía con el otro” y más bien persigue un “guión predecible”. La tecnología conduce a los sujetos a formar parte de un “guión cosificado”, según Sutherland. De ahí que exista una “desconexión” y muchas veces se entre en estas aplicaciones para “consumir un deseo, el de estar ahí”, pero sin concretar citas.
Sin embargo, el escritor encuentra interesante la “disociación” del amor con el sexo. “El sexo como práctica tiene su propia lógica, su propio goce, que no solamente está ligado a la reproducción sexual a la que fueron obligadas siempre las mujeres. Puede verse como un avance que se tenga sexo para el goce, y vivir esa sexualidad que para mí también involucra una noción de amor con uno y con otro”.
De forma similar y evitando los manquieísmos entiende la práctica del sexo virtual, una especie de sucesora del porno en la web que nos ha vuelto potenciales actores de ese mundo. “El sexo virtual es en sí mismo una práctica de deseo, hay deseo a través de la pantalla”, dice hacia el final de esta entrevista.
De acuerdo con Sutherland, Grindr vivió unos picos de consumo y ahora se encuentra en una especie de “meseta” tras un crecimiento por la pandemia. Pero no cree que las plataformas digitales (en Instagram también se liga) constituyan el fin del ligue callejero. Pese a las políticas de higiene de algunos gobiernos que vigilan o borran los espacios de encuentro gay, “el cruising nunca va morir”. Porque otro aspecto valioso de la obra de Sutherland es mostrar los lugares de encuentros furtivos de la comunidad LGBT+ (bares, baños públicos, metros, parques, puentes, descampados, etcétera) como espacios de resistencia política y de manifestación de deseo al margen de las miradas discriminatorias.
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