Celebrar el Orgullo en tiempos de radicalización anti-LGBT+

La aparición de nuevos movimientos reaccionarios, que manifiestan sus posturas LGBT-fóbicas cada vez más explícitamente, debe ser motivo no solo de preocupación, sino también de reflexión sobre qué tipo de representaciones y resistencias estamos priorizando.

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Ilustración: @frioconsol
Ilustración: @frioconsol

Cada mes de junio -y cada año, con mayor fuerza- el compromiso de empresas, gobiernos e instituciones en torno a la conmemoración del mes internacional de “los torcidos” acentúa su presencia. Flamean banderas arcoirísticas aquí y allá mientras trastabillan millones en la intentona de pronunciar sin sobresaltos la sigla indescifrable a la que tantos sectores neoreaccionarios le atribuyen por estos años la culpa de un mundo inmundo: LGBT+.

En la Argentina, el panorama es aún más insistente, porque llegará noviembre y sus Marchas del Orgullo y la queja de quienes ven en la iconografía diversa un lobby sin fronteras será al cuadrado: no contentos con el invierno, dirán, “los antinaturales” también vienen por la temporada primavera-verano. Parece que hay que dedicarles al menos dos momentos anuales para su gimnasia ostentosa, de carroza con lentejuelas y “victimización” a todo volumen con hombres en tanga.

¿Cómo serán las vidas de quienes han tenido y tienen el año entero para celebrarse? Las de los que fueron invitados de cero y se sintieron núcleo de toda fiesta y motivo de toda efémeride; razón de ser de toda fecha patria y destinatarios de todo gol. ¿Qué carrozas, qué fechas especiales, qué gestas emancipatorias celebran? ¿Qué próceres de qué libertades veneran? ¿Qué idea general de sí tienen quienes identifican en otros una rugosidad insoportable? ¿Cómo será nacer liso y en el peor de los casos tener que ser sólo custodio de bienes y afectos propios y no soldado sin tregua de la propia existencia?

Traducido por primera vez al español del Río de La Plata -que gracias al voceo es inclusivo por naturaleza- en 2021 llegó Peregrinajes, ensayos reunidos de la filósofa argentina María Lugones, escritos en Estados Unidos entre 1987 y 1998. El volumen, publicado por Ediciones del Signo, es un material prodigioso, cuyo primer y urgente aporte para repensar las disidencias y su orgullo es entender que donde hay opresión, hay resistencia. Distinguir la opresión que sufren mujeres, trans, maricas, migrantes, lesbianas, negras debe significar en simultáneo poder distinguir también las resistencias a esas opresiones.

Atravesada por violencias perpetradas por su padre -internaciones con terapias de electroshock insulínico para curarla del sexo- Lugones era hija del primer decano de la Facultad de Bioquímica de la UBA. “En el manicomio aprendí a leer la resistencia” aseguró en 2020, antes de morir. En la entrevista con la periodista Claudia Acuña que cierra el libro, afirma: “Estamos en una transición intelectual, emocional y hasta física. Y es ahí donde hay que quedarse. En esa ambigüedad”.

El orgullo de este junio pospandémico, crítico y hambreador, es la insistencia en esa ambigüedad. En este período histórico, están cambiando los cuerpos, las emociones y las ideas asociadas a esos cuerpos. Por eso, proféticamente, en sus textos Lugones persigue un objetivo emocionante: lograr comprender a los seres de forma “antiestructural”. ¿Cómo? Nadie es un todo estático. Nadie es un ser firme. Ningún andamio evita el derrumbe ni asegura la reconstrucción. Si hay algo que la diversidad sexual puede diseminar en junio y en noviembre, es la certeza de que la exclusión en serie, las infancias arrebatadas, el hostigamiento escolar, el odio de la familia, el rechazo del sistema de salud y el descarte financiero son una lección colectiva de la que pueden aprender aceptados e inaceptados: “Es importante tener registro de que si te aceptan con facilidad, es porque hace falta deambular más profundamente dentro de lo social para entender quién paga el precio para que seas aceptable”.

La filósofa argentina María Lugones,
La filósofa argentina María Lugones, fallecida en el 2020 (Crédito: Binghamton University)

Cuando por estas horas vuelva a las redes, las mesas, los claustros, las oficinas y cómo no las bancas del Congreso, la pregunta infaltable sobre por qué no existe " el orgullo heterosexual”, la respuesta bien puede ser esa pregunta de María Lugones: “¿Quién paga el precio para que seas aceptable?”.

Fugada a Estados Unidos, la autora fue una lesbiana obsesionada con reflexionar sobre la incomprensión. Ser incomprendida no puede ser un refugio. La vida no puede tener un solo sentido (por ejemplo, el de vivir de ser incomprendidos). El conglomerado de identidades conocido como personas LGBT+ es un álbum de posibilidades acechantes. De ellas, surge otra eventual respuesta para estos tiempos de embestidas ideológicas: “somos lo que nos hacés ser cada vez que nos decís lo que somos”. La reacción a ese señalamiento es un batifondo inevitable. Es furia y es fiesta.

“¿Y por qué el enojo?”, inquieren las mayorías. ¿De dónde surge y resurge tanto “resentimiento” maricón? Surge de la imposibilidad de enojarse sólo por el impuesto a las ganancias, el precio de la carne o la falta de gasoil. Por la necesidad, así, de tener que enojarse por razones muy anteriores a las góndolas, la billetera y la parilla. El enojo es ante un poder implícito en millones; el poder de desconocer. Millones desconocen cómo sobreviven los sectores minorizados. Lugones sentencia “La indiferencia es un lujo”. De allí que las travestis griten “Senor, señora, no sea indiferente; se matan a las travestis en la cara de la gente”.

El pensador estadounidense David William Foster, también fallecido en 2020, fue el primer intelectual en promover estudios queer en su país. Visitaba con frecuencia la Argentina y escribió en 2010, año de la ley de matrimonio igualitario, un artículo sobre la vigencia plena de la homofobia. En esos párrafos, incluidos en el libro Torcer lo recto (Edulp, 2019), Foster denuncia a quienes “se lamentan de la brutalidad sufrida por el prójimo” pero invitan “a sus amigos homosexuales a ejercitar la debida discreción”. El orgullo es indiscreción. Más y más indiscreción. Que se note para que anoten. ¿Anotar qué? Que el deseo es sobrevolar la capacidad de comprensión ajena e inventar tantos lenguajes como ministerios incapaces de atraparlos.

Anotar que todo persona es finalmente una marioneta plegable. Pero no todo persona se despliega.

El autor es periodista y activista. Conduce el programa “No se puede vivir del amor” por la Radio de la Ciudad. Su primer libro de ficción, “Te arrancan la cabeza”, acaba de ser publicado por Editorial Mansalva.

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