“Estuve haciendo una investigación sobre esto, la única persona que no es hombre que ha ganado este premio fue Mercedes Sosa hace 19 años. Hoy lo ganó una lesbiana”, dijo al auditorio al que le habló desde el escenario en el que recibió el Gardel de Oro, el premio musical mas importante concedido en Argentina. Marilina Bertoldi, en esa noche mendocina de 2019, dijo lesbiana riendo y dijo solo una mujer lo había ganado antes tambien riendo, generando el más lindo de los desahogos, el de cantar las cuarenta siendo feliz. Ahora, tres años después de esa imprevista coronación, Marilina presenta el sábado 19 de junio su último álbum en el Luna Park. Un disco cuyo nombre posee una sonoridad y un significado muy específicos. Mojigata, un adjetivo despectivo en el que Marilina se mira para reconocer parte de su ser del pasado y hacer algo con eso. En este caso, un disco, pero también una confesión. Mojigata, recatada, puritana. Es la asunción de no considerarse canchera, superada. Un título que encierra un gesto contemporáneo sorprendente: el de asumir un límite, una imperfección, una restricción. En definitiva, el gesto de asumir que no está de vuelta de todo, un gesto por lo pronto raro en el mundo del rock.
Visito a Marilina en su departamento de la calle porteña de Montañeses un jueves a las cuatro de la tarde. Me abre desde arriba y cuando salgo del ascensor la puerta ya está abierta. Ladrillo, madera, mármol y cemento son los materiales predominantes. La luz entra por ventanas de bloques de vidrio. Sin formar parte de la misma familia, los pocos muebles que tiene sintonizan entre sí. Hay un estilo llevado con disimulo en la decoración de la casa, pocos objetos pero contundentes, ninguno moderno. El piano y las guitarras se integran sin dificultad. En cada espacio prima un tono de sobriedad. No hay nada chillón, todo dialoga con todo en un tono calmo. Busco afectación y no la encuentro. Ni en la casa ni en ella, que tiene puestas unas zapatillas blancas, un jean gastado y un gorro de lana anaranjado. Los hoyuelos de la cara se la marcan mientras calienta agua en la hornalla y me da charla. Prepara dos mates, uno para cada una, y agradece las galletas de avena que compré de camino. Sus gatos se suben a la mesa y olfatean el alimento, meten la cabeza en la bolsa de madera. A la mañana me había mandado un mensaje: Si no te jode, voy a andar arriba de aviones estas semanas, ¿me recomendás lecturas o me prestás algún libro? Le muestro los seis libros que le llevé y elige tres. Luego, comenzamos a charlar y a mantener el mate vivo durante más de dos horas.
—Marilina, ¿de qué está hecha tu música?
—Creo que de intuición. Sí, es pura intuición. Es el único hilo constante que sigo a lo largo de cada disco que saqué, de cada canción que hice: la intuición. A veces me falla y eso que compuse ya no me gusta más, pero otras veces la intuición sí se sostiene en el tiempo y hace que entienda para dónde quiero ir.
—¿Las vivencias son importantes?
—Bueno, canto sobre lo que pasó, lo que pasó a mi alrededor o me pasó directamente a mí. No invento nada. Pero las cosas no tan literales tampoco, no soy tan autobiográfica. Es más un viaje personal de, bueno, tuve esta crisis y salió este disco. Cada álbum salió después de algo muy importante que me pasó y lo describe.
—Tu nuevo disco se llama Mojigata, que es una palabra que tiene un sentido despectivo. Es una persona que se escandaliza o que es excesivamente moralista. ¿Te identificás con eso? ¿O te gustaba la sonoridad de la palabra?
—Inicialmente entró por la sonoridad, por eso me llamó la atención y la anoté, dije, Me gusta. Y después, analizando la palabra, entendí que describía de alguna manera cómo había sido yo en la adolescencia. Más allá que es desde una mirada mía muy subjetiva, ¿no? Yo obviamente no encajo en la idea de nadie de mojigata pero sí siento que vengo de ese lugar. Porque nunca fui el tipo de personas que está divirtiéndose sin preocupaciones, pasándola bien. Y guardé todos esos recuerdos, porque claramente todavía tengo secuelas de esa época, y los puse en una caja. Y ahora los saqué y ahí está Mojigata. Lo que estoy haciendo con este álbum es desahaciéndome de eso de alguna manera, o al menos ubicarlo con una época y un nombre.
—Pero no todo es trauma. El video con Javiera Mena es extremadamente sexy, sin caer en los clichés propios de la mirada masculina.
—Quisimos transmitir más que nada deseo y tensión, que eso que pasa entre los dos personajes traspase un poquito la pantalla. Pero no queríamos caer en el beso o en la cuestión más concreta de consumar la historia. Hacer como un pequeño amague, más allá de que hay varios momentos que sí tienen mucha fantasía.
—El ahorque...
—El ahorque, cuando me pasa la lengua por la panza, la agarrada... Hay varias cosas que para mí son…
—Icónicas del lesbianismo.
—Exacto. Pero no queríamos recurrir a eso que ves en los videos de artistas heterosexuales que hacen queerbaiting. Concepto que me parece buenísimo, por cierto, jugar a ser disidente pero después a la hora de jugartela y definirte...
—Hablando de sexo. ¿Cómo lidiás con las ganas que te tienen las chicas?
— No lidio. No lo veo. Soy muy lenta. Incluso no sé encarar a alguien que me gusta. Soy torpe. Tardo mucho en dar un beso. Doy una imagen avasallante pero eso es un personaje, no soy yo.
—¿Y la verdadera Marilina cómo es?
—Muy sensible, tranquila, más dulce. Soy bastante demisexual, necesito como que haya algo más. En mi opinión, podés tener sexo una noche todo bien, pero probablemente lo mejor va a ser si estás hace un mes, dos meses, con esa persona. Siento que ahí es cuando empieza a haber algo más real. Además me cuesta que me guste alguien. Me cuesta mucho. Es que a mí me llevó mucho tiempo entender…
—¿...que podías gustar?
—Es que de chica veía en mi fantasía a la chica que me gustaba y yo no me veía, no veía nada en mí, ni a mí ni a un hombre. Yo no me podía visualizar. Y hay algo muy importante en vincularte con alguien que es desearte vos también, gustarte a vos. Entonces es un trabajo al que he estado abocada. Por suerte pude avanzar en eso. Pero me pasa ahora que justamente por la exposición estoy teniendo, tengo otras cosas que resolver, porque no me siento cómoda gustar nada más porque soy...
—Una estrella de rock
—Me siento una pelotuda, ¿me entendés?
— Te pone paranoica en el sentido de pensar que te están eligiendo no por los motivos correctos sino porque, no sé, ¿te queda linda la guitarra y la tocás bien?
—Mirá, te lo resumo: me atrae mucho más la idea de salir con alguien que no sabe quién soy. Hace un tiempo abrí Tinder, y lo que pasó fue que me preguntaban: ¿sos vos? Y cuando estábamos en la primera cita, muchas veces no me preguntaban nada porque ya sabían todo. Incluso una chica cuando estábamos hablando me dice “yo soy de tal signo”, y yo estaba esperando que me pregunte el mío, pero me dice “vos sos de Virgo”. Y me puso de mal humor.
—Te saca de la escena
—Es raro. Porque yo necesito conectarme desde otro lado, lo mío no es tener sexo nada más. Busco otro tipo de forma de vincularme y eso requiere que la otra persona tenga deseos de conocerme de verdad y que quizás no tenga ningún prejuicio, o al menos la menor cantidad posible. Pero por eso tampoco me creo mucho eso de ser un objeto de deseo. En las redes me divierte pero en la vida real no me sirve.
—¿Cuando te enamorás sos muy intensa o sos calma?
—No, como toda lesbiana lo doy todo. No soy nada fría
—Pero sos intensa en todo diría. La primera vez que te vi tocar fue en enero del 2018 en un bar en Almagro. Te recuerdo con un jardinero de jean y tocando la batería, la guitarra, el bajo, concentradísima.¿Cinco años después seguís teniendo esa mirada concentrada o haberte vuelto quien sos desvaneció ese momento de foco total?
—No, por suerte no. Para mí el vivo y todo lo que respecta a la música es el único lugar que sigue intacto y así me propuse conservarlo. Más allá de que no lo hago conscientemente, es un lugar muy especial para mí, porque es el único en el que estoy en contacto cien por ciento conmigo. El único en el que no dudo y en el que sigo un instinto y no tengo dudas. En la música soy la persona que quiero ser y lo cuido como oro. Por eso sigo haciéndolo.
—¿En los otros lugares que no son la música qué pasa?
—En el resto de los lugares... hay épocas horribles y hay épocas mejores, pero la música siempre fue un lugar que es como un flota-flota, un salvavidas. El día que no esté no sé que voy a hacer...
—¿Por qué no habría de estar si te hace bien?
—No, por suerte no hay indicios de que no vaya a estar. Por ejemplo, el bloqueo creativo, nunca me pasó. Quiero decir, hay épocas donde simplemente no estás en contacto con eso y tenés que aceptarlo y hacer otra cosa.
—Borges decía que le gustaría tener mucho dinero solo para no pensar en el dinero. ¿Te gustaría establecerte y amplificarte lo suficiente en tu rol de artista para no tener que seguir dando notas y simplemente tocar? ¿O te parece importante hacer uso de tu voz pública porque creés que sirve para algo, para pasar un mensaje que es para vos realmente significativo?
—Sinceramente hay veces que no quiero dar notas, pero entiendo que sirven para algo, especialmente si saqué un disco, por ejemplo, pero igual a mí me encanta la idea de sentarme a charlar, y es todo un desafío también, porque es como otro tipo de análisis y yo tengo que ponerme en otro lugar para responder. Soy conciente que lo que digo ahora es considerado relevante, pero no es algo que disfruto, porque siendo que desvía la mirada de algo que quiero mantener intacto, súper protegido.
—¿Y cuáles son las preguntas que te hacen que te alejan de mantener ese lugar intacto y protegido?
—Bueno, siempre siento que hay que justificar más allá de lo musical por qué estás teniendo algún tipo de relevancia. Entonces tienen que aparecer esas preguntas que no tienen que ver con lo musical o lo artístico. Mis notas están divididas en un poquito de artístico y después todo un espectro de temas que son cosas extra, de relevancia social, mediática. Pero porque yo me considere feminista no significa que sepa lo suficiente sobre el aborto o los feminicidios para estar opinando sobre esos temas. Además te comparto una sensación mía: que ese tipo de preguntas o abordajes son parte de un todo más grande cuyo propósito es catalogar a las artistas mujeres como de nicho. Que no somos para el consumo general sino que somos de consumo femenino exclusivamente, y creo que están logrando implantar con éxito esa idea. Lograron imponer esa sensación. Porque a mí me empezaron a llamar “la reina del rock feminista”, por ejemplo, post-Gardel de Oro. No hacía solo rock, era rock de mujeres.
—Y con respecto a ese premio, qué es lo más sorprendente que te pasó desde que te lo dieron? Desde que sos conocida.
—Me acuerdo en un show en Santa Fe que se había juntado mucha gente, y yo si puedo me tomo el tiempo de saludar a todo el mundo, porque me parece una ridiculez no hacerlo, sobre todo si son 20, 30 personas, que no es tanto. Y me empiezan a llegar cosas para firmar, y de repente me dan una pierna ortopédica. Y un chico me dice: “¡Es mía, firmala!”. Me cayó tan bien. Fue inesperado. Lo hizo con sentido del humor.
—Y ante todo ese ruido de autógrafos, giras y fans, ¿tenés tiempo para conversar con vos misma? ¿Cuál es la conversación más insistente que tenés con vos?
—O sea, la puedo decir, pero no sé...
-...
—Yo todo el tiempo estoy tratando de no matarme. Es fuerte pero es real. Es como que yo entro en esos momentos donde tengo que explicarme a mí misma por qué no hacerlo. Y lo que más me ayuda es decirme: no ahora. Hace poco estuve en Córdoba y tuve un domingo sola allá… y me pegó fuerte, me agarró justo ese día, no sé por qué. Y todo viene de un mismo lugar. Para mí viene de una sensación de falta, de carencia, que siempre tengo. Hay algo que me falta.
—¿Le hablás a gente cercana cuando estás así?
—No, no me comunico. Pasa que siempre sentí que mi valor era muy poco, entonces no se me ocurre molestar a alguien. Pero estoy en un cambio profundo igual, para relajarlo. Voy por un camino y a veces retrocedo un poco. Solo que es fuerte el bajón. Porque vengo de un lugar de muy poco cariño propio y es ahí a donde vuelvo. Si vos tenés algo que vale poco y está haciéndote renegar, lo tirás a la basura, lo guardás en un cajón, ¿no? Va por ahí, no es que me agarran ganas de resolverlo.
—Esto es lo que yo creo. Que cuando una es lesbiana, indefectiblemente se encuentra con un mundo que le es hostil. Y eso genera tristeza y auto desprecio, porque obviamente la hostilidad se introyecta. Yo pienso que ante ese escenario, o te hacés un escudo o corrés el riesgo de desintegrarte.
—Es loco porque ahora puedo ver como un intento de desintegrarme lo que había estado haciendo, pero antes no lo sabía. Siendo chica la sensación era la de saber que algo estaba mal en mí, pero sin estar segura qué era. Nunca había podido poner en palabras lo que me estaba pasando. Sentía dolor y me sentía sucia por dentro por no poder cambiar lo que sentía. Me sentía un peligro para la sociedad. Más que un escudo, creo que fue un disfraz, que después se convirtió en una prisión, porque hoy en día la verdad sigo lidiando con un montón de cosas que son de esa época y que fueron mecanismos de ocultamiento más que de defensa. De pasar desapercibida. Me costó mucho conversar con alguien y abrirme porque estuve tanto tiempo sola, tanto tiempo pensando un millón de veces las cosas y dándole vuelta a cosas y sintiéndome mal por todo, sintiéndome muy avergonzada. Y vuelvo a esto de la música porque me conecta con esta niña y la salva; yo no tengo una personalidad naturalmente triste, pero soy una persona que está muy seguido triste. Estoy triste todo el tiempo. Pero no es mi naturaleza. Y no puedo entender cuál es el núcleo de eso, porque yo siento que salí de ese lugar.
—Vivís una vida completamente fuera del closet, te va bien y sos muy admirada y querida.
— Sí, lo estoy hablando con gente y no lo puedo entender. No lo entiendo. Así de encerrada y sola estuve. Y definitivamente no es un escudo porque no me protege de nada. Al contrario, me aleja. Yo siempre confíe en que esto iba a ir resolviéndolo, pero pasa al tiempo y persiste. ¿Sabés que me di cuenta que tengo que hacer igual? Simplemente aceptarlo. Aceptar que esto me va a acompañar siempre. Creo que la lucha interna por cambiar eso, al menos si no la puedo ganar, la puedo relajar.
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