En 1601, una pequeña ciudad medieval al noroeste de Francia fue sacudida por el escándalo. Fue en junio de ese año, cuando Marie Le Marcis -o Marin, como se hizo llamar durante el juicio- se subió al estrado y sorprendió al tribunal de Rouen. La joven confesó que, en realidad, ella se consideraba un hombre. Y es que, a pesar de haber sido criada bajo el género femenino durante toda su vida, su cuerpo mostraba señales de disidencia: Marin nació con ambos órganos sexuales y develó que era hermafrodita.
Su testimonio inflamó la ira de ese pueblo normando hace más de cuatro siglos atrás, cuando se presentó vestida de varón acompañada de su amante. Jeanne Le Fevbre era una viuda de 31 años que se había enamorado de su compañera de faenas en la casa de un noble donde trabajaba como dama de compañía. Sus vidas dieron un giro inesperado cuando descubrieron una mutua atracción: lejos de ocultarse de la mirada ajena, Marin llevó a su enamorada a la casa de sus padres para pedir su mano. Su intención era casarse pero, en su lugar, Le Marcis fue arrestado por el delito de sodomía.
La historia inédita quedó registrada en una obra que data de 1612 y fue desempolvada por Daniel J. García en su libro “Sobre el derecho de los hermafroditas” (Editorial Melusina). Se trata de “Traité des hermaphrodites”, del médico Jacques Duval, un texto pionero que disecciona la anatomía del hermafroditismo durante el Renacentismo. Pero algo más: revela una intervención crucial en aquel juicio. El tribunal que investigó el caso de Le Marcis debía dictaminar no solo sobre su “pecado de lujuria”, sino también acerca de la naturaleza de su género. En el fondo, se trataba de conciliar una identidad -y sexualidad- ambigua con los valores religiosos de aquella sociedad.
En el juicio que se extendió desde el 7 de enero hasta junio de 1601, Le Marcis fue declarada culpable de sodomía. Los delitos “contra natura” eran una de las acusaciones más graves en la jerarquía del sistema penal del siglo XVII. Su castigo era nada menos que la muerte en la hoguera; a su compañera le estaría reservado el azote y la vergüenza pública. Pero fue el mismo Duval quien la salvó del fuego. Consultado como especialista, el doctor la examinó en detalle para determinar si la protuberancia de Marie cumplía con las condiciones necesarias de un pene (ya en ese entonces el tamaño importaba).
El testimonio de Daniel Fremont también fue decisivo: su criada definitivamente era mujer pues -según declaró- menstruaba regularmente. El veredicto del tribunal fue que Marie había nacido mujer y así debía vivir por el resto de sus días. Su condena sería vestir ropas femeninas y cumplir con un celibato estricto, de otro modo, sería castigada con la pena capital.
El caso de Marin Le Marcis es una ventana que permite adentrarse en el estudio de la intersexualidad durante el Renacimiento. Lo que la biología moderna vendría a explicar más tarde, despertó tanto interés como desconcierto entre los juristas y médicos de la época, según explica el autor, Daniel J. García. Su libro propone un recorrido histórico para comprender cómo el hermafroditismo pasó de ser un dominio estrictamente jurídico a un objeto de estudio en la medicina.
Ya había algunos antecedentes: 25 años antes del inédito juicio de Le Marcis, el cirujano de la Corte Real francesa, Ambroise Paré, frunció más de un entrecejo cuando publicó “Des monstres et prodiges” y dedicó todo un capítulo a las diversas clasificaciones de las personas con “dos sexos”. Su análisis se centraba en cuestiones anatómicas y ponía del lado de los “monstruos” a todas las características asociadas a los hermafroditas.
Mientras que el saber médico trataba estos casos como desviaciones de la naturaleza que debían ser clasificadas y normalizadas, las posiciones jurídicas sobre la intersexualidad comenzaron a mostrar sus disidencias. En algunos casos, hasta se les concedía la elección sobre su sexo predominante por medio de una ceremonia y un juramento ante las autoridades eclesíasticas. “De esta forma, dejaban de ser un monstruo diabólico y evitaban los procesos inquisitoriales”, apunta García. Eso sí: la decisión debía mantenerse de por vida so pena de muerte.
El jurista español Lorenzo Mateu y Sanz fue quien llevó un poco más lejos los límites del derecho con un argumento irrefutable: si Dios y la naturaleza habían creado a los hermafroditas, ¿por qué condenarlos? Le tocó poner en práctica su doctrina cuando intervino en un juicio ocurrido en Valencia durante 1643. Se trataba de una criada al servicio de Don Pedro de Valda, caballero de la Orden de Santiago, que había sido acusada de violar a otra de las sirvientas. La víctima no quiso continuar con la denuncia y el juicio no prosperó, pero la acusada fue examinada y se comprobó que tenía ambos genitales. Se la liberó no sin antes obligarla a elegir su sexo: sería varón. Dos años después, quedó embarazada y volvió a la cárcel por haber violado su promesa de mantenerse viril.
El magistrado encargado del caso fue Mateu y Sanz, quien eximió a la acusada de la muerte. Su decisión se basó en una formalidad: como la acusada no había prestado juramento ante una autoridad de la Iglesia -como lo requerían las normas- el juicio estaba viciado desde el principio. La pena sería el exilio. La opinión de este jurista valenciano era más radical de lo que la época le permitía; en el fondo estaba afirmando el derecho natural a mantener relaciones con ambos sexos. Para él, el hermafroditismo era una tercera sexualidad concedida por la naturaleza.
La obra de Mateu y Sanz significó una revolución para la época. Su tratado tuvo 11 ediciones en poco menos de un siglo y varios seguidores de su doctrina, como el alemán Jakob Möller. El jurista de la Cámara de Brandenburgo se valió de esta tesis para considerar que los hermafroditas tenían derecho a casarse con hombre y mujeres por igual, incluso podrían contraer ambos matrimonios al mismo tiempo.
Con la llegada de la Ilustración todo eso cambió. La existencia de la intersexualidad sería desterrada de cuajo en el imaginario del siglo XVIII. Ahora se trataba de descubrir el verdadero sexo oculto detrás de la deformidad carnal. Un paradigma que trascendió durante mucho tiempo y sepultó en el olvido de lo binario historias como la de Marie (Marin) Le Marcis.
SEGUIR LEYENDO: