
En los últimos dos años, Elizabeth Duval se ha transformado en un personaje inescapable en el panorama mediático de España, compitiendo en cantidad de titulares en la prensa con personajes como la política madrileña Isabel Ayuso o la cantante Rosalía, una verdadera proeza considerando no solo que se trata de alguien que se gana la vida con la escritura sino especialmente porque Duval es una chica trans que vive en París y tiene apenas 21 años.
En ese tiempo, mientras obtenía sus títulos en Filosofía y Filología francesa en la Universidad de la Sorbonne, Duval publicó 4 libros (el poemario Excepción, la autoficción Reinas, los ensayos de Después de lo trans y la novela Madrid será la tumba), escribió incontables columnas para los principales medios ibéricos, fue objeto de adoración de Vanity Fair, condujo un popular podcast y hasta apareció en el video de Ateo, el hit de otros colegas iconoclastas como C.Tangana y Nathy Peluso.
Esa fama súbita e infrecuente en su combinación de elementos históricamente enfrentados (popularidad más prestigio más coolness) la han transformado no solo en un representante del electorado juvenil post-Pablo Iglesias sino en -muy a su pesar- portavoz del activismo trans en España, en un momento crítico sobre sus derechos en buena parte del mundo, incluyendo el país ibérico.
Pero tal vez más sorprendentemente, Duval es ese raro fenómeno mediático cuya fama está más que justificada, y quienes hayan podido escucharla hablar apenas 3 minutos en una entrevista pueden dar fe de ello: la joven española es no solo un prodigio de fertilidad editorial sino principalmente de inteligencia, con respuestas punzantes, cultivadas y perfectamente claras, ya sea que esté hablando de la relación entre progresismo y derechos LGBT+, la actualidad política en Francia o cualquier otro tema. Resulta lógico entonces que desde el flamante espacio de Yolanda Díaz, actual vicepresidenta del gobierno de Pedro Sánchez y nueva estrella de la izquierda española- hayan intentado seducir a Duval -sin suerte por el momento- de cara a las próximas elecciones, en la que un triunfo de la derecha parece el resultado más posible.
“No voy a ir en listas, dejame desmentirlo de nuevo. Pero sí estaré dando apoyo externo, que es algo en parte que ya estoy haciendo, y no solamente a Yolanda [Díaz] sino también a otras fuerzas progresistas de España”, le dice Duval a Infoboae desde la capital mexicana, donde estuvo esta semana participando del ciclo Conversatorio del Centro Cultural de España en México (unos días antes había sido una de las principales invitadas del festival “Centroamérica Cuenta, realizado en Guatemala).

Se trata de su primera visita a una región que, dice, ha sido importante para sus lecturas de adolescencia. “Han sido un montón los textos latinoamericanos que leí en esa época. Cortázar, las historias de Borges, Trilce de César Vallejo, y los diarios de Pizarnik también”. Pero no se trata solo un resabio del pasado: “Recientemente una editorial española publicó una reedición de Pedro Lemebel que también me interesó muchísimo”, cuenta.
Duval no está en América Latina para la promoción puntual de algunos de sus más recientres libros, pero es interesante preguntarle por su última novela, en la que parece querer dejar atrás las temáticas trans (”estoy hasta el coño de lo trans”, escribió provocativamente en Después de lo trans, más un cuestionamiento a la obsesión de los medios al entrevistarla que una confesión sobre su propia postura) para embarcarse en una historia más política. ¿Se trata de una defección permanente la suya?
Su respuesta es mitad autora, mitad brand manager: “No quería darle al público más de lo mismo. La novela surge porque [la editorial] Lengua de Trapo propone esta idea de hacer una serie de libros tomando episodios de la historia de España desde el 68, y yo a partir de eso escojo libremente un momento, que en mi caso es un episodio muy menor pero que conocía bien porque yo estuve militando un año en la organización en la cual se basa la novela, una comuna. Lo cojo y concibo la historia a partir de ello, pero no tanto consciente o notoriamente consciente, simplemente quería hacer algo que no fuese igual a lo que había hecho antes o que tratara el mismo tema”.
El trasfondo político de la novela, que gira en torno a dos grupos extremistas en pugna, resulta lógico considerando la propia biografía de Duval, quien ha dicho que el advenimiento del movimiento de los Indignados en España y Podemos fue clave en su propia toma de conciencia ciudadana.
“Fueron varios factores en mi despertar político, y la aparición de la gente de Podemos en las televisoras españoles definitivamente fue uno de ellos. Pero también tuvieron que ver con mis primeras lecturas de Marx, Rousseau, Judith Butler, y también de militar brevemente cuando tenía 16 años en un pequeño grupo marxista. Y por supuesto el hecho de tomar conciencia de las desigualdades sociales y tomar contacto con la causa feminista”, dice.

Esa introducción de la vida real entre tantas lecturas y teoría política también es esencial es la propia filosofía de vida de Duval, quien minimiza -creíblemente- con modestia su apabullante racha editorial, aunque concede que su estatus de intelectual pública precoz provoca regularmente que la gente se sienta intimidada por ella. Pero Duval descarta tener espíritu de overachiever.
“Soy una persona muy poco disciplinada, no tengo horarios fijos. Trabajo más bien por ráfagas de energía. Es decir, consigo hacer muchas cosas y ser muy eficiente cuando trabajo, es cierto, pero no creo que esté haciendo grandes sacrificios por ello. Si una persona quisiera escribir yo no le recomendaría particularmente la reclusión o el aislarse del mundo porque me parece que dentro del mundo se encuentran cosas frecuentemente mucho más interesantes que en la literatura. Hay sacrificios de tiempo, hay sacrificios de horas de sueño, sí, pero al menos nada más de ese tipo y no los otros que implican no vivir”.
Uno de los sacrificios que ha tenido que enfrentar es que se le pida una y otra vez sus opiniones en torno a “lo trans”, algo que ha definido la primera parte de su carrera, de presentación en sociedad, pero mucho menos en la actualidad. ¿La realidad -considerando el debate sobre la llamada Ley Trans en España, por mencionar apenas un tema- la dejará?
“Cada vez siento menos que hablar sobre ello es una exigencia, sobre todo después de publicar Después de lo trans. Yo bromeaba mucho diciendo que había tenido que hacer un libro sobre lo trans para que dejaran de preguntarme tanto sobre lo trans. Para que dejaran de catalogarme como artista trans. Pero realmente es así, las intervenciones que hago, en las mesas que particicipo, por ejemplo, no tienen nada que ver con lo trans. Pero lo más cansino no es que me estén pidiendo pronunciarme sobre eso sino tener que lidiar en Internet con ciertas reacciones de cuentas haciendo los mismos chistes hostiles e incomprensibles. Y eso es completamente agotador. También porque coincide con un momento de debate completamente estéril. A mí no me interesa seguir hablando sobre lo trans, pero incluso si me interesara, tampoco podría hacerlo, porque no hay debates serios en este momento. Es decir, yo no necesito la validación de los energúmenos que me atacan porque vivo tranquila. Vivo bastante bien”.
Para despedirnos, le preguntamos qué piensa de la posibilidad de que -según indican todas las encuestas- el próximo gobierno en España sea una colición entre el Partido Popular y el ultraderechista Vox. ¿Significaría la extensión de su estadía en Francia?
“En realidad diría que lo contrario. Es en esos momentos que parecen más duros es cuando uno más hace falta. Así que podría ser que vaya a sentir que tengo que volver para quedarme y luchar contra eso”.
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