Para la comunidad LGBT+, la lucha contra la discriminación está lejos de haberse terminado

Este 17 de mayo se conmemora el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Infobae habló con varios integrantes del colectivo diverso sobre por qué, pese a los avances de los últimos años, el persistente odio hacia la comunidad los obliga a seguir dando batalla.

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Natal Delfino, retratado para el
Natal Delfino, retratado para el proyecto "Ya no soy insivisible" (Foto: Gaby Herbstein)

Hoy, hace 32 años, la Organización Mundial de la Salud eliminó a la homosexualidad de su listado de enfermedades mentales. Pero, ¿qué es el género y por qué no podemos dinamitarlo? ¿Cómo construimos nuestras identidades y de qué manera se entrelazan con el odio que generan en algunas personas y sectores?

“Fui un niño en los sesenta, un adolescente en los setenta y un universitario en los ochenta. Estaban naciendo formas de ser humano, pero no siempre teníamos las palabras precisas para nombrarlas. Y ahora hay nombres pero parecen demasiado correctos, cosas que podrías poner en tu perfil. Me acostumbré a no existir como nada correcto. Me acostumbré a existir como algo inapropiado, al borde de caer en lo que no existe en absoluto. Como si no tuviera un nombre propio, sino solamente nombres impropios”, escribe la escritora australiana McKenzie Wark en su libro Vaquera Invertida.

¿De qué habla cuando dice “nombres impropios”? Conversamos con personas de distintas identidades que forman parte de las siglas cada vez más amplias de la pluralidad LGBT+ para desentramar las palabras género, identidad y odio.

“Una recontra invención social”

Sin dar definiciones formales –porque teoría hay y mucha–, podemos decir que el género es algo que nos inventamos. Manu Mireles decide nombrarse no binaria y marica, usar dos pronombres y decir: “Desde ya que es una recontra invención social. Eso significa que tiene que ver con ideas que hemos reproducido durante muchísimos años en la humanidad. Y creo que es muy importante resignificar el género porque reproduce relaciones de poder que ejercen violencia y dominación sobre muchísimas personas. En este caso, tendría que decir que se ejerce dominación sobre particularmente mujeres, lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, travestis, es decir, todas las disidencias sexogenéricas”.

Manu es una marica migrante nacida y crecida en una villa en Caracas, Venezuela, hija de una madre adolescente y de una familia católica conservadora. Hoy, una activista LGBT+ y docente que, como muchas, se tuvo que ir de su casa a los 16 años porque lo suyo estaba en otra parte.

En Buenos Aires encontró una familia en el activismo, da clases y es secretaria general de la Asociación Civil Mocha Celis, bachillerato popular con más de diez años de trabajo en educación para personas trans. “Nombrarnos para existir es una premisa que abrazamos porque, a través de esa palabra, estamos justamente disputando el sentido y el conocimiento, y disputando políticamente todo lo que se genera y lo se dice sobre nosotras, nosotres, nosotros”, afirma. La palabra aparece entonces como herramienta, comodín y escudo para reinventarnos como comunidad, apropiarnos de términos que se usan para agredirnos y usarlos para intentar nombrar –a veces de manera insuficiente– lo que somos.

Para Natal Delfino, varón trans y baterista de Cáliz Marea, nombrarnos es fundamental porque desaparecemos y no nos busca nadie. “Hace un año y dos meses no sabemos nada de Tehuel de la Torre. ¿Todes saben quién es Tehuel?”, pregunta acerca de la desaparición del pibe de 22 años que moviliza a la comunidad. “La visibilización es lo que mejor funciona”, dice en una charla que forma parte del proyecto Ya no soy invisible que busca hacer visibles las historias de algunas personas cuya identidad de género es distinta a la asignada al nacer, “porque hay muchas personas que aún hoy nos ven como un monstruo”.

Que no haga falta nombrarnos también sería un privilegio. Uno con el que no contamos, al menos por ahora, porque parte de la identidad que construimos depende de las palabras que nos damos. “Es lamentable que tengamos que nombrarnos para existir, pero bueno, es una imposición que tuvimos que hacer las minorías ante tanta invisibilización, ante tanto maltrato, ante tantas muertes”, dice Michelle Lacroix, artista y activista trans.

Nació en Chaco y se crió sola. “Yo odiaba a las travestis porque realmente en los 90 estaba muy mal visto ser travesti. Y las travestis que había eran todas muy exuberantes, con unas re tetas, re entangadas, todas medio en bolas, mucho pelo y mucho maquillaje. Y eso era muy chocante porque la sociedad lo discriminaba. Y hoy me acuerdo de esas travas y les agradezco mucho. No veía de ninguna manera ser trans hasta que sentí que no podía más”, agrega.

El espejo de les otres

Para Morena García, hablar de
Para Morena García, hablar de fobia es minimizar el daño sistemático inflingido contra las personas LGBT+ históricamente. "Es odio" le dijo a Infobae. (Foto: Luciano Gonzalez)

Ver a otres para poder ser aparece casi como un modus operandi de la conformación identitaria, una otredad que hace de espejo y despierta el nombramiento propio, el acto de bautizarse por primera vez, aunque no por única. A los veintitrés años, la escritora y poeta Morena García conoció a Perla, la primera travesti que vio en su vida. “Claro, como habían sido excluidas del campo de visión de lo normal, yo no tenía posibilidad. Cuando finalmente se me expulsa de todo, ingreso a ese margen, a ese campo visual que tenía vedado por pertenecer a lo normal. Y ahí me bautizo travesti: al ver a otra”.

Morena habla de la endogamia travesti como ese momento en el que ver a otra hace el clic: no sos varón ni sos mujer como la sociedad plantea. “Cuando veo a Perla, una trava de Godoy. Era teta, culo. Te dabas cuenta de que era alguien como yo. Fue una paja mental, un orgasmo al mil por ciento. Todos los pedazos del tetris cayeron en el lugar que tenían que ir”, cuenta.

A Michelle también le pasó: encandilarse con la existencia de otra como ella. “Había asistido a un encuentro espiritual antes de transicionar. Y había una chica que se llamaba Sofía Victoria Díaz, muy linda, una trava. Era la primera vez que veía una travesti que estaba más sutil: tenía una pollera de jean, una remera de Britney y unas zapatillas Converse. Yo la miré y dije: yo soy como ella, yo quiero ser como ella. Y ahí arranqué mi transición”, narra. ¿Y cómo se construye la identidad si no es con otres?

Manu habla de una identidad dinámica que va cambiando a medida que las personas vamos teniendo nuevas experiencias y vamos encontrándonos en nuevos lugares. “Se construye escuchando y leyendo en sintonía con la sociedad en la que crecimos”, dice, “de forma situada”.

Una respuesta al odio

A este día también se lo conoce como Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, pero hay quienes están en desacuerdo. Porque hay una pregunta que aparece: ¿es fobia o es odio? Morena dice: “No lo voy a definir como fobia porque no lo es, básicamente cercenó mi vida. No me permitió la infancia, no me permitió la adolescencia y no me permitió la adultez. Pero sí me permitió ponerme en otro contexto y comprender que existía otro arco que era lo que se escapaba del binomio. Ese odio impactó en mi corporalidad porque me obligó a tratar de encajar y tomar hormonas, a inyectarme aceite, a fingir. Muchas veces fingir una masculinidad o una feminidad que nos pusiese a salvo, que tampoco sucedía”.

Para Natal el odio es el lugar más común cuando te enfrentás a algo desconocido: “El odio siempre está latente. Actualmente lo vemos con el avance de fuerzas políticas que son cada vez más de derecha, con más discursos de odio. Pero, por supuesto, une da batalla porque necesitamos ser felices de la manera que deseamos, con cualquier persona y punto”.

Es que el odio moldea las vidas LGBT+ a cada rato. Desde nuestros orígenes, la expulsión de familias, escuelas, pueblos, hasta el presente, en el que por supuesto el riesgo de ser atacades verbal, simbólica o físicamente existe. “Hoy me sigue pasando que todos los días en distintos lugares vivo situaciones de violencia y agresión, algunas más premeditadas y potentes, otras más desde el conocimiento. Hay días que lo vivo con más tranquilidad y otros días me afecta. Sin embargo, creo que lo más importante es saber que yo puedo ser quien quiera ser”, dice Manu.

De los nombres impropios, surge también la reapropiación, la propia palabra. Como un lenguaje que se va alimentando de nuevas raíces, sustantivos, verbos, la lengua “cuir” busca nuevas formas de enunciarse para que, quizás, algún día de algún tiempo, ya no falte nadie, ya no se lastime más y no haga falta.

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