McKenzie Wark, durante años uno de los secretos mejores guardados del mundo académico estadounidense, se ha convertido en el último tiempo gracias a sus agudos análisis sobre tecnología, capitalismo y género en una de las brújulas intelectuales de la intelligentsia mundial, contando a Paul B. Preciado como uno de sus mayores admiradores y varios de sus trabajos insignia como Hacker Manifesto y Capital is Dead: Is This Something Worse? siendo reeditados debido a su pasmosa (y profética) actualidad.
En este 2022, luego de dos años en los que el mundo ha experimentado cambios profundos -y tal vez irreversibles- en muchos de los aspectos sobre los que Wark ha escrito, aparece por primera vez en español uno de sus textos. Se trata de Vaquera invertida, editado por Caja Negra, unas memorias heterodoxas en la que esta autora australiana pero radicada en Nueva York hace un repaso orgullosamente impúdico de su vida sexual, emocional e intelectual, desde sus años como un joven punk sexualmente confundido en Newcastle hasta el descubrimiento de su femeneidad y su transformación en una escritora mujer en los Estados Unidos.
Es un viaje profundo, lascivo, e intertextual, un cuming of age que combina a Karl Marx con Chris Kraus y Dennis Cooper. “Es el libro que hace años estoy intentando escribir”, le dijo Wark a Infobae desde Nueva York, donde da clases en la prestigiosa New School. Durante la entrevista también se explayará sobre la ola conservadora anti-LGBT+ en los Estados Unidos, por qué busca alejarse de las convenciones burguesas de la literatura tradicional, y hasta su admiración por la escritora argentina Camila Sosa Villada.
-La edición en español de Vaquera invertida es publicada al mismo tiempo que en tu país de adopción, Estados Unidos, muchos estados gobernados por republicanos están aprobando leyes que quitan derechos a las mujeres y a las personas LGBT+. ¿Por qué creés que nuevamente las personas trans y homosexuales son los blancos elegidos por los políticos conservadores?
-Es una de las ramas del fascismo. El núcleo emocional del fascismo es el poder que se imagina a sí mismo como víctima. Esas personas normativas de género se imaginan que son las víctimas y que las personas trans las están oprimiendo. En nombre de un orden patriarcal asediado, nos tienen que disciplinar. Está íntimamente conectado con todos los demás agravios del fascismo. Contra mujeres, homosexuales, personas de color. Es una forma de desviar la atención del poder real de la clase dominante. Hace una década, la cultura burguesa liberal estadounidense estaba a punto de incluir a los transexuales como sujetos formalmente iguales y titulares de derechos. Siempre y cuando nos mostráramos respetables y sonriéramos mucho, claro. Pero esa visibilidad acaba de convertir a las personas trans en objetivos del fascismo, y siempre son las personas trans pobres, o no blancas, las que más sufrirán por esto.
- Tu libro relata lo que fue tu vida antes de tu transición, y un poco después. ¿Por qué decidiste contar esta historia tan personal ahora?
-En 2017 inicié la transición y había decidido que también comenzaría con las hormonas. Pensé que eso podría cambiar mi forma de escribir y... resultó que tenía razón . Así que quería documentar lo que sentía y pensaba sobre la vida antes de comenzar la terapia hormonal. Había estado tratando de escribir lo que se convirtió en Vaquera invertida durante muchos años, y logré hacerlo de un tirón una vez que me di cuenta que sería lo último que haría con mi anterior sensibilidad de escritura. Quería que fuese una síntesis de todo lo que había pensado, sentido y experimentado antes de tomar esa decisión.
-En Vaquera invertida no te atás a los parámetros actuales que dictan qué es lo que se puede contar sobre los deseos o vivencias propias. ¿Fue algo deliberado de tu parte, ir contra la corriente de lo aceptado en este tipo de narraciones y evitar la solemnidad, victimización o psicología, y en cambio hacer gala de una sexualidad libre, compleja pero feliz?
-Hay tantas convenciones en torno a la escritura de las memorias que hacen que se conviertan en una especie de ficción. Se escribe como si el autor fuera un personaje de novela. Quería hacer algo diferente a eso. Quería escribir sobre cómo lo que tomamos como el yo emerge del mundo histórico y mediático de su época. Cómo el yo es opaco a sí mismo. Y quería escribir sobre momentos de intensidad donde el yo se disuelve en la carne. Momentos de intensidad de los que emergen posibilidades de que el yo sea de otra manera.
-Es un libro que desorienta y parece estar reinventándose todo el tiempo. Como lector uno lo agradece porque nunca sabés lo que va a venir en el próximo capitulo, ni qué va a pasar ni en qué genero lo vas a contar. ¿Cuál es la relación entre el fondo y la forma? ¿Es la historia de alguien que siempre está cambiando y buscando, entonces el libro imita esa actitud?
-Una de las cosas que me hizo difícil escribir este libro durante muchos años fue el problema de la forma. Si vos eligís un género o un estilo, se va a convertir en una especie de trampa, porque determinará el tipo de historia que vas a contar. En cambio, Vaquera Invertida modula entre diferentes estilos dependiendo de quién me siento en esa parte de la historia. Todo surgió de manera muy orgánica una vez que me puse en marcha y dejé de intentar imponerle una forma coherente en todo momento. Pensar que la vida es consistente es una ficción.
-Incorporás una serie de textos a lo largo del libro que van a la par del tuyo propio. ¿Creés que la novela tradicional ya no tiene lugar en el siglo XXI, en la era de la economía de la atención?
-La novela es un formato burgués cuya principal preocupación es la relación entre el amor romántico y la propiedad. El mundo para el cual era el doble estético ya no existe para la mayoría de la gente, ni siquiera como algo aspiracional. Hay muchos escritos que se llaman “novelas” que en realidad no lo son. Son por y para personas ajenas a todo eso. Nuestra Señora de las Flores, de Jean Genet, no es una novela. Me interesan esas otras experiencias, esas otras formas, porque contienen elementos más resonantes con nuestro momento histórico contemporáneo, uno de despojo generalizado. En este momento, entre otras cosas, leemos diferente. Quería que la experiencia de lectura fuera como desplazarse por el teléfono, donde diferentes voces se intercalan con el hilo principal. Así que hay citas de mis libros favoritos en todas partes. A veces estos textos simplemente expresan mejor que yo lo que quiero decir en ese momento. A veces son comentarios irónicos, a veces yuxtaposiciones.
-Dijiste antes que transicionar había afectado tu proceso de escritura ¿Podrías profundizar un poco sobre cómo lo hizo?
-Traté de escribir este libro durante años, pero tuve que empezar a salir de la masculinidad para que realmente comenzara a brotar de mí. Ocurrió en el intervalo entre salir del armario como una especie de mujer trans y comenzar la terapia hormonal. Lo revisé al principio de mi transición hormonal. No podría haberlo escrito en ese estado. Mis emociones estuvieron muy volátiles durante un año o dos, y luego dejé de escribir durante tres años, ¡mucho tiempo para mí! Es un libro que para mí es especial porque surge de ese momento intersticial entre modos de ser.
-En el libro analizás las relaciones de las personas en términos de dinámicas de poder y necesidades económicas. ¿Por qué la literatura, incluso la más realista o la autoficción, habla tan poco de esas cosas? En la vida común el dinero es un aspecto central de las vidas de las personas.
-Las estructuras dominantes en la literatura son burguesas. La literatura es una especie de propiedad privada que supuestamente un autor fabrica a partir de su subjetividad única. No en vano, dadas esas condiciones de producción, escribe obsesivamente sobre la interioridad de los personajes como si ese yo interior fuera propiedad del personaje. El amor y el sexo son siempre una especie de problema en la literatura burguesa porque toma la forma de una fusión corporativa. Mucho de lo que se llama “autoficción” en estos días son solo memorias burguesas pasadas de moda y todas son más o menos lo mismo. Pero hay otros escritores que trabajan de manera muy diferente: Jean Genet, Marguerite Duras, Guillaume Dustan, Kathy Acker, Zami de Audre Lorde. O por mencionar a dos escritores latinoamericanos que he podido leer traducidos: Iván Monalisa Ojeda y Camila Sosa Villada. Son tipos de escritura por y para otros tipos de vida. No es la literatura burguesa e imperialista de siempre.
-Además de los escritores contemporáneos que mencionaste, ¿qué obras actuales te interesan y creés que están diciendo cosas innovadoras sobre cómo vivimos y nuestra relación con el género y la sexualidad?
-He tenido la suerte de estar viviendo en Brooklyn durante el florecimiento de la cultura trans. Estoy rodeado de escritores trans, artistas, activistas. Es una especie de exploración colectiva de cómo hackear el cuerpo y el sistema de género, hacer formas de vida colectiva y ayuda mutua, bailar y tener sexo, y de alguna manera pagar estos alquileres altísimos utilizando las cualidades particulares de nuestros cuerpos y mentes. Muchos de mis escritos recientes han documentado eso.
-Se ha hablado mucho de cómo nuestra relación con el sexo, el trabajo y las tecnologías ya no será igual que antes de la pandemia. ¿Que opinión te merece esa idea?
-En Nueva York podés ver en la forma en que funciona la calefacción y la ventilación en edificios centenarios que la pandemia de influenza de 1918 tuvo efectos profundos de los que no hablamos. Y pertenezco a esa era que comenzó alrededor de 1981, cuando la pandemia del VIH/SIDA reformó la sexualidad y eliminó a toda una generación de hombres homosexuales, transexuales y consumidores de drogas. Lo más peligroso de las pandemias es cómo los que tienen el poder deciden quién es prescindible.
-Por último, muchos de tus ensayos giran en torno a analizar la manera en la que vivimos y pensar maneras para actuar mejor. ¿Sos optimista sobre el futuro? ¿O en absoluto?
-Los futuros están desapareciendo, como especies en peligro de extinción. Es difícil para la gente moderna como yo vivir sin futuros posibles, pero tal vez tengamos que hacerlo. Imaginar futuros brillantes es una forma de evitar la idea de la muerte. Gestionamos el pensamiento de nuestra muerte individual imaginando un futuro viviendo sin nosotros pero en el que nuestro legado sigue vivo, a través de nuestros hijos o de lo que construimos. Tal vez si enfrentamos la posibilidad de que no haya ningún futuro para los humanos, entonces podemos actuar en el presente y abrir la posibilidad una vez más para futuros. Puede que tengamos que dejarlo ir para recuperarlo. Las personas trans, en particular las mujeres trans, tienen cosas que enseñarnos a todos sobre cómo lidiar con algunos de estos sentimientos, porque declararse mujer trans a menudo es renunciar a tener un futuro porque necesitás vivir como tu cuerpo te dice ahora mismo. A pesar de las posibilidades muy elevadas de una muerte prematura. Las mujeres trans entienden el tiempo de otra manera.
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