Moria Casán no es una estrella. Es una constelación en sí misma en la que orbitan muchos planetas: el planeta vedette, el planeta conductora, el planeta vanguardista, el planeta de los dixits, el planeta madre, el planeta actriz, el planeta jurado de reality, y muchos varios más. Es un big bang continuo que siempre está generando nuevos mundos. Y todos con su propio centro gravitatorio. Con su propia impronta. Moria no para.
Autodefinida como “el Obelisco con tetas” o “el gran puto argentino”, su nueva travesura es nada menos que hacer de Julio César, en la versión libre de William Shakespeare que dirige José María Muscari y que se estrena el próximo fin de semana el Cine Teatro El Plata, del complejo teatral de Buenos Aires, cuna de la cultura porteña.
-Hiciste revista, teatro comercial, musicales, off, cabaret. Sos multigénero. ¿Cómo te encuentra este clásico de Shakespeare?
-Me encuentra en una nueva era, como yo llamo a este realismo absurdo o absurdismo realista. Es un “Apocalipsis Nice”.
-¿Cómo es eso?
-Una saliva paró el mundo y estamos con posibilidades de entrar en una Tercera Guerra Mundial, pero para mí es agradable sentir que recién empiezo. Todo está a flor de piel, todo es fuego, todo arde. Arde como Roma. Lo estoy habitando a Julio César, que está en mi piel. Me lo estoy gozando. Lo estoy vampirizando a Julito. Tengo todo en la vida. Y encima que lleguen estas cortesías del universo, estos halagos, que me inviten al San Martín… Aunque yo nunca tuve anhelos ni de hacer teatro clásico, ni teatros de cultura porque todo el teatro para mí es popular. No es lo mismo un sótano que el San Martín, pero es todo arte.
-Si bien decis que estamos en una nueva era, ¿por qué pensás que tiene tanta vigencia una obra que fue escrita 600 años atrás?
-La obra es atemporal porque habla de cosas inherentes a los seres humanos. Hay cosas de la vida como la lealtad, el amor y el desamor, la corrupción, el poder, el abuso de poder, la debilidad del poder, la majestuosidad del poder, que no pasan de moda. El poder es algo muy difícil de manejar. Y Julio César es un líder, un dictador vitalicio que tiene una corte de felpudos, una corte de gente que lo quiere, que lo respeta, y gente que lo odia y le quiere hacer daño.
-Vos que estuviste cerca del poder, ¿cómo lo definirías?
-Como algo que tienen todos los seres humanos. Es el eje que vos tenés como persona, tu actitud ante la vida, eso es lo que te da poder. Podés ser un pusilánime, un esclavo de los mandatos ajenos, o podér ser vos mismo. El poder tiene que ver con la libertad que uno mismo se da. Si vos amás tu libertad y te querés a vos mismo, el universo es tuyo y más. No hay poder más grande que eso. Ahora, el mismo hombre es medio sado, medio masoca con su propio interior y se castiga y se pregunta y no se pregunta. Medio Tupac Amaru, manejándose entre incertidumbres e incertezas y se desvía de caminos trazados por él mismo. Hace caminos trazados por los otros. Entonces vive con ira, vive con odio. En esos casos, el poder que tendría que tener él no lo tiene y se le debilita su salud. Para mí, el poder lo tenés vos si vas teniendo integridad en todos los actos de tu vida. Integridad física e integridad moral. Porque si vos estás bien de salud, te da la cabeza. No te envenan tus pensamientos. Y podés tener un equilibrio. Por eso tenes que trabajar toda tu vida con tu propia moral, con tus reglas. Y no es fácil. Es una construcción que después la gente te obliga a deconstruir. Y yo no entro en esa deconstrucción.
-¿Y en cuál entrás?
-Hay un momento de la obra en la que Porcia le dice a Bruto, “pelotudo anquilosado: deconstruite”. Pero yo no tengo por qué deconstruirme porque me flexibilizo a todo. Porque para eso me construí. Al ser arquitecta de mi psiquis y con la libertad que manejo, no me tengo que deconstruir en nada. Acepto las cosas como son: fluyen y no influyen. La gente ahora tiene todo el quilombo de deconstruirse de siglos de machismo, cosas de machirulo, de mujeres que no se han sabido hacer respetar, de mujeres que se cosifican y después se ponen en feministas agresivas. Yo no entro en ninguna deconstrucción porque hace 70 años que pienso.
-Vos siempre fuiste empoderada. Fuiste todo antes.
-Pero mucho tiempo antes. Hasta en la ropa. Como debuté desnuda en el escenario del teatro El Nacional, casi a fines de los 60, principios de los 70 y sin haber actuado antes. Aparecía vestida de Chaplin, es decir como hombre, hacía un striptease. Por eso aprendí a vestirme con mi propia luz. Fue como si me dejaran abandonada en una iglesia o en una comisaría y te tenés que cubrir con tu luz. Y ahí aprendí. El teatro de revistas fue mi masterclass. Mi primario, mi secundario y mi terciario. Ahí aprendés todo si tenés la capacidad de trascender tu cuerpo, no cosificarte. No permití que ningún cómico le hablara ni a mi culo ni a mis tetas y lo establecí por contrato, empecé a hacer monólogos, que ahora le dicen stand up...
-Y en relación con esto que contás y lo que decías antes de que el poder está dentro de uno, ¿cuál es el vínculo de las mujeres con el poder?
-Como la mujer tiene, en general, el poder de dar a luz, ese hecho lo quiere cobrar siempre. Y muchas veces las madres -y yo soy madre, padre, puto, transexual- ponen mal el amor sobre sus hijos y hay una sobreprotección. Después quieren cobrarles el hecho de haberlos traído al mundo. Pero nadie se los pidió. Entonces les agarra el síndrome del nido vacío cuando los hijos se van. Y en general les dicen “por tu culpa yo dejé de hacer cosas”. Y le metés culpa a un pibe que no te pidió nacer. Yo a Sofía nunca le dije “por tu culpa algo”. Al mes de tenerla, me metí de vuelta en el teatro de revistas. Yo tuve a la chica en la clínica del sol un 24 enero y el 25 me llamó Guillermo Bredeston para proponerme hacer una obra en marzo. Por eso digo que la libertad está en uno. Si no, te quedás con resentimiento. Yo creo que he pavimentado un camino a muchas mujeres, y muchas otras antes que yo.
-A los gays también.
-El otro día estaba con Galmarini (mi maridito nuevo… no, no. Mejor le digo mi amor) tomando un café por San Isidro. Cuando estábamos pagando se acercó un hombre muy gentil y se hizo cargo de la cuenta. Me agradeció delante de todo el mundo porque dijo que yo le había hecho la vida mejor, que lo había ayudado a salir de su closet y de su terrible corset interno. Y que pagarme la cuenta era el mínimo agasajo que me podía hacer.
-¿Y eso no es poder?
-Eso es un poder que trasciende la posición físico-anímica que alguien tiene para conmigo. Siempre entendí la “margenialidad” del espíritu. La única mariquita que había en mi barrio cuando yo era chica jugaba solo conmigo. En su casa lo maltrataban y yo decía “wow….” Y era mi amigo. Éramos felices jugando. Y yo notaba que le estaba cambiando la voz, que tenía cierta afectación, y me daba una terrible ternura. Entendía que su sensibilidad era igual a la mía. Sin que nadie me explicara, comprendí que no había género. Él era mi amigo. Era diferente. Era hermosa su sensibilidad.
-Pero el agradecimiento que te hizo ese señor, y habiendo miles más que sienten así, ¿no te hace sentir que contribuiste a cambiar la mirada sobre la comunidad homosexual y la propia cultura gay?
-Obvio, pero siempre desde lo genuino. Nunca especulando ni manipulando con alguna cuestión inclusiva o políticamente correcta. Es orgánico total. Estoy al lado de lo que es marginal para la sociedad, siempre. Por eso digo “margenial”, donde la sensibilidad es otra, la creatividad es otra, la receptividad es otra. Siento que son mis pares, la misma sincro espiritual. Mucho más elevado que la marcación de género. Es difícil de explicar.
-Cualquier cosa que decís entra en el vocabulario gay.
-Me impresiona que mis frases estén en calzones, calzoncillos, medias…
-¡Eso es poder!
-No puedo creer cuando paso por diferentes locales comerciales y hay remeras con mi cara y frases como “el decorado se calla”, “quiénes son”, “Si querés llorar, llorá”. No tengo nada de eso registrado y me encanta que la gente gane dinero conmigo y yo no recibir un peso. Ni me interesa. Me da felicidad. Yo estoy en un museo [el Museo de Arte Contemporáneo, en la ciudad de Mar del Plata], en una escultura de Edgardo Giménez. Imagínate tú qué más poder y felicidad que la que me da mi gente, mi país. No puedo pedir más. Y lo angelado que está este proyecto, que apenas empezamos con los ensayos, me llamó [Jorge] Telerman y me dijo “Moria, nos cambiaste la vida a todos. Tenemos invitación para abrir el festival de Mérida en España con Julio César”. Y están casi agotadas las entradas del primer mes.
-¿Por qué, usando una frase casanesca, no hacés “uso o abuso” de ese poder? Porque cada vez lo ampliás más…
-Es que de eso se trata la libertad: de no ser siempre rehén ni de vos mismo, ni del poder que tenés para con los demás. Estar siempre en eje. No comprar lo que vendés. Hay una cosa ritualista conmigo porque la gente que me ve y se emociona, llora… Es muy fuerte. Y lo que pasa ahora, aunque siempre fui muy popular, es que soy como gurú. No sé qué pasó. La pandemia los habrá fragilizado. La persona que hace reír, viste… Yo creo que los divierto.
-Hay chicos de 16 años que usan tus frases.
-La otra vez hicimos un ensayo con público y vino gente de Mataderos. Muscari subió al escenario a una serie de fans míos, que eran adolescentes con vinchas que decían “Aguante Moria” como si fuese el Indio Solari. Tengo una cosa de celebrity roquera. Según Fito Páez y Charly García, soy lo más rock que hay en este país.
-Desde el marketing dirían que sos multitarget.
-Muscari me dice, “no tenés referentes. Sos como Warhol. Sos muy mujer y también sos muy hombre. Sos ornamentada y también sos net”. Es un mix.
-Qué rara que sos, Moria…
-Qué puto que soy, eh… qué pute. Soy un Pute Sagrade.
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