“Un país bañado en sangre”: Paul Auster advirtió sobre el peligro de las armas libres en Estados Unidos más de un año antes del atentado a Trump

El autor contando que su abuela mató a su abuelo de un tiro. Pero el libro, que tiene menos de cien páginas, va mucho más profundo. Allí el autor, que murió en mayo, dice que los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos

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Paul Auster y un libro terrible sobre el peligros de una sociedad que anda armada. (Eduardo Parra/Getty Images)
Paul Auster y un libro terrible sobre el peligros de una sociedad que anda armada. (Eduardo Parra/Getty Images)

“La verdad se reduce a lo siguiente: el 23 de enero de 1919 (...) mi abuela mató de un tiro a mi abuelo”, cuenta Paul Auster casi al comienzo de su último libro que se llama nada menos que Un país bañado en sangre. Estaban separados, el abuelo vivía en otra ciudad y había ido a su antigua casa a llevarles regalos a sus hijos.

Narra el escritor estadounidense: “Mi abuela subió a la planta superior para acostar al menor de sus pequeños (mi padre) y coger la pistola que guardaba bajo la cama del niño, después de lo cual volvió a la planta baja, entró de nuevo en la cocina y realizó varios disparos contra su esposo, de quien estaba separada, dos de los cuales lo alcanzaron en el cuerpo, uno en la cadera y otro en el cuello, que debió de ser el que lo mató”.

Un país bañado en sangre es un ensayo en el que el autor de la Trilogía de Nueva York se pregunta por qué el uso de armas parece parte de la identidad de su país. “Los norteamericanos tienen veinticinco veces más posibilidades de recibir un balazo que los ciudadanos de otros países ricos, escribe. El libro salió en enero de 2023.

En el crepúsculo de su vida como escritor, Paul Auster se ha puesto ambicioso. En 2021 publicó una biografía de casi mil páginas sobre el periodista, narrador y poeta, Stephen Crane (1871-1900). Más conocido por su corta novela El rojo emblema del valor (1896) y fallecido a los 28 años, Crane publicó una obra digna -en extensión y originalidad- de un autor que hubiera disfrutado de una larga vida. Auster -de 75 años- explica en esa biografía que allí él está “mirando un joven autor con el asombro de un autor viejo.” Más allá del personaje central de la obra, el libro se puede recomendar por el retrato que Auster, inevitablemente hace, también, de los Estados Unidos en los últimos 25 años del siglo XIX.

En su nuevo libro, Un país bañado de sangre -que ya se puede leer en su edición digital- se enfrenta con la barbárica cuestión de los asesinatos en masa en los Estados Unidos. Los eventos que son el eje de su libro han ocurrido en los últimos 25 años. Con menos de cien páginas, el texto es en realidad un ensayo largo.

Allí Auster reclama una nueva conciencia en sus conciudadanos para construir un terreno en común entre la derecha y la izquierda; alerta, desesperadamente, sobre la inminente disolución de los Estados Unidos si este problema no es solucionado y pronto; explica los lineamientos históricos que han llevado los Estados Unidos a esta reiterada -ya casi común y corriente- festival diabólica de los asesinatos en masa.

El expresidente estadounidense Donald Trump es sacado del escenario por el Servicio Secreto tras un incidente durante un mitin de campaña el sábado en Pensilvania (Estados Unidos). (EFE/EPA/DAVID MAXWELL)
El expresidente estadounidense Donald Trump es sacado del escenario por el Servicio Secreto tras un incidente durante un mitin de campaña el sábado en Pensilvania (Estados Unidos). (EFE/EPA/DAVID MAXWELL)

(Entre ellos están el legado de la esclavitud, el uso de armas de los colonos y ocupadores del Gran Oeste, y las aberrantes inconsistencias de uno de los documentos fundadores de los Estados Unidos, la original Carta de Derechos de los Estados Unidos).

Los datos que Auster trae a su texto para apoyar sus argumentos son asombrosos en sí mismos. El capítulo 3, por ejemplo, comienza, sin equívocos: “Según una reciente estimación del hospital pediátrico del Philadelphia Research Institute, actualmente hay 393 millones de armas de fuego en poder de residentes en los Estados Unidos: más de una por cada hombre, mujer y niño de todo el país.”

En todo el texto Auster siempre gira entre la perspectiva macro de la historia y el íntimo dolor de las víctimas. Observa: “Cuando hablamos de tiroteos en este país, invariablemente centramos el pensamiento en los muertos, pero rara vez hablamos de los heridos, de los que han sobrevivido a las balas y que siguen viviendo, a menudo con devastadoras heridas permanentes…”

Muchas veces hay pertinentes resúmenes históricos que podrán reconfigurar las ideas equívocas que un lector novato sobre el tema. Por ejemplo, una concisa, pero tal vez, dilemática observación: “Casi con toda seguridad, el movimiento en pro de los derechos de llevar armas tal como existe en la actualidad no se habría originado sin las Panteras Negras.”

El grupo militante afroamericano de la década de los 60 hizo uso de una ley que permitía la portación libre de armas. A través de esta muestra de fuerza, reclamaban igual tratamiento bajo de la ley para su comunidad. Inmediatamente, este grupo se convirtió en Enemigo Público Número Uno para J. Edgar Hoover, el director del FBI. Ahora, irónicamente, los grupos extremistas que se aprovechan de las leyes de portación de armas, como los Proud Boys, son mayoritariamente de una derecha extrema bajo un credo de supremacía blanca.

La literatura de Auster suele ser un juego de formatos, de géneros y de estilos. En este caso, además de su crítica de un problema medular de su país, Un país bañado en sangre está construido con dos componentes más: una narración autobiográfica que se puede leer como un cuento corto; y un fotoensayo de Spencer Ostrander de edificios que han sido lugares de masacres, pero años después, en blanco y negro y con escenarios vacíos de personas y automóviles. No es un dato menor que Ostrander salga en la tapa del libro como si fuera coautor. ¿Eso es una jugada lúdica de Auster? O tal vez sea exactamente así, por más que el fotógrafo escriba con luz y el autor con letras.

Walmart. El Paso, Texas, 3 de agosto de 2019. 23 muertos; 23 heridos. Una de las fotos de Spencer Ostrander, coautor de "Un país bañado en sangre". (Spencer Ostrender)
Walmart. El Paso, Texas, 3 de agosto de 2019. 23 muertos; 23 heridos. Una de las fotos de Spencer Ostrander, coautor de "Un país bañado en sangre". (Spencer Ostrender)

Las fotos en sí mismas, sin epígrafe, parecerían salir de un manual de arquitectura contemporánea, donde un solo de tipo estructura básica se puede utilizar tanto para fábricas, oficinas municipales, centros de compras y colegios primarios. Sin querer, estas matanzas tienen su propia estética. La violencia estadounidense ha evolucionado de las matanzas genocidas de los ‘indios’ a breves y mortales explosiones de violencia en cubos de cemento, rodeado de enormes estacionamientos.

Es difícil, sin embargo, discernir cuál es la intención exacta del fotógrafo en sus tomas. Esto no es necesariamente malo. Este tema está empapado en ambigüedades. Las descripciones, casi clínicas de las fotos, (Walmart. El Paso, Texas, 3 de agosto de 2019. 23 muertos; 23 heridos) junto con la decisión de Ostrander de sacarlas sin personas, con un luz de mediodía (como la técnica ‘noche americana’ en las películas de blanco y negro), hacen que las fotos parezcan los estoicos expedientes de sistemáticos investigadores de crimen.

Las fotos aparecen al final de cada de los cinco capítulos de Un país bañado en sangre, no como ilustraciones específicas sobre los eventos cubiertos sino como un corolario visual al tema en general. Esta yuxtaposición las transforma. En una exclusiva galería de arte, las fotografías podrían parecer frívolas o despectivas a las víctimas. Adjuntas al libro de Auster pierden pretensión artística y se suman a un reclamo existencial muy básico: “¡Por qué sigue sucediendo esto!”

En el prólogo Auster dice sobre el trabajo de Ostrander: “Las imágenes que acompañan el texto de este libro son fotografías del silencio… Son retratos de edificios, construcciones sombrías a veces, desagradables, emplazadas en paisajes norteamericanos anodinos, neutrales…”

Pero por supuesto no son anodinos. Son campos de matanza, como la jungla de Vietnam o los desiertos de Irak. Son sitios de una lenta guerra civil que en cualquier momento puede florecer en algo irreversible. Imaginense si los bárbaros invasores del Capitolio hubieran estado armados. Imaginense si esos invasores hubieran sido todos negros.

A primera vista, el libro de Auster es impecable, parecido al discurso conmovedor y definitivo de un abogado culto y carismático. Pero hay dos grandes críticas que se le puede hacer a Un país bañado en sangre, aunque sean incómodas y políticamente incorrectas.

Por un lado -y Auster sabe esto- su argumento no provocará absolutamente ningún cambio en la opinión de sus contrincantes. Son, más o menos, los mismos que votaron a Trump para la presidencia en 2017. O sea aproximadamente la mitad de los votantes del país. Un hipotético lector de este grupo abandonaría el libro en el segundo capítulo.

Cruces y letreros con los nombres de las víctimas de un tiroteo masivo en Maine (Estados Unidos). (EFE/ Amanda Sagba)
Cruces y letreros con los nombres de las víctimas de un tiroteo masivo en Maine (Estados Unidos). (EFE/ Amanda Sagba)

Esta población defiende un derecho establecido en 1789 cuando los hombres escribían con plumas de pájaros y las escopetas eran primitivas y llevaba unos minutos recargarlas. Si fuera así para todos los derechos proclamadas en ese momento histórico, aun existiría la esclavitud.

Esta brecha no se cierra. Por lo menos con argumentos que apelen al sentido común. Justamente, esta brecha cultural, legal y moral sucede en gran parte por un ‘sentido común’ diametralmente opuesta de cada campo.

La segunda crítica es que la posición de indignación moral de Auster no es una novedad. Una de las máximas tragedias de estos asesinatos en masa es que ya han tomado las características de una farsa y un ritual. Suena despiadado, pero fíjense en el último incidente de esta índole. Hace dos semanas una criatura de 6 años llevó un arma al colegio y le disparó a su maestra. No la mató, pero casi. La reacción del público y las autoridades fue de guión. Primero, la requisita indignación moral; después, una mea culpa de los administradores del colegio (¡Lo habíamos chequeado por armas, pero se nos escapó!); y finalmente, un escueto comunicado de los padres del chico diciendo que le desean pronta recuperación a la profesora, pero que defienden a rajatabla el derecho de los ciudadanos americanos a portar armas.

El escritor Paul Auster, que murió en mayo. (AP Photo/Antonio Calanni, archivo)
El escritor Paul Auster, que murió en mayo. (AP Photo/Antonio Calanni, archivo)

Es difícil que esto pare cuando un flamante adulto, con los 18 años recién cumplidos, puede ir a una tienda de armas y comprar rifles semiautomáticos, municiones y trajes antibalas una tarde y, menos de 24 horas más tarde, efectúa su matanza. Esto fue, justamente, lo que pasó en Uvalde en 2022.

Esta mirada la desplegó Stephen King en un brevísimo texto titulado simplemente, GUNS (Armas) publicado en 2013. El primer capítulo es una majestuosa enumeración de lo que pasa después de un tiroteo masivo. Son 21 pasos. Lo cuenta en forma irónica, adoptando la voz de un detective en una novela de Raymond Chandler. Es devastador porque es un estricto guión. Y se cumple siempre, al pie de la letra.

En agosto del 1955 un joven negro de 18 años de Mississippi fue abducido, torturado y linchado por haber, supuestamente, silbado a una mujer blanca. Su cuerpo fue desfigurado de una manera absolutamente despiadada. En el momento de su funeral su madre -desobedeciendo los pedidos de sus familiares- decidió velarlo con el ataúd abierto. Para que se viera la barbaridad del racismo sin metáforas o eufemismos.

Auster no explica por qué no ha pasado esto en los Estados Unidos con las víctimas de los tiroteos, tras décadas y décadas de esta malformación en el alma del país. Las imágenes serían insoportables. Criaturas de diez años, adolescentes, ciudadanos ordinarios armando sus vidas como pueden, todos reventados, hechos puré, triturados, decapitados; los supervivientes en un estado de terror y desolación absoluta.

No son imágenes fuertes, ni son de pesadilla. Son reales. Son la absoluta realidad básica y final de este festival macabro. No se podrían digerir. Cambiarían todo. ¿Acaso no queremos que esto termine?

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