Me resulta curiosa la simultaneidad con la que varios escritores hispanoamericanos contemporáneos abordaron en libros recientes, de narrativa o autoficción el hecho de sus paternidades tardías (para los estándares habituales). Impactados por la aparición en sus mundos de esas criaturas, a una edad en la que no era de esperar que fueran padres, describen con deleite genuino los placeres que derivan de la relación con esos hijos.
Para muestra, varios botones: el guatemalteco Eduardo Halfon con Un hijo cualquiera; el chileno Alejandro Zambra con Literatura infantil y el argentino Andrés Neuman con Umbilical escriben sobre el tema con el entusiasmo y la madurez de estilo con los que Cortázar describe los orgasmos a partir –se dice— del tratamiento hormonal que le permitió conseguirlos al mismo tiempo que le crecía la barba.
Las relaciones generalmente complejas de los hijos varones con sus padres generaron textos memorables, como la Carta al padre de Franz Kafka o Las palabras de Jean-Paul Sartre que incluye esta afirmación: “No era que mi padre fuera malo: era el vínculo de paternidad el que estaba podrido”. Pero también las mujeres pusieron por escrito sus asuntos, como Sybille Lacan en Mi padre, que expone facetas deleznables de su, por otro lado, insigne progenitor.
Menos habituales (hasta donde yo sé) son los ajustes de cuentas de las mujeres con sus madres. Simone de Beauvoir, en Una muerte muy dulce, trata con cierta impiedad la enfermedad terminal de la suya. Y, en la literatura argentina, un ejemplo reciente es la excelente ¿novela? de Marina Mariasch, Efectos personales, en la que interpela post-mortem a su madre suicida.
Desarrollo este introito para poder hablar de un libro absolutamente excepcional y conmovedor: El corazón del daño, de la inmensa poeta argentina María Negroni. Fue publicado en agosto de 2021 y se reactualizó su vigencia en la versión teatral que se dio hasta la primera semana de marzo en el Teatro del Picadero, en adaptación de la propia autora y con Marilú Marini como deslumbrante protagonista.
El libro comienza con una cita de la escritora brasileña Clarice Lispector: “Voy a contar lo que sucedió”. Y, a partir de allí, en un lenguaje de elevado nivel poético (que no obsta al crudo planteo de una relación materno-filial enfermiza), se van describiendo las alternativas que perturban la vida de una hija que pretende que su madre la ame, algo que esta no sabe, no puede o no quiere hacer.
La protagonista-relatora tiene una hermana, que es quien se hará cargo del cuidado de esa madre en su enfermedad terminal, una tarea que ella se siente incapaz de asumir. En el libro aparecen no solo lo subjetivo de esa relación: están también la militancia política de la protagonista en la década del ‘70, la represión, el miedo y la desprotección familiar en la coyuntura y su exilio, que le permite distanciarse de la relación perversa con su madre.
Para quienes no la conozcan, cabe señalar que María Negroni, hasta la aparición de El corazón del daño, había publicado numerosos libros de poesía y obtuvo en España con el más reciente, Utilidad de las estrellas, el Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, elegido entre ochocientos originales inéditos. Ese galardón implicó, además de una suma de dinero importante, la publicación del libro por la exquisita editorial valenciana Pre-Textos. En estos días, la autora está en España, presentando esa edición.
A veces la condición de poeta del autor agrega belleza a los textos narrativos escritos por cultores del género, quitándole fuerza al relato. Esto no sucede en El corazón del daño, que indudablemente cuenta, preservando un uso del lenguaje lindante con la poesía.