El éxodo cubano masivo a Miami empezó en 1959, cuando un sujeto, innombrable para muchos, de porte alto, barbas desaliñadas y uniforme verde militar, partió la historia de Cuba en dos. Aunque al principio la estancia en Miami se pensó breve y transitoria, la comunidad cubana pretendió emular la vida y costumbres que iban quedando atrás.
Llegaron a un área poco estimable, vecina de Coral Gables y el Downtown, donde se asentaban mayormente familias judías, que hoy conocemos como La Pequeña Habana. Los comercios que se establecieron en el barrio fueron fruterías, bodeguitas, lavanderías y también muchas cafeterías en las que se arracimaban las guayaberas: hacia finales de la década de los sesenta había trescientas sesenta y nueve, entre las que destacaba el icónico Versailles, que servía cerca de mil vasitos de colada todas las mañanas.
Mientras en las calles se vendía pan caliente, el Colegio Belén anunciaba sus matrículas abiertas, se jugaba dominó y, por las noches, un tal Willy Chirino coreaba sus primeras canciones; en los bares oscuros, a puertas cerradas, se transaba con toneladas de cocaína y se reclutaban futuros combatientes para la gran recuperación de Cuba, cuyo resultado fue el fatídico operativo que se conoce como Bahía de Cochinos.
El ambiente literario anglo local ha debatido más de una vez —el hispano es aún muy incipiente para entrar en esa discusión—, sin llegar a consenso, cuál podría ser “la gran novela de Miami”. Para quien escribe, es Continental Drift, de Russell Banks, sin embargo, otros no necesariamente comparten esta opinión. Les Standiford, una de las voces más autorizadas a tener en cuenta, con al menos media docena de títulos de ficción ambientados en Miami —la saga de John Deal—, compilador de la antología de cuentos Miami Noir, autor de libros de no ficción sobre la ciudad y fundador del programa de Creative Writing de la Florida International University, sostiene que la gran novela de Miami es 8th Street, de Douglas Fairbairn (Nueva York, 1926-Florida, 1997).
Fairbairn, quien vivió desde niño en el barrio de Coconut Grove, escribió varias obras muy diversas. Una ellas fue 8th Street (1977), una novela noir que narra la historia de Bobby Mead, un gringo propietario de un dealer de autos en la Calle 8, en el cual se comete un asesinato brutal contra uno de sus empleados. Desde entonces, Mead, víctima de extorsión por parte de la mafia cubana vinculada con negocios ilícitos y tráfico de drogas, es testigo de cómo esa comunidad va transformando el vecindario en una extensión de La Habana, a la vez que va urdiendo un plan para derrocar a Fidel Castro.
Mead vive en el Seabreeze Hotel y debe lidiar con el gueto en el que se ha convertido South Beach a raíz de la llegada de los marielitos, y también se enfrentará con su hija, quien enciende porros en la bohemia zona hippie de Coconut Grove, y da sus primeros pasos como actriz pornográfica.
La novela dice cosas como estas:
“Well, you live on South Beach, so you should be one thing or another, a Cuban or a Jew […]. I think I’ll be a Jew, Bobby said” (”Bueno, vives en South Beach así que tendrás que ser una cosa o la otra, un cubano o un judío (...) Creo que seré judío, dijo Bobby”).
“Look, get this trough your head, you are not going back to Cuba, there will never be an invasion of Cuba, the only Cuba you will ever see is the Cuba FC is going to create right here in Miami” (”Mira, que esto te entre en la cabeza, no vas a volver a Cuba, no habrá una invasión de Cuba, la única Cuba que verás será el Cuba FC que creará acá en Miami”).
“Now nobody wants to come to downtown any more. They tell you it’s like coming to a foreign country” (”Ahora ya nadie quiere venir al centro. Te dicen que es como entrar a un país extranjero”).
En su momento, 8th Street no atrajo tanta atención como otras piezas de Fairbairn, por ejemplo, sus memorias Down and Out in Cambridge o la aclamada Shoot, que el director canadiense Harvey Hart llevó a la pantalla. Incluso hubo quienes cuestionaron su credibilidad, pero más allá del debate sobre la gran novela de Miami, 8th Street es, sin duda, una obra que ha trascendido en el tiempo; es uno de los clásicos de la literatura local.