“No pasa un solo día sin que piense uno en Gabo y Mercedes y tenga uno conversaciones con los difuntos, muy intensas, a veces más intensas de lo que eran cuando ellos estaban vivos”, dice Gonzalo García Barcha, uno de los hijos del Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez. Y sigue: “Hay una cierta curiosidad de qué hubieran pensado ellos de esto que hemos armado nosotros ahora”.
Lo escucha su hermano Rodrigo García Barcha, conectado por videoconferencia desde California, este martes para presentar la novela póstuma de su celebrado padre: En agosto nos vemos, publicado por Penguin Random House, y que ya se encuentra en librerías. Y, quizá, con el deseo de sus hijos ―y de los lectores― de que también sea en septiembre, octubre, noviembre...
Ante la presencia de más de 50 medios acreditados en el Instituto Cervantes, en Madrid, y más de 180 periodistas de todo el mundo conectados vía streaming, los hijos del autor de Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, además de presentar el nuevo libro, profundizaron en detalles cotidianos junto al escritor, sus costumbres a la hora de escribir, cómo lo recuerdan y qué fue lo mejor de la relación con ellos.
“Tuvimos un padre muy presente, muy interesado en nosotros, que trabajaba en casa, entonces la cotidianidad era parte de todo”, recuerda Rodrigo sobre la infancia junto a Gabo y continúa: “Y, luego, en la adolescencia se nos dio mucha libertad”. A su vez, reconoce lo decisivo de haber crecido en un “mundo muy privilegiado en el sentido de poder viajar, conocer, estar rodeado siempre de grandes artistas, de grandes escritores”. “También estaba su preocupación porque su fama y su éxito no nos hundiera”, sentencia.
Y dice una frase sorprendente: “Oír hablar tanto de Cien años de soledad nos tenía hartos”.
Por su parte, Gonzalo señala que la pregunta sobre qué se siente ser hijo de Gabriel García Márquez y señala que la respuesta cambia con los años. “Coincido con Rodrigo que fue una persona que estuvo muy presente cuando uno lo necesitaba en la primera infancia, sin duda era una presencia cotidiana”.
Y agrega que " tanto Rodrigo como yo, nos fuimos de la casa temprano, en un momento oportuno, en donde nuestros padres empezaban un camino mucho más cosmopolita, viajaban mucho, tenían una agenda muy complicada, aunque siempre estaban pendientes”. Gonzalo introduce otra faceta del escritor: la de abuelo.
“Los precipitó a acercarnos otra vez como familia la oportunidad de tener a mis padres en calidad de abuelitos. Disfrutaron mucho su papel más hogareño, el de abuelos. Creo que toda la familia echa mucho de menos a Gabriel y a Mercedes”, dice.
“Era volátil en su forma de ser, y en sus actos cotidianos. Estaba en un lugar, luego estaba en otro, hablaba por teléfono, resolvía aquí, resolvía allá. Y si la paz en Colombia, que si la situación de América Latina. De pronto eso se detuvo y era el abuelo de la casa”, recuerda Rodrigo.
Sueños y tradiciones
Otra de las cuestiones sobre las que profundizan sus hijos es sobre el proceso creativo y las costumbres que tenía el Nobel colombiano a la hora de escribir. “El instinto formaba parte de la vida y de la obra de Gabo”, dice Rodrigo y aporta un detalle que, a su consideración predomina en sus trabajos.
“Gabo viene de una región de Colombia en donde, por ejemplo, los sueños son un un factor fundamental en la vida, sobre todo en la etnia guajira, con la cual él se identificaba mucho y con la que fue criado en sus primeros años”, cuenta y detalla que las premoniciones y las supersticiones también formaban parte de su universo.
Sin embargo, aclara que no quiere dar una imagen de García Márquez “totalmente mágica”. “Él era una persona muy, muy práctica”, caracteriza. También cuenta que una de las señales del deterioro y la vejez fue que no podía recordar los sueños que había tenido la noche anterior. ¿Por qué fue importante este detalle? Según Rodrigo, “los sueños que tenía cotidianamente lo ayudaban a resolver asuntos literarios en sus libros”.
Respecto a la obtención del manuscrito final de En agosto nos vemos, ambos hicieron hincapié en que no se agregó nada que no estuviera en las múltiples páginas que había dejado Gabo. La novela, cuentan, estaba dispersa en un número determinado de originales y completa. La edición, según cuenta Rodrigo, incluye cinco facsímiles de qué tipo de corrección estaba haciendo Gabo, los códigos de color que tenía para enrutar el tipo de corrección.
“Lo que ha hecho Cristóbal Pera es un trabajo más bien de arqueología, de recolectar entre todos los manuscritos y corroboración de datos”, señala Rodrigo sobre el rol que ocupó quien fue el editor de los dos últimos libros que García Márquez publicó en vida, sus memorias, Vivir para contarla, y la novela Memoria de mis putas tristes.
Además, cuenta que García Márquez “enseñaba el libro cuando él ya lo consideraba el 95 por ciento” y sigue: “Nadie leía lo que se llama work in progress y la que menos lo leía era Mercedes”. Con detalle, recuerda que su madre esperaba a tener el libro en sus manos para enterarse de qué iba el nuevo libro.
La que sí compartía algunas cuestiones creativas era la mítica agente literaria, Carmen Balcells. “Era una persona con mucha personalidad y creo que, cuando alguien es tan exitoso como Gabo, siempre viene bien que haya alguien que diga la verdad y diga realmente las cosas que le preocupan”, opina.
Respecto a En agosto nos vemos, sus hijos consideran que hace “un muy buen trío con sus últimas novelas, una coda” y señala que han tratado de no dejar cabos sueltos y que, con la publicación de esta novela, la totalidad de la obra de García Márquez está disponible para los lectores. ¿Qué podría pensar su padre sobre la publicación? Ante la consulta, Rodigro dice: “Siempre dijo ‘Cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran’. Entonces eso nos ayuda para dormir mejor”.
El país de las mujeres
“La que llevaba las riendas de la casa siempre fue Mercedes y cuando faltó Gabo, Mercedes adquirió una dimensión realmente descomunal”, revela Gonzalo sobre la vida cotidiana familiar y dice, contundente: “Gabo se consideraba feminista en la manera en que conducía su vida”. Y, aunque las mujeres no fueron las figuras centrales de su obra, en En agosto nos vemos, el universo femenino, el deseo, el placer, la libertad y la sexualidad son los protagonistas, impregnada de ambiente y carácter caribeños.
El 18 de marzo de 1999 los lectores de Gabriel García Márquez recibieron la feliz noticia de que el Nobel colombiano trabajaba en un nuevo libro, que en aquel primer momento había planteado como cinco relatos autónomos con una misma protagonista: Ana Magdalena Bach, una mujer de 40 años, que visita la tumba de su madre todos los fines de semana.
En agosto nos vemos es un libro que no se parece a ningún otro del universo del Nobel colombiano. Las oportunidades tardías, la liberación de los instintos, las recompensas y peajes de la infidelidad, la atracción y la sensualidad, el desasosiego y la culpa, pero sobre todo un canto a la excitante ingobernabilidad de la vida y el recordatorio de que tenemos el derecho a disfrutar en todas las etapas de la vida recorren esta historia llena de capas. “Nos gustaba mucho que fuera este personaje femenino una historia tan feminista”, dice Rodrigo.
“Admiraba a Virginia Woolf y a Mercè Rodoreda y las trataba con la misma admiración y respeto con el que trataba a muchos otros. También admiraba a Toni Morrison y Gabriela Mistral”, cuenta Rodrigo. También recuerda el rol fundamental de la madre, las abuelas y las tías de Gabo en su vida, “que termina reflejándose en la manera libre, independiente, de gran firmeza de carácter”.
Otra vez aparece Balcells que, junto a Mercedes, “lograron hacer un ambiente en donde uno se sentía dirigido por personajes femeninos y donde todo era muy cómodo y muy productivo y eso se refleja en la novela de ahora”, afirma.
“Tarde o temprano uno regresa a los padres”, dice Gonzalo. Y los lectores, volvemos a leer al suyo.