Hay gente que cuenta las calorías que consume a diario, la cantidad de ejercicio que realiza o la calidad de su sueño. Entonces, “¿no crees que también deberías poder controlar los tóxicos que te rodean?”, se pregunta la licenciada en Ciencias Ambientales Eva Liljeström en su nuevo libro, Un hogar (casi) libre de tóxicos.
La docente y activista española detrás del proyecto Casa sin Tóxicos -desde el que orienta a miles de familias en sus cambios de hábitos para mejorar su salud y evitar, o reducir la exposición a sustancias peligrosas- decidió plasmar su útil conocimiento en un libro con el fin de ayudar los lectores a mantener a raya “las sustancias nocivas que nos rodean” y dejar atrás (casi) todos esos tóxicos “invisibles pero dañinos”.
“Acostumbrados a querer un jabón que cada vez limpie más, una crema que huela mejor o una fruta que nunca se oxide, hemos abierto la puerta de nuestro hogar a miles de tóxicos que ponen en riesgo nuestro bienestar y el del medio ambiente”, escribe la autora.
¿Qué sustancias potencialmente peligrosas se encuentran usualmente en nuestros hogares? ¿Es posible combatirlas o eliminarlas? ¿Son tan nocivas las toxinas naturales como las artificiales? ¿Es cierto que hay productos de limpieza que podrían empeorar la situación? Todo esto y mucho más en Un hogar (casi) libre de tóxicos.
“Un hogar (casi) libre de tóxicos” (fragmento)
La toxicidad de una sustancia
Si te pones a buscar, encontrarás muchísimas definiciones de qué es un tóxico, pero te resultará más fácil de entender si te digo que es todo aquello a lo que nos exponemos que nos produce un daño. Y no sólo ha de ser una muerte inmediata o una enfermedad terminal, aunque también es una opción. Con que nuestro cuerpo manifieste una respuesta, ya sea picazón, irritación, náuseas o que se nos ponga la piel como un lagarto, ya nos está diciendo que algo no va bien.
Gracias a la experiencia de las personas y la confirmación por parte de la ciencia, sabemos que muchas de las sustancias que usamos en nuestro día a día, aunque no tuvieran el propósito de envenenarnos o enfermarnos, lo están haciendo. O que sustancias naturalmente presentes en la naturaleza, que se han usado para fines como conducir el agua o dar color al maquillaje, han resultado ser la razón por la que la salud de millones de niños del mundo se ve comprometida por un elemento común, como en el caso del envenenamiento por plomo.
La diferencia entre los tóxicos de origen natural y los de origen sintético es que los segundos se producen en grandísimas cantidades, con las consecuencias que esto conlleva (emisiones, vertidos...), mientras que los primeros ya formaban parte del planeta.
La toxicidad es la capacidad de una sustancia para producir efectos perjudiciales e incluso letales en el organismo. Actualmente existe cierta incertidumbre con respecto a los efectos, ya que algo que puede ser inocuo para una persona puede ser letal para otra.
El que algo sea tóxico depende de muchísimos factores:
♦ La dosis. No es lo mismo comerse una ración de coliflor que comerse una coliflor entera — y eso que es un alimento muy saludable, siempre y cuando no tengas una intolerancia, en cuyo caso sería tóxica para ti—, pero, cuando te comes una coliflor cocida de cabo a rabo, te prometo que no se te olvida jamás de los jamases (la culpa la tuvo una salsa de alcaparras, que la hacía tremendamente irresistible). Y, ojo, que ya hemos comentado que la dosis ¡no siempre hace al veneno! Esto es algo que hay que tener en cuenta para los disruptores endocrinos, que ya te hacen la puñeta a dosis superpequeñitas.
♦ Duración de la exposición. Tampoco es lo mismo encerrarse en una habitación recién pintada durante tres horas que pasear por tu barrio y exponerse durante unos segundos o minutos a un lugar donde están pintando una fachada.
♦ La ruta o vía de exposición. Depende del ambiente en el que te encuentres, de cómo interactúas con él y de a través de qué te expones a esa sustancia.
¿Cómo se sabe si una sustancia es tóxica?
Ésta es la madre de todas las preguntas. Y la respuesta es que no es fácil predecirlo. De ahí que sea tan complicado dilucidar si los cientos de miles de sustancias o agentes ambientales a los que nos exponemos en nuestra vida lo son o no.
Sólo hay tres maneras de saber si ese «ingrediente raro que nos inquieta» o ese «olor extraño que acabamos de inhalar» es tóxico o no:
1. Que haya un historial en el pasado de casos de intoxicación.
2. Que se hayan realizado ensayos experimentales con animales y plantas.
3. Por último, pero disponible en muy contadas ocasiones debido a las implicaciones legales y éticas que conlleva, que se haya realizado experimentación con humanos.
Así que, normalmente, se averigua la toxicidad de una sustancia recurriendo a casos anteriores de intoxicación para obtener de esta manera datos de toxicidad estimada, como sería el ejemplo de personas embarazadas y bebés.
En mis tiempos mozos tuve la oportunidad de conocer a un chaval que se prestaba a ensayos clínicos con medicamentos a cambio de una remuneración económica. Por aquel entonces, estudiábamos en la universidad y, en los paneles de anuncios de la facultad, te encontrabas carteles para compartir piso, acudir a beber una cerveza inagotable a precio de risa en un bar, donar esperma u óvulos o someterte a ensayos clínicos como un conejillo de Indias. Cuando eres jovencísimo e inmortal, no caes en la cuenta de las posibles consecuencias futuras de algunas decisiones que puedas tomar por tener un dinerillo rápido.
Somos seres absorbentes
Está más que demostrado que los seres vivos interaccionamos con todo cuanto nos rodea. Esto quiere decir que absorbemos sustancias del medio en que nos encontramos, ya sea a través del tacto, la respiración, la alimentación o la hidratación. Eso logra que sobrevivamos, pero también puede hacernos enfermar si las sustancias que asimilamos en nuestro organismo son dañinas.
¿Cómo se introducen los tóxicos en nuestro cuerpo?
Vamos a ver las tres vías de exposición por la que los tóxicos llegan a nuestro organismo: la piel, el sistema digestivo y el sistema respiratorio.
La piel
La piel nos protege de los contaminantes externos, ¡pero esto no impide que se puedan absorber algunas sustancias tóxicas! Es muy importante tener en cuenta que, si tenemos una lesión en la piel, como una herida o arañazo, va a ser supersencillo que el tóxico en cuestión se absorba por contacto.
Pero ¿si no tengo lesiones en mi piel, me libro de absorber «cositas»? Pues siento decirte que no. Hay sustancias tóxicas que atraviesan lo que haga falta, como por ejemplo:
♦ Tóxicos liposolubles (son solubles en grasas). Se absorben a través de las glándulas sebáceas de la dermis. Son, entre otros, insecticidas organofosforados, organoclorados o disolventes de grasa.
♦ Tóxicos hidrosolubles (son solubles en agua). Aprovechan como vías de entrada los folículos pilosos (por donde sale el pelo) o las glándulas sudoríparas (por donde expulsamos el sudor).
Para la mayoría de los casos, a la más mínima sospecha de contacto por accidente de una sustancia tóxica (por ejemplo, un pesticida o un producto de limpieza fuerte) con nuestra piel u ojos, nos despojaremos de la ropa y lavaremos con abundante agua. Si te han fumigado por accidente en verano, puedes hacerte una idea de lo que te cuento, porque no es nada agradable.
El sistema digestivo
Aunque el sistema digestivo nos protege de las toxinas ingeridas, suele ser la vía más frecuente de intoxicaciones voluntarias, accidentales y criminales. También es la vía de entrada de los contaminantes ambientales que podemos ingerir a través del agua o los alimentos.
Una respuesta rápida que tiene nuestro cuerpo ante esta exposición es la eliminación de estas sustancias a través del vómito o una excreción rápida, como sería el caso de una diarrea. Sin embargo, el riesgo de absorción de las sustancias que pasan a través de nuestro tubo digestivo, cuyo recorrido se inicia en la boca y acaba en el ano, existe y depende de:
♦ La concentración (cantidad) que hayamos ingerido.
♦ La solubilidad de la sustancia. Si es muy soluble, la absorberemos mejor. No es lo mismo comerse una cucharada de tierra a pelo que diluir esa cucharada en medio litro de agua, porque la tragarías mejor.
♦ La superficie de absorción. Al tener una superficie de absorción diez veces mayor, el duodeno va a absorber más sustancia que el estómago.
♦ Estado de repleción gástrica. Si los tóxicos compiten contra los alimentos, como cuando tu estómago está lleno, se absorberán peor. De ahí que nuestros padres no nos dejaran salir de copas con el estómago vacío.
♦ Tamaño molecular. Una molécula grande se absorbe peor que una molécula pequeña. Y ahí es donde entra el arte de nuestros sanitarios a la hora de una emergencia por intoxicación. Si consiguen que el tóxico se una a otra sustancia que la convierta en una molécula más grande, retrasará su absorción.
♦ Si hay una buena vascularización (un buen riego sanguíneo), será mucho más fácil que las toxinas atraviesen la mucosa y pasen al torrente sanguíneo.
♦ Velocidad de tránsito. A mayor rapidez de tránsito intestinal, habrá menor contacto con la mucosa y, por lo tanto, menor absorción. De ahí la importancia de ir bien al baño cada día y evitar los «atascos en las tuberías», que siempre generan problemas.
♦ Interacción con otras sustancias que faciliten o dificulten la absorción.