Desde hace casi cincuenta años, el helicóptero se ha convertido en el símbolo que anuncia la caída de un gobierno. Es una imagen a la que se vuelve con ironía y mordacidad cada vez que un presidente se muestra titubeante o débil. Su primera aparición en la vida política del país fue el 24 de marzo de 1976. Allí está la foto icónica en la que se ve a unas veinte personas agolpándose sobre uno de los lados de la Casa Rosada mientras miran hacia arriba, hacia el helicóptero en el que viaja María Estela Martínez de Perón, Isabel. Para entonces ella ya era ex presidenta, pero ni los unos en la calle ni los otros en el aire lo sabían.
Había pasado casi una hora desde la medianoche, y el vuelo debía cumplir con la rutina de transportar a la presidenta hacia la residencia de Olivos. Pero los pilotos tenían la orden secreta de llevarla a otro lugar. Con la excusa de una falla mecánica pusieron rumbo a Aeroparque y así comenzó el golpe. Sola —apenas con un par de hombres fieles a su investidura— y con un arma en la cartera, Isabel entendió que iba a tener enfrentarse a los oficiales de la Marina que la estaban secuestrado, pero entendió también que la suerte estaba echada.
A caballo entre la investigación periodística y el thriller histórico —y con un mecanismo que recuerda a Anatomía de un instante, de Javier Cercas— Isabel, el nuevo libro de Facundo Pastor, reconstruye ese viaje y esa noche que partió la Historia argentina en dos. “El momento en que despega el helicóptero de la Casa Rosada”, dice el autor en diálogo con Infobae Leamos, “es el inicio de la tragedia argentina. La dictadura cívico-militar formalmente arranca en el aire”.
—Desde siempre se la miró con prejuicios a Isabel Perón: era la “Perona” o la mujer que decía “No me atosiguéis”. Pero con Una casa sin cortinas, el documental de Julián Troskberg, y ahora con tu libro: ¿hay una recuperación de su figura?
—Si el concepto de recuperación se acerca a reivindicación, no es mi caso. Yo creo que es una figura incómoda. Hay una búsqueda sobre el enigma de su silencio para entender qué pasó en la previa de ese golpe. Cuál fue su responsabilidad en los decretos que anticiparon a la aniquilación de las organizaciones de izquierda…
—Pero ella no los firmó.
—No, pero se firmaron en el marco de su gobierno. Es cuando ella pide licencia y se va a Ascochinga. Es necesario hablar de Isabel porque es necesario hablar de ese momento. La figura de Isabel, insisto, es una figura olvidada por el pueblo argentino, incómoda incluso para el propio peronismo: ¿dónde la ponen a Isabel?, ¿dónde se ubica? De hecho, creo que es muy paradójico que haya gente que no sepa que ella está viva.
—Varias veces decís en el libro que ella escuchaba voces en su cabeza: ¿Isabel era una mujer enferma?
—Yo creo que los meses finales fueron muy vacilantes para ella. Por supuesto, la muerte de Perón fue un golpe tremendo. Pero también la salida de López Rega de la Argentina en agosto del 75 fue casi el final. Después vino septiembre, octubre, noviembre, la licencia en Ascochinga, el verano. ¿Qué la sostenía a ella? Nada. Esas voces en su cabeza, esos pensamientos vacilantes, los datos de su salud que aparecen en algunos informes de los militares cuando intenta suicidarse en la base naval de Azul… ¿Podemos hablar de una persona enferma? Eso lo dirá un médico. En términos políticos podemos analizar la idea de un liderazgo muy frágil y de una persona con una fragilidad extrema.
—Otra cosa para destacar es cómo hablás del silencio de Isabel, pero después de la dictadura tuvo una vida política. A principios de los 80, Jorge Paladino decía que ella seguía siendo la presidenta del partido. Y más adelante, algo a lo que también hacés referencia, acompañó la campaña de Menem. ¿Qué pasó en los años 90, que hizo que desapareciera de la vida pública y no diera más entrevistas a la prensa?
—Ese es el gran enigma del personaje. Por eso el libro tiene la bajada “Lo que vio, lo que sabe, lo que oculta”. Así como en Emboscada, mi libro anterior, el enigma era dónde está el cuerpo de Walsh y dónde están los cuentos que los marinos robaron, acá el enigma que persigo es el silencio. ¿Qué vio? ¿Qué sabe? ¿Qué oculta? Es la mujer que vivió veinte años al lado de Perón. Es la mujer que vivió más tiempo con él y que convivió con él hasta su muerte. Yo creo que tuvo el intento de reinsertarse en la vida política, pero nunca hizo a pie en la política argentina. Ni como presidenta, ni como ex presidenta. Y creo que el suyo es un exilio de silencio más obligado que voluntario.
—Las personas que la rodean hoy ¿imponen ese silencio? ¿La acompañan, la aíslan?
—Tiene un entorno muy chico. Su sobrina y un abogado. Yo creo que, con sinceridad, la acompañan con amor y compromiso. La cuidan, la protegen mucho. A Isabel le hace muy mal hablar de lo que significaron esos años donde estuvo presa, lo que en el libro nombro como “El Infierno”. Hablamos de una mujer de 93 años que paradójicamente termina sus días viviendo como en el inicio de su presidio. Casi sin contacto con el afuera, incluso sin el brillo del sol.
—Eva, Isabel, Cristina: las referentes femeninas del peronismo siempre fueron muy atacadas. Cristina, es cierto, tuvo un recorrido distinto, pero ¿por qué pasa eso?
—Atacarlas a ellas es también atacar a los emblemas que el peronismo ha tenido a lo largo de toda su historia. ¿Por qué lo hacen? Habría que preguntárselo a los que las atacan. Quizás tenga que ver con el derrotero de la primera figura emblemática del peronismo que ha sido Evita, con todo lo que sabemos que pasó con su cuerpo. José Pablo Feinmann decía que el peronismo es una persistencia argentina. Quizás también sea una persistencia el antiperonismo y el ataque sistemático contra las figuras femeninas.
—¿Cómo esperás que este libro dialogue con otros libros sobre el peronismo?
—Isabel es un personaje tan controvertido que seguramente generará una discusión. Teniendo en cuenta el rol que había tenido cuando negoció con los militares el exterminio de las organizaciones de izquierda y que luego tuvo que enfrentarse a los mismos militares que, de alguna manera, buscaban su extinción. Me parece imposible que haya un diálogo de libros peronistas sin la figura de Isabel.
—El libro es a la vez la historia de Isabel y la de la investigación. Pero ¿cómo fue esa investigación?
—Yo venía de Walsh y caí en Isabel. Me costó encontrar el camino narrativo, porque siempre que iba a buscar cosas de Isabel terminaba en Perón. Entonces tenía que concentrarme mucho en eso. Quizás me ayudó haber achicado el período, y que la línea de tiempo empezara el 24 de marzo del 76. Pero también era inevitable contar cómo conoció a Perón y ahí tuve que ir para atrás. Trabajé en hemerotecas y hablé con gente que la conoció. Pero ahí hay algo que quiero destacar: me pasaba recurrentemente que salía de una entrevista y me preguntaba si esa persona con la que había hablado realmente la había conocido. ¿Se puede decir que alguien verdaderamente conoció a Isabel? Es posible que haya habido solo dos personas: Perón y López Rega.
—¿Cómo fue el paso de escribir sobre Rodolfo Walsh, alguien que encarnó la lucha armada, a Isabel, la persona con las que se sientan las bases de la Triple A?
—Llego a Isabel por la foto del helicóptero. Esa imagen que hemos visto replicada mil veces. Vuelvo al comienzo de la entrevista: cada vez que la miraba decía: “Este es el instante del comienzo de la tragedia argentina”. ¿Cómo se gestaron esos minutos previos a la dictadura? Ella estaba ahí, ella vio todo. Isabel tuvo la oportunidad de negociar con los militares, que le estaban ofreciendo un salvoconducto y no lo hizo. La figura de Isabel, por supuesto, es muy distante y muy distinta a la de Walsh. Pero leí hace poco algo que publicó Martín Rodríguez, que me pareció maravilloso: “Hay una olvidada que vive”. Eso, de alguna manera, hace de Isabel una figura walshiana.
—En el libro hay mucha presencia Massera y poca Videla. De hecho, Videla no aparece mencionado. ¿Por qué?
—Porque el vínculo de Isabel con Massera fue especial. Él participó en la caída de Isabel enviando un espía de la Marina. Pero, al mismo tiempo, cuando se enteró que ella no la estaba pasando bien en el Messidor intervino y, bajo su estricto control, la llevó a la base naval de Azul. Y más tarde, continuó hablando con ella desde el exilio. Massera tenía la idea de convertirse en el próximo Perón y acceder a la presidencia por el voto popular, y sometió a muchos sobrevivientes de la ESMA a hacer trabajo esclavo para su proyecto político. Y un par de veces viajó a Madrid a encontrarse con Isabel. Sería muy simple decir que él tenía una relación amor-odio con ella, pero sí tenía una obsesión tremenda con el peronismo y en la figura de Isabel encontraba una conexión —para mí errática— con el hombre con el que ella había convivido los últimos veinte años de su vida.