¿De cuántas versiones está hecha una vida? ¿Cuántos relatos componen algo cercano a la totalidad de quiénes somos o quiénes fuimos? ¿Qué forma adquieren estos relatos cuando intentan reponer la complejidad del ser artista?
La novela El mundo deslumbrante, de la magnífica autora norteamericana Siri Hustvedt, entiende estas problemáticas como material esencial y constitutivo de la ficción. El libro, que tiene la forma de una muy particular biografía, pone en escena la difusa línea que divide la realidad de la ficción en un relato que desborda ingenio y originalidad.
Como suele suceder con la ficción más transgresora, es difícil hablar del argumento sin caer en la simplificación. Es por esto que la cita con la que abre la novela parece un buen punto de partida: “Todas las creaciones artísticas (...) tienen mejor recepción en la mente de las masas cuando estas saben que detrás (...) se encuentra una polla y un par de pelotas”.
Esta cita se le atribuye a Harriet Burden, una artista olvidada e invisibilizada por el canon y la escena artística neoyorquina de los años ochenta, liderada en su mayoría por artistas masculinos. En teoría, está extraída de una carta de un tal Richard Brickman, que rápidamente entendemos es uno de los tantos seudónimos que la misma Burden utilizaba para escribir sin ser reconocida.
Sigue: “A finales de los años noventa, Burden inició un experimento que tardó cinco años en completar (...) se valió de tres hombres que le sirvieron de fachada para presentar su propia obra”. La novela, en resumidas cuentas, será una suerte de investigación sobre este experimento: ¿cómo logró Burden presentar tres exposiciones en distintas galerías neoyorquinas bajo diferentes nombres, todos masculinos, sin que nadie supiera que ella era la verdadera artista detrás de las obras? En este gesto de seudónimos, experimentos, citas y engaños encontramos la clave de lectura de todo el relato.
Lejos de tener una estructura lineal y sencilla, la novela se vale de la forma del collage, el rompecabezas o el laberinto y, al mejor estilo borgeano, todo se va construyendo a través de escritos heterogéneos de narradores por momento poco confiables, que funcionan como pequeñas historias dentro del gran relato. Estos escritos son, en principio, los diarios íntimos de la misma Burden, pero también se nos presentan entrevistas realizadas a otros artistas, declaraciones escritas de sus familiares, transcripciones y críticas entre otros.
Todos estos funcionarán como fuentes para descubrir quién fue Harriet Burden, cuál fue su obra, por qué no fue apreciada por sus contemporáneos o por la crítica del momento y qué pasó realmente con las exposiciones. No está de más decir que las tres exposiciones artísticas están descriptas con un nivel de detalle que realmente parecen extraídas de la realidad, con descripciones que nos harán sentir espectadores de grandes gestos en este mundo que es y no es el nuestro.
A medida que transcurre la historia, el tono se vuelve más oscuro y las obsesiones de los diferentes artistas involucrados en los experimentos se profundizan junto con la lucha de egos y la paranoia. Las versiones empiezan a contradecirse y, como lectores, ya no sabemos a quién creerle o cuál es la verdad, si es que existe una cosa parecida. Estos misterios que se van plantando junto con una muerte (¿o un suicidio?) hacen que la novela por momentos adquiera el tono del policial y que, más que una biografía, en realidad parezca la antesala de una biografía en vías de construcción, repleta de preguntas sin respuesta.
El mundo deslumbrante tiene algo para todos: biografía, ficción, laberinto borgeano, juego de máscaras y también un interesante cruce con el ensayo, género que Hustvedt maneja a la perfección. Por más que la historia de Harriet sea efectivamente una obra de ficción, la autora logra entremezclarla con datos extraídos de la realidad y con reflexiones en torno al mundo del arte. En este gesto, y este a su vez es el objetivo del experimento de Burden, logra demostrar que el mundo masculino hetero cis lleva años (sobre todo, pero no exclusivamente, en las décadas del ochenta y noventa, que es cuando la novela se sitúa) ocupando un lugar central en el mundo del arte mientras que otras voces han sido marginalizadas, ignoradas o acalladas.
Harriet se encarga de traer a sus conversaciones nombres como el de Camille Claudel, Dora Maar o Artemisia Gentileschi. ¿Qué tienen en común estas mujeres? En principio, todas fueron artistas poco apreciadas en su tiempo, y más bien conocidas como “amantes de” o “hijas de”, viviendo bajo sombras masculinas absorbentes y enloquecedoras en lugar de ser reconocidas por su propio talento artístico. Claudel es conocida como la amante de Rodin; Maar, de Picasso; y Gentileschi, como la hija de Orazio Gentileschi. ¿Y Harriet Burden? Cuando su esposo vivía era conocida por ser esposa de un reconocido y exitoso marchante, Félix Lord, pero nunca destacada por su propio talento.
A través de estas figuras, la novela explora la complejidad de vivir eclipsada por la fuerza totalizadora de las voces masculinas y por un discurso que minimiza la capacidad femenina y evidencia el mal que aqueja a la sociedad patriarcal de no poder ver el arte en los lugares indicados. Luego de la muerte de su marido, Harriet logra emanciparse por completo e inicia su proyecto de las máscaras, del travestismo de identidades, de los seudónimos y laberintos, y es allí cuando da inicio a la liberación del cuerpo y del peso del nombre.
Lo que propone Hustvedt es un ejercicio narrativo, una novela extremadamente contemporánea con múltiples caminos, una aventura inabarcable repleta de intertextualidad que se ubica en el límite donde la ficción y la realidad se encuentran y hacen estallar todo lo conocido. La historia posee un tinte feminista innegable, pero ni por un instante cae en el lugar cómodo de ser panfletaria o en lo tedioso de la linealidad y del feminismo como un terreno aproblemático.
Más bien, todo lo contrario: mientras que logra plasmar su crítica al mundo del arte y al sistema patriarcal, también nos brinda una clase magistral sobre polifonía y forma narrativa, y sobre cómo construir una voz propia, sofisticada, que habla sobre lo importante sin resultar repetitiva en estos tiempos de exceso de información, e irónicamente sobresimplificación, en los que vivimos.
En esta forma tan compleja y embriagante, los caminos se confunden, las identidades se entrelazan, las máscaras se intercambian y la narración se vuelve un constante ir y venir que nos deja con más preguntas que certezas. Siri Hustvedt nos da así la bienvenida a un mundo que es, indudablemente, deslumbrante y somos afortunados de poder entrar a las exposiciones artísticas disruptivas, queer y desafiantes que ha construido para nosotros.