Había algo que a los hermanos Grimm les apasionaba: escuchar historias. Esas que se cuentan oralmente, las que pasan de boca en boca, las que se heredan. Esas narraciones que, en definitiva, van tejiendo una identidad a través de relatos. Pero algo más: también son un fiel retrato de la época.
Los cuentos de los hermanos Grimm, como los famosos Hansel y Gretel, La Cenicienta, Blancanieves, La bella durmiente y Rapunzel, entre otros, son producto de esa escucha. Pero la vida no era color rosa en aquel entonces y los cuentos Jacob y Wilhelm estaban fuertemente anclados en las problemáticas sociales del momento. Hambre, infanticidio, violencia, pobreza y contenido sexual eran elementos frecuentes en los cuentos originales.
Ese tono oscuro e incluso aterrador de las historias originales, difieren considerablemente de las versiones suavizadas que llegaron a los lectores hasta nuestros días. Adaptados a más de 100 idiomas, con incontables ediciones y adaptaciones a la pantalla grande, también fueron parte de la propaganda nazi.
Pero Jacob y Wilhelm Grimm fueron mucho más que hermanos que se dedicaron a recopilar historias. Considerados como los padres de la filología germánica, construyeron un método de recopilación y análisis de relatos populares y publicaron numerosos libros.
Por ejemplo, el Diccionario alemán, un diccionario etimológico de más de cuarenta volúmenes, y otras obras magnas como la Historia de la lengua alemana y después una Gramática alemana en cuatro volúmenes. En ese sentido, los hermanos Grimm están entre los fundadores de la lingüística moderna.
Volvamos a la crudeza de sus relatos. Ellos vivieron la dificultad en primera persona.
Una infancia difícil
Jacob y Wilhelm Grimm nacieron el 4 de enero de 1785 y el 24 de febrero de 1786 (un día como hoy pero hace 238 años), respectivamente, en Hanau, en la provincia de Hesse, Alemania y fueron los mayores de seis hermanos. Y una cuestión del destino hizo que se volvieran muy unidos, con una relación afectuosa para toda la vida: la poca diferencia de edad entre ellos.
Su padre, Phillip, era abogado y pastor de una iglesia calvinista, y su madre, Dorotea, encargada de la crianza. Si bien nacieron en una familia burguesa, su infancia tuvo dificultades y las cosas cambiaron.
En 1796, su padre fue trasladado a otro pueblo para cumplir con sus tareas de funcionario. Falleció y dejó a la familia en una grave situación económica. Los hermanos Grimm sabían cuando escribían de hambre y pobreza.
Sin embargo, la determinación y el apoyo mutuo entre los hermanos les permitieron continuar con sus estudios. Wilhelm y Jacob estudiaron derecho en la Universidad de Marburgo, donde ambos se sintieron fascinados por la historia y la cultura alemanas, influenciados por su profesor Friedrich Carl von Savigny, quien promovía el estudio del pasado alemán como fuente de identidad nacional. Allí también iniciaron una intensa relación con el poeta y folclorista Clemens Brentano, quien los introdujo en la poesía popular.
La invasión napoleónica a Alemania, que comenzó en 1806, trajo importantes cambios políticos y culturales. Esos años del dominio napoleónico implicaron cambios para la familia Grimm: su madre falleció en 1808 y Jacob quedó como proveedor de la familia. Wilhelm, por su parte, padecía asma y problemas cardíacos.
Cuando sucedió la retirada de las tropas napoleónicas, en 1813, los hermanos Grimm volvieron a centrarse en el interés de los cuentos populares. Para ellos, estas narraciones tenían un valor único, de verdaderos relatos humanos y universales.
Más allá de sus contribuciones literarias, Wilhelm y Jacob desempeñaron roles académicos y bibliotecarios significativos, primero en Kassel y luego en Gotinga. Y tal fue el nivel de estudio que formaron parte de la Academia de Ciencias y recibieron soporte para continuar sus investigaciones folklóricas y lingüísticas.
Los verdaderos relatos humanos son historias crudas. Y los hermanos Grimm lo supieron muy bien.
Hambre, pobreza y abandono infantil
El 20 de diciembre de 1812 se publicó la primera edición de Cuentos para la infancia y el hogar, una selección de crudos relatos, recopilados de la tradicción oral alemana y considerados entonces por los ingleses como un reflejo de la maldad alemana.
¿Por qué? Lejos de ser las versiones “suavizadas” que son frecuentes hoy, los relatos hacían crudas referencias al hambre, la pobreza, el abandono infantil o los abusos de poder. El libro contenía 86 cuentos, provenientes de la tradición alemana y europea y tenían una particularidad: eran descarnados.
Estos cuentos contenían historias con elementos perturbadores relacionados con la violencia, el infanticidio, y contenido sexual explícito que fueron suavizadas en ediciones posteriores para hacerlas más apropiadas para niños. Los cuentos del libro original, hoy propiedad de la biblioteca de la Universidad de Kassel, fueron incluidos en el Programa Memoria del Mundo de la Unesco en 2005.
Historias como Hansel y Gretel, Blancanieves, y Rapunzel inicialmente incluían episodios de crueldad extrema y dilemas morales oscuros que fueron adaptados al contexto cultural de aquel entonces.
En el año 1815, se lanzó el segundo volumen que incorporaba 70 nuevas historias al proyecto. Estas narrativas fueron recopiladas de diversos contadores de historias y escritores alemanes, destacando la contribución significativa de Dorothea Viehmann, reconocida narradora de cuentos tradicionales. Además, se incluyeron relatos de ediciones previas de Charles Perrault, Johann Karl August Musäus, y Benedikte Naubert.
Madres despiadadas y venganzas crueles
Por ejemplo, en Hansel y Gretel el personaje de la madre se convirtió en una madrastra ―en el siglo XIX no podían aceptarse estas madres despiadadas, que no coincidían con la imagen de la madre de la época―. Esto mismo sucedía en el cuento original de Blancanieves, pero la competencia no era por hambre sino de tipo sexual: el personaje quería acabar con la vida de la joven y bella hija.
Volvamos a Hansel y Gretel. Allí hay otro elemento clave: la falta de comida. En la versión original del cuento, la madre intentaba matar a sus hijos para evitar el hambre de ella y de su marido y la bruja construyó su casa de alimentos para atraer a los niños en pos de su dieta.
Este cuento de origen popular da cuenta de cómo los seres humanos mostraban con frecuencia su lado más monstruoso, recurriendo en algunos casos incluso al infanticidio de sus propios hijos o a la antropofagia en otros. En Rapunzel había algo similar: la joven fue entregada a una bruja por sus propios padres a cambio de alimento. Las necesidades de la época aparecían muy claras.
Lo sexual, de nuevo presente: la bruja mantuvo a Rapunzel encerrada en una torre, aislada, hasta que un príncipe escuchó su canto. Las visitas nocturnas no tardaron en llegar, escalando la famosa trenza. ¿El resultado? La joven queda embarazada de gemelos.
Uno de los más inquietantes es Blancanieves. En la versión orginal de 1812, la madrastra es, en realidad, la madre biológica de Blancanieves, lo que hace que su intención de asesinarla y comerse sus órganos hervidos en sal parezca todavía sea perturbadora. Pero ahí no termina el impacto: el espíritu vengativo no estaba en los planes de la madrastra, que pagó su maldad.
Cuando Blancanieves fue “feliz para siempre” junto al príncipe, idearon juntos la venganza y se lee: “antes de ser felices y comer perdices, pusieron un par de zapatos de hierro al fuego y se los calzaron a la madrastra obligándola a bailar, sufriendo terribles quemaduras, hasta la muerte”.
En La niña sin manos, un molinero hace un trato con el diablo para salir de la pobreza. A cambio, deberá cortar las manos a su hija. Como, además, el diablo le amenaza con llevárselo al infierno, el molinero termina obedeciendo y mutilando a la niña.
Los ejemplos son interminables.
El legado
En las sucesivas reediciones ―que ya eran un éxito― los Grimm adaptaron los pasajes más escabrosos y violentos para hacerlos más aptos para todo público. Pero el espíritu de crítica social permaneció en esencia, transmitiendo los valores humanistas de los autores. Sufrieron censura en Estados Unidos, y los maestros, padres de familia y figuras religiosas repudiaron los cuentos debido a su crudo contenido, que traía las atrocidades de la cultura medieval. Así, debieron adaptar las historias hasta convertirlas en cuentos para niños.
En 1825 apareció Pequeña edición (Kleine ausgabe), un tercer compendio de 50 cuentos de hadas de los hermanos Grimm adaptados a un público infantil. Este tercer volumen fue tan exitoso que entre el año de su aparición y 1858 existieron diez ediciones sucesivas.
Según explica Bruno Bettelheim en su reconocido libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Freud afirmó que el hombre sólo logra extraer sentido a su existencia luchando valientemente contra lo que parecen abrumadoras fuerzas superiores.
Este es precisamente el mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los niños, de diversas maneras: que la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana; pero si uno no huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso.
Los cuentos recopilados por los Grimm no solo servían de entretenimiento; también reflejaban las esperanzas, miedos y valores de la sociedad de su tiempo. Temas universales como la pobreza, la injusticia, el valor del ingenio y la bondad frente a la adversidad, los cuentos interpelan en tiempo presente.
A través de sus obras, los Grimm demostraron cómo la literatura puede funcionar como un espejo de la sociedad, revelando aspectos profundos de la psiqué humana y de la estructura social.