Monsieur Jourdain -el protagonista de El burgués gentilhombre, la pieza teatral de Molière- se sorprende gratamente cuando su preceptor, que trata de instruirlo para que pueda integrarse a una clase social superior a la de su proveniencia, le revela que habla en prosa.
Y con relación a estas columnas, me sorprendo al notar que todas fueron dedicadas a obras en prosa. Hoy, le llega el turno a la poesía: voy a hablar de Paroles, el hermoso volumen del francés Jacques Prévert, autor además de las letras de inolvidables canciones como, por ejemplo, “Las hojas muertas”.
Paroles se publicó originalmente en francés en 1945; en 1969 Lawrence Ferlighetti lo tradujo al inglés y en castellano la primera edición apareció con el sello Libros del Mirasol, en traducción del poeta surrealista argentino Juan José Ceselli. Hay reediciones posteriores en castellano: la de Lumen, en traducción de Federico Gorbea y la de Octaedro, que es la que se puede conseguir actualmente.
El título fue traducido literalmente como Palabras, siendo que el sentido en francés es el de “letras” (de canciones).
Se cuenta una pequeña historia detrás de por qué Ceselli (que no sabía francés), fue elegido por Prévert para traducir este y otros de sus libros: parece que Picasso, obviamente bilingüe y amigo de Prévert, había leído algunos poemas traducidos por Ceselli y le había dicho al autor que esas traducciones eran incluso mejores que los originales.
Hay textos de ese libro -que integraba el botiquín literario de emergencia de mi generación- que podría citar de memoria medio siglo (o más) después de haberlos leído: “Tres fósforos encendidos en la noche: el primero para ver tus ojos, el segundo para ver tus labios, el tercero para ver tu rostro todo… y toda la oscuridad para recordarte…”, o “Dios a Adán y Eva en el Paraíso: ‘Continúen, continúen, hagan como si yo no existiera’ “.
Puesto a evocar otros títulos de ese botiquín, mencionaría en no ficción El arte de amar y El miedo a la libertad de Erich Fromm y Las palabras de Sartre. En narrativa, Sobre héroes y tumbas de Sábato; Rayuela de Cortázar y Mis gloriosos hermanos de Howard Fast. A los poemas de Prévert habría que sumarles los de 20 poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, y varios de García Lorca y Miguel Hernández. Creo que sería difícil en nuestros tiempos encontrar libros con similar presencia generacional.
Ceselli, dueño de una pequeña fábrica de juguetes, se hizo conocer como poeta a partir de Los paraísos desenterrados, un pequeño volumen de poemas publicado originalmente por Sudamericana en 1966 y reeditado por mi editorial De la Flor, en 1972, luego de que yo conociera personalmente al autor. Habíamos comprado los derechos de traducción al castellano de Fatras, un libro de Prévert que reunía pomas, textos en prosa y collages y él había exigido por contrato que fuera traducido por Ceselli. El título, que optamos por dejar en francés ante la imposibilidad de encontrar un buen sinónimo en castellano, significa algo así como bric-à-brac, batiburrillo, cambalache, acumulación de cosas.
Como Ceselli demoraba en su tarea más de lo previsto, comencé a visitarlo los domingos hacia el fin de la tarde para acelerar la finalización, en la que finalmente colaboró Rafael Delgado. Su casa, muy modesta, tenía una dirección que se convirtió en el título de uno de sus libros: La Selva 4040, algo que debió haber tenido resonancias surrealistas enigmáticas para quienes ignoraran que era simplemente un dato de domicilio.
Sumergirse en la lectura de Paroles puede significar aun hoy un viaje por la poesía sin sofisticaciones innecesarias; una hecha con el lenguaje cotidiano que adquiere resonancias diferentes al ser utilizado con maestría. Eso mismo sucede con la poesía coloquial del gran poeta argentino Francisco “Paco” Urondo, que afirmó en un verso: “Lo digo sin jactancia: la vida es lo mejor que conozco”.
Sugiero embarcarse en este navío de Prévert y dejarse llevar, con “Les feuilles mortes” de música de fondo.