“Me pido un recuerdo que me sostenga. Mi hijo tiene 12 años. Yo camino por el río con el agua por las rodillas (…) en el lecho hay piedras. Hay bondad en cada cosa y puedo verla. El agua está fría y acaricia las piedras, tanto, que a todas ha redondeado. Piedras que seguramente se desprendieron siendo filosas (…) triángulos llenos de bordes como cuchillos (…) Y la paciencia del agua fue una forma de amor hacia cada piedra”.
Los cuentos de Alejandra Kamiya nos bajan quinientos cambios en dos líneas y giran en torno a un interrogante: ¿qué cosas son importantes en la vida? Hay gatos sabios, perros filósofos, grullas, monos y garzas. A simple vista puede parecer un libro que indaga sobre la relación entre los animales y las personas. Pero no. Nada que ver.
Es mucho más que eso. Bucea en el alma humana. Y lo hace de un modo sutil sin caer en recursos trillados que aburren. De una escritura exquisita, La paciencia del agua sobre cada piedra descubre un mundo casi onírico, donde lo dicho, lo sugerido y lo no dicho guían la pluma maestra de la autora argentina.
“Sola” es el relato que abre la antología. Eva se despierta y su esposo no está en la cama: “Antonio no estaba en el baño, ni en la cocina, ni en el escritorio”. Lo busca por todos lados, hasta en el edificio, piso por piso, pero se da cuenta de que está sola. “Una presencia tiene un espacio limitado. La ausencia, en cambio, lo ocupa todo”.
En “La garza”, el tercero y mi preferido, el protagonista es Leiva, un hombre de campo -rústico y solitario- que se enamora de Renata, la hija de la casera de la estancia San Ceferino. Un día él se anima y le pregunta: “Qué querés Renata, decime” y ella le responde: “Estar con las garzas”. Algo así como bájame la luna del cielo.
¿Y qué hace el tipo? Le construye una casa -blanca sobre el agua, montada sobre pilotes- la cual, misteriosamente, se llenó de garzas. “Él podía olerla. Todo en el cuerpo de Renata Arce era una condena para Leiva, que ya no pudo escaparse a ninguna mujer. (…) Olía a flores que hacían que a Leiva le gustaran de repente las flores”. El triángulo amoroso lo completa Augusto, aspirante a escritor e hijo del dueño del campo.
Un dato curioso es que dos de los personajes de este cuento -Jauregui y Leiva- siguen la historia en “Herencia”, el relato número seis, donde esta vez la pelea es por el territorio: “Por qué otras cosas podían pelear dos hombres como aquellos si no era por una mujer o por un pedazo de tierra. (…) Así que ahí estaban los dos, pendientes del alambrado, Jauregui decía que debía ir un metro más para el lado de Leiva y que Leiva decía que allí habían puesto las marcas los de la municipalidad. Siempre terminaba la frase diciendo ‘carajo’”. Moraleja: los protagonistas pierden sus días y sus vidas en una disputa estéril que, al final, solo pone en evidencia cuánto se necesitaban.
Otro de mis favoritos es “La pregunta de Rawson”. Una historia de perros que hablan y filosofan sobre el encierro de la rutina, la monotonía y el sentido de la vida. Son planteos de perros que bien podrían ser de humanos. “Hacemos una y otra vez lo mismo. Seguimos haciendo lo que siempre hemos hecho. (…) Repetición, eso es todo. Rawson no sabe si lo que le da tristeza es la idea de una repetición eterna o el modo en el que Oso se refiere a ella. (…) Lo que hacemos repite lo que hicieron otros perros, tal vez, todos. (…) Como si estuviéramos hechos de memorias, o tal vez de una memoria única que las abarca todas”.
La paciencia del agua sobre cada piedra es la tercera colección de cuentos de Kamiya. La primera fue Los árboles caídos también son el bosque (2015) y la segunda, El sol mueve la sombra de las cosas quietas (2019). Editado por Eterna Cadencia en 2023, cuenta con 16 historias, una más hermosa que la otra, que te amigan con la vida y ayudan a desarrollar la templanza, la ternura y el buen gusto por la literatura. Hay algo de tristeza que atraviesa los relatos, pero es una aflicción dulce y reparadora en todos los sentidos. Son 127 páginas de una escritura amorosa y delicada que cautiva y te deja pensando. Es un sí.
Quién es Alejandra Kamiya
♦ De padre japonés y madre argentina, nació en Buenos Aires, en 1966.
♦ Se formó como escritora en los talleres literarios de Inés Fernández Moreno y Abelardo Castillo.
♦ Recibió el premio Feria del Libro (2008), Fondo Nacional de las Artes (2009), Fundación Victoria Ocampo (2012) y el Horacio Quiroga de Uruguay (2012), entre otros.
♦ Este es su tercer libro de cuentos.