Laura Alcoba y cómo contar lo inconcebible: la historia de una madre que ahogó a dos de sus hijos

En “A través del bosque”, la escritora argentina radicada en Francia recupera un caso escalofriante protagonizado por una argentina exiliada, quien mató a dos de sus tres hijos una mañana de extravío, en 1984. Testimonios de fuentes primarias y gran literatura, en un relato inquietante y perturbador

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Laura Alcoba conoció de niña
Laura Alcoba conoció de niña a la familia de la tragedia pero había guardado el episodio en algún rincón oscuro de su memoria. Cuando lo recuperó, decidió escribir este libro.

Laura Alcoba nació en el año 1968 y vivió hasta los 10 años en Buenos Aires, cuando viajó con su madre a París, huyendo de la dictadura militar. Su padre no viajó con ellas: estaba preso desde 1975. En Francia estudió Letras y trabajó como editora y traductora. Su primera novela, La casa de los conejos, que cuenta la historia de una niña que vive con su madre en una casa de La Plata donde se imprime en clandestinidad el periódico Evita Montonera al comienzo de la dictadura, inició con gran impacto y celebración por parte de la crítica el ciclo autobiográfico al que le seguirían El azul de las abejas (donde narra la correspondencia con su padre, que seguía detenido) y La danza de la araña. La casa de los conejos llegó al cine y hay una edición que reúne la trilogía.

El libro más reciente de Laura Alcoba es una novela y no lo es, como los anteriores. Se trata de A través del bosque, publicado por Alfaguara, en el que reconstruye la historia de un doble filicidio ocurrido en la portería de una escuela francesa, en diciembre de 1984. Treinta años después de ocurrido, Laura Alcoba regresa a esa mañana en la que Griselda, una argentina exiliada en Francia, en uno de esos actos inconcebibles a los cuales cuesta incluso ponerles un nombre, ahogó a sus dos hijos menores en la bañera luego de decirle a su marido que no soportaba el dolor de cabeza con el que se había despertado.

Flavia, la hija mayor de la pareja, tenía seis años y sobrevivió: cuando sucedió el episodio inenarrable estaba en la escuela.

Alcoba, quien conoció de chiquita a la familia a través de su propio padre pero que, a su vez, había olvidado por años la terrible historia, decidió contarla. Para eso habló con Flavia, con Griselda y también con personas muy cercanas a la familia, que la ayudaron a rearmar el rompecabezas del horror.

Todos los nombres son ficticios, la historia es dolorosamente real. No hay morbo en la narración de Alcoba sino la búsqueda constante de la palabra justa y del equilibrio necesario para comprender lo que no tiene explicación. Para contar sin juzgar y para construir, con delicada belleza, un relato inquietante y perturbador.

Hace unos meses mantuvimos por zoom una conversación que se escuchó por radio. Lo que sigue es la transcripción de esa charla.

A través del bosque cuenta una historia muy fuerte pero, al mismo tiempo, hay un trabajo constante que se vislumbra en la lengua y los modos de narrar en los que se nota ese esfuerzo que en determinado momento en el libro se menciona con claridad: la voluntad de correrse de la historia amarilla y de ir más allá. ¿Cuándo se te ocurre escribir esta historia y, también, cuándo conociste esta historia?

— Bueno, esta historia la conocí en los años 80, relatada por mi padre después de los acontecimientos. En verdad creo que fue alrededor del juicio, que tuvo lugar un año después. Y bueno, mi padre había conocido bastante bien al marido, Claudio, a quien yo llamo Claudio en la novela. Digamos que su itinerario, el de mi padre, había cruzado el de esta familia. Y me había hecho ese relato tan fuerte, tan perturbador, tan terrorífico, que yo aparentemente lo oculté en mi propia memoria. Y lo digo así porque resulta que años, años después, en 2010 cuando fui a ver Shutter Island de Martin Scorsese, una película en la que aparece un episodio que puede recordar la historia de Griselda, al salir de ver esa película recuerdo que estaba con una amiga y salí muy, muy turbada de esa proyección y le dije a mi amiga “Tengo la impresión de que esta historia yo la conozco”.

— Qué fuerte.

— No lograba acordarme de dónde y cómo hasta que, unos meses después, mi padre me dijo algo así como “¿Te acord{as de aquella terrible historia?”. Y ahí di con de dónde me había venido esa sensación de déjà vu. Y fue muy turbador para mí porque yo trabajé mucho sobre mi memoria personal y sobre acontecimientos anteriores a este relato tan impactante que me había hecho mi padre pero lo había ocultado, escondido en mi propia memoria, por lo que el segundo relato que me hizo mi padre después despertó aquella historia y volví a dar con ese relato y con el impacto y la impresión que me había dado cuando me enteré de lo que había hecho Griselda, el personaje que yo llamo Griselda, a quien recordaba de manera bastante borrosa. Yo la había visto un par de veces años antes del acontecimiento, un momento de, no sé cómo nombrarlo. En el libro precisamente aparecen esas dudas acerca de cómo nombrarlo.

— Sí, decís el “acontecimiento”, aparece el “accidente” ¿no? La “desgracia”, el accidente. Desde la lengua marcás todo un alrededor de aquello que no se puede ni nombrar, ¿no?

— Claro, aquello que es innombrable, impensable: lo impensable por excelencia, creo. En fin, un día de invierno ella ahogó a dos de sus hijos, tenía tres hijos, en una bañadera, en la conserjería en la que vivía con Claudio, su marido. Un día de locura. Un día en que se pierde. En que se rompe. Que se desarma. No sé cómo decirlo. Y esa es la historia. Y la historia también, contrariamente a lo que ocurre en Shutter Island, la hija mayor se salva de ese día y es ella, Flavia, el personaje de Flavia, que de cierto modo es la clave del libro y más que la clave. Creo ella sobrevive a ese día de locura de la madre, o ese día de su plena oscuridad, digamos, no sé si la palabra locura basta, pero Flavia sobrevive. Y a partir de esa supervivencia se pone en marcha otra cosa y de eso trata el libro, también, ¿no? Cómo vivir después de lo impensable.

Alcoba habló con la mujer
Alcoba habló con la mujer que mató a sus hijos y también con la hija mayor, sobreviviente de la familia trágica. (Foto: Louise Claire Wagner)

— Es muy interesante el modo en en las charlas con los protagonistas permitís que se vea (se lea) esa supervivencia de Flavia, pero también el hacia atrás, el pasado de Griselda. El lector entiende quién es la persona que llega a hacer eso que llamaste recién el “acontecimiento” y que en el libro aparece como el “accidente”. El crimen que es el peor infortunio, aquello de lo que no se habla. Recién mencionabas el segundo relato de tu padre, que es cuando recuperás tu memoria del episodio. Para ese momento vos ya eras madre. Posiblemente tu mirada sobre el “acontecimiento” es otra, también.

— Sí, por supuesto. Y por supuesto no sabía si iba a ser capaz de escuchar, capaz de intentar reconstruir lo que se pudiese reconstruir. Si es que se puede reconstruir algo. Y lo que ocurrió fue que tardé años en decidirme porque el recuerdo afloró en 2010. Poco a poco fui atando cabos y sensaciones y dije claro, entendí de qué se trataba este relato que yo misma había olvidado, en cierto modo. Pero bueno, recién en 2018 me decidí. Necesité muchos años antes de dar un primer paso sin saber muy bien por qué lo hacía. Y ahí ocurrió algo muy extraño. Muy extraño y diría que, en algunos puntos, me dejó una impresión de algo casi mágico. Cuando me encontré con Flavia por primera vez, Flavia que es la niña que sobrevive a ese día de locura.

— La hija mayor.

— Sí. Me encontré con una persona absolutamente sola, primer punto. Esa fue una gran sorpresa. Me encontré con una persona que no correspondía a lo que había imaginado. Y la segunda sorpresa, tuve la impresión de que me estaba esperando. De que me estaba diciendo algo así como: necesito que reconstruyas esta historia, necesito que escuches a mi madre. Y a partir de ahí, de ese encuentro que aparece en el libro, fue como si el libro se hubiese puesto en marcha solo. No sé cómo decirlo. Tuve la impresión a veces de que yo estaba corriendo detrás; era el libro el que me llevaba y que nos llevaba. Tenía que escribirlo. Era lo que tenía que hacer y es como que había arrancado la escritura en mi mente en el primer encuentro. Fue algo muy fuerte, esa sensación de que el libro me llevaba. A partir de ahí tuve diferentes encuentros con Griselda, con Flavia, con la abogada y con unas personas extraordinarias, que aparecen esencialmente en la segunda parte del libro, que son Colette y René. Colette es la maestra de Flavia. que ese día le dice no a la madre y, a partir de ese no, la realidad se puso en marcha ese otro momento, ese después del espanto. Fue muy fuerte conocerlas y fue muy fuerte descubrir todo lo que, digamos, confluía en esos encuentros, esas personas conectadas y en todo lo que estaba en juego.

— Después de haber leído la trilogía que trata sobre tu historia, y ahora escuchándote, cuando decís esto de “fue como si me esperaran para recoger testimonio”, pensaba que tal vez necesitabas ponerle el punto final a la memoria de tu propia familia para empezar a ocuparte de esta otra historia. Algo ligado más por un pasado común de tu padre con esta otra familia. Recién entonces podías empezar a ocuparte de lo que había pasado con el después de aquellos que habían tenido que huir, de instalarse en otro lugar. Hay como una especie de secuencia ahí, ¿no?

— Sí, en todo caso hubo una relación de confianza conmigo al entregarme esa historia tan terrible, tan dolorosa. Me la entregaron con una increíble generosidad y valentía al mismo tiempo. Y eso fue muy fuerte para mí. O sea que solo podía escuchar y tratar de entender algo, si es que se puede entender algo. Creo que lo que se puede entender es que hay un después del horror. Que es posible, que se puede sobrevivir. No me esperaba encontrar luz en una historia semejante. Creo que las primeras lecturas que hicieron tanto mi editor como algunas personas que me escribieron acerca de este libro varias veces me encontré con una frase que era algo como eso: no me imaginaba sentir una forma de paz después de cerrar este libro. Y yo misma me sorprendí mucho de Flavia, de que pudiese existir, brotar la luz en medio de esas tinieblas tan terribles, tan cerradas. Y no obstante Flavia sobrevive y hay algo que tiene que ver con la vida que brota de esta historia de muerte. Y eso fue muy impactante.

— Por lo que se lee en tu libro y por lo que contás, se trata de una persona luminosa que necesitaba terminar de entender lo que había pasado. Y ahí estabas vos para poder recoger ese testimonio y, de algún modo, cerrar aquello que había ocurrido. ¿Algo así?

— Claro, ese día es para la madre el día imposible de contar de manera definitiva a su hija. No solo a su hija, es el día imposible de contar, imposible de nombrar. Griselda me entregó un relato, un relato del antes, un relato un poco del después, con ese abismo en su relato que corresponde a ese día, y traté de transcribirlo y al mismo tiempo de darle una forma. De encontrar lo que resonaba o podía significar esta trayectoria. Ese relato era imposible de hacer de Griselda hacia Flavia y, en cierto modo, es como si el libro estableciese ese vínculo.

— Es un puente. Un libro que cuenta con recursos de la narrativa, de la novela, de la ficción, una historia real, con nombres cambiados. Algo que me interesa mucho es el tratamiento del tema. Hay un distanciamiento pero no por falta de empatía sino, más bien, por lo contrario. Hay como un esmero en alejarse de cualquier rasgo de morbo en relación al tema. ¿Cómo fue ocuparse de eso?

— Bueno, en algún lugar aparece la frase de que mi miedo era agregar dolor al dolor, ¿no? O sea que la historia es tan dolorosa y difícil que me acerqué con el mayor respeto hacia todos. Esa generosidad con la que me hablaron, esa confianza que manifestaron requería que yo fuese lo más prudente posible con lo que me entregaban… Por lo tanto traté de no poner etiquetas, de respetar la complejidad y al mismo tiempo el misterio que sigue estando ahí para todos. En realidad, el misterio y lo impensable del acto permanece hasta el final. Pero hay una dimensión que para mí es importante y la fui descubriendo a medida que avanzaba en la investigación. Para Flavia, desde el punto de vista de Flavia, desde el punto de vista de esa nena que sobrevivió a ese día, a ese día de locura y de espanto, ¿qué ocurrió? Su madre en cierto momento desparece. Desaparece porque, bueno, va a ir a la cárcel por el acto que cometió. Luego irá a un hospital psiquiátrico. Desde su punto de vista también desaparecen sus hermanos porque a ella le van a decir que hubo un accidente, un terrible accidente, que tiene que ver con agua y con electricidad. Le van a contar una mentira.

Para Alcoba, "el cuento es
Para Alcoba, "el cuento es lo que nos alivia cuando la realidad se vuelve insoportable". (Martín Rosenzveig)

— Una versión, claro, que es mentira.

— Sabemos todos que a los niños no se les puede mentir. Que los chicos siempre saben cuando hay una mentira. Y, al mismo tiempo, lo que a mí me fascinó en esta historia es que si bien Flavia tenía la intuición de que en eso que le habían contado había una mentira, ella muy pronto jugó, como juegan los chicos, a armarse una forma de ficción con una serie de elementos que hablaban de ese día sin revelar de manera directa lo que se ocultaba. Y, de ahí, el título, ¿no? A través del bosque. Colette y René, que son esos padres de sustitución, llevan a la nena a un lugar del bosque de Chantilly donde hay un lago, que se llama el Lago de la Conserjería, en francés, y que ella reclama constantemente. Y muy pronto se entiende, y es algo que extrañamente surgió durante la investigación, que Flavia reclamaba ese lugar porque, de cierto modo, ese lugar le contaba la historia que los adultos no le podían contar. Una historia que era, de todos modos, incontable. No le podían narrar a una nena de 6 años una historia semejante. Era imposible. Y ahí hay algo que hace que a partir de esta historia particular, que efectivamente parte de un hecho real, creo que revela algo sobre los cuentos: por qué narrar. Creo que el cuento es lo que nos alivia cuando la realidad se vuelve insoportable. Aquí hay todo un camino que va más allá de esta historia en sí, que es el camino que los diferentes testimonios van armando y que va mucho más allá de las personas particulares que la vivieron.

— Hay un personaje de la tragedia griega que aparece, y que tiene mucho que ver con esta historia, que es Medea. Con las cosas que Griselda y Medea tienen en común y también con las que las diferencian, como Flavia, ¿no?

— Claro, absolutamente. Sí, porque Griselda tiene mucho de Medea y parece ser una forma de reactualización del mito. Por eso acá esta historia particular parece hundirse, no sé, en los tiempos lejanos. Parece decir algo de la condición humana. Pero al mismo tiempo Griselda es Medea y no lo es. Y no lo es gracias a Flavia. O sea que, en cierto modo, es Medea y es la anti Medea, es como el conjuro de Medea. Y esa es la paradoja del libro. Sin esa dimensión yo creo que no hubiese tenido la fuerza de buscar tanto esta investigación. Esta historia es Medea y es al mismo tiempo la negación de la oscuridad porque Flavia sobrevive y hay un después. Existe.

— Y, más que eso, Flavia habla de su madre como una persona amorosa. Una madre amorosa. Hay un acento puesto en eso.

— Sí.

"Fue como si el libro
"Fue como si el libro se pusiera en marcha solo. Yo corría detrás de ese libro que se iba como desplegando ante mis ojos", dijo Alcoba. (Martín Rosenzveig)

— Quería preguntarte algo más personal. Cuando fuiste a encontrarte con Griselda por primera vez para la investigación, ¿recordás cómo estabas, cuál era tu propia situación en términos emocionales?

— Sí, recuerdo que no sabía cómo iba a abordar el tema. Que había pensado días y días qué preguntas le iba a hacer y cómo. Cómo tocar el tema, con qué palabras. Y al mismo tiempo nos encontramos en un café que desempeña un papel muy importante, Le Bûcheron. Pero ¿por qué desempeña un papel importante?, porque le bûcheron significa el leñador, o sea que remite también a este universo de cuentos, que es el universo por el que se escapa. Porque yo creo que a esa realidad tan dura solo se puede escapar por una forma de universo mágico o maravilloso, de los cuentos. Pero bueno, estábamos en ese lugar, en Le Bûcheron, en el leñador digamos, en ese café, y no necesité hacerle preguntas a Griselda. Se sentó, entendió qué le quería preguntar pero me dijo algo así como “pero antes tengo que contarte algo”. Y ese “antes”, es el largo relato de Griselda que ocupa parte de las primeras páginas, la primera parte de la novela.

— Hay algo que fue una decisión de estilo y tiene que ver con la palabra madre, que aparece en mayúsculas. ¿Cómo y cuándo surgió esa decisión?

— Surge por el personaje de la madre de Griselda, que tiene algo de madrastra de los cuentos. Hay en ella algo, una suerte de cara oscura de la maternidad, de la que brota lo que viene después ¿no? Esa madre es aplastante. Es una madre madrastra.

— Para seguir con los cuentos, digamos.

— Sí, absolutamente.

— Hablaste de paz en un momento, hablaste de la luminosidad de Flavia, y la cuestión de la palabra paz en relación a la muerte y a la muerte trágica está vinculada, está bastante vinculada a lo que tiene que ver con el kadish, con el rezo a los muertos judíos, que tiene también un lugar importante en el libro. Y lo importante que es la palabra para encontrar esa paz. Pensaba en un libro que para mí fue muy importante, lo leí durante un duelo personal. Hablo de Vivir con nuestros muertos, el libro de Delphine Horvilleur.

— Absolutamente. Bueno, el kadish tiene también un papel importante en el libro y creo tuvo un papel casi mágico en esta historia. Lo que sí, esa paz, esa forma de alivio es que después de las tinieblas brota algo y es ese algo que yo misma no me imaginaba encontrar. Como te dije en cierto momento, fue como si el libro se pusiera en marcha solo. Yo corría detrás de ese libro que se iba como desplegando ante mis ojos. Y esa luz, esa paz final, se impuso de manera bastante extraña.

En su libro, Alcoba contó
En su libro, Alcoba contó la historia de una mujer que ahogó a sus dos hijos menores en la bañera, luego de decirle a su marido que no soportaba el dolor de cabeza con el que había despertado. (Foto: Francesca Mantovani)

— Supongo que de algún modo era necesario concluir con la menor angustia posible. Por ellas, por Flavia sobre todo, pero también por vos, que trabajaste tantos años con una historia tan dura.

— Sí, fueron años de trabajo. Años de investigar, de escuchar. De buscar por un lado, pero también de encontrar un camino. Creo que hay algo, un misterio y una oscuridad, de la que hablan los cuentos, de hecho. Algo sobre lo que venimos dando vueltas alrededor desde hace siglos. Esa cosa está ahí, ese abismo, y al mismo tiempo hay un después. Hay un después del abismo y fue muy impactante presenciarlo, asistir a esa forma de revelación.

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