“Pinche”, el libro con el que el juez Daniel Rafecas desnuda al narcotrafico desde la ficción

La obra no tiene elementos autobiográficos pero se vale de lo que el magistrado conoce de los pasillos de la Justicia. “Nadie se tiene que sentir aludido”, aclara

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Daniel Rafecas imagina un caso
Daniel Rafecas imagina un caso y lo narra con conocimiento de causa.

Su nombre circuló y circula en los medios desde hace años. Interviene en la mega causa por los crímenes de lesa humanidad del Primer Cuerpo de Ejército, durante la última dictadura militar. Y tuvo a su cargo numerosos fallos de trascendencia pública, como el juicio al ex jefe del ejército César Milani, el procesamiento del ex Ministro de Planificación Federal Julio De Vido y del ex Secretario de Obras Públicas José López. En su momento desestimó la denuncia del fiscal Nisman contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, por falta de sustento. Es decir, el juez Daniel Rafecas es un hombre que conoce el ámbito judicial, que ahora lleva a la ficción policial en Pinche. Antes había escrito un texto de investigación sobre el Holocausto: Historia de la solución final.

Su primera novela no tiene tintes autobiográficos. Es un policial con todas las reglas y premisas del género. En él, un múltiple crimen en Villa Farga deja siete muertos, producto de un tiroteo entre dos bandas que estaban en el negocio del tráfico de efedrina. Llamativamente, después del tiroteo, el botín millonario que pertenecía a un cartel narco, desaparece. Y esto sucede en el mismo momento en que, por primera vez, una mujer asume como jueza, con la mirada de su entorno y de los medios puesta en ella 24/7.

El que aparenta ser un personaje menor, Guille, “el pinche”,-así se les dicen a los jóvenes que recién ingresan a trabajar en un juzgado-, por azar, encuentra una pista fundamental. Como telón de fondo, los tribunales del microcentro porteño y los de Comodoro Py.

Novela en mano

A la patisserie francesa ubicada en el barrio de Belgrano, Daniel Rafecas llega con un ejemplar de su libro. Tal vez tema que así bronceado, de bermuda corta y remera blanca, lejos del traje de saco y corbata, sea difícil reconocerlo.

Rafecas no imaginó pisar el terreno de la ficción, más allá de su gusto por la lectura de los policiales. Fue su hermano, el director de cine, Diego Rafecas, quien le pidió que lo ayudara a pensar la estructura de un relato policial.

“Me decía: ‘-pero vos cuanto hacé que estás en tribunales, seguro habrás escuchado alguna historia. Tirame un centro o armame algo para hacer una peli policial.’ Me hinchaba para que escribiera”, cuenta Rafecas.

Esa conversación de 2013 empezó a tomar cuerpo en 2015. Con el primer bosquejo de unas veinte páginas. Su hermano se entusiasmó tanto que ya imaginaba una película e incluso había pensado en los actores que interpretarían a los personajes. Tomás Fonzi haría del pinche. Después su hermano enfermó y falleció en 2017. Rafecas llegó a mostrarle una estructura muy similar a la que tuvo finalmente la novela.

Daniel Rafecas en Comodoro Py.
Daniel Rafecas en Comodoro Py. (Adrián Escandar)

El proceso ya estaba en marcha. “Habré estado unos dos años con muchas interrupciones, pero elaborando los personajes y armando una estructura central como un guion. No era un guion exactamente, era como un relato con ese comienzo fuerte que tiene la novela.”

Ese inicio del que habla Rafecas está plasmado en el segundo capítulo del libro:

Aquella secuencia ya era conocida en Villa Farga.

Un camión mediano entraba por la única calle interna —apenas transitable para vehículos— y se dirigía, despaciosamente, hasta los fondos del asentamiento, que daban al terraplén del Ferrocarril San Martín.

Los comentarios en el barrio sobre la mercancía transportada en el camión terminaron consolidando una única versión: barriles de doscientos litros. Muchos barriles.

Qué era lo que contenían en su interior, nadie lo sabía a ciencia cierta. Lo que sí se sabía era que, dos veces al año, un transporte de mercancías entraba al barrio, iba hasta el fondo, se hacía una suerte de transacción entre dos grupos de hombres, y el camión, invariablemente, desandaba el camino hacia la calle exterior, con un conductor diferente”.

“Todo eso es algo muy real”

Todo lo que aparece en la novela está contado a imagen y semejanza de los procesos judiciales. “El desarrollo que yo hago ahí es perfectamente comparable con lo que pasa en la realidad. Primero la llaman a la jueza, la jueza manda al Secretario, van los policías, ponen el gazebo, hacen el levantamiento de pruebas, todo el manejo de la prensa, del público, que se filtran las fotos de alguien, todo eso es algo muy real”, dice Rafecas.

Además de la cotidianeidad del ámbito judicial la novela se mete con temas que merodean la trama como la corrupción. Le parecía importante contar el entramado judicial en detalle. “Tengo 35 años de trabajar en los juzgados penales, veinte como juez y algunos como fiscal, entonces tengo mucho recorrido de lo que es el mundo policial. Y si vos haces un análisis específico de cómo se trata en la novela a los protagonistas de la Policía, vas a ver que hay buenos y malos. Hay honestos y corruptos. Porque efectivamente es así. Es decir, en la Policía Federal hay muchísimos oficiales que tratan de trabajar bien, acatando las reglas y las directivas del fiscal y del juez. Y tienen que lidiar con compañeros que quieren hacer las cosas mal. Pero demonizar es un error, porque te diría que, por ejemplo, en la Policía Federal el 80 por ciento más es gente honesta, y el otro 20 por ciento son los que hacen caer todo. Que muchos son jefes o están en puestos de poder. Por eso la novela un poco es un homenaje también a los policías honestos que tratan de hacer las cosas bien”, explica.

Pinche es una novela vertiginosa, los capítulos avanzan rápido como si se tratara de una serie de Netflix, en donde el texto gana cuando hay descripciones como esta:

“Fuera de la gente que trabaja en Tribunales, pocos saben acerca de la existencia del archivo. Ya el acceso resulta difícil de encontrar, ubicado en un recodo de la planta baja del señorial edificio- que ocupa toda la manzana, entre Talcahuano, Tucumán, Uruguay y Lavalle-, pues está apenas indicado, frente a unas modestas escaleras que descienden al sótano del edificio.

Una vez abajo, el visitante toma conciencia de la extensión del archivo, qué prácticamente ocupa toda la planta subterránea del Palacio de Justicia.

Privado de toda luz natural, caluroso y húmedo en verano, frío y seco en invierno, con una perspectiva de trabajo cotidiano mortalmente rutinaria y anodina, el archivo federal alberga una nutrida cantidad de empleados. Para algunos de ellos, es una suerte de averno judicial, a donde van a parar castigados o caídos en desgracia de los pisos superiores.”

Pinche fui

Daniel Rafecas conoce bien esos recovecos porque en su época fue pinche. Pero su personaje favorito es la jueza, y desde el primer momento quiso que fuera una mujer. “Quería mostrar la falta que hay de juezas de instrucción y lo dificultoso que es para las mujeres acceder a un cargo como este, el clima siempre misógino en el cual se desenvuelven y cómo ella, - la doctora Fabiana Pazair-, tiene que abrirse paso y demostrar en todo momento sus condiciones, su paridad.”, dice.

El juez Daniel Rafecas, en
El juez Daniel Rafecas, en el procedimiento por José López. (Télam)

El texto también retrata la cobertura y la presión que hay sobre un caso, como un componente más de la trama.

“Como suele ocurrir habitualmente, la jueza Pazair se enteró de lo sucedido por los medios. Apenas una hora después del suceso, la noticia sobre el supuesto ‘ajuste de cuentas entre narcos’, que había dejado nada menos que siete muertos, inundó de punta a punta los informativos de radio y televisión, y los portales de noticias”.

Sin embargo, en el libro la cobertura mediática no incluye las redes sociales. Ni siquiera los personajes las usan en sus vidas cotidianas. Y esa omisión es adrede. Un poco porque a la novela se la puede ubicar entre 2010 y 2012 y otro poco porque hablar de redes sociales, se torna complejo para Rafecas. “Esta novela está ubicada temporalmente antes del avance de esta posverdad y de esta situación que estamos viviendo. No sé si podría escribir algo que ocurra hoy en día. Es un fenómeno que no entiendo, que me asusta, que lo miro con prejuicio. Casi que te diría que me siento obsoleto en este nuevo escenario y por eso escribo en 2010″, reflexiona.

Las redes sociales tienen en la actualidad un protagonismo y un alcance impensado una década atrás. Y a Rafecas le resulta muy complejo entender el impacto que tienen en la política: “Tengo 56 años y pertenezco de alguna manera al movimiento ciudadano y soy activista de mi labor. Le dediqué los últimos 20 años de mi vida como miles de otras personas, desde los ámbitos de la cultura, los medios, la justicia, la educación. Pero resulta que, por abajo, subterráneamente por TikTok o YouTube había discursos negacionistas, reaccionarios y autoritarios que multiplicaban por mil la penetración y la llegada que pudiera tener yo o la directora del museo o una profesora de primaria. Arrasaron con todo. Y no lo vimos venir”.

Y se extiende: “Me asusta porque las herramientas que manejo que son ir a dar clases, ir a un reportaje, participar de un documental, un debate, son herramientas que ya están obsoletas. Ahora todo pasa por TikTok, por los reels de Instagram, o las publicaciones de Facebook. El 90 por ciento de la comunicación fluye por ahí”, dice.

Por estos días a Daniel Rafecas lo entusiasma la lectura que puedan hacer sus colegas.”Con todos los lectores que voy a tener, que son jueces, secretarios, camaristas alguno seguro va a encontrar algo. Estoy esperando porque un montón de gente me dijo ’Lo voy a leer y te voy a dar mi veredicto’”. Así que por las dudas aclara: “Esto es 100 por ciento ficción, no hay ningún personaje real, nadie se tiene que sentir aludido”.

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