Cuando hablamos del Día de San Valentín, lo primero que suele venir a la cabeza, además del amor, son los regalos: flores, bombones, peluches, perfumes. Pero no todo obsequio tiene por qué ser material, ¿no? Algunos pueden ser un gesto, una palabra. Y qué mejor para el Día de los Enamorados que celebrar el afecto, la cercanía y la pasión con ayuda de quienes más saben acerca de las complejidades del amor: los poetas.
Este 14 de febrero, Infobae Leamos preparó una lista de cinco poemas de amor para el Día de San Valentín. Como sobre gustos no hay nada escrito, elegimos poemas muy distintos entre sí. Hay del siglo VI a.C. y también de nuestros días. Hay corazones que se dan sin reserva y otros prendidos fuego. Hay quienes aman hasta la muerte y hay quienes siguen amando a pesar de esa misma muerte. Hay amor y desamor. Hay, sobre todo, pura pasión.
Pero, a pesar de ser una selección variada, todos tienen algo en común: son perfectos para ser leídos en voz alta. Una simple acción que hacen de los poemas un momento íntimo, un instante fugaz, un regalo ideal. ¿Qué sería del amor sin la poesía y, más que nada, qué sería de la poesía sin amor?
“Amor es violento”, escribe en uno de los poemas el escritor nicaragüense y máximo referente del modernismo literario en español, Rubén Darío. Y sin miedo a las piedras ni a las represalias, la argentina Alfonsina Storni grita, con la cabeza en alto y sangre en el rostro, “¡He dado el corazón!”.
“Esta me parece la noche más hermosa de mi vida”, escribe en otro de los poemas, muy corto, la uruguaya Idea Vilariño. Y, en uno mucho más largo, el español Luis García Montero relata sus últimos momentos junto a su esposa, la también escritora Almudena Grandes, fallecida en 2021: “Estos días finales que ya son, / ahora, recordados, / los más felices de mi vida”.
Pero el amor, a pesar de todo, persiste. Como le escribió a su amada, cerca de 3 mil años atrás, la poeta griega Safo de Lesbos: “Viniste. / Hiciste bien. / Yo te estaba aguardando”
“Sabés”, de Idea Vilariño
Sabés
dijiste
nunca
nunca fui tan feliz como esta noche.
Nunca. Y me lo dijiste
en el mismo momento
en que yo decidía no decirte
sabés
seguramente me engaño
pero creo
pero ésta me parece
la noche más hermosa de mi vida.
“Que el amor no admite cuerdas reflexiones”, de Rubén Darío
Señora, Amor es violento,
y cuando nos transfigura
nos enciende el pensamiento
la locura.
No pidas paz a mis brazos
que a los tuyos tienen presos:
son de guerra mis abrazos
y son de incendio mis besos;
y sería vano intento
el tornar mi mente obscura
si me enciende el pensamiento
la locura.
Clara está la mente mía
de llamas de amor, señora,
como la tienda del día
o el palacio de la aurora.
Y el perfume de tu ungüento
te persigue mi ventura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
Mi gozo tu paladar
rico panal conceptúa,
como en el santo Cantar:
Mel et lac sub lingua tua.
La delicia de tu aliento
en tan fino vaso apura,
y me enciende el pensamiento
la locura.
“El clamor”, de Alfonsina Storni
Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.
Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
-Obedezco a la ley que nos gobierna:
He dado el corazón.
Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
-Ved la mala mujer esa que pasa:
Ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
-¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;
ha dado el corazón!
Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!
“Cuasi ventus”, de Safo de Lesbos
Amor ha agitado mis entrañas
como el huracán que sacude monte abajo las encinas.
Viniste.
Hiciste bien.
Yo te estaba aguardando.
Has prendido fuego a mi corazón,
que se abrasa de deseo.
“Un año y tres meses”, de Luis García Montero
Como las narraciones de la lluvia
o los cuadernos de bitácora,
tuvo la enfermedad sus argumentos.
No me quejo de nada. Hoy sostengo
el optimismo amargo con el que respondimos,
septiembre, 2020,
cuando las citas médicas y el mar de los análisis
se mezclaron de un día para otro
con las arenas de la vida.
Nunca me quejaré de la disciplinada
manera que tuviste de contar nuestros pasos
para ver la ciudad con otros ojos,
la resistencia física y mental
que exigía la quimio.
No me quejo de las debilidades
o de la Navidad sin cabellera
o de la extraña forma de despedir el año
cuando el amor pasó por el quirófano.
La pandemia prohibía las visitas.
Disfrazado de médico sin bata,
subí para esconderme hasta la habitación
5427.
Dividimos por dos las uvas de tu postre,
oyendo de la mano aquellas campanadas
de la televisión
que no sonaban todavía a muerto.
No me quejo de todo lo que hicimos después,
del cuerpo poco a poco tan vencido,
de las ventanas de los hospitales,
de la silla de ruedas en 2021,
penumbras fatigadas de noviembre,
ocho de la mañana en el rumor del Clínico
con resultados últimos en la sala de espera.
No me quejo del miedo a la caída,
de la ducha difícil,
de los duros transbordos para llegar al baño.
No me quejo tampoco
de los cuidados paliativos,
la memoria con gasas
y la conversación inevitable.
No me quejo de verte morir entre mis brazos.
Comprendí que los viajes y los libros
con sus dedicatorias
siempre han sido maneras de cuidarnos.
Comprendí las raíces de nuestra militancia,
comprendí la factura de querer
de un modo tan completamente viernes.
Comprendí el argumento de esta historia
en la noche estrellada,
una historia de amor,
este año y tres meses,
estos días finales que ya son,
ahora, recordados,
los más felices de mi vida.