Se lo ve de espaldas a la calle San Martín, recién llegado a Buenos Aires después de su exilio. Lleva una camisa arremangada -lo único luminoso, junto con el cielo, de esta foto en blanco y negro-, los anteojos característicos de sus últimos años y el pelo bien peinado.
Si no se nota el habano, escondido entre los dedos que apoya en su boca, podría parecer que está pensando, en una de esas típicas poses de escritores no acostumbrados a las cámaras. Las venas de su mano izquierda, pecosa y enflaquecida, desembocan en la malla de un reloj que mira hacia dentro, a la altura del corazón: no puede verse la hora.
Es la última foto de Julio Cortázar en Argentina; había vuelto a Buenos Aires para despedirse de su madre nonagenaria justo durante la semana que, después de casi ocho años, la última dictadura llegaría a su fin. Aunque el autor de Rayuela había partido del país en 1951 sin motivos políticos o ideológicos, fue a partir de 1977, con la prohibición de Alguien que anda por ahí -título que, como otro publicado en aquellos años, comparte sus iniciales con la Triple A-, que se sintió un verdadero exiliado.
Ese día hacía mucho calor en el centro porteño, recuerda el responsable de la foto, Dani Yako, en diálogo telefónico con Infobae Leamos. “Hace poco estábamos en Madrid con Martín Caparrós reconstruyendo esa nota. Llegamos a la conclusión de que fue el sábado 3 de diciembre del 83, una semana antes de que asumiera Alfonsín”, agrega el fotógrafo y periodista argentino, que en ese entonces trabajaba en la agencia DyN siguiendo la campaña del presidente que reinauguraría la democracia.
Cortázar pasaría solo una semana en el país y no pretendía un gran revuelo. Quería que fuese un viaje tranquilo, privado. Daría solo una entrevista a algún periodista “de confianza”, por lo que su amigo, el poeta Héctor Yánover, le recomendó a un joven Caparrós. Aunque estaba seguro de que “no hay que conocer a los que escriben”, este accedió, guiado por el entusiasmo adolescente que todavía conservaba, según relató en un texto sobre su encuentro con Cortázar que escribió en 2019 para La Nación.
“Era una entrevista sin un destino claro con respecto a dónde la íbamos a publicar. Luego se vendería. Él estaba parando en un apart hotel en San Martín y Córdoba. Caparrós se reunió el viernes con Cortázar y quedaron en terminar la charla el sábado, cuando yo le haría las fotos”, agrega Yako, autor del libro exilio 1976-1983, en el que reúne fotografías de su vida y la de sus amigos en Madrid, donde tuvo que huir durante la última dictadura.
“No era un gran fanático de Cortázar. Me gustaba su personaje público, esta cosa lúdica que tenía. Pero, si me dabas a elegir, me gustaba más Borges -dice, entre risas, el fotógrafo-. De todos modos, él me parecía una figura carismática, tenía algo muy fuerte y, claro, eso del intelectual comprometido. Me causaba simpatía aunque no compartía todas sus ideas políticas”.
En ese entonces, ni el periodista ni el fotógrafo notaron nada extraño en Cortázar. “No parecía enfermo. Para nada pensamos que se iba a morir en 70 días. Caminaba y hablaba bien, no tosía, se movía con dignidad. Yo no sé si él sabía lo que estaba por pasar”, cuenta Yako.
Y agrega: “Le pedí por favor, ya que hacía mucho tiempo que no había fotos suyas en Buenos Aires, si podíamos salir a la calle. Él empezó a justificarse: que estaba cansado, que hacía mucho calor. Yo hinché e hinché hasta que aceptó dar una vuelta a la manzana que terminó siendo muy emotiva. Él tenía la sensación de que, después de tantos años de ausencia y de dictadura, la gente no sabría quién era, pero la verdad es que muchas personas lo pararon, hasta una mujer le pidió que besara a su hijo. Cuando volvimos al hotel, él estaba un poco conmovido. Ahí dijo que había venido a despedirse de su madre, pero no le dimos demasiada importancia a la frase hasta que murió, dos meses después”.
Fue entonces que Yako y Caparrós notaron cuán enflaquecidas estaban sus manos, uno de los pocos detalles que anticipaban su partida, de la que este lunes 12 de febrero, se cumplen 40 años. Sin embargo, para concluir la conversación, el fotógrafo elige destacar uno de los aspectos más llamativos de Julio Cortázar, que lo distinguía de la mayoría de sus colegas: “Él era muy fotogénico. Que un solo escritor tenga dos series de fotos icónicas ya es mucho. Pero creo que eso tiene que ver con una personalidad muy atractiva, que todavía tiene una llegada muy grande que atraviesa todas las generaciones”.