En 1983, pocos meses después de la muerte de su esposa, Carol Dunlop, el escritor argentino Julio Cortázar sorprendió al mundo con el último libro que publicaría en vida, Los autonautas de la cosmopista. Escrito en coautoría junto a la joven fotógrafa estadounidense, esta extraña crónica relata un viaje de 33 días que la pareja realizó en una Volkswagen Combi roja por la Autopista del Sur, desde París hasta Marsella.
En este libro, que permite al lector adentrarse en la última excursión que Cortázar y Dunlop harían juntos, el humor y la fantasía se mezclan con los “demonios” que acechan a la mujer, representaciones de la enfermedad terminal que acabaría con su vida en 1982, con tan solo 36 años, pero que también provocarían la muerte del autor de Rayuela en 1984.
Suele afirmarse que tanto Cortázar como Dunlop fallecieron de leucemia, enfermedad también conocida como el cáncer de los tejidos que forman la sangre en el organismo, incluso la médula ósea y el sistema linfático. Pero fue el propio Cortázar el que le afirmó a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, una de sus amigas más íntimas: “No tengo cáncer, me lo dicen los médicos franceses y después nos ponemos a hablar de literatura”.
Entonces, ¿de qué murió Cortázar?
La “enfermedad sin nombre”
En 2001, cerca de dos décadas después del fallecimiento de Cortázar, Peri Rossi -con quien compartió un amor que culminó en una sólida amistad y a quien le dedicó sus Poemas a Cris- editó un libro sobre su relación con el autor de Bestiario y Final del juego en el que afirmaba que “Julio Cortázar no murió de cáncer ni de leucemia como se especuló”.
En Julio Cortázar, la escritora y poeta uruguaya sostiene que su amigo “falleció de sida con la desgracia que le contagió la enfermedad a su querida esposa, Carol Dunlop”, y agrega: “Ella murió primero, dos años antes de Julio, porque aunque era muchísimo más joven, le habían quitado un riñón”.
En una entrevista publicada en Clarín en 2014, Peri Rossi profundizó en el tema: “El sida no se había identificado cuando Julio lo contrajo, era una enfermedad sin nombre. Consistía en un retrovirus no identificado. Lo contrajo porque sufrió una hemorragia estomacal en agosto de 1981 cuando vivía en el sur de Francia. Lo hospitalizaron y le hicieron una transfusión de varios litros de sangre, que después se supo, en medio de un gran escándalo, que estaba contaminada”.
Según Peri Rossi, autora de libros como La insumisa y La nave de los locos, esta extraña enfermedad entonces desconocida “se caracterizaba por un aumento desmesurado de los glóbulos blancos, manchas en la piel, diarreas, cansancio, infecciones oportunistas y culminaba con la muerte”.
“La verdad es que la enfermedad que padeció Julio no estaba todavía diagnosticada, no tenía una denominación específica, se le llamaba ‘pérdida de defensas inmunológicas’ (...) Me enseñó una placa negra en su lengua, el sarcoma de Kaposi. Padecía un virus que desconcertaba a los médicos y no tenía tratamiento específico. Ningún médico sabía, tampoco cómo se transmitía o cómo se contraía”, agregó Peri Rossi en dicha entrevista.
30 litros de sangre contaminada
“Soy un hombre nuevo. Me han cambiado toda la sangre”, le escribió Cortázar a Peri Rossi dos años antes de contraer la enfermedad. Y según le contó el cuentista argentino al escritor uruguayo Omar Prego en una carta fechada el 23 de septiembre de 1981, la cosa fue así:
“Carol y yo la pasamos muy mal en nuestras vacaciones, porque apenas un mes después de nuestra instalación en una casa solitaria del Tholonet, cerca de Aix, me ocurrió algo bastante horripilante, o sea una hemorragia gástrica producida según parece por un exceso de aspirinas tomadas para liquidar una gripe. En este caso la espirina casi me liquida a mí, y sólo el hecho de que me hospitalizaron inmediatamente en Aix y que tuve médicos admirables me salvó de algo que yo sentía muy cerca. Fue muy duro, me dieron más de 30 litros de sangre, pero poco a poco he ido saliendo del pozo y ahora paso mi convalescencia en casa de buenos amigos, hasta el regreso a París a comienzos de octubre”.
Y agrega en una carta a Peri Rossi, citada en su libro Julio Cortázar y Cris: “Como no se descubría la causa de la hemorragia, que seguía alegremente, al tercer día me abrieron el estómago buscando una úlcera que por suerte no encontraron; después de eso dedujeron que se trataba del abuso de aspirinas (...) Como no hay mal que por bien no venga, se descubrió que en vez de 13.000 glóbulos blancos como hay que tener de máximo, yo tenía 130.000, mirá si no es una exageración. Miedo de leucemia, claro, pero no tardaron en desecharla por completo, aunque siguen investigando la causa de esta multiplicación y te ahorro el relato de agujas por todos lados, sondas en la nariz, fibrocoscopias y broncocospías con aparatos dignos de una película de terror”.
Pero es la propia Peri Rossi la que aclara el misterio de la enfermedad de Cortázar: “Años después se supo que esa sangre, que venía de la Cruz Roja, estaba contaminada. Se produjo un gran escándalo que terminó con la destitución del ministro de Salud Pública. La sangre se compraba a emigrantes pobres. No se realizaban pruebas, análisis, porque la enfermedad, el sida, eran desconocidos”.