Si se le pregunta a la Inteligencia Artificial cuáles son los tres escritores más importantes de toda la literatura argentina, dirá que primero Jorge Luis Borges y segundo, Julio Cortázar. “Conocido por su innovación narrativa y su contribución al boom latinoamericano, es otro pilar de la literatura argentina. Rayuela, por ejemplo, es considerada una revolución literaria por su estructura y enfoque narrativo”, responde ChatGpt.
Para muchos escritores, Cortázar -de cuya muerte se cumplen este lunes 40 años- es una marca. Pero ¿qué de Cortázar? Aquí tres argentinos y una española eligen una escena y un recuerdo personal o una mirada aguda sobre la obra.
Jorge Fernández Díaz -autor de novelas como El puñal, La herida y Mamá y del ensayo de descarga gratuita El policial. Nuestro regreso a los cazadores- retoma el debate por el cuento Casa tomada -leído en clave política- y habla de sus tardes de adolescencia, libros en mano.
Claudia Piñeiro -que escribió, entre otros, Elena sabe, Tuya, Las viudas de los jueves y El tiempo de las moscas- recuerda cuando su libro Un comunista en calzoncillos se cruzó mágicamente con Rayuela.
La española Pilar Adón -que en 2023 ganó el Premio Nacional de Narrativa- es autora de las novelas De bestias y aves, Las efímeras y Las hijas de Sara. Aquí cuenta la impresión al toparse con la literatura de Cortázar enla adolescencia. Y por qué la hace pensar en la soledad.
Y Guillermo Saccomanno -que tiene títulos como La lengua del malón, Cámara Gessell y El oficinista- hace hincapié en el lenguaje bien argentino que se atrevió a usar Julio Cortázar y por qué eso lo ponía un paso adelante.
Literatura mezclada con la propia vida y las propias emociones. No podía ser de otra manera.
Jorge Fernández Díaz: Cincuenta años de discusión
Vuelvo a leer cada tanto Casa tomada, no solo porque se trata de sus páginas más borgeanas, sino porque esa historia soñada una noche y escrita de una sentada, sigue siento objeto de disputa ideológica. El peronismo cultural creó la idea de que Cortázar la había escrito poco antes de emigrar a París para “denunciar” el espanto de la burguesía argentina frente al avance del nuevo objeto social: los descamisados. Creo, sin embargo, que su autor, consciente o inconscientemente, lo que estaba narrando era el miedo que provocaba aquel régimen autoritario que iba copando todo y arrinconando a quien no se allanaba a su estilo y propósitos. Cortázar dijo, para salir del paso, que era simplemente un texto fantástico. Pero lo verdaderamente fantástico es que se ha discutido durante cincuenta años, y se sigue discutiendo hoy mismo, en relación a un período de la historia y a una metodología de poder vigente.
No lo conocí a Julio Cortázar, solo me recuerdo a mí mismo boca abajo, sobre las baldosas frescas del patio de la calle Ravignani donde vivíamos, leyendo durante las gozosas siestas de un verano Bestiario, Final del juego y Todos los fuegos el fuego, cuento tras cuento, como si se trataran del mismo libro. Es un recuerdo de felicidad y de callada reafirmación vocacional: yo quería ser escritor y aquel narrador prodigioso me estaba dando una lección acerca de cómo se pueden contar historias apasionantes y extrañas con una “voz argentina”.
Fuera de su copiosa y magnífica correspondencia, rara vez vuelvo a Cortázar. Quizá para no desilusionarme con sus novelas. Sus relatos cortos son inoxidables. Y los personajes de Rayuela, más que la novela misma, quedarán para siempre.
Claudia Piñeiro: Una mágica intromisión en “Rayuela”
Una escena que siempre me quedó grabada es el encuentro de Alina Reyes y Lejana, en el cuento Lejana, de Cortázar. Alina Reyes es una mujer que se supone que vive en Buenos Aires, de una burguesía urbana, empieza a escribir un diario donde aparece esta alteridad de ella o este personaje que se llama Lejana, y hay una escena final en el cuento en la que ellas se encuentran en un puente que yo me imaginaba de un lado Buenos Aires y del otro Budapest, simplemente porque ella quería viajar a Budapest y porque Lejana estaba en un lugar frío y que había nieve, etc.
Siempre me acuerdo ese abrazo sobre el puente y que una se convierte en la otra. Tiene muchos detalles por ejemplo, el cierre de la cartera que siente en el abrazo. Quiero leer exactamente esa parte. Bueno, dice que... “las dos se abrazaron rígidas y calladas en el puente, con el río trizado golpeando en los pilares. A Alina le dolió el cierre de la cartera que la fuerza del abrazo le clavaba entre los senos con una laceración dulce, sostenible. Ceñía a la mujer delgadísima, sintiéndola entera y absoluta dentro de su abrazo, con un crecer de felicidad igual a un himno, a un soltarse de palomas, al río cantando. Cerró los ojos en la fusión total, rehuyendo las sensaciones de fuera, la luz crepuscular; repentinamente tan cansada, pero segura de su victoria, sin celebrarlo por tan suyo y por fin”.
Ese abrazo a mí siempre me quedó muy grabado, esa cosa de que finalmente ella se encuentra con ese otro personaje que probablemente es ella misma, y que cambian roles, y que la mujer burguesa pasa a ser una pordiosera en algún lugar con nieve. En ese abrazo hay condensada, me parece, mucha fuerza del cuento Lejana de Cortázar.
La anécdota que tengo con Cortázar tiene que ver con cuando yo saqué Un comunista en calzoncillos en el mismo momento salía una edición conmemorativa de Rayuela. Y un día por Twitter me escribe un seguidor que me dice “vos sabés lo que me pasó, compré el libro de Rayuela conmemorativo y cuando llego a la página tal, en vez de seguir Rayuela, sigue Un comunista en calzoncillos. O sea, en la diagramación, en la editorial, se les había mezclado un cuadernillo de Un comunista en calzoncillos en el medio de Rayuela de Cortázar. Lo cual era absolutamente cortazariano.
Además, en Un comunista en calzoncillos yo tomo la estructura de cambiar los capítulos haciendo un homenaje a Cortázar, hablo de Cortázar y justo ese libro se le mete en el medio a Rayuela, me pareció mágico al estilo Cortázar.
Y este chico me dijo: “No hay problema porque ya hablé con la librería y me lo cambian”. Le dije: “No, de ninguna manera, ese libro lo quiero yo”. Así que bueno, le compré una edición de Cortázar en condiciones y me quedé con esa en la que, cuando llegás a determinada página, sigue Un comunista en calzoncillos. La tengo en el estante de mi biblioteca donde tengo los libros firmados por autores que me he encontrado a lo largo de la vida y que admiro. Para mí eso era como si Cortázar me hubiera firmado esa edición de Rayuela.
Pilar Adón: Felices solos
No voy a ser muy original en mi escena predilecta de Cortázar, que sería el final de Casa tomada o el de Axolotl. Tendría diecisiete o dieciocho años cuando leí sus cuentos, y la impresión fue grande. De repente descubría un estilo distinto, único, que abría caminos impensables hasta su lectura. Aquello era la inspiración pura. También recuerdo Las ménades. En mi biblioteca mental, sitúo la emoción de leer estos cuentos unida a la de descubrir a Marguerite Duras o a Faulkner. Todo sucedió en la misma época.
Comparto su idea de la soledad. Leí en alguna parte que se sentía bien solo, y que podía vivir solo largos periodos de tiempo, con un gran concepto de la amistad, por supuesto, pero reivindicando a la vez su soledad.
Guillermo Saccomanno: Escribiendo mañana
Digamos las cosas por su nombre. Digamos, por ejemplo, pija. Admito que dicho así suena a pedo de inglés marechaliano. Intentaré explicarme: me acuerdo de uno de los momentos de Rayuela que más me sorprendieron al leerla. Fue esa parte, cito de memoria, en que Oliveira, en su derrumbe existencial tras haber perdido a La Maga y ésta a su Bebé Rocamadur, termina tirado frente al Sena mientras una clochard le chupa dulcemente la pija. Convengamos, en esos primeros años 60, leer esa parte donde dice pija quería decir algo.
Por entonces las novelas traducidas de Henry Miller rebosaban de su miembro siempre dispuesto en erección, pero ninguna pija. Tal vez esa pija cortazariana tenía algo que no era medírsela con Miller como de poner las cartas del lenguaje sobre la mesa. Digamos, literatura argentina y puesta en argentino. No era un gesto chauvinista. Era naturalidad, escritura que podía ser fina pero también plebeya: cero careta en ese tiempo pacato donde, me acuerdo, en un debate en la tele blanco y negro Sábato polemizaba sobre la legalidad del voceo en la ficción con el periodista Mariano Perla.
Así las cosas, busco el ejemplar de Rayuela pero no lo encuentro: lo que viene a probar, una vez más, que lo presté y, previsible, no volvió. Rayuela debe ser una de esas novelas que tienen como destino no volver al punto de partida y eso es un mérito. No me pasa lo mismo con Las armas secretas, primera edición. Este no se presta. Ahí, en el cuento El perseguidor, Cortázar le hace decir al fumadísimo saxofonista Johnny Carter: Esto lo estoy tocando mañana.
La anécdota anterior y esta frase que saco de la memoria dan cuenta de un rasgo personalísimo de la escritura de Cortázar: siempre estuvo escribiendo mañana, así fuera una pija o un saxo. No cualquiera, me digo, en esta época donde la escritura es legitimada en el chamuyo mediático antes que en el asombro de una escritura.