“No es no” y “sí es sí” son frases que escuchamos a menudo para hablar sobre las relaciones sexuales, la seguridad íntima y, en definitiva, del consentimiento. Parece claro, directo, sin anestesia, con límites claros. ¿Realmente es así?
El sentido de consentir, el nuevo ensayo de la filósofa española Clara Serra, publicado por Anagrama, indaga en las contradicciones del consentimiento. El ensayo propone una visión crítica de las aproximaciones simplistas a la noción y abre debate alrededor de las relaciones sexuales, el poder y el deseo.
Así, el recorrido va desde las perspectivas filosófica, histórica y política, en sintonía con los debates sobre el concepto que el #MeToo y las violencias en las relaciones sexuales expusieron. En El sentido de consentir Serra explora las grietas y paradojas de este concepto aparentemente claro e irrefutable.
Según uno de los grandes paradigmas feministas, que tiene su origen en el “feminismo de la dominación”, el consentimiento es imposible, donde los contratos sexuales son una ficción y una trampa. La autora toma varias corrientes feministas para exponer un segundo paradigma: el consentimiento es facilísimo. Basta con saber qué queremos y verbalizarlo. ¿La voluntad es el deseo?
Serra es investigadora en el Centro de Investigación Teórica, Género, Sexualidad de la Universidad de Barcelona y plantea más preguntas que certezas. ¿Se trata de pura libertad? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de consentir en el terreno sexual? ¿El consentimiento es garantía de buen sexo? ¿Se puede verbalizar el deseo sin ambigüedad? ¿El sexo consentido es el sexo deseado? ¿Cuáles son los límites? “Pensar el consentimiento como un problema más que como una solución”, define la filósofa española en El sentido de consentir.
La autora disecciona con maestría argumentos provenientes de diversas corrientes feministas, la doctrina liberal en la relaciones, la dominación para demostrar que consentimiento y deseo no siempre coinciden, y que la voluntad durante el acto sexual puede ser tan oscura como el deseo. Sus ideas desafían prejuicios, al defender el derecho al error y a explorar la sexualidad tentativamente.
El consentimiento, para la autora, es un concepto paradójico, contradictorio e irrenunciable.
El problema del consentimiento (Fragmento)
Mentado sin parar en tertulias e informativos televisivos, objeto de simplificación en redes sociales, tematizado en guías didácticas e invocado en discursos políticos, el consentimiento sexual es tratado hoy como una gran solución. Es más, pareciera como si en el terreno de la reflexión feminista sobre la sexualidad hubiéramos dado con la solución. Como si siempre hubiera estado ahí pero no la hubiéramos encontrado hasta hoy.
Consentir parece haberse convertido hoy en una receta mágica para todos los problemas que se nos presentan en el terreno del sexo, una respuesta definitiva a todas las preguntas. En primer lugar, porque parece venir acompañado de una extrema transparencia y nitidez: «Cuando se trata de consentimiento, no hay límites difusos», reza el eslogan en la web de ONU Mujeres.
Obvio, indudable, autoevidente, el consentir permite delimitar las cosas con extremada precisión. «Puede que las personas que usan estas expresiones entiendan el consentimiento como una idea vaga, pero la definición es muy clara […], no hay líneas borrosas.» Imbuidos de una especie de espíritu cartesiano, hemos encontrado en el consentimiento una idea clara y distinta. Y esperamos de él que sea no solo una herramienta para delimitar jurídicamente la violencia, sino también una exitosa manera de asegurar un buen sexo.
Consentir, se dice, garantiza la comunicación sexual y la comprensión mutua, es decir, sirve para deshacer los malentendidos y los aspectos desagradables de un encuentro sexual. Como afirma Joseph J. Fischel: «El consentimiento entusiasta, del que podemos inferir deseo, no solo es el punto de partida para el placer sexual, sino que prácticamente lo garantiza».
Así pues, parece que hemos dado con algo capaz de contener tanto una garantía frente a la agresión como la extraordinaria promesa de un sexo deseado, placentero y feliz. ¡Y todo ello encerrado, además, en una fórmula facilísima! Una muestra especialmente representativa de la gran confianza que hoy depositamos en el hecho de consentir la encontramos en el libro de Shaina Joy Machlus La palabra más sexy es sí, donde la autora afirma: «[…] el consentimiento es algo muy sencillo. Resulta fácil de entender y practicar y, aparte de evitar la violación, es un factor de empoderamiento y anima a disfrutar del sexo», «el consentimiento sexual es igual a sexo increíble».
Esta carta de presentación con la que el consentimiento sexual ha tomado protagonismo en la actualidad caracteriza también el modo en el que se ha abierto paso en el debate público español. La reforma del consentimiento incorporada en la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de Garantía Integral de la Libertad Sexual ha venido envuelta en una enorme polémica mediática, política y judicial.
Pero sus defensores lo han reducido todo a una disyuntiva clara y sencilla: habría quienes quieren que en nuestras leyes esté el consentimiento y habría quienes no quieren que esté. El consentimiento –supuestamente obvio, unívoco y claro– tendría como único obstáculo unos jueces machistas que se niegan a incorporarlo a la ley. Si la cosa es así de simple, parece obvio que la solución desde el punto de vista jurídico es facilísima: hacer que las leyes simplemente lo requieran en lugar de ignorarlo. ¿Podría acaso estar todo más claro?
La cuestión de fondo, sin embargo, es enteramente otra. Lo que todas estas apelaciones a la claridad obvian es que estamos ante un asunto de extrema complejidad. Las dificultades que implica legislar sobre esta materia tienen que ver con un problema político, es decir, remiten a algo prejurídico.
Lejos de ser algo claro y distinto, algo evidente, algo que se comprende de modo inmediato y que todos entendemos igual, el consentimiento esconde en su interior una enorme ambigüedad y, al mirarlo de cerca, más que respuestas, nos plantea preguntas. «Parece una palabra simple, una noción transparente, una bella abstracción de la voluntad humana. Sin embargo, es oscura y espesa como la sombra y la carne de todo individuo singular.»
Geneviève Fraisse escribe en 2007 Del consentimiento para enfrentarse, justamente, a esas dificultades que los discursos dominantes parecen decididos a obviar. La gran aportación de su libro es que recorre las polisemias ocultas en un concepto inseparable de muchas de las batallas políticas y legales que las mujeres han librado para conquistar derechos.
El consentimiento, ligado desde el derecho romano a la figura del contrato, ha sido central para pensar el matrimonio como un pacto mutuo, para defender el derecho al divorcio o para otorgar a las mujeres capacidad de negociación en cualquier actividad relativa al trabajo sexual. Pertenece en particular al lenguaje del contractualismo liberal y es una piedra angular del proyecto político moderno, construido bajo la premisa en la que a su vez se asienta el derecho: que los sujetos mayores de edad pactamos libremente ante los otros y ante el Estado.
Quién es Clara Serra
♦ Nació en Madrid en 1982.
♦ Es investigadora, activista feminista y exdiputada de la Asamblea de Madrid.
♦ Actualmente es investigadora en el Centro de Investigación Teórica, Género, Sexualidad de la Universidad de Barcelona (ADHUC). Fue responsable del Área de Igualdad de Podemos desde sus inicios hasta 2017.
♦ Es autora del libro Leonas y zorras. Estrategias políticas feministas y coordinadora del texto colectivo Alianzas Rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad.