Biografía no autorizada de Piñera: competencia con los hermanos, un ring en la casa y mandato de destacar

Una investigación de Loreto Daza y Bernardita del Solar describe la trayectoria del exmandatario chileno, que murió este martes. Muestran una educación rigurosa y la adrenalina de ser el mejor.

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La biografía no autorizada de Sebastián Piñera.
La biografía no autorizada de Sebastián Piñera.

Con más de cien entrevistas a familiares, amigos y también adversarios del expresidente chileno Sebastián Piñera -que murió este martes en un accidente de helicóptero- las periodistas Bernardita del Solar y Loreto Daza escribieron la biografía no autorizada de quien dirigió dos veces los destinos de su país.

Primero fue Piñera, historia de un ascenso, que se publicó en 2010. Y luego, en 2017, llegó Piñera. Biografia no autorizada, que llevó a esa fecha el recorrido del empresario, que fue presidente por primera vez entre 2010 y 2014 y por segunda entre 2018 y 2022.

El libro destacaba su recorrido personal, su carácter, su impulso ganador. Lo recordaban en la introducción a esta versión actualizada: “Doce años antes de la campaña que lo llevaría a la presidencia, Piñera ya había previsto que algún día podría cumplir el objetivo que alcanzó ese 11 de marzo de 2010, cuando por fin se ciñó la banda presidencial. En 1998, durante un viaje a Europa, y tras un encuentro en el castillo del duque de Orleans, firmó el libro de visitas con un optimista y premonitorio «Sebastián Piñera, futuro Presidente de Chile».

Aquí, el capítulo en que cuentan cómo empezó todo en la infancia, cómo se construyó un hombre con voluntad de poder y de transformación. La competencia entre hermanos -el que tenía el mejor promedio recibía más dinero para sus gastos que los demás- y un entrenamiento en cálculos matemáticos desde el desayuno hicieron lo suyo.

Las periodistas lo cuentan de forma apasionante.

Mejor con guantes de boxeo

—¿Quién de ustedes obtuvo el mejor promedio? —interrogaba el padre a sus cuatro hijos hombres, cada diciembre, al terminar el año escolar. La pregunta era parte de un ritual de consecuencias conocidas para los Piñera Echenique. Porque el que mostrara mejores calificaciones recibiría la mesada más alta al año siguiente.

La vida cotidiana de los hermanos estaba salpicada de escenas como ésta. Desafiarse unos a otros era la manera en que se relacionaban.

—¿De cuántas formas distintas puede sentarse una persona cuando hay dos asientos, siete hombres y cinco mujeres, sin tener una mujer al lado derecho? —lanzaba uno de ellos durante el desayuno. Los demás sacaban cuentas, frenéticos. Era el inicio de un día cualquiera.

Quienes se preguntan por el origen de ese afán tan competitivo que caracteriza a Sebastián Piñera, deben remitirse a costumbres e imposiciones arraigadas en su familia paterna durante generaciones. Sebastián creció en un ambiente en que destacar era un precepto sagrado, sobre todo para los hombres. Una norma que nadie se hubiera atrevido a cuestionar.

 Sebastián Piñera como presidente de Chile. (AP)
Sebastián Piñera como presidente de Chile. (AP)

Ya en los relatos del arzobispo Bernardino Piñera, tío del presidente, es posible hallar antecedentes de esta obsesión familiar. En un capítulo de sus memorias referido a su infancia, el sacerdote resume, en siete palabras, lo que su padre esperaba de él: que fuera el mejor de su curso. Simple y drástico. Un mandato de excelencia universal. Cuenta el prelado que con ocasión de una entrega de notas en el colegio al que entonces asistía Bernardino, en Francia, su padre José Manuel Piñera Figueroa fue a su encuentro al terminar la ceremonia para inquirirle:

—¿Qué puesto obtuviste?

El muchacho tenía motivos para enorgullecerse:

—El tercero —contestó alegre Bernardino.

—¿Y por qué no el primero? —fue la inmediata reacción del progenitor.

«No entendí la pregunta de por qué debía ser yo el primero», confesaría décadas más tarde el sacerdote. Aunque en su destacada carrera religiosa todo indica que incorporó el mensaje.

Pero hubo algunas excepciones entre los Piñera. Quien se apartó temporalmente de la regla de excelencia fue el padre del mandatario. Al ingresar a un colegio de París en 1929 (entonces la familia residía en Francia), José fue mal evaluado y se situó entre los últimos de su promoción. Motivos había. Pese a haber cumplido doce años, nunca había pisado una sala de clase, pues había sido educado en su casa por una institutriz. No obstante, logró sobreponerse a la desventajosa situación, y a fines de ese mismo año ya figuraba entre los primeros del curso.

Destacar entonces sería la consigna de la familia. Por ello, no es de extrañar que tal afán fuera traspasado a la siguiente generación. En el hogar de los Piñera Echenique, los niños fueron tempranamente iniciados en este estilo de relación con sus pares. Competían entre sí por las notas, por la comida, por la mesada y… por los afectos. Todo era objeto de desafío y lucha, en especial entre los hermanos. En la década de los sesenta, solían ir todas las tardes a la plaza de Américo Vespucio con Presidente Errázuriz, en aquel tiempo un tranquilo barrio residencial, para medirse en carreras, tiro al arco, saltos, volteretas, lo que fuera. Sin embargo, el duelo más excitante de todos no tenía lugar allí, sino en casa, y se daba en el plano intelectual.

Sebastián Piñera en la ONU, en 2018. (Reuters)
Sebastián Piñera en la ONU, en 2018. (Reuters)

En aquella familia de seis hermanos con edades muy próximas (los primeros cuatro nacieron en un período de cinco años), era el padre quien incentivaba el debate. Ingeniero de profesión y excéntrico por definición, José Piñera Carvallo educaba a sus hijos de acuerdo a una teoría desarrollada por él mismo. Sostenía que nadie nacía inteligente, sino que esa virtud se cultivaba a lo largo del tiempo mediante el estudio. Por lo tanto, el jefe de la familia se aseguraba en persona de que sus hijos contaran con el acicate necesario para formar destrezas intelectuales, y disfrutaba incitándolos a resolver problemas y memorizar información. La hora de la comida, sentados todos a la mesa, era el momento de las preguntas: «¿Cuál es la capital de Japón? ¿Cuál es la moneda de Francia? ¿Quién es el presidente de Uruguay?»…

De los seis hermanos, tres —Guadalupe (Lupe), la hermana mayor; Miguel (Negro), el quinto, y Magdalena (Pichita), la menor— no entraron en ese juego. Lupe, porque nunca le atrajo capitalizar la atención de los demás. Dedicada a la vida familiar, hasta hoy mantiene un perfil bajo. Miguel manifestó otros intereses: desde muy chico se inclinó por la música y, más tarde, por la bohemia. Pichita, dada la diferencia de edad que la separaba de los otros, no llegó a clasificar para la disputa. En cambio, los tres hombres mayores, José (Pepe), Sebastián (Chato) y Pablo (Polo), con escasa diferencia de edad, parecían disfrutar desafiándose mutuamente. Sebastián Piñera, entonces, desarrolló su personalidad en un ambiente riguroso. «El padre de Sebastián se relacionaba con la gente desde el plano intelectual, y por ello llevaba a la mesa familiar su obsesión por las pruebas de conocimiento», recuerda Sergio Molina, un amigo de la familia. Esto se potenciaba con el sello de personalidad de la madre: Magdalena Echenique era una mujer de voluntad férrea, lo que sin duda forjó el carácter del presidente.

Aunque sin llegar a convertirse en conversación de eruditos, la discusión hacía primar los temas más elevados sobre la mera anécdota cotidiana en las reuniones familiares. «Se podía hacer alguna referencia a Rousseau, pero no al punto de que el comedor pareciera un salón de Versalles», recuerda con humor Fabio Valdés, amigo de la infancia del presidente, para ilustrar el tono exacto de la conversación de los Piñera Echenique: interesante, pero no rebuscada.

El desafío constante era la tónica impuesta por su padre a todos los hermanos. Pero en el caso de Sebastián hubo un factor adicional que exacerbó el rasgo competitivo de su personalidad; el motor permanente en su afán por sobresalir: la obsesión por derrotar a su hermano José. El mayor de los hombres le llevaba un año de ventaja en casi todo. Sería el primero en convertirse en economista, el primero en obtener un doctorado en Harvard y el primero en lanzarse en una aventura presidencial. Justo detrás, Sebastián fue haciendo exactamente lo mismo. «Desde muy chico mantuvo una sorda lucha con Pepe, quien, por sus capacidades, le puso un estándar muy alto», relata un cercano.

Sebastián Piñera, una personalidad de liderazgo. (EFE/Alberto Valdés/Archivo)
Sebastián Piñera, una personalidad de liderazgo. (EFE/Alberto Valdés/Archivo)

Las fuertes diferencias de carácter entre los hermanos no facilitaban la convivencia. A Pepe, quien era extremadamente metódico, y al que enfurecía el desorden en el estrecho espacio que los hermanos debían compartir, siempre le costó integrarse al grupo. Le agradaba leer y necesitaba de una tranquilidad que no encontraba en su casa. «No le gustaban las bromas, el ruido, el desorden.Y esta familia es de mucho hueveo», explica uno de los integrantes. A diferencia de José, Sebastián convivía bien con el desorden y la improvisación, y parecía estar siempre listo para cualquier panorama.

Como la casa familiar no contaba con dormitorios individuales para cada uno de los seis hijos, pronto se hizo necesario compartir. Por consideraciones de edad, los padres asignaron la misma pieza a los mayores, José y Sebastián.

No fue una solución feliz.

«Peleaban mucho. Se cacheteaban de lo lindo», reveló en una ocasión la madre, quien, según admitió ella misma, tenía dificultades para controlar el fuerte carácter de José. Las peleas llegaron a ser tan frecuentes y duras que, cansada de los golpes entre los hijos, doña Picha —como llamaban a la madre de Sebastián— mandó instalar un ring de boxeo en el jardín posterior de la casa. Fue allí donde los muchachos siguieron resolviendo sus conflictos por largo tiempo. El único requisito que les impuso la mamá fue que usaran siempre guantes acolchados.

Los hermanos se acostumbraron al rigor de la confrontación. Un miembro de la familia que cometía un error no podía esperar misericordia. «Había que estar atento, porque el que fallaba se convertía en objeto inmediato de mofa del resto», recuerda Pablo Piñera.

Desarrollada en su infancia, esta necesidad de medirse constantemente con otros reaparecería más tarde en diversos momentos de la vida de Sebastián, tanto en el mundo de las empresas como en el de la política, e incluso después de haber alcanzado La Moneda. No pasa un día sin que se imponga un desafío o se lo imponga a sus subordinados. Sus ministros tuvieron que aprender a enfrentar las reuniones de gabinete como si fueran exámenes finales. Ante un error mínimo, la crítica caería sin piedad. «Hay que tener cuero duro para trabajar con Sebastián, porque es irónico, descalificador y, aunque seas su mano derecha, te puede humillar en público», dice un ex hombre de confianza.

Pensativo. Una imagen de Sebastián Piñera. (AP)
Pensativo. Una imagen de Sebastián Piñera. (AP)

Más que el dinero, más que el poder e incluso más que el deseo de saborear el triunfo, es la adrenalina de la competencia la que lo seduce. El ambiente de lucha que reinó en su hogar familiar, instigado por el padre, aceptado por la madre y abrazado en mayor o menor grado por los hermanos, definió su personalidad. Así, batiéndose sin tregua, ha cosechado enormes éxitos profesionales y financieros, pero también se ha hecho de enemigos. Medirse constantemente con los demás se volvió un modo inconsciente de buscar satisfacción y reconocimiento. La paradoja es que a menudo consigue rechazo. «Es tan competitivo que en las reuniones de directorio a uno le dan ganas de decir “¡Basta ya, Sebastián! ¡Ya sabemos que eres el más inteligente!”», comenta una colaboradora para ilustrar la frustración que le provoca la necesidad de Piñera de demostrar superioridad sobre los otros.

El ring que mandó instalar la Pichita para poner coto a las disputas de sus hijos resultó eficaz y consiguió el loable objetivo de evitar bajas en la familia. Con el tiempo, el foco de atención de los muchachos se deslizó más allá de los límites del hogar, y la frecuencia e intensidad de las peleas entre ellos disminuyeron. Pero las rivalidades alimentadas en aquel cuadrilátero jamás desaparecerían.

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