Contra la tiranía de la juventud y la novedad: tres libros para sacarle brillo a lo viejo

Una teórica trans australiana de 62 años que sale a bailar, una autora estadounidense que triunfó más de 10 años después de morir y un escritor argentino que se exilió en España durante la última dictadura militar.

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Estos títulos ofrecen tres formas
Estos títulos ofrecen tres formas de adentrarse en las distintas acepciones de la vejez.

Más sabe el diablo por viejo que por diablo, dicen. Pero este, que supo ser un ángel joven y hermoso, digno del favoritismo de Dios, nunca contó su historia como aquel, que también sabía más por viejo que por dios.

En la era de la inmediatez, entre la inteligencia artificial y la obsolescencia programada, todo parece quedar viejo cada vez más rápido: la tecnología, las modas, las ideologías, las personas. El esfuerzo tedioso de limpiar o enmendar algo poco puede ante la facilidad tan tentadora de lo descartable, y los gustos rara vez llegan a afianzarse antes de que algo los reemplace.

Cuando se trata de libros, una de mis formas favoritas para hacerle frente a la tiranía de lo joven y lo nuevo es ir a librerías de usados. A varios de mis autores favoritos los descubrí por accidente, en ese intuitivo salto al vacío, mezcla de curiosidad y casualidad, que es agarrar (y juzgar) un libro por su portada mientras te llenás los dedos de polvo. Pero a fines de 2023, mientras veía la pila de novedades recién salidas del horno que tenía para reseñar, noté que había tres libros que abordaban la vejez de maneras muy distintas. Puestos uno al lado del otro, parecían hablar entre sí.

Vamos de menor a mayor. El primero era un ensayo sobre las raves, esas largas fiestas de música electrónica generalmente clandestinas, escrito por una teórica australiana trans de 62 años. El segundo era el rescate de un rescate, un libro de textos inéditos de una autora estadounidense que murió en 2004 pero alcanzó el reconocimiento internacional en 2015. Y el último era un libro de cuentos nuevos de uno de mis autores viejos favoritos.

Cada cual a su manera, estos tres libros reseñados a continuación no solo me demostraron las virtudes de la vejez, sino que me hicieron ver “lo nuevo” y “lo viejo” como una relación más que como una antítesis; una relación tensa, sí, pero repleta de matices, en la que lo viejo se enmascara en lo nuevo, lo nuevo se transforma en lo viejo y ambos tienen mucho que aprender del otro.

“Raving”, de McKenzie Wark

"Raving", de McKenzie Wark, editado
"Raving", de McKenzie Wark, editado por Caja Negra.

Aunque es una celebrada intelectual y académica australiana, a McKenzie Wark la conocí por su primer libro de ficción, Vaquera invertida, una novela autobiográfica en la que narra su transición de género pasados sus 50 años. Wark ya había publicado antes varios libros de teoría, como Un manifiesto hacker y El capitalismo ha muerto: ¿es esto algo peor?, pero aquella novela, en la que logra poner en palabras los cambios tanto corporales como identitarios que atravesó, también dio cuenta de una transformación en su forma de escribir.

Ahora, entre la rigidez de la teoría -que puede resultar algo expulsiva para muchos lectores no especializados- y la fluidez de la autoficción, Wark acaba de publicar Raving, un ensayo sobre las largas fiestas de música electrónica conocidas como raves, en el que logra aunar ambos extremos para fusionarlos en lo que llama “autoteoría”.

Pero Wark, más cerca de la etnografía caótica y sensual de Néstor Perlongher que de aquella tan rigurosa de Lévi-Strauss, tiene una perspectiva única a la hora de salir a bailar: con sus 62 años, la autora duplica y hasta triplica en edad al asistente promedio las fiestas mayormente clandestinas a las que asiste. Claro que, hoy en día, esa no es una edad suficiente para ser considerada vieja, pero sí lo es cuando se trata del público de las raves, para quienes lo vintage remite, cuanto mucho, a los celulares con tapa y la estética de los 2000.

Cuando la entrevisté antes de su presentación de Vaquera invertida en el marco del Filba 2022, lo primero que me preguntó fue: “¿A dónde está la gente queer en Buenos Aires?”. Quería, según me dijo, conocer los rincones ocultos de la noche porteña ya que, en ese entonces, estaba terminando de escribir Raving. Cuando le pregunté cuál era su relación con el mundo de la fiesta, me dijo: “Para ser clara, tengo 61 años. No salgo cinco noches a la semana, del ocaso al alba. Suelo salir una vez a la semana. Me levanto temprano a la madrugada y mi novia y yo bailamos de 4 am hasta el cierre, que suele ser a las 9. Así que no voy a actuar como si fuera la reina de la pista de baile”.

En "Raving", la académica australiana
En "Raving", la académica australiana de 62 años McKenzie Wark escribe un ensayo sobre las fiestas clandestinas de música electrónica conocidas como "raves".

Escribe al comienzo de Raving: “Lo primero que pienso en una rave: ¿quién la necesita? y, entre quienes la necesitan, ¿quiénes pueden sostener el hábito? (...) No siempre es sencillo ser una raver transexual de mediana edad, fácilmente identificable como tal. Me encuentro en este momento de mi vida en una situación en la que no recibo ni rechazos ni atención”.

Sola o acompañada, sobria o un tanto drogada, Wark va a fiestas en antros, sótanos, descampados y edificios de oficinas abandonados. No busca aparentar una juventud que no tiene ni tampoco nutrirse de la vitalidad de otros ravers como una vampiresa sedienta. No busca mostrarse pero tampoco busca compañía, sexo ni amor. ¿Qué busca, entonces?

“De todas las necesidades que puede satisfacer una rave, me interesa una. Durante unos pocos beats, o miles, dejar de ser. No estar aquí, ni en ninguna parte. Un cuerpo trans abandonando sus ansiedades, abrazando su propio extrañamiento, perdiéndose en estos beats alienígensas. Esa sería una buena rave”, escribe.

A pesar de ser un lúcido ensayo, en Raving no hay grandes conclusiones. Autoteoría no es autoayuda, por lo que lectores y lectoras no encontrarán acá recetas para mejorar sus vidas bailando ni soluciones a los problemas que, hoy en día, aquejan tanto a jóvenes como a viejos. Ante la desaparición de los distintos futuros posibles entre los actuales desastres económicos, políticos y ecológicos, Wark baila. Y lo hace no por moda ni por gusto, sino por necesidad.

Recién mojando tímidamente las patas en el mundo de la vejez -vale aclarar que es la más joven de esta tríada de autores-, McKenzie Wark encontró en las raves un espacio por fuera de los problemas tanto del mundo como propios, uno en el que personas como ella se juntan a dejarse “penetrar” por la música -la única clave que destaca para bailar bien- sin importar edad, clase, género o color de piel, y todo bajo la bendición de los y las DJs, únicos representantes de esta religión nocturna que no pide nada a cambio más que baile, sudor y energía.

“Una nueva vida”, de Lucia Berlin

El fenómeno de Lucia Berlin es uno de esos casos raros, pero no por eso infrecuentes, que demuestran que la literatura no tiene fecha de vencimiento. Esta escritora estadounidense murió en 2004 a los 68 años con 77 cuentos publicados, y aunque Homesick, su primer libro, recibió el prestigioso American Book Award, su obra no tuvo en vida la relevancia que alcanzaría una década después de su muerte.

En 2015, la publicación de Manual para mujeres de limpieza, una compilación póstuma con algunos de sus mejores relatos, la puso en boca de todos. En pocas semanas, el libro se convirtió en un bestseller y, al cabo de un año, fue traducido a 14 idiomas. Bastó un buen título -porque los cuentos siempre estuvieron ahí- para que el hechizo surtiera efecto; eso sí, sin que la maga pudiera atestiguarlo.

La vida de Berlin, al igual que sus cuentos, nunca fue lineal. Pasó de ser una niña de clase media en Estados Unidos a ser una adolescente de clase alta en Chile, para luego conocer la pobreza durante parte de su adultez. Fue, como se titula uno de sus cuentos, “Del gozo al pozo”. Tuvo cuatro hijos y tres matrimonios, el último con un hombre “carismático” pero adicto a la heroína. Tuvo, también, todo tipo de trabajos: fue profesora, limpiadora, telefonista, recepcionista en un consultorio ginecológico y ayudante de enfermería en una sala de urgencias, todo sin nunca dejar de escribir y criar a sus hijos.

Afirma la autora española Sara Mesa en su prólogo para Una nueva vida, libro que reúne cuentos, ensayos y diarios de Lucia Berlin no incluidos en sus compilaciones: “Si su biografía nos fascina no es solo por los hechos que la forman (...) sino por el modo en que se sirve de esa materia prima para la construcción de un universo literario único. Leer estos textos inéditos es descubrir cómo se gesta este proceso, asistir a la transustanciación de la vida en ficción”.

Lucia Berlin falleció en 2004,
Lucia Berlin falleció en 2004, pero recién en 2015, con la publicación de "Manual para mujeres de limpieza", su obra se hizo conocida a nivel internacional.

Casi todos los cuentos de Lucia Berlin pueden leerse en clave autobiográfica. El alcoholismo de su madre y el suyo propio, el suicidio de su primer novio, el cáncer de su hermana, una vejez con más miedo al pasado que a la muerte. Su vida, rica y contradictoria, nutrió su obra tanto como su obra nutrió su vida. “Muy de vez en cuando consigo crear una emoción genuina sobre la página y solo entonces podría decirse que existo”, escribe en su diario.

Pero, como se pregunta Sara Mesa en el prólogo: “¿Qué se hace con el material de la vida, cuando el material de la vida supura soledad y dolor?”. Se lo trabaja, se lo transforma, se lo achura y se lo recauchuta con el fin de “encontrar belleza hasta en el dolor más hondo”.

Alejados de la autoficción, los cuentos de Lucia Berlin parten de su experiencia personal pero trascienden el yo y sus limitaciones. La autora se camufla entre los personajes, procesa su propia vida, la interpreta y la reformula en relatos que, por ejemplo, escribió para hacerle entender a su marido sus “sentimientos encontrados” o para darle sentido a la muerte repentina de un vecino y viejo amigo.

Editado y comentado por su hijo, Jeff Berlin, este libro viene a darle, una vez más, Una nueva vida a una vieja autora que, a 20 años de su muerte, todavía tiene mucho para dar. “No es que me preocupe tanto el futuro. Siento curiosidad, todavía. Es el pasado de lo que no me puedo librar y me golpea como una ola gigante cuando menos me lo espero”, escribe en el cuento que da título al libro, en el que una anciana poco conforme con su vida se escapa de su familia y, de un día para el otro, desaparece sin dejar rastro. “Pero es verdad -concluye en ‘La doncella’- una fantasía puede hacerte feliz”.

“Taller de otoño”, de Blas Matamoro

A Blas Matamoro llegué gracias a uno de mis procedimientos literarios favoritos: el rescate. En 2019, la editorial argentina De Parado, dedicada a la literatura gay, reeditó su novela Las tres carabelas, que estaba fuera de circulación desde su publicación en 1984.

Para ese entonces, este escritor, abogado, crítico y traductor argentino -uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual junto a Puig, Perlongher y Sebreli, entre otros- ya se había ido a vivir a Madrid, donde reside desde 1975, a causa de la prohibición de uno de sus libros durante la última dictadura. Pero, como escribe el autor: “Una vez más, la prohibición funcionó como estímulo. Algo tendrá lo prohibido por serlo, vamos a ver de qué se trata”.

Desde el rescate de Las tres carabelas, varias nuevas generaciones descubrieron la obra de Matamoro, obra que, para fortuna de sus lectores, todavía se encuentra en expansión. En 2020, De Parado publicó La canción del pobre Juan, novela escrita en 1988 que había permanecido inédita. En 2022, Blatt & Ríos publicó Fundidos a negro, otra novela suya, esta vez nueva. Y a fines de 2023, esta misma editorial lanzó su última novedad: el libro de relatos Taller de otoño.

Además de escritor, Blas Matamoro
Además de escritor, Blas Matamoro es abogado, crítico y traductor argentino, además de uno de los fundadores del Frente de Liberación Homosexual en 1971.

Los cuentos de Taller de otoño fueron escritos en el verano español de 2023 y, en su mayoría, giran en torno a la vejez: un hombre viudo que coquetea con las posibilidades de un nuevo amor, una pareja de ancianos que sale de viaje, una reinterpretación borgeana de Shakespeare, un terrorista secreto que reclama la eutanasia, una ciudad que se transforma en un desierto y viceversa.

A sus 82 años, sin embargo, Matamoro hace gala de una frescura y una imaginación para las que no desentonaría el adjetivo de vitales. Estos “pecadillos de vejez”, como los llama, son 21 relatos que parecen haber salido a borbotones en un corto período de tiempo, lo cual, para un escritor de su talla, no implica una escritura atolondrada o descuidada. “Púlelo constantemente y vuelve a pulirlo”, cita, en el epígrafe que abre el libro, al poeta francés Nicolas Boileau. Y pulidos están, sin duda.

Cada uno de estos relatos genera en el lector un entusiasmo infantil y, como anticipa la contratapa, lo obliga a “quedarse hasta el final”, ya que tienen esa cualidad única de los buenos cuentos, que es la de lograr que “quedemos embelesados escuchando no sólo para saber cómo termina, sino para disfrutar del modo de contar”.

En este Taller de otoño, Matamoro es el maestro que enseña a escribir, no a través de la teoría sino de la única manera posible: el ejemplo. Y con su nuevo libro -en el que deja atrás los “pecadillos de juventud” de sus primeras colecciones de relatos cortos como Hijos de ciego o Nieblas, que aun no fueron reeditados pero que vale la pena conseguir en las indispensables librerías de usados-, demuestra que su obra, como el ínfimo olivo en el ínfimo patio del cuento que abre el libro, “resiste las peores heladas y crece lentamente, seguro de los siglos que lo esperan”.

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