No hizo falta llegar al siglo XXI para que la política argentina tuviera frases cortantes y durísimas. Esto que sigue lo escribió Juan Bautista Alberdi -el padre ideológico de la Constitución Nacional- en 1852: “Una provincia en sí es la impotencia misma, y nada hará jamás que no sea provincial, es decir, pequeño, obscuro, miserable, provincial, en fin, aunque la provincia se apellide Estado”.
Y no lo dice al pasar ni como quien retuitea a otro con menos responsabilidades institucionales: lo escribe en Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, ese ensayo que sirvió de borrador para la Constitución y que inspira la ley Ómnibus que se debate en la Argentina por estos días y que se llama -justamente- Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos. No por nada lo cita Milei: el prócer, por ejemplo, abogó a favor de los poderes delegados que él hoy reclama.
Alberdi redacta su trabajo meses después de la derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros. Sostiene que esa derrota habilita un momento fundacional, un barajar y dar de nuevo para hacer un país distintos. De eso se trata su libro y para eso quiere su Constitución. ¿Es algo semejante a lo que plantea Javier Milei, un “va de nuevo” después de tantos años de andar por caminos que considera errados?
Ese “nuevo” país que quiere se monta, sin embargo, sobre el viejo. Un país organizado en provincias donde predominaba, hasta entonces, la de Buenos Aires, que controlaba el puerto. El político, escritor, abogado, quiere acabar con ese predominio, quiere una nación que sea una sola, con un gobierno central fuerte. ¿Una aspiración que resuena en el presente?
Con todo, Alberdi propone un sistema mixto, capaz de coordinar lo provincial y lo nacional. Pero para eso, claro, las provincias tendrán que ceder cierta cuota de su poder, aceptar el avance federal sobre su soberanía. Los motivos son de peso y Alberdi los esgrime: “Sin la unión de los intereses argentinos, habrá Provincias argentinas, no República Argentina, ni pueblo argentino: habrá riojanos, cuyanos, porteños, etc., no argentinos.”
Si queremos ser argentinos, dice, habrá que encontrar intereses comunes. No buenas intenciones, no amor: intereses. No era fácil entonces, no lo es hoy.
“El gobierno general, pues, si ha de ser un hecho real y no una mentira, ha de tener poder en el interior de las Provincias”
El tucumano insiste: “Sólo es grande lo que es nacional o federal. La gloria que no es nacional, es doméstica, no pertenece a la historia. El cañón extranjero no saluda jamás la bandera que no es nacional. Sólo ella merece respeto, porque sólo ella es fuerte”.
Y para ser fuertes, para comerciar, para estar “en el mundo”, cree el político en 1852, hay que renunciar a ciertos aspectos locales. “En política, como en industria, nada se consigue sin la unión de las fuerzas y facultades dispersas”, escribe. Esto lo va a decir, repetir, dar vuelta, mostrar por otro lado.
Primero, historia: Alberdi señala que los gobiernos provinciales son “antecedentes administrativos” que se remontan a la Colonia. Por tanto, sostiene, son un punto de partida. Pero: “Sabido es que Napoleón I sancionó sus códigos civiles con la alta mira de establecer la unidad o nacionalidad de Francia, dividida antes de la revolución en tantas legislaciones civiles como provincias”.
Luego, plata. Alberdi mostrará la billetera: cada provincia sola, dirá, no puede sostener la infraestructura que los tiempos requieren. Precisan del gobierno central y eso no es gratis. Escribe en Bases: “Caminos de fierro, canales, puentes, grandes mejoras materiales, empresas de colonización, son cosas superiores a la capacidad de cualquier provincia aislada, por rica que sea. Esas obras piden millones; y esta cifra es desconocida en el vocabulario provincial”.
¿Se entendió? Nada que no pase hoy: si necesitan fondos, tienen que acudir a la Nación. Entonces Alberdi habla de la autoridad, la fuerza, el poder de mando que va a ejercer ese gobierno central. Dice: “La creación de un gobierno general supone la renuncia o abandono de cierta porción de facultades por parte de los gobiernos provinciales. Dar una parte del gobierno local, y pretender conservarlo íntegro, es como restar de cinco dos, y pretender que queden siempre cinco”.
Y, en el mismo sentido: “Pedir un gobierno general es consentir en el abandono de la parte del gobierno provincial que ha de servir para la formación del gobierno general”.
¿Y quién manda? Alberdi tiene su respuesta: “No será gobierno general el gobierno que no ejerza su autoridad, que no se haga obedecer en la generalidad del suelo del país y por la generalidad de los habitantes que lo forman, porque un gobierno que no gobierna es una palabra que carece de sentido. El gobierno general, pues, si ha de ser un hecho real y no una mentira, ha de tener poder en el interior de las Provincias, que forman el Estado o cuerpo general de nación, o de lo contrario será un gobierno sin objeto, o por mejor decir, no será gobierno”.
¿Qué cosas ceden las provincias, según el texto que Javier Milei tanto elogia? Para empezar, la Aduana, es decir el dinero que el estado recauda por el ingreso y egreso de mercadería. ¿Tiene algo que ver esto con la discusión por la coparticipación del Impuesto PAIS, que ocupó a los gobernadores por estos días? " La aduana exterior, aunque no está nacionalizada, es un objeto nacional”, dice Alberdi (en 1852).
Y da una lista de asuntos en los que las provincias no tienen que meterse. A saber:
- Las Provincias no podrán ingerirse en el sistema o arreglo general de postas y correos.
- No deberán expedir reglamento, ni dar ley sobre comercio interior o exterior, ni sobre navegación interior, ni sobre monedas, pesos y medidas, ni sobre rentas o impuestos que se hubiesen declarado nacionales, ni sobre el pago de la deuda pública.
- No podrán alterar los colores simbólicos de la República.
- No podrán celebrar tratados con países extranjeros, recibir sus ministros, ni declararles guerra.
- No podrán hacer ligas parciales de carácter político, y se darán por abolidas todas las existentes.
- No podrán tener ejércitos locales.
- No podrán crear aduanas interiores o de provincia.
- No podrán levantar empréstitos en el extranjero con gravamen de sus rentas.
¿Por qué no? “No podrán absolutamente ejercer esos poderes, porque serán poderes delegados al gobierno de la Confederación, de un modo constitucional e irrevocable, por otro medio que no sea el establecido por la Constitución misma”.
Hacía menos de 40 años que estas provincias -las “Provincias Unidas de Sud América- habían declarado, en San Miguel de Tucumán, que estaban de acuerdo en “investirse del alto carácter de una nación libre e independiente”. No sin internas, no sin rencillas, pero ahí se habían parado, para caminar juntas. Ahora Alberdi intentaba, desde su concepción liberal, crear una forma para que ese camino fuera algo más armonioso y mucho más productivo. Por eso, advertía:
“Si las Provincias argentinas rehusasen admitir un sistema semejante de gobierno, si no consintiesen desprenderse de esos poderes, al mismo tiempo que aseguran querer un gobierno general, en tal caso se diría con fundamento que no querían ni federación, ni unidad, ni gobierno general de ningún género”.