La periodista argentina Leila Guerriero es una experta en la para nada sencilla tarea de narrar complejidades, matices y contradicciones. Lo demostró con libros como La otra guerra, en el que cuenta “una historia del cementerio argentino en las islas Malvinas” y aborda, con una mirada distinta, uno de los temas más sensibles de la historia del país. Y con su nuevo libro, La llamada, vuelve a adentrarse en la última dictadura para contar una historia difícil pero necesaria.
Editado por Anagrama, este libro es un retrato de la argentina Silvia Labayru, una ex integrante de Montoneros, proveniente de una familia de militares, que pasó un año y medio cautiva en la ESMA, el centro clandestino más grande de la última dictadura argentina, donde fue torturada, violada y obligada a realizar trabajo esclavo. Allí, entre los alaridos de sus compañeros torturados, parió a su primera hija, uno de los pocos bebés nacidos en cautiverio que fueron devueltos a su familia biológica.
La llamada acaba de ser publicado en España, donde la autora dio algunas entrevistas en las que habló sobre cómo llegó a conocer el caso de Labayru, qué fue lo que más le llamó la atención, y por qué es necesario contar las historias de los sobrevivientes de la última dictadura con todas sus complejidades.
Aunque la edición en formato físico de La llamada ya puede adquirirse en España, no llegará a librerías de Argentina y Latinoamérica hasta marzo. Sin embargo, ya está disponible en formato digital para leerse desde cualquier dispositivo.
“Exponer la contradicción como parte de la existencia humana”
Cuando Leila Guerriero encara un libro, sin importar cuán duro sea aquello que tiene que desandar, su única responsabilidad es con la historia. Y en el caso de Silvia Labayru, protagonista de La llamada, “esperaba que no hubiera, y no lo hubo, la sensación de que me diera su confianza a cambio de que yo la dejara bien en mi libro”, según dijo en diálogo con el periodista Juan Cruz para una entrevista publicada en El Periódico de España.
Recordó la autora: “Esos días se había producido el juicio sobre las violaciones sufridas por ella, y además cuando ya ella me dio el visto bueno para estas conversaciones, me lancé a preguntar a una enorme cantidad de gente. Todos, con distintas versiones y con distintas posturas, que acuerdan o no con las propias de Silvia. Creo que la mejor manera de combatir cualquier tentación de prejuicio por parte de un periodista es armarse de toda la información posible para lograr un relato en el cual no haya miedo a las versiones encontradas, sino exponer la contradicción como parte también de la existencia humana”.
Ante la pregunta de los aspectos más llamativos de esta historia, esos que la llevaron a pensar que podría ser un libro, Guerriero contó que le llamó la atención “que había sido repudiada por sus propios compañeros de militancia cuando llegó a España”, pero también “que hubiera sido la persona obligada por lo militares a acompañar a Astiz en su espantosa y macabra infiltración en las Madres de Plaza de Mayo”.
Pero, según le dijo Guerriero al periodista de El Periódico de España, ella “no quería escribir otro libro sobre los años setenta de Argentina”, sino “un perfil de esta mujer con todo el contexto necesario”. Y agregó: “Como periodista hice lo que hay que hacer, me parece, para evitar las deformaciones: armar una historia muy coral en la que todo el mundo cuente un pedazo de lo que recuerda”.
“No soy quién para juzgar. Sí soy quién para contar”
“Cuando fui a verla no sabía nada más que lo que se había publicado en ese momento en los diarios -dijo Guerriero en diálogo con la periodista española Andrea Aguilar para su entrevista publicada en El País-. Luego me fui enterando de un montón de cosas y mirando muchas otras. Y reportear tanto implica ver cada vez mejor. Fui descubriendo una mujer muchísimo más compleja cada vez, muchísimo más laberíntica, despistada”.
En esa entrevista profundizó en aquellas cosas que deberían evitarse a la hora de abordar un trabajo periodístico de esta escala: “Yo no tengo una visión previa de alguien. Jamás ejerceré un juicio moral, menos sobre una persona a quien le pasó lo que a ella. No tenía esa sensación de no soy quien para juzgar, sino de yo sí soy quien para contar”.
Y, además, destacó uno de los aspectos más importantes de La llamada: “En el libro aparece una situación que quedó enmudecida durante años y que tiene que ver con esto: qué pasa con la gente que sobrevivió y que tiene una historia para contar y que es un poco más disruptiva, como la de Silvia. Hay distintas posturas, y creo que lo que hay que hacer es escuchar sin levantar el dedito de señalar si éste tiene razón o el otro no”.
“Hay toda una conversación ahí que no es tan evidente -le dijo Guerriero a la periodista de El País- y que tiene que ver con ese repudio que sufrieron algunos de los supervivientes que fueron señalados, casí diría con la misma frase que utilizaba la derecha para justificar el secuestro de los que fueron desaparecidos, con ese ‘algo habrán hecho’. Que hubiera que rendir cuentas de lo que uno hizo o no para sobrevivir me sorprendió enormemente, desde el punto de vista de la existencia humana de apiadarte de alguien que quiere vivir”.