La última vez que la vi fue ayer en la fila de un supermercado de los que apuntan a las expertas en ahorro. Justo entre las dos cajeras de la sucursal, en el lugar exacto en el que el cliente podía llegar a sentir la necesidad inminente, el supermercado ofrecía -a cambio de 430 pesos- la solución: una bolsa de tela para el olvidadizo o para el que compró más de lo previsto.
La bolsa de tela, como todas las que todos los supermercados ubican estratégicamente en su línea de cajas para que ahí donde surja una necesidad haya también un gasto hormiga, venía estampada: una Mafalda de vestido rojo rodeada de algunas flores, algunos pajaritos y, como ocurre en muchos casos, una frase apócrifa: “El medio ambiente somos todos, vamos a cuidarlo”.
La vez anterior había sido unos días antes, en el Mercado de Pulgas de Colegiales. Entre juegos de té, turistas brasileros, cámaras fotográficas que hay que arreglar, turistas estadounidenses, vajilleros y sillas de diseño, un puesto las ofrecía a 6.000 pesos. Chapas metálicas para colgar en el quincho o en la cocina con una Mafalda dibujada y alguna frase (generalmente apócrifa): “Sonríe, es gratis, alivia el dolor de cabeza” o “No pido que me amen, con que no me jodan es suficiente”. La próxima vez que me cruce con un imán, un póster, una agenda o un souvenir que cite -correcta o incorrectamente- a Mafalda no sé cuándo será, pero es probable que muy pronto.
Es que Mafalda está en todas partes porque está en todos nosotros. No es novedoso pero es vigente y alcanza este dato para confirmarlo: en 2023 Toda Mafalda -esa Biblia grandota que vive en la casa de tantos argentinos de varias generaciones y que resiste el paso del tiempo- fue el libro de un autor local mejor calificado por los argentinos. En criollo: el libro de un argentino que más les gusto a los argentinos.
El hallazgo fue del sitio WordFinderX, que elaboró un ranking mirando estadísticas de Goodreads, la red social de lectores más popular de la web. Con información de usuarios de algo más de 130 países, WordFinderX evaluó cómo esos usuarios calificaban a autores y autoras de cada uno de sus territorios. Sólo entraron en competencia, para que fueran resultados representativos, libros que tuvieran al menos 500 calificaciones en Goodreads.
Y ahí apareció Mafalda, toda ella. Ningún otro libro de un autor argentino obtuvo mejor puntuación que el volumen que compila (casi) todas las tiras e ilustraciones de Mafalda creadas -dibujadas pero sobre todo pensadas- por Quino. El libro, editado y reeditado y vuelto a reeditar por el sello De la Flor, se impuso en la Argentina con una calificación de las altísimas: 4,77 puntos sobre un total posible de 5 puntos.
Atención, entonces, porque ese puntaje que convirtió a Quino y su Mafalda (“la Mafalda” habría dicho él en mendocino) en campeones entre los lectores argentinos los convirtió también en nada menos que en subcampeones del mundo. Svědectví o životě v KLDR (Testimonios de vida en la República Popular Democrática de Corea), un libro de la escritora checa Nina Špitálníková, se colgó la medalla de oro en el ranking de WordFinderX. Obtuvo una calificación promedio de 4,79 puntos, apenitas por encima de Toda Mafalda, ese testimonio de la vida en la clase media urbana argentina que irrumpió en los 60 y nos sigue fascinando.
Además del libro ganador, basado en entrevistas a siete refugiados del régimen norcoreano, y de la obra maestra de Quino, hay otros grandes autores en el mapa elaborado por WordFinderX. Pedro Lemebel se impuso en Chile con su libro Tengo miedo, torero, el Nobel portugués José Saramago fue elegido en su país por Ensayo sobre la ceguera, y El país bajo mi piel, de Gioconda Belli, fue el libro con mejor puntaje en Nicaragua, el país cuyo régimen expulsó a la autora.
Pero volvamos a Mafalda, esa voz que empezó a hablarnos hace casi sesenta años y que -esto es lo más potente- todavía nos habla: desde sus libros, en la fila del supermercado, en el Mercado de Pulgas, en los almanaques que se editan cada año para acompañar a quien los compre con una tira por día.
En los aeropuertos también: los turistas que conocieron la Argentina y se vuelven a sus casas tienen para comprar algunas postales con algunas reflexiones (generalmente no apócrifas) de Mafalda; los emigrantes que se van a vivir a otro rincón del planeta muchas veces tienen algún libro suyo en la valija de irse del terruño, como si en esas páginas pudieran llevarse un poquito del país.
Es que Mafalda es nuestro Pepe Grillo colectivo, esa voz de la conciencia a la que le creemos cuando nos dice, con filo y con ternura, “esto está bien” y “esto está mal”. Le creemos tanto eso de que sabrá indicarnos por dónde caminar que los que producen remeras, imanes, chapas para el quincho o bolsas de tela para llevar a la verdulería ponen su cara y su pelo negro y grandote y su vestido al servicio de alguna frase que Mafalda nunca dijo y que, sobre todo, jamás diría, con la confianza de que tal vez agarran a algún distraído y lo convencen de que sí lo dijo ella y el distraído compra, en el sentido metafórico y también en el literal.
Porque algo que creemos dicho por Mafalda es algo importante, investido del crédito que dan las palabras de los líderes morales (eso es Mafalda para los argentinos, mucho más que una historieta). Estampar a Mafalda en una bolsa o en una remera y hacerla decir alguna cosa es, sobre todo, una cita de autoridad. “Si lo dice Mafalda debe estar bien”, debe pensar el que la estampa y debe pensar el que cree en la cita apócrifa.
Lo mismo pensamos delante de tantas de sus tiras, hace casi sesenta años, hace diez minutos y en cinco años. De esa confianza en que siempre estará ahí para guiarnos con algún pensamiento atinado, una reflexión brillante o un pesimismo en el que nos vamos a sentir acompañados está hecho el triunfo de Mafalda y de Quino entre los lectores argentinos en 2023.
Es probable que el resultado no nos sorprenda, sobre todo por esto: podría volver a ganar en 2024 o en 2030 y podría haber ganado, si hubiera existido el ranking, en 1985. Es que Mafalda está siempre cerca de los argentinos: en el supermercado, en la casa de decoración, en el aeropuerto, en las casas de souvenirs y en nuestras bibliotecas. Pero sobre todo en nuestro inconsciente colectivo y en nuestros corazones, largando alguna de esas frases que la convirtieron en uno de los mejores inventos argentinos.