Una mujer que sufre violencia de género y otra que carga a su hija muerta en brazos: la novela que cuenta cómo paraliza el dolor

“Desolación”, de la australiana Julia Leigh, da cuenta de cómo la pérdida y el duelo son escenarios que pueden casi frenar la vida de una persona. “Hasta que alguien nos trae de vuelta a la vida”, dice la autora de esta nota.

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Dos mujeres atravesando grandes dolores, protagonistas de "Desolación". (Getty)
Dos mujeres atravesando grandes dolores, protagonistas de "Desolación". (Getty)

¿Cuánto tiempo tarda en descomponerse un cuerpo? Y si nadie quiere enterrarlo, ¿qué pasa con él? No siempre es fácil abordar temáticas como la violencia de género, la pérdida y el duelo, y frente a lo inenarrable del dolor, muchas veces se cae en lo extremadamente dramático, la descripción excesiva o el deseo de explicar cada detalle. Es por eso que cuando alguien lo hace tan atinadamente, con originalidad, apelando a lo breve y lo mínimo y construyendo una voz propia como lo hace la autora australiana Julia Leigh, siempre es un grato descubrimiento.

En tan solo 90 páginas, la novela corta Desolación construye un universo, crea un ambiente único y aterrador y cuenta una historia. Ese nivel de condensación no solo habla de la excelencia de su autora, que podríamos afirmar es una de las más interesantes de la escena australiana contemporánea, sino también de la magistral traducción de Tomás Downey, traductor, guionista, docente, y escritor argentino, que logra captar a la perfección la complejidad de la narración y adueñarse de la historia.

Publicada originalmente en el inglés en 2008 y ahora editada por Fiordo, Desolación cuenta esencialmente la historia de dos mujeres: una que escapa de Australia a la casa materna en Francia luego de haber sido víctima de violencia de género por parte de su marido, y la historia de su cuñada que vuelve del hospital a esa misma casa con su bebé muerto en brazos después de haber dado a luz.

La figura del regreso es central en la narración, y si pensamos en la circulación de los cuerpos, la casa funciona como un espacio en donde los personajes buscan refugio para la violencia y la desgracia inexplicable. Si efectivamente encuentran calidez y refugio es algo que podemos discutir y que se irá desarrollando a medida que avanza la historia.

Ficha

Título: Desolación

Autora: Julia Leigh

Editorial: Fiordo

Páginas: 96

Precio (en Argentina): Papel: $9.000 Digital: $3440

La centralidad que tiene la casa se hace evidente desde el principio: la gran reja, el campo abierto, las tierras llanas, son lo primero que se describe y es en este mismo espacio donde transcurre casi toda la novela. Esta vieja casona en la campiña francesa es una clásica construcción gótica y es casi un anacronismo en la historia: construcciones antiguas, pasillos laberínticos, jardines enormes, lagos oscuros, bosques, un ama de llaves que alega tener un ojo que todo lo ve, cuadros de familiares muertos que casi parecen cobrar vida o un bebé dentro de un freezer.

Todos estos elementos construyen una estética gótica del siglo XIX como si en esa historia, situada alrededor de los dos mil, la casa manejara otro tiempo distinto al del afuera y como si adentro todo se hubiera frenado. El duelo y el dolor se abordan desde lo siniestro y perturbador, jugando constantemente con la idea del terror sin llegar a ser una historia de terror en el sentido más estricto del concepto. Downey, que es escritor de cuentos de terror y fantásticos, captura a la perfección el ambiente enrarecido en el que Leigh quiere sumergirnos.

La novela inicia con una madre que llega con sus dos hijos a su casa de la infancia y se enfrenta con una puerta trabada. Tiene un brazo enyesado que le impide abrirla a la fuerza. Inmediatamente su hijo de nueve años entiende que le toca a él hacerse cargo, que su rol en esa familia es abrir la puerta a golpes hasta lastimarse y sangrar porque nadie más va a hacerlo. Esta imagen del niño actuando, respondiendo, encuentra su opuesto en los adultos de la historia que, lejos de accionar, están inmersos en la quietud absoluta.

Sophie, la esposa del hermano de la protagonista, vuelve del hospital con su bebé muerto en brazos y es incapaz de darle una sepultura. Es sencillo: no quiere enterrarlo, se niega, y pasa sus días con su niña muerta, que en la narración se nombra como “el bulto”. Cuando cenan lo lleva a la mesa, lo duerme en su cuna, lo saca a pasear, lo coloca en su pecho y por las noches lo pone en el freezer para que no se descomponga. Esta situación no parece tener una fecha de finalización, y los demás personajes que la rodean, que también se encuentran paralizados en el tiempo, no discuten un posible fin, no porque no quieran, sino porque simplemente son incapaces de hacerlo.

Leigh es una referente de la literatura australiana contemporánea. Foto: Getty
Leigh es una referente de la literatura australiana contemporánea. Foto: Getty

Los personajes adultos, a diferencia de los niños que son pura acción y búsqueda, parecen no poder actuar, como si sus cuerpos estuvieran entumecidos, vueltos piedra por el trauma y la violencia. Como autómatas, rara vez lloran, no se comunican, casi no nombran lo que sucede, como si el silencio se hubiera instalado hace años y ahora fuera imposible quebrarlo.

Los diálogos en la novela son breves con frases cortas donde todo parece quedar libre a la interpretación, y aun así, los momentos están tan bien construidos y las palabras tan precisamente elegidas que no quedan dudas de lo que se está diciendo. En estos vínculos precarios y malnutridos el poder está en lo no dicho, y en ese silencio habita el dolor pasado, presente y futuro. Un cuerpo que sigue produciendo leche mientras mira a su hija muerta en sus brazos, un teléfono que no para de hostigar con llamadas del agresor, una canoa que se hunde con dos personas dentro, todo son imágenes, instantáneas del dolor que no necesitan de lo explicativo.

Mamá tenía razón - dijo la mujer sin mirar a su hermano, con la vista fija en el jardín -. Me casé con un bruto. - Hubo una larga pausa. Después simplemente dijo-: He sido asesinada”. La protagonista, víctima de lo que se entiende es una relación violenta que la ha dejado con un brazo roto y varias marcas y moretones en el cuerpo, se define a sí misma como asesinada constantemente, un cuerpo vacío, despojado de humanidad, como si toda esa violencia que recibió la hubiera drenado.

Ahora solo es capaz de dar poco, casi nada, a quienes la rodean, incluidos sus hijos. En muchos momentos de la novela ella es “la mujer”, sus hijos son “el niño” o “la niña”, así como el bebé es “el bulto”, todos seres despojados de identidad, marcados por el vaciamiento de lo propio, empujados hacia categorías genéricas como producto de la violencia que deshumaniza y quita lo propio.

Una mujer que siente que cada día su pareja puede asesinarla, parte de la trama de "Desolación". - Crédito Freepik
Una mujer que siente que cada día su pareja puede asesinarla, parte de la trama de "Desolación". - Crédito Freepik

Además de ser escritora, Leigh es directora y guionista de Sleeping beauty (2011) y su novela The hunter se adaptó al cine en 2011. Esta relación entre literatura y cine está presente sobre todo en cómo construye escenas e imágenes rápidamente identificables, en un narrador que hace foco en lo mínimo, en el detalle justo, en el ambiente oscuro de perfecta desolación y también en el manejo de lo no dicho, de las miradas y el silencio, que no son elementos fáciles de pautar en una novela, y que en esta son reconocibles, casi tangibles, cinematográficos.

En su escrito autobiográfico Avalancha, una historia de amor (2016) Julia Leigh escribe sobre las dificultades de una mujer para quedar embarazada y la desesperación que eso le trae, mientras que en El cazador (1999) un hombre se embarca en la misión de cazar una bestia en el bosque. Esta novela captura elementos de esos universos que se entremezclan: la maternidad, la muerte, lo salvaje, la oscuridad, para construir una unidad concreta pero no por eso sencilla que se quedará con nosotros cuando la lectura termine.

Desolación construye un relato único, auténtico y desgarrador con una voz propia y honesta mientras juega con elementos góticos y coquetea con el terror y los límites del realismo. Entonces ¿cómo definirla? De todas las posibilidades, la novela elige la más interesante: la indefinible, la zona liminal, el limbo. Es una novela, pero es una novela corta, es una historia de fantasmas, pero no exactamente, casi de terror pero no, nos recuerda al gótico decimonónico pero está situada en nuestro siglo, y podríamos seguir.

Tal vez abrirnos a la posibilidad de que sea todo eso y no lo sea al mismo tiempo, que es lo que pasa cuando algo duele profundamente: nos volvemos fantasmas que deambulan, sumidos en el letargo constante, hasta que algo o alguien nos trae de vuelta a la vida.

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