“Feliz 53 cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo, por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya”.
Así comenzaba El psicoanalista, la exitosa novela que vendió cerca de dos millones de copias en todo el mundo y que catapultó al escritor estadounidense John Katzenbach a la fama. El autor llevaba dos décadas escribiendo cuando, en 2002, publicó este libro, que definiría el curso de su obra pasada y futura.
En 2018, las súplicas de sus fanáticos se volvieron realidad cuando Katzenbach publicó su tan esperada secuela, Jaque al psicoanalista, que si bien no alcanzó la misma repercusión en la crítica, también fue un éxito de ventas. Y ahora, solo cinco años después de la segunda parte, el autor vuelve con la tercera, El psicoanalista en la mira, como había adelantado en una entrevista exclusiva con Infobae Leamos antes de la presentación de su novela El club de los psicópatas en la Feria del Libro de Buenos Aires 2022, donde oficializó la noticia.
¿De qué se trata esta tercera entrega? Protagonizada por el memorable Ricky Starks, El psicoanalista en la mira comienza quince años después de que sufriera el primer ataque de una familia de psicópatas. Pero, aunque la pesadilla parecía terminada, cuando un detective lo contacta para informarle que uno de sus pacientes se ha suicidado, todo parece volver a comenzar: “A Ricky jamás se le ocurrió que quizá se había equivocado al suponer, desde el primer instante, que al fin sería libre”.
Ficha
Título: El psicoanalista en la mira
Autor: John Katzenbach
Editorial: Ediciones B
Páginas: 528
Precio (en Argentina): En papel: $24999 En digital: $9995
Así empieza “El psicoanalista en la mira”
Quince años antes...
El primer encuentro
Para el doctor Frederick Starks todo comenzó el día de su cumpleaños cincuenta y tres, cuando recibió la carta que decía:
Bienvenido al primer día de su muerte.
Con esas palabras, Ricky, el psicoanalista, se enredó en un elaborado y perverso plan de venganza creado por cuatro personas.
Su otrora mentor, un psicoanalista sumamente respetado de la ciudad de Nueva York, quien logró ocultar, a lo largo de casi toda su vida adulta, la atracción que sentía por el mal: el doctor Lewis.
Y…
Los tres hijos de una mujer pobre y golpeada a la que varios años antes no pudo ayudar cuando llegó a él presa de la aflicción. En aquel tiempo, Ricky era un terapeuta joven y sin experiencia; fue negligente al no identificar el peligro en el que la mujer se encontraba, ni cuán desesperada era su existencia. Debió de haberla ayudado. Debió de haberla guiado al remanso de la seguridad emocional y corpórea.
Tenía a su disposición varios programas sociales y sistemas asistenciales ya establecidos que habrían podido servirle, pero no actuó con la celeridad, atención y urgencia que la mujer necesitaba. Aquello, que debido a su ingenuidad le pareció un caso rutinario, resultó ser algo más complejo. Sus errores devinieron en tragedia: su fracaso costó la vida de una madre y convirtió en huérfanos a tres niños. Tres infantes que crecieron y, tras haber sido adoptados y preparados durante años por el hombre a quien Ricky había considerado su amigo y mentor, se convirtieron en:
El señor R: un psicópata profundamente culto. Un asesino profesional.
Merlin: un adinerado abogado de Wall Street, un mago versado en el arte de arruinar la vida de otros.
Virgil: una asombrosa actriz quien prometió a Ricky ser su guía personal en su descenso al infierno.
Estos tres individuos crecieron aferrados a un solo objetivo en la vida:
La venganza.
Junto con el anciano doctor que los crió, constituyeron la familia que deseaba que Ricky muriera como castigo por los errores cometidos. El desafío que le propusieron al principio fue:
Suicídese, doctor Starks.
Si no, alguien más morirá en su lugar…
Ricky tuvo mucha suerte, sobrevivió al primer encuentro fingiendo su suicidio y desapareciendo. Adoptó nuevas identidades y sondeó la burocracia para averiguar el pasado de sus verdugos y lo que los condujo a ese presente. En esa ocasión, hizo uso de todas sus habilidades e intuición para aventajarlos. Aunque a un costo terrible, al final creyó haberlos derrotado.
No pudo volver a ejercer su profesión en la ciudad de Nueva York. Su antigua carrera y estatus de respetable y exitoso psicoanalista quedaron destruidos. La vida que alguna vez conoció y apreció, así como su adorada casa vacacional en Cape Cod, ardieron y se convirtieron en cenizas. Le tomó años recuperarse. Al principio anduvo de un lugar a otro hasta que se instaló en una ciudad distinta, logró hacerse de nuevos pacientes y de una segunda existencia. Cinco años de ardua labor para restaurarse y ser de nuevo él mismo. Y todo, para encontrarse con que…
Diez años más tarde
Habría un segundo encuentro
Todo comenzó cuando los tres miembros de la familia se acercaron a él para solicitarle algo.
Necesitamos su ayuda. Usted es la única persona a la que podemos recurrir. Alguien quiere asesinarnos y no podemos ir a la policía. Si nos ayuda a descubrir quién es esa persona, no volveremos a importunarlo jamás.
La súplica se sustentaba en que ellos sabían, hasta cierto punto, que siendo él médico y psicoanalista no se negaría a atender una petición de auxilio. Una petición realizada con aparente sinceridad pero… detrás de una amenazante arma de fuego.
Todo era mentira.
Era el mismo deseo de venganza que logró eludir la primera vez.
La «petición» formaba parte de una compleja broma que incluía juegos psicológicos, una sofisticada manipulación diseñada para encerrarlo en una habitación con un hombre postrado en cama debido a una enfermedad terminal, al cual habían sobornado para que intentara matarlo. Así, ellos se deslindarían por completo del asesinato. Podrían deleitarse con su muerte desde alturas olímpicas, inalcanzables, inexpugnables. El crimen perfecto. Fue una mortífera misión imposible que lo hizo abandonar su nuevo hogar y su recién restaurada vida en Miami para volver a Nueva York, al Connecticut suburbano y, por último, a la Alabama rural.
El soborno: Asesine al doctor Starks para nosotros y nos encargaremos de que su única hija se vuelva rica y exitosa. Así, usted podrá morir en paz.
Otra mentira. Un engaño que sacó provecho con facilidad de la angustiosa desesperación y la incurable enfermedad.
Y el plan habría funcionado, de no ser por…
… manos temblorosas y un disparo fallido.
… una niña de trece años que se negó a participar en un plan de asesinato, y quien necesitaba ser rescatada.
… un paciente de veintidós años que solo lo consultó en una ocasión porque tenía alucinaciones bipolares, y que impidió que Ricky cayera de nuevo en una trampa igual de letal.
… una decidida viuda de ochenta y siete años con una poderosa pistola en el bolso, quien reconoció el peligro en que el psicoanalista se encontraba, identificó con precisión la amenaza y, sin dudarlo ni por un instante, disparó la solitaria bala que mató al asesino.
Ricky creyó que con ese disparo se había liberado para siempre de los planes de la familia que lo quería muerto.
En los días, meses y años que de nuevo avanzaron para hacer de la vida una rutina ordinaria, a Ricky jamás se le ocurrió que quizá se había equivocado al suponer, desde el primer instante, que al fin sería libre.