Él no sabía español, ellos no sabían polaco: cómo se hizo la más excéntrica de las traducciones literarias

Witold Gombrowicz llegó a la Argentina en barco justo antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Venía por unos días pero se terminaría quedando 24 años.

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El escritor polaco Witold Gombrowicz pasó casi un cuarto de siglo en Argentina y la llamó “su segunda patria”.
El escritor polaco Witold Gombrowicz pasó casi un cuarto de siglo en Argentina y la llamó “su segunda patria”.

Mi escritor argentino favorito es polaco. No hay, sin embargo, contradicción alguna en esa afirmación. Ya veremos por qué.

El caso de Witold Gombrowicz no es como el de otros célebres autores argentinos que, por cuestiones de azar, nacieron fuera del territorio nacional, como Julio Cortázar -el suyo, en Bélgica, fue un “nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia”, según dijo, ya que su padre era funcionario de la embajada-.

Gombrowicz nació en Polonia en 1904 y falleció en Francia en 1969. Pero de los 64 años que vivió, 24 los pasó en Argentina, país que él mismo reconoció como “su segunda patria” y en el que escribió la mayor parte de su obra. Aunque su llegada desde Polonia sí fue producto del azar, su estadía fue una decisión consciente: recién bajado del barco en 1939, con la Segunda Guerra Mundial a punto de estallar, Gombrowicz se enamoró de la Argentina y eligió quedarse, a pesar de que el lujoso transatlántico en el que había venido partiría a pocos días de su llegada ante la inminencia del conflicto bélico.

Escribe en su Diario: “No sé si resulta claro cuando señalo que desde el primer momento me enamoré de la catástrofe, aunque a mí también me arruinaba: que mi naturaleza me obligó a recibirla como una oportunidad de unirme en las tinieblas con el elemento inferior”.

Mercedes Halfon: "Gombrowicz será aquí un autor de culto, esto quiere decir: desconocido para todo el mundo”.
Mercedes Halfon: "Gombrowicz será aquí un autor de culto, esto quiere decir: desconocido para todo el mundo”.

En Extranjero en todas partes, la escritora y periodista argentina Mercedes Halfon rastrea “los días argentinos de Witold Gombrowicz” en un minucioso libro que va desde su llegada en 1939 hasta su partida en 1963, ambas en barco. Repleta de importantes figuras culturales -de su enemistad con Jorge Luis Borges y los representantes de la prestigiosa y elitista revista Sur hasta su duradera amistad con Ernesto Sábato-, su larga estadía en Argentina tuvo una marca indeleble en la literatura del país a pesar, o causa de, su marginalidad.

Pero, en este caso, aunque haya (y de sobra) tela para cortar sobre el casi cuarto de siglo que pasó en Argentina, nos centraremos en el caso único en el mundo de la traducción del polaco al español de Ferdydurke, tal vez su novela más importante. Realizada en conjunto entre el autor y un grupo de escritores de Argentina y Latinoamérica, tuvo una particularidad que la destaca: él casi no hablaba español, y ellos casi no hablaban polaco.

Escribe Halfon en Extranjero en todas partes: “Gombrowicz todavía no domina el español y no existe en ese momento ningún diccionario español-polaco, ni en Argentina ni en ninguna parte. No se amedrenta, por el contrario, comienza un proceso de traducción que terminará siendo, quizás, el más estrafalario que se haya realizado alguna vez”.

La traducción de su novela "Ferdydurke" se realizó junto a un grupo de escritores argentinos y latinoamericanos en el mítico café Rex, ubicado en la av. Corrientes.
La traducción de su novela "Ferdydurke" se realizó junto a un grupo de escritores argentinos y latinoamericanos en el mítico café Rex, ubicado en la av. Corrientes.

Cabe aclarar que, a pesar de que se hacía llamar “conde”, descendía de una familia noble y vino en un lujoso transatlántico junto a la élite política y cultural de Polonia, Gombrowicz no tuvo en Argentina una vida acomodada. Bajó del barco con 200 dólares y, en sus primeros años en el país, tuvo que subsistir gracias a la ayuda de compatriotas exiliados, primero, y de amigos adinerados que se fue haciendo en el camino.

La idea inicial para financiar la traducción, según la cuenta el escritor argentino Adolfo De Obieta (que frecuentó al polaco en la década del 40 y participó él mismo del proceso), fue así: “Habíamos tenido la idea de reunir a una docena de amigos de buena voluntad cuya contribución sería de 100 pesos cada uno, lo que nos permitiría reunir 1200 pesos, o sea una subvención de 300 pesos al mes. Se precisaba que no se trataba de un regalo sino de un préstamo, pues los 100 pesos serían devueltos en cuanto se cobraran los derechos de autor. Era una especie de fondo nacional para las artes...”.

Pero finalmente, tal vez por la dificultad de encontrar una docena de interesados dispuestos a llevar a cabo semejante inversión, Gombrowicz contó con la generosa ayuda de su amiga, la pintora y mecenas argentina Cecilia Benedit de Debenedetti. Solucionado el problema económico -un problema recurrente en el paso de Gombrowicz por Argentina-, todo estaba listo para que esta novela extraña e incomprendida en su país fuera traducida del polaco al castellano.

Detalla Halfon: “El trabajo se ordenaba de la siguiente manera: primero Gombrowicz traducía como podía el texto del polaco original al español, con su rudimentario uso del nuevo idioma. Luego, con el manuscrito bajo el brazo, se dirigía al (café) Rex, donde un grupo de amigos lo estaba esperando para pasar a buen castellano lo que había boceteado. Las discusiones eran acaloradas y se podían disparar por cualquier detalle. Tal es así que empezó a acudir más gente al café, colmando las sesiones de lo que se autodenominó «comité de traducción de Ferdydurke» A veces llegaban a ser diez personas trabajando”.

Witold Gombrowicz: “Vamos... empieza la batalla del ferdydurkismo en Sudamérica”.
Witold Gombrowicz: “Vamos... empieza la batalla del ferdydurkismo en Sudamérica”.

El “presidente” del comité no era ni polaco ni argentino: era cubano. Recién llegado a Argentina, el escritor Virgilio Piñera fue uno de los cerebros detrás del proceso. Su participación fue tan decisiva en la traducción como lo fue la obra de Gombrowicz para la suya, lo que puede constatarse en su novela debut, La carne de René, publicada en 1952, en la que puede leerse la inspiración del polaco.

Piñera, a su vez, llamó a otro colega y compatriota para que se sumara al comité, Humberto Rodríguez Tomeu. Este, según cuenta en un testimonio incluido en la versión actual de Ferdudurke, cuenta: “Discutíamos cada frase en todos sus aspectos: la elección de las palabras, su eufonía, su cadencia y ritmo. Las observaciones de Witold siempre eran pertinentes. Era preciso no solo traducir, sino inventar además palabras nuevas para encontrar el equivalente de las polacas”.

Además de los ya mencionados (el argentino Adolfo de Obieta y los cubanos Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu), el comité de traducción de Ferdydurke contó, según afirma Gombrowicz en el prólogo a la novela, con la participación del pintor Luis Centurión, sus amigos Jorge Calvetti y Alejandro Rússovich, su primo Gustave Kotkowski y el ajedrecista polaco Paulino Frydman. Pero, según cuenta Halfon en su libro, hasta los mozos del café Rex aportaban su granito de arena. A todos estos “eficaces e intuitivos” traductores, Gombrowicz los llamó, con un cariño que raramente demostraba, “pacientes pescadores del verbo” y “obstinados buscadores del giro adecuado”.

Con cariño, a sus traductores los llamó  “pacientes pescadores del verbo” y “obstinados buscadores del giro adecuado”.
Con cariño, a sus traductores los llamó “pacientes pescadores del verbo” y “obstinados buscadores del giro adecuado”.

Así, diez años después de su publicación original en polaco, Ferdydurke llegó a las librerías argentinas en 1947. “Vamos... empieza la batalla del ferdydurkismo en Sudamérica”, le dijo Gombrowicz a sus amigos antes de ir a buscar algunos ejemplares del libro a la editorial Argos.

Pero su lugar en la literatura argentina no sería reconocido de inmediato. Escribe Halfon en Extranjero en todas partes: “No hubo «suceso», no hubo «acontecimiento», tampoco recibió la atención que esperaba su autor ni lo ubicó de forma definitiva en ninguna parte. La literatura, confirmaba, no iba a ser la fuente de dinero ni reconocimiento en Argentina. Por lo menos hasta que ese reconocimiento no se diera primero en Europa, más específicamente en París. Gombrowicz será aquí un autor de culto, esto quiere decir: desconocido para todo el mundo”.

Hoy en día, Gombrowicz tiene una reputación que a él mismo le hubiera encantado: es leído por muchos, pero no por tantos. Su obra fue redescubierta con los años, traducida en todo el mundo y utilizada como objeto de estudio y de juego por fanáticos y académicos. Se hicieron películas, documentales y congresos -el argentino, nobleza obliga, es sin duda el mejor-. Y es que su obra, tanto como su figura, tiene una cualidad que pocas veces la literatura “rara” posee: es adictiva. Quien lea cualquier novela de Gombrowicz y no salga corriendo, difícilmente quede conforme sin devorar el resto. Y después su dramaturgia extraña. Y después sus cuentos, no tan fabulosos. Y después sus diarios, el oficial y el secreto. Y después, cada tanto, empezar de nuevo.

Por cómo fue parte de la Argentina tanto como esta fue parte de él, por cómo supo explorarla, leerla, contarla y, sobre todo, vivirla -desde las cenas opulentas con la élite literaria local que lo dejaron poco impresionado hasta la poesía que reconocía en los escondites más recónditos del puerto o de Retiro, donde iba por las noches en busca de muchachos y marineros-, puedo afirmar, sin contradicción alguna, que Witold Gombrowicz es mi escritor argentino favorito.

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