“Era vergonzoso que en un lugar tan santo se hubieran representado todas esas figuras desnudas, ya que era una decoración propia de un baño público o de una taberna, pero no de una Capilla Papal”, dijo Biaggio de Cesana, maestro de ceremonias del papa Julio III, cuando se inauguró El Juicio Final, la obra maestra de Miguel Ángel en el Vaticano.
Desde que el gran arquitecto, escultor y pintor del Renacimiento culminó con los frescos que cubren la pared del altar de la Capilla Sixtina -trabajo que le llevó más de seis años-, la controversia y la polémica lo han acompañado. Y aunque estos todavía adornan las paredes y techos de la residencia oficial del papa, han sufrido modificaciones a lo largo de los siglos que mantuvieron escondidos algunos de sus mensajes.
En Los secretos ocultos de Miguel Ángel en el Vaticano, que puede descargarse gratis en Bajalibros, el argentino Silvio Goren desentraña los aspectos más desconocidos de esta obra maestra, invisibles para el ojo del “turista genérico” que pasea por los abultados pasillos de la Santa Sede.
Publicado por Leamos, el sello editorial de Infobae, este libro desarrolla todas las polémicas de Miguel Ángel en el Vaticano, desde las acusaciones de inmoralidad, obscenidad y herejía hasta los sorprendentes descubrimientos que se hicieron al restaurar la Capilla Sixtina siglos después, como la serpiente que mordía el miembro viril de un prestigioso funcionario al que el pintor quiso humillar.
“Los secretos ocultos de Miguel Ángel en el Vaticano” (fragmento)
El juicio final
En el año 1535 el Papa Pablo III convocó a Miguel Ángel para otro desafío magnificente. Inspirado en la controversial Reforma Protestante y el saqueo de Roma –hechos acaecidos en años precedentes- le pidió un proyecto para la pared del altar de la Capilla Sixtina, que trataría sobre el Juicio Final, en alegoría a “la humanidad haciendo frente a su salvación”.
Generado en base al Apocalipsis de San Juan y casi concluido el imponente fresco se desataron tremendas críticas, comenzando por el que se eliminaron –para este trabajo- estimadas pinturas preexistentes de Pietro Perugino; más fundamentalmente se generó un gran escándalo por los desnudos de las imágenes.
Algunas versiones postulan que Miguel Ángel plasmó sus personajes al desnudo porque ese era el “gusto” del Renacimiento, pero estudios recientes terminan demostrando que su mensaje más bien es una crítica contra la falsa moralidad de la época y paralelamente una prédica de libertad y amor universal. Se dice que ante los reclamos expresó que “las almas no tienen sastre que las vista.”
Fue inevitable el choque con un influyente funcionario de la Iglesia, el Cardenal y Arzobispo Oliviero Carafa, quien lo acusó de inmoralidad y obscenidad. Junto con Monseñor Cernini (embajador de Mantua) estos personajes emprendieron una campaña de censura con el objetivo de eliminar los frescos, a lo que se sumó el maestro de ceremonias del Papa Biaggio de Cesana, postulando que “era vergonzoso que en un lugar tan santo se hubieran representado todas esas figuras desnudas, ya que era una decoración propia de un baño público o de una taberna, pero no de una Capilla Papal”.
Habiendo completado más de las tres cuartas partes del Juicio Final, Miguel Ángel fue acusado de hereje. Pero las apelaciones al Papa Julio III no tuvieron mayor repercusión en el momento, quien no pareció molestarse por la representación de desnudos.
Incluso –y en clara venganza contra Cesana- el artista “retrató” al prelado de memoria con la representación de Minos.
La mitología relata que este personaje fue un rey cretense (fundamentalmente conocido por construir un laberinto para encerrar al minotauro) que una vez muerto se convirtió en uno de los tres jueces del infierno. Dante lo describe en la Divina Comedia como un ser monstruoso de larga cola, con la que indicaba a los condenados a cuál de los nueve círculos del infierno estaban sentenciados.
En el “caso” de Cesana, Michelángelo –con su pintura- “lo condenó” al segundo círculo del infierno, ya que “lo rodeó dos veces con su cola”. También lo representó con largas orejas de burro y, para acentuar la humillación, incluyó una situación verdaderamente impúdica que también quedó oculta por centurias hasta la última intervención sobre los frescos.
En ocasión de esa restauración se extrajeron algunos de los “paños de pureza”, que el Papa Pío V ordenó pintar sobre el original para ocultar la sexualidad de los personajes, descubriendo entonces que la serpiente creada por Miguel Ángel mordía el miembro viril del funcionario...
Cuenta la Historia que Cesana acudió angustiado al Papa para rogarle que ordenase el retiro de su imagen, ofensivamente transfigurada.
Evidentemente Pablo III poseía cierto sentido del humor, ya que le respondió diciendo: “Querido hijo mío, si el pintor te hubiese puesto en el purgatorio, podría sacarte, pues hasta allí llega mi poder; pero estás en el infierno y me es imposible. Nulla est redemptio.”
Estas fueron sólo algunas de las desavenencias que el artista tuvo con la Iglesia, otra de las cuales se produjo durante el papado de Pablo IV, cuando éste interpretó las escenas de El juicio Final en sentido de que Jesús y sus discípulos se comunicaban directamente con Dios, omitiendo la intervención de la Iglesia Católica (-habría estado acertado?).
De hecho, la pensión que usufructuaba Miguel Ángel le fue quitada y en sus últimos días el artista determinó ser enterrado en Florencia y no en el Vaticano.
El Juicio Final fue concluido en 1541. Pero luego, la historia toma un giro inesperado, cuando al fallecimiento del pontífice se decidió la modificación de la obra –como ya se adelantó-, pintando por encima de las imágenes los llamados “paños de pureza”, para ocultar la sexualidad de los personajes.
Esta labor fue encargada por el Papa Pío V a Daniele da Volterra -un discípulo del mismo Miguel Ángel-, que por esta tarea recibió luego el burlón apodo de “il braghettone” o “pintacalzones”, aunque no pudo terminar de cubrir todos los genitales del fresco ya que falleció dos años luego de iniciar su tarea.
Esta acción enfureció a Miguel Ángel, en principio porque estaban alterando su obra maestra. Pero también por una cuestión técnica, ya que los repintes eran producidos con óleo, que era una técnica “más superficial” y muy diferenciada del trabajoso fresco.
Incluso –ya fallecido Miguel Ángel- los ribetes de la controversia continuaron vigentes. Es sabido que el famoso pintor de finales del Renacimiento Doménikos Theotokópoulos, apodado “El Greco”, profundamente devoto e identificado con la contrarreforma, hizo una grave declaración en Roma con respecto del Juicio Final: “Si se echase por tierra toda la obra, yo podría hacerla con honestidad y decencia y no inferior a ésta en buena ejecución pictórica”. Afortunadamente sus conceptos no tuvieron gran eco en la Iglesia –que ya había “aceptado” esa obra-, pero indignaron a los amantes de lo artístico en la época, creándole un medio hostil que lo impulsó a mudarse a España.