En el 2015 Brigid Hughes, la editora de la revista de arte y literatura A public space, revisaba un cajón de libros usados de un dólar cuando se cruzó con uno que llamó su atención. Se trataba de S-3, las memorias de una mujer en una institución psiquiátrica, publicado por primera vez en 1974. Esa mujer no era otra que la autora del libro, Bette Howland, que cuenta en primera persona una versión ficcionalizada de sus propias vivencias en un hospital de Chicago después haber ingerido un frasco entero de pastillas en 1968 con el objetivo de quitarse la vida.
En ese momento, Hughes comienza a interesarse por esta desconocida autora pero encuentra escasa información sobre ella y pocas publicaciones. Después de investigar, descubre que Bette Howland había sido ganadora de becas prestigiosas como la MacArthur en 1984 y Guggenheim en 1978. Entonces, ¿por qué esta escritora que había obtenido reconocimiento literario se había esfumado con los años? Y, ¿dónde estaba ahora?
Cuando logra contactar a su hijo, este le informa que su madre sufría de demencia y que iba a ser imposible hablar con ella, sin embargo, por este medio logra acceder a escritos diversos como relatos inéditos y a un intercambio epistolar que Howland mantuvo con el ganador del premio Nobel de literatura Saul Bellow, quien fue su amigo íntimo y confidente literario. A partir de ese momento, empieza una etapa de redescubrimiento, reedición y traducción de Howland cuya obra comienza a publicarse nuevamente, a circular y a ser leída.
La editorial Eterna Cadencia, que este año cumple 15 años y que siempre ha tenido un interés particular por las traducciones y elige con mucho detenimiento con qué autores y autoras trabajar, se encargó de la traducción y publicación de S-3 el año pasado con la impecable traducción de Inés Garland. En esta ocasión, con la clara intención de que la obra de Howland siga circulando, la editorial presenta Cosas que vienen y van, una colección de tres nouvelles, o novelas cortas, también con traducción de Garland.
Ficha
Título: Cosas que vienen y van
Autor: Bette Howland
Editorial: Eterna Cadencia
Páginas: 168
Precio (en Argentina): Digital: $4.740 Papel: $12.600
Leer a Bette Howland no solo es importante porque significa darle cuerpo a un archivo invisibilizado, sino también porque son escritos que, aunque publicados originalmente en la década del 80, se resignifican desde la mirada contemporánea por sus temáticas universales que nos siguen atravesando, por su búsqueda formal y su estilo innovador y porque hay algo de su manera de poner lo humano y los afectos en el centro que logrará conmovernos hasta lo más profundo.
La maravillosa y precisa traducción de Inés Garland es nuestra perfecta puerta de entrada a la narrativa de Howland ya que es capaz de captar la frescura y el humor ácido del inglés original que logra saltar de la ternura al horror en menos de una página sin perder la capacidad de reírse aún en la desgracia y de encontrar la magia en lo cotidiano.
El libro se compone de tres novelas cortas que comparten algunos ejes en común: en las tres el foco está puesto en la vivencia femenina, algo que también está presente en S-3. Es evidente que parte del trabajo de Howland, sobre todo si tenemos en cuenta la fecha de publicación de su narrativa, es destacar la visión femenina con sus problemáticas y en toda su complejidad.
En Cosas que vienen y van logra ponerse en el lugar de una adolescente, una mujer mayor y una madre joven entre otras, todas con distintas realidades, razas, religiones y posiciones socioeconómicas. En todos los casos el interés está en el sujeto y en lo que lo atraviesa y en los vínculos y las distintas maneras de dar y recibir amor.
Además, los tres relatos proponen modelos de familia que distan de ser sencillos y aproblemáticos. A través de descripciones por momentos casi caricaturescas y de una mirada crítica, precisa y filosa, cada relato va trazando un análisis excepcional de la sociedad de la época y por qué no, también del presente.
“Dios las cría”, la primera nouvelle, construye un relato familiar contado desde el recuerdo infantil y adolescente y adopta la forma errática y espontánea en la que los recuerdos aparecen en nuestra mente. La narradora en primera persona, Esti, cuenta la historia de su familia, las enemistades, los amores, las peleas sin sentido y las que sí lo tienen, lo trágico y lo alegre de su laberíntica familia, intercalando su propio sentir adolescente.
Esti es una gran narradora porque es una perfecta observadora y como en una sinécdoque, es capaz de captar el todo en un fragmento: su mirada se detiene en el movimiento de una cadera, una expresión facial, la forma de un bigote, un sombrero, en el detalle que es al mismo tiempo pasajero pero esencial y determinante de cada personaje.
En una actitud casi voyeurística observa y narra las peripecias de su tío Reuben que “transpiraba tanto que se empezaba a sacar la ropa apenas atravesaba la puerta de entrada”, y su esposa Luellen, una hillbilly exuberante, de Tante Malkeh y su perico que le picotea la comida de los labios y también de un abuelo que llegó de Ucrania después de que su mujer matara a todos sus hijos menos uno.
La genialidad de esta historia está en poder saltar de un recuerdo a otro intercalando la tragedia y la comedia y en el retrato de los lazos que unen a esa compleja y caricaturesca familia. A través de cada micro descripción se va construyendo una instantánea de una familia judía en Chicago a fines de siglo XX, pero la descripción es tan universal y la capacidad de observación tan precisa y genuina que, a la manera de escritoras como Natalia Ginzburg, es probable que en esa familia también encontremos a la nuestra y a nosotros mismos.
“El viejo bromista”, el segundo relato, está construido desde varios puntos de vista: el de una madre soltera que regresa después de una cita con un hombre mucho mayor, el de la niñera que cuida a su hijo, el del hombre con el que sale y, finalmente, el del niño. ¿Hay un hilo que entrelaza las cuatro miradas? Podríamos pensar que todos están marcados por el miedo en alguna de sus formas.
La niñera encarna el miedo de la vejez, la soledad y la pobreza. En lugar de construir a la típica niñera entrañable y fácil de querer, Howland elige el camino más complejo; la niñera es autoritaria, conservadora, homofóbica, y aun así, es difícil despreciarla. Esto es un típico rasgo de la autora: nada ni nadie es tan lineal ni tan transparente, todo siempre tiene más de un lado y estamos invitados a habitar esa contradicción y a pensar que se puede sentir empatía por un personaje despreciable, la complejidad humana está repleta de eso. Sydney, la madre del niño, teme no tener una vida digna de ser vivida, cree que su vida no es y nunca ha sido extraordinaria, y por eso siente una eterna insatisfacción y es incapaz de encontrar alegría en su hijo o en las pequeñas grandes cosas de la cotidianidad.
La última novela corta titulada “La vida que me diste”, es una historia conmovedora y compleja sobre un padre y una hija y lo que significa ver a los padres envejecer y enfermar, no reconocerlos, crecer uno mismo y recordar la violencia justificada por crianzas que parecían tener sentido o notar cómo se dividían los roles familiares en las casas de la infancia.
Utilizando nuevamente el recurso de ir y venir del presente al pasado a través del recuerdo -que parece ser una constante en todo el libro- la nouvelle pone en el centro el refugio de las tradiciones y la religión, la importancia de los rituales y los vínculos y cómo estos elementos ordenan y dan sentido a la realidad por momentos inexplicable.
Cosas que vienen y van es una clase magistral de cómo construir una novela corta y lograr condensar en tan solo unas pocas páginas una trama atrapante y sensible, personajes genuinos y bien construidos y temáticas relevantes que nos atravesarán por completo. Editoriales como Eterna Cadencia nos brindan además una nueva oportunidad de conocer a una autora invisibilizada por la historia y darle el lugar que se merece en nuestra biblioteca.