En el espacio “Cómo lo escribí” de Infobae Leamos, autores y autoras cuentan el detrás de escena de sus libros. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría.
En este caso, el escritor, director y guionista de cine y televisión argentino Jorge Demetrio Stamadianos cuenta en primera persona la “cocina literaria” de su último libro, La concha parlante.
Editada por Metrópilis, esta novela inspirada en el maestro del surrealismo Luis Buñuel es una extraña “historia de amor entre Franco Kazán, un reportero del canal 23 en la isla de Puerto Azufre en el Caribe, y Viridiana, una ‘performer’ y bailarina que arrastra el peso de haber sido bautizada con el nombre de un film -y un personaje-, de uno de los artistas más trascendentales del siglo XX”, según cuenta el autor.
“Es que, papi, no te enojes, pero... No puedes estar frente a una cámara diciéndole cosas a la gente si no sabes quién es Luis Buñuel”, le dice la irreverente Viridiana a Franco. Pero de ahí en adelante, cuando su amada se hunde para siempre en el fondo del océano, la lógica de pesadilla que reina en los films de Buñuel parece reemplazar la realidad que lo rodea.
Así, con la ayuda de una travesti llamada Marlene Dietrich y un apocalíptico rey piromaníaco, Franco intenta esclarecer qué sucedió para recobrar a Viridiana, ignorando que quizás fue él mismo quien, susurrándole a una caracola el nombre de su amada, desató las fuerzas que lo enfrentan a sus secretos más profundos.
Ficha
Título: La concha parlante
Autor: Jorge Demetrio Stamadianos
Editorial: Metrópolis
Páginas: 364
Precio (en Argentina): En físico: $13500 En digital: $3439
Cómo escribí “La concha parlante”
Desde que apareció mi novela y se la enseño a la gente, una sonrisa cómplice aparece sin disimulo y la inevitable pregunta: ¿Pero… estás buscando armar quilombo? No voy a negar que obviamente quiero llamar la atención por sobre el mar infinito de ficciones que nos rodean, pero más allá de eso, quiero explicar las razones de este título que no solo es provocador, sino que traduce poéticamente el mundo donde se desarrolla la historia, y rescata del pasado la forma de comprender el mundo que me legaron mis mayores.
Me forme en el cine y sé de la fuerza de la imagen. Pero también escribo y conozco el poder de su espejo: la imagen literaria. Y por si eso no fuera suficiente, soy hijo de Demetrio y Margarita, dos griegos del Peloponeso, dos espartanos que contaban historias asombrosas, relatos herederos de la mitología de sus antepasados, narraciones que escondían el poder de lo inasible y, quizás por eso, se volvían inolvidables.
O cómo olvidar el Caballo de Troya, el laberinto del Minotauro, o los viajes de Ulises y el vuelo de Ícaro. Cierro los ojos y la ilustración de una vieja enciclopedia donde se veía el caballo de madera hundido en la noche, mientras de su panza descendían guerreros armados, vuelve a impactarme como si otra vez tuviera seis años. De esas influencias surge La concha parlante. Una imagen lúdica que estalla en significados, un arquetipo en forma de caracola que no deja de emitir cantos de sirena, una narración que busca llevarte por los laberintos a los que todo humano se enfrenta por el simple hecho de pasar por esta tierra.
A primera vista es la historia de amor entre Franco Kazán, un reportero del canal 23 en la isla de Puerto Azufre en el Caribe, y Viridiana, una “performer” y bailarina que arrastra el peso de haber sido bautizada con el nombre de un film -y un personaje-, de uno de los artistas más trascendentales del siglo XX, el gran Luis Buñuel, surgido del movimiento surrealista junto a artistas como Dalí, que llegó para poner en primer plano lo escondido, desarmar las convenciones, y recordarnos que detrás de la razón acecha un animal irracional siempre dispuesto a darnos un zarpazo.
Franco y Viridiana tienen la suerte que no todos conocen: enamorarse y construir una intimidad llena de erotismo que los potencia a niveles de felicidad que pocos experimentan, hasta que el destino los separa de forma casi incomprensible, y Franco queda sumergido en una vida que parece regirse ya no por la realidad, sino por un mundo paralelo, un universo surrealista al que tiene que adentrarse si quiere recuperar a su amada Viridiana.
Y aquí vuelve a aparecer lo que los dioses griegos les exigían a los simples mortales para conseguir sus objetivos: primero, enfrentar un enigma que parece no tener lógica, y segundo, en el camino a resolverlo, solucionar el desorden del mundo que causaron los humanos. Si lo logra, quizás Viridiana lo recompense con sus rastas perfumadas de mirra y canela al final de la travesía.
Pero La concha parlante suma una capa más a su universo buñuelesco del Peloponeso, y es lo latinoamericano, o su deriva en realismo mágico. Viví catorce años en Los Angeles, bajo la sombra mítica de otro arquetipo moderno, el cartel de Hollywood que domina la ciudad de los sueños desde una de sus colinas, y en ese laberinto babélico comprendí que yo también era latinoamericano. Conocí salvadoreños, venezolanos, colombianos, mexicanos, peruanos y los nacidos de esos cruces y criados en Estados Unidos, los chicanos, y su forma de hablar, su idiosincrasia, su humor, solidaridad y picardía para resolver los problemas, y me enamoré de ese universo rebosante de sensualidad, ritmos y sabores que te abren los poros del alma.
La concha parlante está situada en el mar Caribe, en la isla de Puerto Azufre, porque es mi homenaje a esa tierra donde nacieron mis hijos y que le puso otra capa más a mi forma de entender el mundo.
¿Qué puedo añadir sin arruinarles la peripecia? Que La concha parlante nos habla de los límites que como seres humanos no deberíamos traspasar. Que somos parte de algo vivo que nos cobija, pero que puede transformarse en un ser despiadado si se siente atacado. Y que a pesar de las naves espaciales que enviamos al universo, las vacunas y suplementos que seguramente nos harán inmortales y la capacidad de la razón de desmenuzarlo todo, siempre queda algo que no comprendemos, impulsos poderosos con la fuerza de lo invisible y que, sorprendentemente, cuando menos lo esperamos, puede abrir la palma de su mano para llevarnos por nuevos rumbos y sacarnos del apuro.
Un poco como les sucede a Franco y Viridiana, que son arrojados al centro mismo del malestar metafísico del siglo XXI y, a pesar de sus imperfecciones, deciden adentrarse en lo desconocido para encontrar, con la ayuda de una concha parlante y el legado de un director surrealista, alguna forma de estar juntos. O como dice Viridiana en una de sus cartas a Franco: “Nosotros, mi amor, tuvimos la fortuna de encontrarnos, de intuir que podíamos derretirnos en los brazos del otro, y nadie, amor, nadie será capaz de apagar la llama eterna en la que nos consumimos felices de arder en el cuerpo del otro”.