Natalia Ginzburg pertenece a esa generación que atravesó los sucesos más emblemáticos del siglo XX: nació durante la Primera Guerra Mundial en 1916, vivió su juventud durante la Segunda y falleció apenas dos años después de la caída del Muro de Berlín (1991). Creció en la ciudad italiana de Turín, que no solo era un importante centro industrial y universitario sino que, en los años ‘30 y ‘40, se volvió un foco de actividad antifascista, de la que participaban su padre, Giuseppe Levi, profesor de neuroanatomía en la universidad, y casi todos los miembros de la familia.
Eran judíos por el lado parterno y lo sufrieron. Sus hermanos mayores entraban y salían de la cárcel por actos de sedición; Giuseppe perdió su trabajo, por lo que tuvo que trasladarse a Bélgica para continuar enseñando; y la primera novela de Natalia, El camino que va a la ciudad, apareció en 1942 bajo el nom de plume Alessandra Tornimparte porque las leyes raciales de Mussolini prohibían a los judíos publicar libros.
Su círculo de amigos constaba de editores, escritores, profesores y científicos, que en su mayoría eran también antifascistas y judíos. Entre ellos, Leone Ginzburg, un judío nacido en Odessa que trabajaba como profesor de literatura rusa en la Universidad de Turín, era uno de los líderes de la rama local a de la organización antifascista Giustizia e Libertà (Justicia y Libertad), a la que pertenecían los hombres Levi.
En 1933 había contribuido a fundar la casa editorial Einaudi, junto a Giulio Einaudi y Cesare Pavese. También él fue despedido de su puesto universitario. En 1938 se casó con Natalia, que en adelante adoptó su apellido. Tuvieron tres hijos en cuatro años, el mayor de los cuales es el eminente historiador Carlo Ginzburg. Leone murió en una prisión romana en 1943.
Ficha
Título: Vida imaginaria
Autor: Natalia Ginzburg
Editorial: Lumen
Precio: $16.799
Instalada en Roma desde la deposición de Mussolini, Natalia logró recomponer su vida. En 1950 volvió a casarse y en 1969 volvió a enviudar. Fue contemporánea de escritores como Italo Calvino, Primo Levi, Elsa Morante, Alberto Moravia, Cesare Pavese y Pier Paolo Pasolini, entre muchos otros. Nunca dejó la escritura, pero además se desempeñó como editora, traductora (tradujo, entre otras obras, Por el camino de Swann, de Marcel Proust, para Einaudi) e incluso fue electa diputada por el Partido Comunista Italiano (PCI) en 1983 y 1987.
Escribió ficción, obras de teatro, algunos poemas, y también ensayos. Por Valentino, un libro de cuentos de 1952, obtuvo el Premio Viareggio y por su novela Léxico Familiar de 1963, el prestigioso Premio Strega, entre otras distinciones. Ginzburg leía las obras de sus colegas a medida que se publicaban y estos textos, sumados a películas, obras teatrales o noticias de actualidad, solían dar pie a discusiones sobre los problemas literarios, sociales o políticos en un contexto en que los debates culturales se planteaban desde las columnas de opinión de las revistas ilustradas y de los suplementos de cultura de diarios y periódicos.
En ocasiones, cuando estos textos generaban controversia, recibían respuestas en forma de nuevos artículos, cartas o en entrevistas. Natalia había empezado a colaborar con el diario La Stampa en 1969 y continuó haciéndolo hasta 1973, cuando comenzó a publicar sus columnas en el Corriere della Sera. De una selección de treinta textos aparecidos en estos periódicos nace Vida imaginaria, su tercer y último libro de no ficción, después de Las pequeñas virtudes (Le piccole virtù, 1962) y Nunca me preguntes (Mai devi domandarmi, 1970),
Publicado originalmente en 1974 por Mondadori, los treinta ensayos en Vida imaginaria se explayan sobre temáticas diversas y generales como la condición femenina o sobre una obra en particular como el hasta entonces único libro de Elizabeth Smart, En Grand Central Station me senté y lloré; también escribe sobre Ingmar Bergman y sus películas, además de dedicar un artículo específicamente a Gritos y susurros, del mismo director; discute Amarcord de Federico Fellini y una película inglesa de temática gay de John Schlesinger, Domingo maldito domingo.
Se enoja con la imagen pública de su amigo Alberto Moravia, que contrasta con su “persona real”; recorre la obra del escritor y guionista Tonino Guerra y se conmueve con La historia de Elsa Morante. Manifiesta profundo disgusto por las calles romanas atestadas de automóviles, homenajea al crítico y estudioso Niccolò Gallo, y, además, entre otros temas, plantea la relación con los hijos adultos.
En una presentación para la revista Época, aclara que, con excepción del texto inédito “Vida imaginaria”, que presta su título para todo el volumen y “que no sé por qué escribí”, el libro reúne sus colaboraciones ya impresas en medios periodísticos. “Siendo una novelista –apuntaba–, me resultaba raro tanto escribir para respetar un compromiso como entablar con las personas que leerían mis textos una relación… de alguna manera expuesta a la luz del sol, porque un artículo periodístico se convierte inmediatamente en blanco de aceptación o rechazo, mientras que un libro toma derroteros lentos y oscuros”.
La selección en Vida imaginaria incluye también “Los judíos”, el artículo que apareció solo nueve días después de la denominada “Masacre de Múnich” durante las Olimpíadas de 1972 que se celebraban en esa ciudad, en la entonces Alemania Occidental. En el curso de las primeras horas del martes 5 de septiembre de ese año, un comando de ocho terroristas palestinos, pertenecientes a un grupo llamado Septiembre Negro, hizo irrupción en un apartamento de la Villa Olímpica donde estaban alojados los atletas del equipo de Israel.
Dos de ellos, que trataron de oponer resistencia, fueron asesinados al momento, mientras otros nueve fueron capturados como rehenes. A cambio de sus vidas, el comando exigió al Estado de Israel que les entregara a 234 prisioneros árabes detenidos en sus cárceles, además de la liberación de Andreas Baader y Ulrike Meinhof, jefes del grupo subversivo de extrema izquierda Rote Armee Fraktion, presos en Alemania. El gobierno israelí y el alemán federal se negaron a entablar cualquier forma de negociación partiendo de estas premisas.
Hacia el final de la tarde de aquel mismo día, en el curso de un tiroteo acaecido en el aeropuerto de Múnich murieron los nueve atletas, cinco terroristas y un policía alemán. “La acción de Septiembre Negro fue el primer ataque terrorista que el público del mundo entero siguió en directo por radio y televisión. Las competiciones olímpicas no se suspendieron” –señala Domenico Scarpa, al cuidado de la nueva edición del libro y autor de un epílogo sobre las controversias que generó en Italia el artículo de Ginzburg.
Natalia comentaba los sucesos en su particular estilo en primera persona, identificándose como judía y conjugando la propia experiencia con el ensayo y la crítica: “Aunque se trate de vacuas fantasías –publica el 14 de septiembre en La Stampa – diré de todas formas cómo habría reaccionado a los sucesos de Múnich si hubiera tenido poder para reaccionar. Si hubiera sido Golda Meir, habría liberado a los doscientos prisioneros como pedían los guerrilleros. Dicen que no hay que ceder al chantaje… Pero en nuestra época, el mundo está construido de una manera tan desastrosa que es necesario decidir a cada instante cómo defenderse y a quién defender”.
El texto sigue: “Creo que había que salvar a aquellos nueve rehenes y dejar aparte cualquier otra consideración. Creo que si Golda Meir hubiera liberado a los doscientos prisioneros, habría dado al mundo una lección, no de debilidad, sino de fuerza. O al menos de la única fuerza en la que es legítimo creer, la fuerza que pasa de ganar y está dispuesta a perder, la fuerza que no reside en las armas, en el petróleo o en el orgullo, sino en el espíritu”.
Así comenzaba una argumentación compleja y no exenta de paradojas, en que menciona tanto su propia relación con las personas de origen judío como la guerra sostenida por Estados Unidos en Vietnam, la vida desesperada de “los guerrilleros” –así se refiere a los terroristas– y lo inhumano. La conclusión es sin embargo tajante, al aducir que hoy en día “la única elección que se nos permite es estar del lado de quienes mueren o sufren injustamente. Se dirá que es una elección fácil, pero quizá es la única que nos ofrece nuestra época”.
Las páginas finales de la nueva edición de Vitta immaginaria, que apareció en italiano casi cincuenta años después de la primera y ahora se traduce a nuestro idioma, incluyen un epílogo a cargo del editor Scarpa que analiza en detalle las reacciones que suscitó “Los judíos”, “título brusco, como solían ser los de Natalia Ginzburg, que los periódicos le suavizaban” –comenta entre paréntesis–. La primera réplica apareció al día siguiente en el mismo periódico y estaba firmada por Arrigo Levi, su vicedirector. En 1948, Levi, que no era pariente de la autora, había luchado como voluntario en el ejército de Israel en la primera guerra árabe-israelí y deja ver su disconformidad con las palabras de Ginzburg.
También recibió críticas de un amigo suyo, el crítico literario Cesare Garboli desde las páginas del diario milanés Il Giorno. Y hubo además un intercambio privado de correspondencia con Ursula Hirschmann Spinelli, que había sufrido persecución tanto de Hitler como de Stalin, y con Primo Levi, que se da a conocer por primera vez.
Años después, Carlo Ginzburg se encargó de aclarar en la conclusión del congreso que se celebró en 2016 en la Universidad de Jerusalén el contexto “inequívoco” de este ensayo: las repercusiones de la Guerra de los Seis Días. “La sorprendente victoria del ejército israelí cambió la imagen del judío como víctima pisoteada, una imagen con la que Natalia Ginzburg se identificaba profundamente”.
Finalmente, en Vida imaginaria la autora va describiendo, de manera autobiográfica, las diferentes formas de vida interior o fantasías a lo largo de las distintas etapas de la vida: en la niñez, cuando están pobladas de seres imaginarios; en la juventud, cuando estalla la ensoñación del enamoramiento y en la madurez, cuando “nuestro papel, en el destino de los demás, será secundario. Seremos testigos, espectadores, figurantes”. Y las páginas de este volumen permiten también a sus lectores convertirse en testigos de una época que parece lejana, pero que continúa sin duda dejando huellas en las siguientes generaciones.