Hoy en día, a nadie sorprende la proliferación de las fake news, noticias falsas que tergiversan la información con un objetivo puntual. Pero, así como la mayoría apunta a confundir los datos del presente, muchas sin embargo buscan reinterpretar el pasado. ¿Con qué finalidad?
“En tanto que las fake news sobre el presente sirven para direccionar la opinión del público al que se dirigen, las falsas noticias sobre la historia tienen un objetivo más profundo, que es tranquilizar a quienes las aceptan, en sus propios sentimientos, en sus propias emociones -escribe el historiador italiano Francesco Filippi en su nuevo libro, Mussolini también hizo cosas buenas...-. Una mentira sobre el pasado es reconfortante, confirma sensaciones sobre las cuales, de otro modo, se sentiría vergüenza y fija puntos de referencia tranquilizadores, sin importar si son verdaderos o falsos”.
Editado por Prometeo, Mussolini también hizo cosas buenas... Las idioteces que siguen circulando sobre el fascismo explica cómo los nuevos gobiernos fascistas buscan hacer una relectura del pasado para adecuar el presente a sus necesidades, ya que “la base de un posible futuro totalitario pasa también por la rehabilitación del pasado totalitario”.
Escribe el autor: “Conocer el pasado es un modo para comprender los mecanismos y cobrar conciencia del presente, del mismo modo, conocer y saber desmentir patrañas que circulan sobre el pasado es un modo para desvelar los peligros de una mala memoria y prevenir los daños que puede ocasionar”.
Ficha
Título: Mussolini también hizo cosas buenas...
Autor: Francesco Filippi
Editorial: Prometeo
Precio (en Argentina): En papel: $10.010
Así empieza “Mussolini también hizo cosas buenas...”
Premisa: ¿hizo también cosas buenas?
“Repetir una mentira cien, mil, un millón de veces, la convertirá en una verdad”, dicen que decía el ministro de Propaganda Joseph Goebbels cuando ilustraba, como un chef orgulloso de su propia receta, la lista de los ingredientes más eficaces para una información totalitaria. Receta aplicable también hoy, tanto más que los soportes en los que puede circular una noticia, verdadera o falsa, son infinitamente más veloces que en aquel tiempo del ministro de Propaganda del Reich. Tan veloces que el eventual trabajo de búsqueda y desmentida resulta inútil, superado por la velocidad de emisión de incesantes mentiras en el sistema. Desmontar una mentira, un camelo, una patraña, cuando la gente ya habla de otras, es inútil. Una batalla perdida o por perder.
Si sobre el presente estamos obligados a combatir una extenuante guerra de trincheras, un poco más es posible hacer sobre el pasado: las fake news históricas tienen la ventaja de estar ancladas a un tema específico, y la desmentida de una mentira histórica, una vez elaborada, tiene la misma velocidad de propagación que la insensatez que contrasta.
¿Por qué es importante contrastar este particular tipo de fake news?
Porque la historia y el recuerdo que deriva de ella tienen un peso consistente en la permanente construcción de la memoria de cada uno: si las fake news sobre el presente apelan a las opiniones, que justamente cambian siguiendo los estímulos, las de los hechos históricos envenenan el inmenso campo de las experiencias, los valores y las emociones sobre las cuales se construye el imaginario del pasado.
¿Cuál es el objetivo de decir mentiras sobre la historia?
Marc Bloch, uno de los más grandes historiadores del siglo XX y partisano, hablando del nacimiento de las noticias falsas, explicaba:
Probablemente nacen a menudo de observaciones individuales inexactas o de testimonios inexactos, o de testimonios imprecisos, pero este accidente originario no es todo; en realidad, eso solo no explica nada. El error se propaga, se agranda, vive infinitamente bajo una sola condición: hallar en la sociedad en la que se desparrama un terreno cultural favorable. En ella, los hombres expresan, inconscientemente, sus propios prejuicios, los odios, los miedos, las propias emociones fuertes. […] Solo grandes estados de ánimo colectivo tienen el poder de transformar en leyenda una percepción perniciosa.
En tanto que las fake news sobre el presente sirven para direccionar la opinión del público al que se dirigen, las falsas noticias sobre la historia tienen un objetivo más profundo, que es tranquilizar a quienes las aceptan, en sus propios sentimientos, en sus propias emociones. Una mentira sobre el pasado es reconfortante, confirma sensaciones sobre las cuales, de otro modo, se sentiría vergüenza y fija puntos de referencia tranquilizadores, sin importar si son verdaderos o falsos.
Destruir una patraña de carácter histórico, entonces, tiene dos efectos: el primero es corregir el conjunto de informaciones sobre el pasado que se utilizan para construir la propia memoria individual y colectiva; un uso que llamaremos “neutro” o, como mucho, “reparador”. El segundo efecto, más difícil de conseguir, es el de destruir las certezas y los presuntos datos reales en quien escucha; fenómeno peligroso, que puede crear un muro de incomunicación. No se destruye impunemente una certeza.
Por ello, el trabajo de deconstrucción de falsedades históricas es, a menudo, poco útil para hacer cambiar de actitud a los difusores de estas noticias. Pero, es un trabajo que se lleva adelante para circunscribir el ámbito de difusión de noticias falsas que envenenan la memoria y, a través de ella, la percepción del presente. Desmentir una mentira que circula por Internet puede no servir para hacer cambiar de idea a quien desparrama estupideces, pero sí para quien navega en la web, para poder reconocer y apartar fuentes de noticias falsas. Así como conocer el pasado es un modo para comprender los mecanismos y cobrar conciencia del presente, del mismo modo, conocer y saber desmentir patrañas que circulan sobre el pasado es un modo para desvelar los peligros de una mala memoria y prevenir los daños que puede ocasionar.
Pareciera muy significativo, en ese sentido, que una de las figuras sobre las cuales se cuentan más patrañas en Italia sea Benito Mussolini: un personaje que dominó veinte años de historia europea, lejano en el tiempo para no ser otra cosa que un personaje histórico, sobre quien continúan apareciendo leyendas y mentiras, la mayoría positivas. Muchos de esos camelos e historietas sobre el fascismo nacieron del propio fascismo, otros se impusieron en momentos en que un presente negativo intentaba desesperadamente contrarrestar un pasado benévolo. Como ocurre hoy.
Umberto Eco recordaba: “Mussolini no tenía ninguna filosofía: solo tenía una retórica”, entonces, es normal que el fascismo, especialmente hoy, más que una ideología histórica asuma la connotación de una narrativa pública. No una sucesión de ideas, sino un relato mítico de la felicidad perdida.
Difundir miradas positivas de memoria sobre quien, como veremos, fue el mayor asesino de los italianos de la historia no sirve para hacer historiografía: los expertos de ese ámbito huelen desde lejos las patrañas sobre el duce. Sin embargo, sirve y hasta es utilísimo para crear emociones; como una bella historia, una fábula repetida para tranquilizar o para poner en guardia. Pensar en un hipotético pasado positivo deja una esperanza en el ánimo de quien está descontento con el propio presente. En un momento de velocidad y valores fluidos, pararse en un lugar seguro y tranquilo para refugiarse es reconfortante, incluso si ese lugar es la memoria, e incluso si esta memoria es falsa.
Construir camelos y mentiras sobre el pasado sirve, también, para el caso de Mussolini, para elaborar un relato eficaz y sencillo de la actualidad, una perspectiva a la que aspirar. El famoso “¡Cuando estaba ÉL!” es, al mismo tiempo, una reafirmación del pasado y una velada amenaza sobre el presente: “¡Ah, si volviera Él…!” o, aún más claramente, “Cuando vuelva Él o uno parecido…”.
La base de un posible futuro totalitario pasa también por la rehabilitación del pasado totalitario. Mostrar la realidad de ese pasado es un primer paso para evitar que ese pasado se vuelva futuro.
¿Mussolini le dio la jubilación a los italianos?
El tema de las jubilaciones y pensiones es uno de los caballitos de batalla de los nostálgicos de las manifestaciones reales y de las virtuales también. La idea, muy difundida todavía, es que Mussolini, cuando llegó al poder, construyó el sistema previsional italiano, dando a todos la posibilidad de disfrutar serenamente de la vejez, a través de un moderno sistema de contribuciones.
Junto con el sistema de pensiones, el Estado fascista habría también activado las principales formas de cobertura social y de regulaciones de las condiciones de trabajo. Un sistema articulado, digno de un régimen atento a las necesidades de sus propios súbditos, que habría dado a los italianos el derecho a un digno reposo durante la vejez y condiciones de trabajo confortables y protegidas.
¡Le dio seguridad social a todos los italianos! La jubilación o, mejor dicho, el sistema previsional para la vejez y la enfermedad fue, en realidad, un invento alemán, que apareció por primera vez en Alemania gracias al canciller Otto von Bismarck. En 1888, en el Imperio germano se introdujo la ley de Seguridad para la vejez e invalidez, un sistema de contribuciones que encomendaba al Estado, contra el pago de contribuciones, el cuidado económico de los trabajadores, cuando fueran inhábiles para trabajar, sea por razones de edad o de enfermedad. Una real y concreta revolución social que comenzó ahí y se expandió al resto de la Europa industrial.
El nacimiento del sistema de jubilaciones en Italia (1895-1919)
El gobierno italiano adoptó oficialmente un primer sistema de garantías de pensiones en 1895, veintisiete años antes de la toma del poder por parte del fascismo, gracias al gobierno de Francesco Crispi. El Decreto Real del 21 de febrero de 1895, n.° 702 otorgaba a los empleados del sector público y a los militares en servicio el derecho a una forma de cobertura previsional en caso de jubilación por límite de edad o por una enfermedad incapacitante. También estaba prevista en la normativa, la posibilidad de activar modalidades de pensiones para las viudas y los huérfanos.
Tres años más tarde, el gobierno de Luigi Pelloux promulgó la ley n.° 350 de 1898, por la cual se garantizaba la cobertura previsional para una serie de categorías laborales. En ese marco, se fundó la “Caja Nacional de Previsión para la invalidez y vejez de los obreros”, el instituto que se ocuparía de administrar las contribuciones y pagar las debidas prestaciones previsionales a los trabajadores.
En un comienzo, el sistema fue voluntario, sostenido por el Estado con incentivos a las empresas que adherían. Gracias, sobre todo, a las luchas sindicales de los trabajadores italianos, en poco tiempo se extendió a la mayoría de las categorías industriales del país.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, ya estaban previstas una serie de medidas de bienestar social y previsional para los trabajadores del sector público, los militares y los empleados de los sectores industriales. El conflicto, con la agitación obrera y el riesgo de una deriva revolucionaria en el país obligó al Gobierno a prometer ulteriores reformas para mantener la paz social y para sostener el esfuerzo bélico. Así fue que, concluida la guerra en 1919, hubo una nueva serie de reformas sociales con la puesta en marcha de otras protecciones.
El sector de las jubilaciones fue reformado completamente: la vieja Cassa di Previdenza se convirtió en la “Cassa Nazionale per le Assicurazioni Sociali” y la adhesión al sistema de contribuciones para las empresas fue obligatorio. En el Consejo de Administración del ente fueron admitidos los representantes de los sindicatos. El cambio de nombre de la Caja daba a entender que el sistema de protección garantizado ya no era un beneficio para un trabajador individual, sino para el conjunto de la sociedad. Todos los trabajadores italianos de aquel momento, esto es, desde 1919, tuvieron por ley el derecho a la jubilación.
El núcleo de la previsión social en Italia, nacido en el marco de las reformas de la izquierda histórica de Francesco Crispi, fue reconvertido completamente en su dimensión en un sistema previsional universal por el gobierno liberal de Vittorio Emanuele Orlando.