Cuentan que cuando tenía casi cien años y ya vivía un poco entre sueños y realidades, alguien le mostró una foto de Pablo Neruda y, desde el fondo de su alma, Delia del Carril dijo: “Qué joven tan buen mozo”. Para ese entonces, Neruda llevaba más de 10 años muerto pero antes había sido su gran amor, su compañero de lucha en el Partido Comunista y en la Guerra Civil Española y también el esposo infiel que la había engañado y luego le había propuesto seguir juntos porque la otra, Matilde, siempre sería la segunda.
“Este no es un matrimonio burgués, Pablo. Si no hay amor, no hay matrimonio”, le dijo ella. Tenía 70 años y él, 52. Se habían conocido 20 años antes, en Madrid, cuando él -otra vez- estaba casado.
¿Cómo había llegado ella al Madrid de los años 30, a afiliarse el PC y ser apodada “La Hormiga”? ¿Cómo se había integrado a la elite de los artistas e intelectuales de la época, como Rafael Alberti, Pablo Picasso, Louis Aragon, Paul Eluard? Es una historia larga.
Delia había nacido en 1884 -cinco años antes que Borges- en la estancia familiar de Polvaredas, provincia de Buenos Aires. Es decir: en una familia con estancia. Su abuelo, Salvador María del Carril, había sido gobernador de la provincia de San Juan a los 22 años. Y más tarde, en 1852, sería Vicepresidente de la Confederación Argentina, que presidía Justo José de Urquiza.
Todo esto lo cuenta el escritor chileno Fernando Sáez, autor de Todo debe ser demasiado, una biografía de Delia del Carril que es, a la vez, apasionante y exhaustiva. “No creo que ella se haya arrepentido de esos años”, dirá enseguida Sáez, en diálogo con Infobae.
Para dar idea de quién es su personaje el biógrafo -que hoy es el Director Ejecutivo de la Fundación Pablo Neruda- habla de la familia y cuenta que su abuela Tiburcia gastaba tanto en ropa, adorno y joyas, que “don Salvador María publicó en los diarios un destacado aviso que decía: ‘Salvador María del Carril no se hace responsable de las deudas que contraiga su esposa doña Tiburcia Domínguez’”.
El hijo de ellos, Víctor del Carril Domínguez, fue el padre de Delia. Fue diputado y vicegobernador de la provincia de Buenos Aires. “Era, también el administrador de las tierras de la familia, todas cercanas a su propia estancia de Polvaredas, veinticinco mil hectáreas del mejor suelo a ciento ochenta kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, en plena pampa húmeda”, cuenta Sáez.
Cuando Delia tenía 4 años ese padre le regaló un caballo, subió a la nena a él y le dio un rebencazo. La nena se afirmó y cabalgó: si hicieran una película sobre Delia, esta escena estaría en el trailer.
La juventud de la chica ocurrirá entre Buenos Aires y París, entre una sociedad que se modernizaba y aceleraba y otra que encerraba a las mujeres de su clase en el papel de benefactoras.
Entre el pasado y el futuro
En la casa de los Del Carril hay gramófono, se intercambian libros y se ensayan partituras recién llegadas de Francia. Y, oh, varones y mujeres pasean juntos, a caballo, por los bosques de Palermo. Eso no le gusta nada al cura. Cuenta Sáez: “Se deja oír la condena del cura de la iglesia Monserrat, despotricando desde el púlpito contra esta inmoral costumbre de los jóvenes. Delia no se inmuta. ‘Nada puede ocurrir de malo en una posición tan incómoda’, es su comentario”.
Le interesaban la música y el arte. Como era mujer, señala Sáez, no serían más que aficiones. También le correspondía una herencia pero por su género no podía administrarla. Y, dice: “tampoco ellas heredaban tierras, sólo recibían los dividendos mensuales de sus rentas, por lo que la independencia era un asunto relativo que no consideraba, de ningún modo, apartarse de la casa, del ámbito familiar”.
Su vida no parecía encaminada al matrimonio. No le interesa. Participa de la intensa vida cultural de la ciudad. Vive meses en París y meses en la estancia. Se hace amiga de Victoria Ocampo, seis meses menor que ella. Se forma un grupo de argentinos en París: Delia, el escultor Alberto Lagos, Ricardo Güiraldes, los hermanos Oliverio y Alberto Girondo y Alfredo González Garaño. ¿Está feliz? No, no se encuentra. Necesita algo más.
Un día en 1916 se reencontrará, de casualidad, con Adán Diehl, un hombre atractivo. Se casan en cuestión de días, viajan mucho, se pelean. En enero de 1921 se separan.
La Revolución
Delia vuelve a estar muy activa en la vida cultural. Estudia pintura con Juan Del Prete en Buenos Aires y en París con Fernand Léger. Léger es miembro del Partido Comunista. Él la lleva a conocer a otros artistas: Pablo Picasso, Blaise Cendrars, Le Corbusier, Louis Aragon, Paul Éluard. Es el tiempo en que se anudan arte y compromiso político y son muchos los que se acercan al marxismo. La vida de Delia del Carril cambia para siempre. Lee a Marx: El capital, La lucha de clases en Francia. “La utopía del comunismo, esa mirada a largo plazo de una sociedad sin divisiones, en que cada cual recibe y aporta según sus necesidades y su capacidad, dando fin a la propiedad privada y donde se termina con la explotación del débil, le produjo un entusiasmo fervoroso”, escribe Sáez. “Se sabía casi de memoria el Manifiesto Comunista de 1848 y seguía leyendo cuanto libro sobre el tema le caía a las manos, porque sentía que había pasado demasiado tiempo en la ignorancia de la política”.
Toda su pasión se volvió pasión política. Se hizo miembro del Partido Comunista francés y, como pintora, pasó a ser parte de la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios. El próximo destino es la España que se abre a la era republicana. Delia es una mujer nueva, está por cumplir 50 años.
En Madrid va a las tertulias del embajador chileno, Carlos Morla. Conoce a Federico García Lorca. Y allí se habla del poeta que está por llegar, que se llama Pablo Neruda y será cónsul en Barcelona. Morla lo describe así: “Pálido, una palidez cenicienta, ojos largos y estrechos, como almendras de cristal negro, que ríen en todo tiempo, pero sin alegría, pasivamente. Tiene el pelo muy negro también, mal peinado, manos grises. Ninguna elegancia”.
Probablemente allí, en la casa del embajador, se hayan conocido. Y aunque él ha llegado a España con Maruca, su mujer, que está embarazada, el idilio será imparable. Pronto Neruda vivirá en Madrid. Se mueve, ayuda, junta plata para los artistas. “Esta Delia es una hormiga”, dice alguien, aludiendo a su capacidad de trabajo. Le queda.
Juntos viven el levantamiento franquista, el asesinato de García Lorca, los bombardeos sobre Madrid. Se van a Chile. “La Hormiga es inflexible, y puede ser dura. ‘Eso no Pablo, usted es un retrasado mental’, es su frase de batalla”, cuenta Sáez. Juntos trabajan para fletar un barco, el Winnipeg, que lleva refugiados republicanos desde Francia hasta Valparaíso.
Es Delia quien compra la casa de Isla Negra, que sería un lugar central para el poeta. “Pablo en la intimidad era obediente, tenía un respeto enorme por las opiniones de Delia, y cada paso que fuera a dar, cada texto que componía, era consultado y pasaba por las manos de ella”, dice Sáez.
Viajaron juntos a la Unión Soviética, donde los recibió Josef Stalin. Delia recibió como regalo un abrigo de astracán rojo. En México -donde él será cónsul y ayudará a David Alfaro Siqueiros, preso por atentar contra León Trotski- aparecerá Matilde Urrutia. Es el principio del fin.
¿La creadora de Neruda?
¿Delia hizo a Neruda quién llegó a ser? ¿Le presentó a la intelectualidad de la época? ¿Trabajó para él? Aquí un breve diálogo con el biógrafo Fernando Sáez.
-¿La Hormiga introdujo a Pablo Neruda en el círculo intelectual europeo? ¿Quiénes eran sus amigos?
-El círculo europeo, habría que restringirlo a París y Madrid. Delia vivió en París en la década del 30, ahí se inscribió en clases con famosos como André Lothe y Fernand Léger, se anotó en el Partido Comunista, que era lo habitual entre los artistas de ese tiempo Ese era su círculo, también compuesto por amistades argentinas, que estaban o pasaban por París, como Victoria Ocampo. Cuando se conocieron en Madrid en 1934, compartían amistad con los poetas y artistas de más renombre en España: García Lorca, Alberti, Miguel Hernández, Maruja Mayo, y tantos otros. Neruda ya era un poeta reputado, y más bien los dos pertenecían al mismo grupo.
- ¿Delia gastó gran parte de su fortuna en la construcción de la carrera de Pablo? ¿En qué cosas?
-Por esos mismos años treinta, la fortuna de los Del Carril, ya no era tal, malas administraciones la habían reducido a propiedades inmobiliarias que daban rentas, las que le llegaban a Delia para mantenerse. Tanto es así, que justamente su decisión de ir de París a Madrid, aparte de lo que la República española significaba políticamente, era que la vida en Madrid era muchísimo más barata que en París. Neruda por ese tiempo era Cónsul de Chile, y se empeñaba en eso. Digamos que ninguno de los dos tenía en ese momento el respaldo de una gran fortuna. Neruda conoció la pobreza, en su infancia y juventud, Delia desde luego que no. Y eso es relevante al momento de inseguridades y seguridades.
-¿Ella se arrepintió de esa relación? ´¿Lo seguía queriendo?
-La relación entre ambos duró veinte años, en que por una parte se consolidó la importancia de Neruda como poeta, y allí fue esencial el apoyo de Delia, que en cierto sentido se postergó para apoyarlo. Era una relación de complicidad, apoyo y complementación. No creo que ella se haya arrepentido de esos años, pero sí la ruptura en 1954 fue muy dolorosa y ella con una fuerza extraordinaria inició su carrera como artista a los 70 años. No se vieron nunca más, pero a la muerte de Neruda, sus amistades la vieron llorar. Difícil adivinar qué sintieron el uno por el otro, pero hay poemas dedicados a ella escritos por Neruda muchos años después de la separación, en el libro Memorial de Isla Negra, donde se puede adivinar que fue una relación profunda.
-Sabemos lo que ella dio, ¿qué recibió de su vínculo con Pablo?
-Yo hablaría de lo que ambos se dieron, como ocurre en cualquier relación profunda y compartida. Sin duda el apoyo de Delia, su empeño, sus muchas virtudes, les hizo recorrer un camino muy intenso y apasionante, viajes, amistades importantes, círculos intelectuales de muchos países, los convirtió en una pareja protagónica e indispensable. En tiempos, claro, en que no existía la banalización de las vidas privadas, ni la exhibición pública tan notoria, como ahora.
-¿Cuál fue su lugar como artista y cual es hoy?
-Delia, luego de sus estudios en París, regresó a Chile y se insertó en un colectivo de artistas donde su obra fue muy respetada y valorada. Coincidió con un momento en que el grabado tuvo enorme importancia y difusión y ella supo de ese reconocimiento y apreció el respeto a su obra. Actualmente sus grabados y grandes dibujos a carboncillo, de caballos, sobre todo, pertenecen con propiedad a la historia del arte en nuestro país y tienen el interés de coleccionistas y artistas, perdurando su impronta como creadora original y genuina. A lo que se suma el valor de su personalidad y fuerza.
-¿Qué fue lo que más te llamó la atención como biógrafo? ¿Por qué la elegiste como personaje?
-Leyendo algunos libros sobre Neruda, que la señalaban en su importancia, me llamó la atención esta mujer que siendo veinte años mayor que el poeta, hubiera desarrollado una interesante vida posterior a la separación, a los setenta años, y en pequeñas entrevistas con gente que la había conocido, encontré un material que me pareció apasionante. Trabajé durante más de un año entrevistando en Chile, Argentina y otros países, a quienes la habían conocido, a familiares y amigos, y fui rehaciendo una vida que duró más de cien años. Era demasiada historia política y social en la que se había desenvuelto e iba quedando retratada una mujer sólida, liberal, fuerte, sensible y de una sorprendente inteligencia y gran sentido del humor. Demasiadas cualidades para tratar de rescatar y retratar un gran personaje.