“La práctica espiritual cotidiana de un sincero amor por cada compañero concreto en su dignidad inalienable como ser humano, en su libertad y sus derechos, en que él, ella y su familia tienen nombre y rostro, son un fin en sí mismo y nunca un medio para nuestros fines. Solo eso puede conservar nuestra humanidad en un mundo que nos lleva a la deshumanización”, escribe Juan Grabois en el prólogo de El subsuelo de la patria.
Este libro, escrito por Santiago Liaudat, Magdalena Tóffoli y Juan Manuel Fontana, es una “historia del Movimiento de Trabajadores Excluidos”, conocido como MTE, organización que nació después de la crisis de 2001 y que organiza año a año la cena navideña para personas sin techo bajo el lema “Ninguna familia sin Navidad”, que el pasado 24 de diciembre reunió a casi 4 mil personas frente al Congreso de Argentina.
“La historia de nuestro movimiento es un pedacito de la historia de una patria en disputa con pocas victorias y muchas derrotas”, escribe Grabois, político, abogado y dirigente social argentino que fue candidato a presidente en las PASO del 13 de agosto de 2023 por Unión por la Patria. Y agrega: “Funcionamos como un ecosistema donde cada una de sus partes –el Movimiento, la fuerza política, la estatalidad– tiene su rol, con base en una orientación estratégica afincada en la misión de hacer efectiva la agenda de los de abajo: tierra, techo y trabajo”.
En El subsuelo de la patria, editado por Prometeo, los autores buscan contar la historia de esta organización con el fin de derribar “la muralla invisible que divide a la sociedad en dos: de un lado, los integrados, quienes gozan de derechos y libertades; del otro, los excluidos, una masa creciente de seres humanos que se rebusca la vida en la economía popular”.
Ficha
Título: El subsuelo de la patria
Autores: Santiago Liaudat, Magdalena Tóffoli y Juan Manuel Fontana
Editorial: Prometeo
Precio (en Argentina): Papel: $11550
Así empieza “El subsuelo de la patria”
Palabras preliminares (por Juan Grabois)
“La historia de un partido, en suma, no podrá ser menos que la historia de un determinado grupo social (…). Escribir la historia de un partido no significa otra cosa que escribir la historia general de un país desde un punto de vista monográfico, para subrayar un aspecto característico. Un partido habrá tenido mayor o menor significado y peso justamente en la medida en que su actividad particular haya pesado más o menos en la determinación de la historia de un país”, dice esa lúcida mente encerrada en las mazmorras de Mussolini. Fue aquel fascismo italiano el precursor de la maquinaria de destrucción que provocó la más terrible masacre registrada por la historia de la humanidad, cuya ideología de muerte y crueldad resurge hoy con la banalidad de motosierras y negacionistas, frente al aburguesamiento del campo nacional, popular y progresista que no ha sabido defender ni a sus banderas ni a sus líderes ni a su pueblo.
Quien haya seguido el pensamiento de Gramsci sabe que la expresión “partido” no se refiere a lo que institucionalmente se entiende por tal, sino fundamentalmente a la expresión organizativa de un grupo social. El Movimiento de Trabajadores Excluidos es, sin dudas, una de las más potentes expresiones de las capas más sumergidas de la clase trabajadora de la Argentina en el naciente siglo XXI, surgidas de los procesos desatados tras la ofensiva neoliberal de los setenta, la caída del muro de Berlín, la imposición del mundo unipolar, el fin de la historia y el Consenso de Washington.
En Nuestra América, la inigualable capacidad de anticipación histórica del General Perón lo profetizó con la frase “el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. Y vaya si nos encontró dominados, privatizados y profundamente desunidos, con la división más grande que puede tener un pueblo: la dualización de su clase trabajadora con la conformación de un segmento completamente excluido de los derechos conquistados por el movimiento obrero internacional y despojado de sus herramientas organizativas. Una masa dispersa de humanidad, vetada definitivamente de la mera posibilidad de vender su trabajo-mercancía en el mercado laboral a un precio equivalente a su propia reproducción, y condenada a vivir como el pobre Lázaro de las migajas que caían de la mesa de aquel Rico… El tan mentado derrame que disfrutarán las mayorías apostadas en la tierra yerma bajo el florido paraíso consumista de minorías cada vez más restringidas.
El clímax trágico de ese proceso de concentración y desigualdad que fue anidando subterráneamente desde el segundo lustro de los noventa fueron las jornadas del 2001 con sus saqueos, puebladas y manifestaciones, sus muertes y helicópteros, sus piquetes y cacerolas.
El espejismo neoliberal se resquebrajaba, la convertibilidad estallaba en pedazos, el corralito mostraba la insostenibilidad de las pretensiones de los Chicago Boys porteños, quienes descargaban el peso de su estupidez en la confiscación de la propiedad de la clase media que había confiado en ellos y de los pobres que los habían padecido.
En ese contexto, resurgió dentro de la clase trabajadora como forma de subsistencia una modalidad laboral que podría calificarse de precapitalista, pero que sugiere, en realidad, un universo poscapitalista. Se trata de un nuevo artesanado socialmente extendido, sostenido con medios de producción de precariedad distópica y una creatividad popular extraordinaria, ocupando el espacio público con una inmensa gama de actividades productivas que operan en las periferias del capitalismo dependiente. Se trata de un verdadero mercado pericapitalista.
La tarea del Movimiento fue organizarlas con base en la solidaridad social de grupo en el plano económico e identitario, pasando de una realidad individual de subsistencia a un camino colectivo de resistencia a partir de pequeñas reivindicaciones económicas y la recuperación de la autoestima de quien sabe que, por precaria que sea su actividad, se trata de un trabajo. El cartoneo, labor asimilada a la delincuencia –recuérdese la famosa frase de Macri, cuando en pleno 2002 afirmó que “los cartoneros se roban la basura”–, fue la rama paradigmática de esa economía popular que sostuvo y sostiene a una enorme porción de la clase trabajadora.
Esta primera fase de organización derivó en una serie de alianzas con grupos del mismo sector social: campesinos, empresas recuperadas, costureros, feriantes, vendedores ambulantes, cooperativistas de infraestructura social, centros de trabajo sociocomunitario, etcétera, y sobre todo, de aquellas organizaciones nacionales, que se habían constituido sobre la base de las políticas nacionales de transferencia de ingresos, con las que habíamos tenido y seguimos teniendo contrapuntos, pero de las que aprendimos y seguimos aprendiendo. Con ellas iniciamos un camino que no tiene retorno en la conformación de una férrea unidad para la dignificación de nuestros compañeros en tanto trabajadores, actores sociales y sujetos políticos.
Así, con independencia de la posición política de los núcleos de dirigentes de cada agrupación, logramos constituir primero la CTEP y después la UTEP. La orientación del Movimiento fue siempre disociar las luchas reivindicativas, fueran sectoriales o generales, de la instancia político-partidaria para evitar el terrible vicio del militante popular quebrado, que utiliza a los pobres como mera escenografía para su despliegue político, excusándose en que eso implica una politización del sector, en que de eso se trata la “política de masas”, en que eso es peronismo…, vicios de los que nadie está exento y que solo una constante práctica de la autocrítica y la reflexión en el plano intelectual pero, sobre todo, de la práctica espiritual cotidiana de un sincero amor por cada compañero concreto en su dignidad inalienable como ser humano, en su libertad y sus derechos, en que él, ella y su familia tienen nombre y rostro, son un fin en sí mismo y nunca un medio para nuestros fines. Solo eso puede conservar nuestra humanidad en un mundo que nos lleva a la deshumanización.
En ocasiones, logramos que esa orientación –disociar la lucha por reivindicaciones sectoriales y políticas públicas específicas– prevalezca en el conjunto. A mi juicio, fueron los mejores años para el sector, los momentos en los que logramos condensar nuestra potencia en políticas públicas y mejoras materiales duraderas como las leyes de salario social complementario o integración socio urbana de barrios populares, las unidades de gestión multirrama de Potenciar Trabajo, la política de casas convivenciales comunitarias, la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular (ENOCEP), entre otras.
Del mismo modo, creo que hemos tenido éxito en empoderar políticamente a emergentes de la economía popular y los territorios donde se despliega, promoviendo como diputada nacional a una cartonera de Villa Fiorito, o como secretaria de Estado a una vecina del barrio Villa La Cava, e impulsando la fundación de un partido que respete la participación protagónica de este sector de la clase y no su mera aparición como objeto de pequeñas ambiciones ajenas. No afirmo que nuestro método sea el único ni el mejor, pero es un método razonado y probado. Funcionamos como un ecosistema donde cada una de sus partes –el Movimiento, la fuerza política, la estatalidad– tiene su rol, con base en una orientación estratégica afincada en la misión de hacer efectiva la agenda de los de abajo: tierra, techo y trabajo.
La historia de nuestro movimiento es un pedacito de la historia de una patria en disputa con pocas victorias y muchas derrotas. Un país que supo ser de los indios que resistieron a la conquista y lucharon junto a gauchos, criollos, curas, negros, pobres, abogados y militares, bajo el sable de San Martín en miras a construir la Patria Grande, después balcanizada por los intereses geopolíticos británicos; un país que supo ser de los “cabecitas negras” que abrieron metiendo sus patas en las fuentes la era dorada de Perón y Evita con los derechos sociales y laborales, la reforma agraria y urbana, el control nacional sobre el comercio exterior y los recursos estratégicos; esa Argentina grande que fue luego bombardeada, fusilada, detenida y desaparecida por la oligarquía y las potencias neocoloniales; una patria que supo ser de los jóvenes militantes de los movimientos sociales que abrieron con su sangre las puertas de la Casa Rosada para que Néstor y Cristina no dejaran sus convicciones en la puerta y recuperaran un poquito de lo que el neoliberalismo nos robó durante las décadas anteriores, ampliando los derechos de los niños y ancianos excluidos, creando los primeros programas masivos de cooperativas, recuperando la perspectiva latinoamericana y algunas de las empresas estratégicas; un país que supo ser de los cartoneros y costureros que acompañaron a Bergoglio en aquellas misas en Constitución “por una Argentina sin esclavos ni excluidos”, en donde comenzó a revelar masivamente lo que luego sería su magisterio social como Papa (sin dudas, la voz más potente y profunda contra la devastación humana y ambiental de la globalización capitalista que asola el planeta).
Felicito a los autores de este libro y espero que sea de utilidad para todos como una experiencia útil de organización comunitaria. Que florezca en nuestro pueblo el deseo de organizarnos desde abajo para conquistar la felicidad que nos merecemos nosotros y, sobre todo, nuestros hijos, y la grandeza que merece nuestra patria. Una Argentina humana, sin esclavos ni excluidos, es posible y de nosotros depende.