La novela con la que el gran John Banville se va despidiendo

Luego de lanzar “Las singularidades”, el irlandés sugirió que se retira. ¿Qué lo impulsa a pensar en su jubilación literaria, a los 78 años? Tal vez esta novela sea “el canto del cisne de un gran escritor que toma conciencia de sus capacidades y habilidades”.

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Leonardo Padura, John Banville y "Las singularidades".
Leonardo Padura, John Banville y "Las singularidades".

Tras la publicación de su novela Las singularidades, aparecida en 2022, el escritor irlandés John Banville ha sugerido que esta podría ser su última faena narrativa. ¿Podemos creerle? ¿Creer a alguien que ha vivido de urdir ficciones (mentiras es uno de sus posibles sinónimos), escritas como si fueran verdades para que, sabiendo nosotros que son ficciones, las leamos y aceptemos como realidades? Inventado mundos e historias. Escribiendo novelas, en fin. Por mi cuenta más de treinta publicadas, sumadas las escritas por Banville bajo el seudónimo de Benjamin Black, el padre del detective Quirke.

Una de las profesiones que no tiene fecha de jubilación, que de hecho casi nunca acepta la jubilación, es la de la escritura. Son excepcionales los casos como el del gran novelista norteamericano Philip Roth quien, al publicar su novela Némesis (2011), al borde de sus ochenta años, anunció que dejaba de escribir y publicar, pues ya había dicho todo lo que necesitaba decir y desde entonces se dedicaría, según afirmó, a pensar solo en la muerte -que le llegó siete años después. Por cierto, sin haber ganado el Nobel de Literatura al que tantos lo considerábamos más que merecedor.

Diferente, aunque con semejantes resultados, sería el caso de Juan Rulfo, que luego de revolucionar la literatura mexicana con El llano en llamas y Pedro Páramo jamás volvió a publicar, aunque nunca dejó a anunciar que regresaría al ruedo y habló muchas veces de una obra en marcha (a veces titulada La cordillera) que nunca escribió, o al menos, que no publicó, quizás porque Rulfo estaba convencido de que sería incapaz de superar lo logrado en las dos obras que le garantizaron la inmortalidad.

Si la jubilación literaria es una decisión extraña en este oficio, en cambio la vejez, el agotamiento, la incapacidad de renovarse son, y por supuesto que son, condiciones o circunstancias que afectan al escritor y su potencial creativo. Sin atreverme a mencionar nombres puedo sugerir que pensemos en grandes escritores contemporáneos, creadores de obras imprescindibles y propietarios de tantísimos premios que, por falta de una visión tan audaz como la de Roth, han insistido y exhibido en público sus declives creativos con obras que los desmerecen respecto a sus aciertos anteriores. En algún momento a esos autores, por necesidad expresiva o por vanidad o por simple compulsión mecánica han perseverado y, lamentablemente, les ha fallado el que Hemingway llamó el “detector innato de mierda” que debe poseer y tener engrasado el escritor.

¿Qué puede estar impulsando a John Banville a pensar en su jubilación literaria? ¿Haber llegado a los setenta y ocho años, una edad similar a la que tenía Roth cuando anunció su retiro y sentirse hastiado de su oficio? ¿A qué edad un escritor envejece y languidece como creador? ¿O es que Banville, y con él su heterónimo Benjamin Black, consideran que ya han dicho todo lo que necesitaban o pudieron decir luego de treinta intentos y ya no serán capaces de hacerlo mejor?

Hay grandes escritores que han exhibido en público sus declives creativos

Creo que Las singularidades (traducida al castellano por Alfaguara en 2023) puede sugerir ciertas posibles -digo posibles- respuestas a tan extrañas, incluso creo que hasta un poco absurdas preguntas que, lo confieso, son interrogantes que en ocasiones me hago a mí mismo y tal vez por ello ahora traigo a cuentas…

Ya en la que hasta el momento es la más reciente aparición del personaje Quirke, el protagonista de las novelas publicadas bajo el nombre de Benjamin Black (Quirke en San Sebastián, 2021), tuve la sensación de que el autor de obras como El Lémur y La rubia de los ojos negros, perdía potencia en la pegada. Apenas se trataba de una novela más, para nada la mejor de la saga.

Ahora, leyendo Las singularidades, me persigue la misma sensación de estar presenciando un cierto agotamiento creativo aunque -lo confieso sin pudor- no sé si es por falta de afinidad con el texto en cuestión y, sobre todo, con un estilo narrativo que, llevado a un extremo, quizás con la intención de exprimirlo hasta secarlo, de clausurarlo y a la vez de hiperbolizarlo, en la práctica novelesca resulta un lastre para la trama de la obra y para su lectura.

Para empezar, resulta evidente que en Las singularidades Banville da algunas claves de su intención de cerrar candados cuando convoca a personajes que ya aparecieron en obras suyas anteriores. Ahora todo comienza con la excarcelación del asesino Frederick (Freddy) Montgomery, el personaje de El libro de las pruebas (1989, edición de Alfaguara 2020), condenado a cadena perpetua y puesto en libertad condicional luego de un cuarto de siglo de encierro. Como extraviado en un mundo que se le ha vuelto ajeno (“muchas de las personas que conocía ya no existen”), con el nuevo nombre de Félix Montblau, regresa al sitio donde supuestamente vivió su niñez para cruzar su historia con las de otros personajes, algunos ya trabajados en obras anteriores, que van creciendo con el desarrollo de un argumento en el que se atraviesan líneas argumentales e historias personales.

John Banville, un escritor consagrado. (AFP)
John Banville, un escritor consagrado. (AFP)

Al sitio adonde llega y donde casi a la fuerza se establece Felix Montbau es un espacio cerrado, casi al margen de la geografía e incluso del tiempo. Un lugar, que antes fue conocido como Coolgrange y ahora es Arden, donde resulta que todo es igual pero a la vez es diferente. Allí viven el anodino hijo homónimo del ya difunto científico Adam Godley (creador de la inquietante teoría de Brahma que pone en duda toda la existencia y comportamiento de lo material) y su esposa, la ex actriz Helen, cerca de la pareja de Ivi y Dufty, y adonde llegará en su momento el escritor frustrado William Jaybey, escogido para escribir la biografía del detestable Godley padre, y por donde pasará el extraño personaje de Anna Behrens, ex amante del científico y también de Montblau cuando era Freddy Montgomery y aun no había asesinado a nadie.

Las historias pasadas y presentes de cada uno de estos personajes se van desarrollando en la novela como una carrera de relevos en la que el autor se permite todas las licencias. Desde cambios de voz narrativa para bloques enteros del texto (el esbozo biográfico de Godley) hasta alteraciones en los tiempos verbales o simples cortes de desarrollo dramático con cambios muy libres de las perspectivas de los personajes desde la cual se sigue el relato. Cuánto de intencional o, mejor, de eficiente en términos narrativos tienen estos movimientos dramáticos y narrativos es algo que no me atrevo a calificar: ¿funcionó este recurso técnico para el escritor? ¿Funciona para la novela o introduce un cierto desconcierto que dificulta la afinidad con el texto? En cualquier caso sí me atrevo a decir que se trata de una solución narrativa bastante elemental, de las que no se le perdonan a otros escritores con menos solera.

La sensación que me fue provocando la lectura de esta novela es la de haber escuchado el canto del cisne de un gran escritor

En algún momento, muy temprano en la novela, Banville nos ha advertido sobre la condición de la historia que estamos leyendo: es una ficción, en ella todo es ficción, y es obra de un dios menor que entra por momentos en la narración para recordarnos que todo es creación suya, o sea, que estamos asistiendo a un juego literario en el cual ese dios menor tiene el poder de mover personajes y alterar historias y vidas de acuerdo a su divina voluntad. Tal como hace a lo largo del libro.

El propio ritmo narrativo de la novela sufre alteraciones con el desarrollo de las historias. De un tempo lento, tal vez empeñado con demasiada frecuencia en la descripción de detalles (desde una verja a un pájaro, incluida la descripción de una mosca) el relato avanza hacia una narración más dinámica, que no siempre prescinde del exagerado detallismo que impera en el libro.

Algunos comentaristas de Las singularidades consideran esta obra como una especie de culminación, resumen, coronación de la novelística de John Banville. El hecho de que el escritor la haya anunciado como su posible última publicación puede haber influido en esos juicios. A mí, permanente admirador del trabajo de Banville/Black, la sensación que me fue provocando la lectura de esta novela, y que se acentúo en el final, es la de haber escuchado el canto del cisne de un gran escritor que toma conciencia de sus capacidades y habilidades y, entendiendo lo que ocurre, coquetea con la posibilidad de esa extraña pero posible decisión profesional que es la jubilación.

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