Es un 24 de diciembre de 1957. Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo están yendo a celebrar Navidad a la casa de Jorge Luis Borges, en donde están su madre, Leonor, su hermana, Norah, y otros familiares y amigos del autor de Ficciones. Comen, brindan y hacen intercambio de regalos: Borges le regala a su amigo Bioy Empédocle d’Agrigente, de Jean Zafiropulo, y a Silvina, una copia de Sappho, de Jean Larnac y Robert Salmón.
“Cuando yo era chico, Navidad tenía poca importancia”, dice Bioy Casares, ya en la madrugada del 25, según cuenta en su monumental Borges, en el que se reúnen los diarios que el autor de La invención de Morel escribió sobre las cinco décadas de intimidad junto al gran escritor argentino.
Borges, a su vez, le responde: “Cuando yo era chico, no tenía ninguna: la celebraban solamente los ingleses y los alemanes, en Belgrano. Ahora es una especie de ensayo de primero de año, que es, como Navidad, una especie de ensayo de carnaval. Ahora celebran Navidad y primero de año con cohetes; pronto lo harán con caretas”. A lo que Bioy agrega: “Cuando yo era chico no había esta manía de los petardos. Recuerdo que mis primos Blaquier, en Vicente Casares, tiraban petardos: yo veía esa actividad como un rasgo peculiar del carácter de los Blaquier que no podía compartir”.
¿Es cierto, entonces, que a comienzos del siglo XX la Navidad casi no se festejaba en Buenos Aires sino que “la celebraban solamente los ingleses y los alemanes”? Aunque la palabra de Borges es suficiente, Infobae Leamos buscó pruebas y testimonios de cronistas de la época para investigar el alcance de esta festividad en ese entonces.
En su libro Buenos Aires desde 70 años atrás, publicado en 1880, el memorialista argentino José Antonio Wilde (1813) escribe: “Nochebuena y Navidad no incitaban a organizar reuniones. Menos aún Fin de Año y Año Nuevo, que pasaban sin pena para los afortunados y sin gloria para todos (…) La última semana del año, conocida como las ‘vacaciones de Navidad’, era feriado corrido. Según los periódicos había mucho movimiento en las calles por las noches: las damas hacían compras y los caballeros las admiraban. La buena sociedad salía de excursión a San José de Flores, a San Isidro o a Las Conchas, desde la mañana temprano hasta las primeras horas del día siguiente”.
Y agrega: “Aunque no vamos a describir escenas como las que tienen lugar en los salones de abolengo de nuestro propio país, durante las fiestas de Navidad, sin embargo, a Buenos Aires no le faltan sus alegrías y, en la nochebuena, hasta una hora tardía, notamos varios grupos de paisanos y otras personas disfrutando de la música de las guitarras en diferentes endroits de la ciudad. La noche era deliciosamente fresca para esta época del año y, a decir verdad, atraídos por el encantador tiempo y por la música, vagamos por la ciudad hasta la una de la mañana siguiente”.
Por su parte, el célebre cronista Aníbal Latino, seudónimo del italiano José Ceppi (1853) para su trabajo periodístico en Argentina, escribe en su libro Crónicas bonaerenses: “El día 24 de diciembre no presenta ese flujo y reflujo, ese trasiego de gentes que llenan y evacuan la metrópoli, no es el día mercadante y traficante por excelencia, no es el día babilónico en que se ven manjares por todas partes, en que las tiendas hacen su agosto, en que cruzan vapores, trenes, tranvías y vehículos de toda especie, como si el mundo fuera a acabarse y faltara tiempo para llegar a una nueva arca de Noé, con las provisiones necesarias para un largo período de aislamiento: ni el día 25 presenta tampoco desde la mañana hasta la tarde esa quietud, ese silencio, esa soledad que ofrecen casi todas las grandes capitales europeas”.
Pero aclara: “No es que no se cierren las tiendas y no se abran las cocinas, porque la costumbre de celebrar todas las fiestas, solemnidades y aniversarios con comilonas es tan antigua como universal; pero ni deja el calor tanto apetito ni tanto humor para empezar a comer el día 24 de diciembre de cada año y mondarse los dientes el día 7 de enero del año siguiente, ni se encierra la gente en sus casas, ni se buscan distracciones en los teatros, ni constituye la Navidad un día excepcional para los pobres, ni puede como lo han hecho Dickens, Max O´Rell y todos los escritores europeos, consignarse como una excepción, como una cosa extraordinaria, que en ese día todo el mundo come, por la sencilla razón de que hasta ahora, a Dios gracias, en este país ricos y pobres comen todos los días del año”.
Explica Latino que, aunque había celebraciones navideñas, no llegó a tener un carácter definido hasta algunas décadas después: “Celébrase, pues, la Navidad con grandes y suculentas comidas, en casa o fuera de ella, sin que se las atribuya esa excepcional importancia que le dan los ingleses y los italianos del Norte, pero aunque se celebre, no tiene todavía la Navidad un carácter peculiar, definido, como no sea el de echarse todo el mundo a la calle, invadir los trenes y tranvías, e ir a buscar una atmósfera más templada y soportable en las casas de campo y en los pueblos de las cercanías”.
Borges, entonces, no estaba tan errado al afirmar que, al menos en Buenos Aires, la Navidad no era en su infancia lo que terminaría siendo algunas décadas más tarde, cuando esta celebración terminara de asentarse a mediados del siglo XX. Sin embargo, otro pasaje citado por Bioy Casares en sus diarios deja ver lo que Borges realmente pensaba de la Navidad.
Escribe Bioy en la entrada del sábado 24 de diciembre de 1955: “Después de comer voy a casa de Borges. Con la madre, con Norah y Guillermo, con Miguel y Luis, brindamos con champagne. Luego vamos a casa, Borges y yo. Conversamos con mi padre. Luego Borges, Silvina, mi padre y yo brindamos con champagne (de Los Dos Chinos) y comemos torta de Navidad. Borges comenta: «Americanos, del siglo XX, cumpliendo sus ritos». Dice también: «Estos ritos son patéticos, porque somos muy pocos. Más raro sería que un hombre sólo estuviera haciéndolos»”.