
Aunque en los últimos años no paró de crecer, la neurociencia todavía parece un concepto bastante alejado de la vida cotidiana. Pero, ¿es posible tejer un puente entre esta novedosa disciplina y el día a día? En Hackea tu cerebro, el experto argentino Nicolás Fernández Miranda se enfoca con precisión en cómo aprovechar los saberes de esta ciencia para mejorar la productividad y el aprendizaje a través de investigaciones rigurosas y ejemplos concretos.
El autor, a través de un enfoque multidisciplinario que abarca campos como la psicología, la biología y la medicina, ofrece una visión integral del cerebro y su funcionamiento. A diferencia de muchos libros populares de autoayuda, Hackea tu cerebro se apoya en datos duros y científicos, y respalda cada afirmación con evidencia sólida, porcentajes y ejemplos específicos.
Este no es un libro de teorías abstractas. Se trata de una guía práctica que traduce el complejo lenguaje de la neurociencia en aplicaciones accesibles para cualquier lector. Además, va más allá de la teoría al proporcionar al lector herramientas concretas, ejercicios y consejos aplicables para aplicar inmediatamente en la vida diaria.
Según cuenta el autor en el el comienzo del libro -que puede leerse al final de esta nota-, cuando tenía 10 años, una maestra le dijo tajantemente: “Fernández Miranda, usted nunca será bueno en matemática”. Pero no solo aprobó el examen final con 10, sino que terminaría recibiéndose de Contador en solo cinco años y con medalla de honor al mejor promedio. ¿Qué pasó en el medio? La respuesta, que no requirió de sacrificios descomunales sino de pequeños esfuerzos sostenidos, se encuentra en esta investigación.
Hackea tu cerebro, editado por Lea, aborda problemas comunes de la vida moderna, desde la mejora del sueño hasta la optimización del tiempo de estudio o trabajo, todo con un enfoque basado en datos verificables. En un mundo saturado de información, este libro ofrece una solución basada en la ciencia para potenciar nuestra capacidad de aprendizaje, enfoque y productividad, sin caer en consejos vacíos ni promesas exageradas.
“Hackea tu cerebro” (fragmento)

Introducción
Te voy a contar una historia. Resulta que transcurría el año 2001 y un chico no muy alto, de unos 10 años, hijo de padres exigentes, cursaba la escuela primaria y tuvo la mala suerte (o la suerte) de desaprobar matemática. No solo desaprobar, sino desaprobar en cuatro instancias diferentes (en tres trimestres y en un “supuesto” examen recuperador). Ese chico, ese alumno, recibió una frase que lo marcó por muchos años: “Fernández Miranda, usted nunca será bueno en matemática”.
Ese chico soy yo, se los confieso. Luego de pasar el verano castigado estudiando, y con una maestra particular, me presenté para rendir el examen (cuando todavía no habían empezado las clases). En ese momento algo me llamó la atención, para mi asombro me pareció muy fácil y aprobé con diez. ¿Cómo puede ser, si mi maestra dijo que nunca iba a ser bueno en matemáticas? ¿Por qué en tonces aprobé con 10? Bueno, tenía 10 años y en ese momento mi principal preocupación era llegar a mi casa a tiempo para ver Dragon Ball Z, por lo que no pensé mucho más en ese asunto.
Con el paso de los años no solo aprobé matemáticas, sino que me volví muy bueno en esa materia. Me inscribí en la carrera de Contador Público y me recibí en cinco años, con medalla de honor al mejor promedio de mi promoción.
El primer día de la carrera universitaria, un 12 de marzo del año 2009, tuve la suerte de conocer a alguien que me marcó para toda la vida, el profesor y licenciado Jaime Alfaro Iber Aliaga, hoy uno de mis mejores amigos. Cuando lo vi exponer en ese salón de clases de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Jujuy, supe qué quería hacer el resto de mi vida, quería ser profesor. La vida me sonrió y poco tiempo después de comenzar la carrera fui ayudante de cátedra. Logré recibirme de Contador, unos años después, y además cumplir mi sueño de convertirme en profesor.
Con el paso del tiempo, comenzó a llamarme algo la atención, algo que veía a diario en las aulas, sentía que había algo que no estaba siendo explotado en la vida de mis alumnos. Sabía que ellos podían mucho más, veía ese potencial, pero permanecía inexplorado. Así fue como “me callo la ficha”, una frase muy utilizada por los argentinos. Me pasó a mí en el 2001 y lo seguía viendo en compañeros, alumnos y colegas, nadie nos había enseñado cómo estudiar, y mucho menos cómo aprender. Nos pasábamos horas y horas estudiando, resignando vida, amigos y, en muchos casos, a nuestra salud. Desde ese momento lo tuve claro, todos debíamos aprender a aprender, a estudiar, a adquirir cualquier tipo de conocimiento (desde contabilidad, física, química, hasta cómo preparar unos fideos a la bolognesa).
Si bien nadie nos enseñó nunca a estudiar, tampoco nadie nos enseñó cómo ser productivos o cómo sacar provecho a nuestro cerebro, ya sea para ser un mejor Contador, Ingeniero, trabajador o padre. A quien no le paso de llegar al final del día, cansados, fatigados y pensar: “Hoy no terminé casi nada de lo que quería hacer” y eso claramente nos desmotiva. Sucede que, en general, todos vamos por la vida haciendo prueba y error con la intención de ser más productivos, sin que nadie se haya preocupado por decirnos: “Mira que por acá viene la mano”.
Así nació el propósito de este libro “enseñar”, correr el telón que nos ciega sobre cómo funcionan los procesos de aprendizaje y de productividad; con la esperanza de que tanto al lector como a mí, la educación, el aprendizaje y el trabajo, les cambie la vida.

El 1%
Vamos a trabajar juntos con un principio clave y sencillo, esforzarnos un 1% más todos los días, solo un 1%. Notá que utilicé la palabra esforzar y no sacrificar, esa elección de palabras no es inocente; sacrificarnos quiere decir dejar de ver a amigos, descuidar a la salud y a la vida personal en pos de un objetivo, uno que si llegamos a cumplirlo, no es tan importante como todo aquello que podemos perder. En cambio, esforzarse significa hacer lo que venís haciendo, pero dando un 1% más todos y cada uno de tus días.
Ese 1% no lo medimos en cantidad de horas trabajadas o en hojas leídas, lo medimos en la calidad de lo que estamos haciendo. No es dejar de ver a tu familia para quedarte trabajando o pasar días durmiendo solo 4 horas para llegar a terminar un informe para tu trabajo; no, ese 1% se refiere a mejorar la calidad de lo que hacés. Es decidir qué vas a desayunar para ser más productivo y tener una mejor capacidad de concentración, cuándo es prudente tomarse una power nap (concepto que vamos a ver más adelante) cuando sea necesario, o incluso saber en qué posición te vas a sentar en una entrevista de trabajo.
Es solo eso, un 1% muy fácil y sencillo, pero lo importante es que sea un esfuerzo sostenido; pero no cualquier tipo de esfuerzo, uno puede esforzarse bien o esforzarse mal. Imaginemos que tenemos frente nuestro una pared de ladrillo. De la manera en la que venimos trabajando (con mucho esfuerzo) tratamos de pasar al otro lado de la pared pegando patadas y cabezazos, hasta que, luego de un largo tiempo, rompemos la pared y pasamos. ¿Cuánto nos demoramos en atravesarla? ¿Disfrutamos el proceso de pegarle a la pared? ¿Cuál fue el costo de lograrlo? Esto es esforzarse mal. Lo que te propongo que hagamos juntos es que, en lugar de pegarle con la cabeza, construyamos una puerta; va a ser más fácil, más divertido y más rápido.
Ahora, para construir esa puerta vamos a aportar un 1%, que se va a ir sumando todos los días. Por ahí pensás que es poco, pero pensemos que vamos a ir cambiando un poquito cada día, acumulando crecimiento. Un día aprendemos a dormir bien, otro día aprendemos a concentrarnos, luego aprendemos a leer más rápido, y así sucesivamente. Todos representan pequeños aprendizajes que se van sumando, se van potenciando, y logramos un efecto combinado mucho mayor.
Las matemáticas lo explican mucho mejor de la siguiente manera:
1,00^365= 1. No esforzarse nada, hacer todo lo mismo todos los días, es igual a 1.
1,01^365= 37. Un 1% cada día, nada más, en un año, produce una mejora de un 3.700%.
1% peor por día, por un año. 0,99365 = 0,03
1% mejor por día por un año. 1,01365= 37,78
Sabiendo esto, ¿seguís pensando que un 1% es poco?
Hoy empieza tu 1%. ¿Estás preparado?
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