“Tata Dios”, el misterioso curandero que organizó 36 asesinatos sin mancharse con sangre y terminó enterrado con grilletes

En pleno siglo XIX, se destacó un gaucho que fue desertor del Ejército, practicó la medicina ilegal (hasta el arresto) y no dudó a la hora de elegir a sus víctimas fatales: los extranjeros que representaban lo “no argentino”.

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Litografía de Miguel Potel Junot con los principales integrantes de la banda de fanáticos que asesinaron a 36 personas en Tandil, bajo órdenes de "Tata Dios".
Litografía de Miguel Potel Junot con los principales integrantes de la banda de fanáticos que asesinaron a 36 personas en Tandil, bajo órdenes de "Tata Dios".

Gerónimo Solané fue su nombre. El apodo o apelativo, como el de tantos “sanadores” en los campos bonaerenses, fue “Tata Dios”. Su procedencia, nunca confirmada del todo, señalaba las amplias geografías de los territorios chilenos, entrerrianos o santiagueños. Sus contemporáneos y la tradición lo describieron como un hombre alto, de fuerte osatura y barba entrecana. Vestía chiripá de bayeta o pantalón negro, cinto con rastra de plata de seis ramales, camisas rústicas y blusas corraleras. Alternaba ponchos calamacos y pampas. Debajo de las caronas del recado guardaba un facón caronero de hoja de espada. Las botas y los sombreros eran de cuero de potro.

Desertor de las fuerzas pertenecientes al Ejército de la Confederación Argentina comandadas por Juan Saá, y en el que oficiaba como artillero, realizó un tránsito hacia Bolivia para escapar de un castigo severo (prisión o muerte). A su regreso recorrió las provincias del este ribereño llevando su “verbo encendido” y las prácticas de curaciones que había aprendido de joven.

En la localidad de Azul, como antes en Santiago del Estero, fue arrestado por ejercicio ilegal de la medicina. De Azul viajó a Tandil “conchabado” por el estanciero Rufo Gómez para que aliviase las migrañas frecuentes de su esposa Rufina. Hasta aquí, la “leyenda”. La verdad, como tantas otras cosas en la existencia de “Tata Dios”, no encontraría nunca la confirmación histórica, despertando un conjunto de versiones, creencias y especulaciones.

En 1871, y en coincidencia con la epidemia de fiebre amarilla que habría de diezmar un ocho por ciento de la población porteña, Solané llegó a Tandil. En los campos de Rufo Gómez lo esperaba un puesto, “La Rufina”, situado en la estancia “La Argentina”. Durante algunos meses, las curaciones y los simples actos rituales de sanación formaron parte sustancial de la vida de Solané. El pago recibido era tributado en pesos y mercaderías. Desgraciadamente, para muchos, hubo algo más: un discurso exaltado, xenófobo y milenarista que habría de encender la llama de la muerte y el horror, dejando un saldo de treinta y seis muertos y una estela de padecimientos y venganzas.

La banda que sembró el terror en Tandil el primer día del año 1872. En el centro, Gerónimo Solané.
La banda que sembró el terror en Tandil el primer día del año 1872. En el centro, Gerónimo Solané.

La Argentina de 1872 era un escenario ideal para las acciones de “señalamientos” y violencias. Las puertas abiertas a la inmigración habían cambiado las características de los grupos sociales y las relaciones imperantes entre ellos. Tandil no sería la excepción: con una población de alrededor de cuatro mil habitantes, menos de mil eran extranjeros casi recién llegados. Para Solané y sus hombres, muchos de aquellos foráneos eran los causantes de los males del país (la reciente epidemia de fiebre amarilla también era atribuida a ellos).

Las razones poco importaban: el auge de las teorías milenaristas que hablaban de un próximo final del mundo, de no ejecutarse actos de castigo y salvación, serían el andamiaje para la prédica de Gerónimo Solané y la acción vindicativa de sus acólitos. Muchos de estos eran hombres sin “causas de justicia”, gauchos pacíficos hechos a la adversidad y las circunstancias. De Pavón habían pasado diez años, y del poder omnímodo de Juan Manuel de Rosas, veinte.

Las diferencias entre unitarios y federales, tan lejanas ya en el tiempo, hacían que algunos antiguos versos de La refalosa de Hilario Ascasubi parecieran formar parte de un mundo olvidado y perdido:

“Mirá gaucho salvajón

Y no pierdas las esperanzas

De hacerte saber qué cosa

Es tin tin y refalosa

Unitario que agarramos

Lo estiramos;

O paradito nomás,

Por atrás, lo amarran los compañeros

Por supuesto, mazorqueros,

Y ligao con un maniador doblado

Ya queda codo a codo

Y desnudito ante todo.

¡Salvajón!. . .”

Solané entendió de otra manera la dualidad en los enconos: adoctrinó a sus hombres en la necesidad de un acto de limpieza de todo aquello que fuese extranjero y “masón”. Los principales laderos fueron tres: Jacinto Pérez, apodado “el adivino” o “San Jacinto”, Cruz Gutiérrez y Esteban Lazarte. A estos hombres acompañaron otros cuarenta o cincuenta.

Durante la noche y la madrugada del primero de enero de 1872, y después de un discurso encendido de “Solané”, se desató la masacre. La primer víctima fue un organillero italiano de nombre Santiag Imberti. De un palazo le partieron el cráneo. También fue chuceado. Poco después fue el turno de un grupo de vascos que dormían en el interior de sus carretas “quinchadas”. Solamente sobreviviría Esteban Castellano, a quien la providencia o el azar hicieron dormir debajo de una pila de cueros apilados en el interior de una de las carretas.

Gerónimo Solané no fue testigo de las matanzas. Había permanecido en su vivienda después de la arenga. La estela de violencia y muerte habría de extenderse mucho más. Otro vasco, Vicente Leanes, y su ayudante, el peón italiano Juan Zanchi, fueron degollados en el almacén del primero. La esposa de Leanes, Tomasa Maidana, se salvó por ser argentina.

El siguiente destino fue la pulpería del inglés Thompson. William Smith, Hellen Brown y William Stirling fueron muertos por disparos y degüellos. Poco después, los integrantes de la familia Chapar (entre ellos los pequeños hijos Juan, Florinda y Paula) fueron masacrados por la acción inmisericorde de los perpetradores.

El balance final de víctimas fue de treinta y seis individuos. La autopsia de los cuerpos fue realizada por los médicos Fuschini y Salas. Los muertos habían sido degollados, garroteados o chuceados. María Ebarlín, de dieciséis años, había sido violada antes de ser asesinada.

Frente de la bóveda de la familia Chapar, víctimas de la masacre de Tandil. (Fotografía del autor)
Frente de la bóveda de la familia Chapar, víctimas de la masacre de Tandil. (Fotografía del autor)

La misión punitiva sobre los perpetradores fue liderada por José Ciriaco Gómez, comandante de Guardias Nacionales en el “Fortín Tres Arroyos”. Más de cien hombres lo acompañaron en la persecución de los asesinos. En las proximidades del arroyo “Langueyú” se les dio alcance. José Ciriaco Gómez habría preguntado:

-¿Por qué andan matando gringos?

-Todas las muertes que hicimos fueron ordenadas por “Tata Dios” -habría respondido uno de los asesinos-. No es culpa nuestra. Somos tan argentinos como ustedes.

-Crucen el riacho -ordenó Gómez.

-Pero comandante -suplicó Cruz Gutiérrez, todavía bañado en la sangre de sus víctimas-. No hicimos nada. Solamente matamos a los masones. Somos tan cristianos como ustedes.

La balacera en el cruce dejó alrededor de diez muertos. Se capturaron veintinueve hombres. Una decena de los perpetradores ganó los caminos que conducían al sur nacional y no se volvió a saber nada de ellos.

El mismo dia de la matanza Gerónimo Solané fue arrestado y engrillado en “La Rufina”. Desde el primer momento negó su participación y la responsabilidad en los hechos de muerte, en abierta contradicción con los testimonios de muchos de los prisioneros. Se lo encerró en una celda individual, donde moriría de resultas de un tiro de trabuco efectuada desde una ventana, algunos días después del arresto, y cuyo autor no habría de ser nunca identificado.

Una reconstrucción pictórica de la masacre de Tandil protagonizada por "Tata Dios".
Una reconstrucción pictórica de la masacre de Tandil protagonizada por "Tata Dios".

El juicio a los perpetradores fue sustanciado por el juez Tomás Isla durante enero y febrero de 1872, poco tiempo después de la muerte de Solané. Tres de los hombres, Cruz Gutiérrez, Esteban Lazarte y Juan Villalba, fueron condenados a muerte por fusilamiento; once cumplirían penas de prisión de entre uno y quince años; quince quedarían libres.

“Tata Dios” sería enterrado de pie, y engrillado, en lugar desconocido. Eso dice la tradición o leyenda dominante. Su cuerpo nunca habría de ser encontrado. Las interpretaciones acerca de la verdadera responsabilidad de Gerónimo Solané variaría a través del tiempo y las posiciones de historiadores, comentaristas, dramaturgos y escritores.

Es muy probable que nunca se arribe a la verdad, como en tantos e infinitos hechos sucedidos en el universo. Algo semejante a lo expresado por Poncio Pilatos en el versículo 18:38 del “Evangelio de Juan”, donde a las palabras de Jesús: “Yo soy testimonio de la verdad”, habría respondido: “¿Quid est veritas?” (¿Qué es la verdad?).

*Juan Basterrra es profesor de Biología y escritor. Es autor de Tata Dios. La matanza ritual que estremeció a toda una sociedad.

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