Hay un día en la vida en que las cosas cambian para siempre. Esta vez, ese día fue en 2016: un secuestro exprés en San Pablo, Brasil.
Lucía Calogero había logrado el trabajo de sus sueños. Era gerenta de marketing en una empresa de primer nivel, tenía éxito, reconocimiento y una sólida experiencia en la industria alimenticia. Pero aquel día las cosas habían tomado otra perspectiva. Tras ocho horas de máxima tensión y quedarse sin nada en medio de una favela, el cautiverio fue un punto de inflexión.
Estaba desconectada del mundo, de sus necesidades, de los afectos, de todo lo que la rodeaba. “Me estás contando que te secuestraron como quien va a comprar limones a la verdulería”, le dijo su psicólogo. Teléfonos, reuniones, presentaciones, métricas: la adrenalina estaba ahí, pero Lucía se preguntaba una y otra vez: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
En mayo de 2020 Lucía había tomado una decisión clave. Después de diecisiete años en el sector y tener un puesto ejecutivo importante dejaba todo para dedicarse a producir alimentos agroecológicos. Fue por videollamada, en plena pandemia, cuando Lucía dijo basta.
“Le puse una reunión a mi jefe para decirle que iba a renunciar”, dice Calogero en diálogo con Infobae Leamos. “Y renuncié”, afirma contundente. Y la vida cambia para siempre.
Ahora, Lucía es Health Coach en nutrición holística y lidera Bien de la Tierra (@biendelatierra.arg), un proyecto familiar de producción agroecológica. Su libro Me importa un rábano es testimonio de su transformación espiritual y su nuevo objetivo: promover la inclusión de frutas y verduras en la dieta cotidiana, generando conciencia sobre la importancia de una nutrición saludable mediante recetas simples y creativas.
“El trabajo corporativo me conectaba con un costado mío muy próspero. Era muy trabajadora, muy responsable, muy comprometida, muy joven, y ponía toda mi energía, mi fuerza, mi pasión en lo laboral y me evadí de algunos dolores que tenía y emprendí un camino solitario”, señala Lucía. “Hoy abrazo todo eso porque todo eso fue lo que me hizo llegar hasta acá, esa conexión conmigo misma”, cuenta.
Lucía no se olvida de uno de los máximos dilemas de su carrera: embarazada de seis meses le ofrecen el puesto de su vida: directora de marketing. “Estaba en la luna de Valencia”, asume para detallar que para sostener la imagen de mujer exitosa, madre, directiva, genial y separada pagó un costo muy alto. Hoy agradece todo lo que transitó porque, incluso el sufrimiento, forjaron quien es en la actualidad.
Lucía recorrió un camino de autoconocimiento, que la llevó desde la duda hasta el despertar espiritual. Lecturas y enseñanzas la acercaron a distintas prácticas, incluyendo yoga y meditación, que finalmente la llevaron a tomar una decisión radical y auténtica.
“Muchas veces en la vida me tocó volver a empezar una y otra vez”, cuenta Calogero y sigue: “esa resiliencia ya estaba en mí”. Las ganas de estar con su familia ensamblada, compartir con sus hijos, darles tiempo de calidad y dedicarse a la alimentación orgánica pudieron más. Y aterrizó con los pies en la tierra, esa que alguna vez pensó distante.
El proceso de cambio no le fue fácil: “Al principio llovieron los llamados, muchas personas querían trabajar conmigo”, recuerda Calogero, “pero a medida que pasó el tiempo, eso mermó y casi sin quererlo, porque esas cosas duelen, me pregunté quién era realmente fuera de ese marco y quién realmente quería ser”.
“Necesitamos hacer un cambio como sociedad”, afirma.
El valor de la naturaleza
Tras la declaración de la cuarentena, en marzo de 2020, Lucía se mudó junto a su pareja, Santiago, y sus hijos al campo, en San Antonio de Areco. Atrás habían quedado para ella los días en que, embarazada de 40 semanas seguía enchufada a la laptop, a su escritorio y a los eventos de presentación de productos.
También habían quedado atrás los días en que llevaba a su primer hijo, Teo, a la oficina con ella, cuando tenía un mes de vida. Pero, un día, la vida cambia.
Primero fue una huerta pequeña, numerosos libros y clases que los llevaron a tomar contacto con los alimentos no procesados. Ni Lucía ni su pareja sabían cómo involucrarse en la agricultura pero, sin dudas, los entusiasmaba. “No sabía ni plantar una lechuga”, dice Calogero.
“Podría decir que mi nuevo despertar empezó cuando descubrí que la palabra ‘productividad’ no tenía que ver con lo que pensaba”, señala. Lucía, con su renovada misión, se convirtió en promotora de un estilo de vida más conectado con el entorno natural, el cultivo propio y una alimentación consciente que alcanza desde la producción hasta la mesa.
Así nació su emprendimiento Bien de la Tierra y su libro Me importa un rábano: desde la experiencia directa, intentando influir positivamente en la alimentación familiar. “Es importante darle el valor que la alimentación tiene, sobre todo para nuestros chicos”, apunta.
“Cambiar lo que comemos puede cambiarlo todo”, dice y recuerda que, cuando todavía trabajaba en
La vida de Lucía dio un giro de 180 grados: desde una ejecutiva de marketing hasta una promotora de la vida sana y cercana a la naturaleza, que encontró en el mundo rural y la alimentación consciente un nuevo camino hacia el éxito, más armónico y genuino.
Consciente de la huella que la comida deja en la salud, Calogero da las claves para que los chicos (y todos) incorporen frutas y verduras a las comidas.
El primer punto indispensable: la convicción. “Hay muy pocos chicos que se resisten a un plato de fruta cortada. Si vos la cortas y la pones en un plato, la comen”. ¿Cómo iniciar el hábito? “Entrás por las que más les gusta, la manzana, la banana, la frutilla, las uvas”, dice pero remarca un consejo importante: “sé ejemplo para tus hijos: que siempre haya frutas y verduras en tu casa y que vos también las comas por tu salud”.
¿Qué más? Dedicarle tiempo. Pueden ser 20 minutos. Otro punto importante es siempre tenerlas disponibles en la heladera y, si no podemos acercarnos a la verdulería, llamar.
Me importa un rábano
“Este libro nace con la intención de ayudar en la tarea diaria de la cocina, eligiendo opciones generalmente aceptadas, buscando formas creativas de incorporar más verduras, frutas y alimentos nutritivos en las preparaciones clásicas”, define Calogero.
Lo que hace Me importa un rábano es invitar a una transición hacia una alimentación simple, sin fundamentalismos ni imposiciones, pero sí con pequeños cambios que hacen grandes diferencias. ¿La propuesta? Que se incluyan al menos dos verduras y una fruta en cada preparación, que la comida sea casera y, en la medida de lo posible, usar ingredientes nobles.
Así, ofrece un “verdurómetro”, para conocer qué verduras y frutas son las ideales para cada estación y aporta numerosas recetas con carnes, con pescado, con arroz, para picotear y todo, a prueba de niños. Otra cuestión interesante de Me importa un rábano es el uso de harinas alternativas para las preparaciones, los superalimentos como el huevo, pastelería y preparaciones de olla.
Con la tierra bajo los pies y el sol como testigo, Lucía Calogero sigue escribiendo su historia, convencida de que no importa el camino recorrido, sino el que aún está por descubrir. “No me arrepiento de nada”, dice Lucía.
*La edición papel de Me importa un rábano se consigue en las principales librerías.