En 2015, con el dolor todavía en la habitación, José Eduardo Moreno se sentó a escribir Matar a Götze. Una ficción en la que, después de la final perdida contra Alemania, un hincha argentino llamado Eduardo David “Churchill” Formica decide ahogar la tristeza de la derrota en una botella de vino marca Maradona malbec y ocurre lo imposible: viaja 24 horas en el tiempo y vuelve a despertarse el día de la final.
Churchill se encuentra entonces frente a un extraño designio del destino, una segunda oportunidad mundialista, que le permitiría cambiar el orden de los acontecimientos. O al menos intentarlo. Movido por esa idea, con la ventaja de saber lo que va a pasar en el partido, logra colarse en el Maracaná, llegar al campo de juego y hasta a los jugadores y el cuerpo técnico.
Ocho años después Churchill pasó por un neuropsiquiátrico. No pudo cambiar la historia en Brasil y el relato de su viaje en el tiempo hizo que lo tomaran por loco. Desmejorado, medicado, con achaques a sus más de 40 años, sigue la Copa del Mundo de Qatar. Ahí es donde comienza Salvar a Messi, la batalla de Lusail, la segunda parte de la saga de ciencia ficción mundialista de Moreno.
El autor tresarroyense y radicado en La Plata, se tomó algunos años sabáticos después de Matar a Götze, pero volvíó a escribir, en parte, a pedido de muchos de los que habían leído ese libro y que, después de la final del Mundial de Qatar, quisieron revancha también para Churchill.
“Me gustó mucho revivir a Churchill, aunque no estaba muerto, pero traerlo, pensarlo ocho años después”, le dice Moreno a Infobae Leamos. “Ahora es una persona más grande, con algunas batallas encima, dependiente de los psicofármacos, salido de un neuropsiquiatrico”, enumera a pocas semanas de la publicación del libro y cuando se está cumpliendo un año de la final.
“En una hora ya estaban camino al estadio. Una larga caravana celeste y blanca lo llevaba como un río manso. Churchill tenía puesta una remera con la cara de Higuain y la leyenda Ceci n´est pas une pipe. Sonreía con toda la cara, sacando pecho, como el meme de la mona Jiménez. Luego del último subte, subieron a la superficie y pudieron ver la inmensidad del estadio. Su sistema nervioso ya empezaba a mostrar algunos signos de colapso. Luego de haber vivido aquella historia lisérgica en el Marcaná, volvía a un mundial, volvía a una final”, escribe en el tercer capítulo de Salvar a Messi, la batalla de Lusail.
Esta vez, sin embargo, no será Churchill el que viaje en el tiempo. El hincha argentino, al que trataron de loco e internaron en una institución mental durante cuatro años tras la final en Río de Janeiro, descubrirá entre los hinchas franceses a Luc. Se trata de un aficionado galo al que apoda “Cantoná” por su parecido con el ex jugador del Manchester United devenido en actor, y que -como él en Brasil- sabe exactamente lo que va a pasar.
Esta vez nuestro héroe comprenderá que su misión es impedir que el francés tuerza el resultado. Contará con la ayuda de dos jóvenes amigos, Faca y Bitcoin, y con la participación especial de Jean Pierre Noher, por momentos traductor de Churchill y, a medida que avanza el relato, una pieza clave para que Mbappé no se quede con la Copa del Mundo.
Paralela a esa historia de acción, avanza la final del Mundo. La misma que millones siguieron por TV y algunos privilegiados en Lusail. Moreno juega con esas imágenes en nuestra cabeza, todavía grabadas en la retina, las recrea en su libro, y les agrega el condimento de la ficción. La trama transcurre en medio de una historia que conocemos. Escribe Moreno:
“La pelota le llegó fuerte y alta al capitán argentino que era asediado por dos recios franceses. Algo que para cualquier otro mortal hubiera sido un problema irresoluble, para él era un ta-te-ti contra sus hijos. Con la sensibilidad de una embarazada, su pie izquierdo amortiguó el balón con gracia y lo dejó flotando. Antes de que nadie pudiera hacer nada, en una pirueta de ballet clásico, la abrió de cachetada para Álvarez que iba lanzado por la banda derecha.
Churchill se paró y agarró fuerte los brazos de Bitcoin y el Faca, que se pararon con él. Cada toque era mejor que el siguiente y hacía crecer el murmullo, como un tsunami que se acercaba.
Álvarez tocó de primera para la entrada de Mac Allister que llegó hasta el borde del área y la tocó precisa para la entrada de Di María, que venía solo acompañando por la izquierda.
Hubo un instante de silencio.
El hombre de las mil redenciones tenía otra chance para inscribir su nombre en el firmamento, para volverse constelación. Con la genialidad de lo simple, Di María tocó suave. La pelota se elevó un metro, pasó por encima del cuerpo desesperado de Lloris y se metió gloriosa en el segundo palo.
El estadio estalló en éxtasis. Churchill se tiró hacia las filas de abajo como una estrella de rock. Cayó cuatro filas más abajo y amortiguó su caída con un chico de no más de 12 años. El padre lo ayudó a levantarse y se fundieron en un abrazo conmovedor mientras el chico sangraba por nariz y boca”.
“Fue un partido guionado”, piensa Moreno, cuando se pone a repasar el orden de los acontecimientos de la final que tuvo que ver más de una vez para escribir el libro. Y sigue: “A veces uno dice ‘la realidad supera la ficción’ y es que estaba todo ahí. Parecía que alguien estaba escribiendo la historia. Capaz si no hubiese pasado y yo inventaba una final así, hubiera sido poco verosímil. Me parece que ahí es donde aparece un lugar fantástico para agregar cosas, porque no hay más lugar para cosas reales, entonces hay que incluir la fantasía”.
El libro avanza con tono barrial, futbolero. Escenas que no vemos venir, que nos sacan una carcajada, páginas que pasan con ritmo de final mundialista. Una clave para lograrlo es un recurso que el autor ya había usado en Matar a Götze: los diálogos. Esos ida y vuelta del protagonista con sus compañeros, con Jean Pierre Noher, con Di María, Montiel o el DT francés, Deschamps; otra vez funcionan. Y equipo que gana no se toca. Escribe el autor:
“Bitcoin notó que Churchill había vuelto raro.
—¿Qué pasó?¿La prostata?
—No… bah, sí, problemas de la próstata tengo, pero no es por eso que estoy así. Lo vi a Cantona.
—¿Otra vez la burra al trigo?
—Sí, y tenía razón. Era él el que estaba adentro de la cancha en el precalentamiento.
—¡¿En serio?!¡¿Y qué hacía ahí?! ¿No le dijiste si conseguía un pase, algo?
—No me dio bola. Se hizo el chistoso.
—Que ganas de hacer chistes 2 a 0 abajo en la final.
—Eso es lo que más me desconcertó. El tipo estaba sonriente, relajado.
—Drogado, Churchill.
—No, no era droga. Quizás sí estaba drogado, pero no era eso.
—Que raro…
—Muy…
—Igual tampoco es para ponerse así Churchill. Que se chupe una pija baquetee, Cantona, ¿Qué carajo te importa a vos?
—Por mí que se enfieste con todo el plantel senegalés, me chupa un huevo.
—¿Y entonces?
—Me dijo que nos empataban. Con dos goles de Mbappé.
—¿Por eso está preocupado? ¿No estará un poco sensibilizado? ¿Por qué no se toma otra de esas pastillitas que tiene?
Churchill no pudo seguir. Estaba bastante agotado. ¿Qué les iba a contar? ¿La historia de que lo habían internado en un psiquiátrico? ¿Que tomó un viejo vino Maradona en Brasil 2014, después de la final, y que volvió a vivir ese día? ¿Que entró a la cancha y habló con Sabella y los jugadores para torcer el destino? ¿Que tuvo a Götze en la mira? No. Esos chicos le habían tomado un mínimo cariño y respeto, y eso era casi todo lo que tenía.
—Sí, estoy un poco sensibilizado, es eso, —dijo y se tomó otro clonazepam”.
“Usar este lenguaje sin quitarle riqueza a lo que uno quiere contar no es sencillo. A mi me gusta darle una vuelta, buscar cierta complejidad, sin complejizar tanto el lenguaje”, comparte con Infobae Leamos Moreno. “En esta búsqueda coloquial me encuentro con lectores que no son grandes lectores y con esto se enganchan. Eso me gratifica, que gente que no está acostumbrada a leer, con esto se cope y se meta en el mundo de la literatura, con todo lo lindo que tiene”.
Si bien el escritor define Salvar a Messi como “un libro futbolero”, que lo es, la acción está presente desde el primer momento. Churchill se mueve como un agente encubierto con una misión secreta. Herencia, quizás, de publicaciones anteriores de Moreno como Operación medibacha y Código tripa gorda, las primeras partes de una saga en torno al personaje de Denzel Washington Ferreira, un detective uruguayo, “espía de las Américas para salvaguardar el honor latinoamericano ante los imperialismos que lo acechan”.
Heredero de otros autores argentinos que hicieron del fútbol el combustible de su escritura, como Osvaldo Soriano o Roberto Fontanarrosa, el autor encuentra un potrero en el que crear. “Me gusta mucho el futbol, me gusta mucho jugarlo, por suerte todavía puedo hacerlo, y me gusta pensarlo. Veo las jugadas, observo los detalles y me pregunto cosas. ¿Por qué Lautaro Martínez patea al arco en lugar de volverla al medio?… esas cosas y también pienso en los jugadores, en lo que se les pasará por la cabeza”.
Hay un capítulo, ya sobre el final, en el que Moreno para la pelota. Se permite tomar distancia de ese televisor en el que estamos viendo la final del mundial y ahora entra en nuestro campo visual algo de lo que la rodea. En especial a los jugadores de la Selección y a la hinchada argentina. Dedica algunos párrafos a entender por qué en Argentina el fútbol, como dijo Bill Shankly, exdirector técnico inglés, “no es una cosa de vida o muerte” sino que “es algo mucho más importante”.
“Ese penúltimo capítulo rompe con cómo venía el relato hasta ahí -admite Moreno-. Va un poco a un lugar más académico, que es un poco el nudo más interesante de lo que pasa ahí. De lo que pasa con Argentina, con nosotros, con esos pibes que son multimillonarios pero desde los 12 años han sufrido las cuestiones más horrorosas que puedas imaginar, lo descarnado del futbol infantil. Y por el lado nuestro, el de los hinchas, el de los espectadores, de nuestro mar de emociones”.
“Mucho antes de ser adultos ya cargaban sobre sus espaldas con el desrtino de sus familias. Sus infancias tuvieron poca inocencia. Fueron el proyecto costoso y sacrificado de familias enteras que vieron en ellos la posibilidad de salvarse. Familias laborantes, sacrificadas. Padres y madres abandonando sus propios sueños por la quimera improbable del éxito deportivo. Todos tienen una historia épica atrás llena de renunciamientos y hostilidades. De carencias y violencias”, escribe Moreno en Salvar a Messi.
El libro propone una forma más de ver la final. De recordarla, de ser campeones otra vez. Es revancha para Churchill y para los que leemos. Para Moreno, que se puso a escribir ya no con los fantasmas de Brasil 2014 en la cabeza, sino con la adrenalina del que avanza con pelota dominada hacia un lugar al que tan poco estamos acostumbrados los argentinos; los finales felices.