No está la cara. Esa frente de entradas altas, esa especie de desprolijidad en el pelo. No está la cara, están los anteojos, esos anteojos de marco negro plástico grueso rectangular. Esos anteojos tan Walsh. Tan Rodolfo Walsh (Río Negro, 9 de enero de 1927-Buenos Aires, 25 de marzo de 1977). Los anteojos como una sinécdoque, esa figura retórica que explica la parte por el todo o en la que la parte implica el todo, lo refiere, de algún modo lo contiene.
Esos anteojos que pueden significar miopía y detrás de los cuales es posible adivinar unos ojos oscuros y sagaces, sobre todo sagaces, sí. Que miran más allá, que siempre miraron el detalle (el vidrio de aumento) y al mismo tiempo, el horizonte. La parte y el todo. El árbol y el bosque. El presente y el futuro. Y así podríamos seguir con las metáforas. Ojos microscopio, ojos dispositivos, detrás de los lentes que se adivinan de aumento. O, también, la cara que se construye alrededor, la de la frente de entradas altas y esa presunta desprolijidad. No hay tiempo para ocuparse del espejo: hay que hacer la revolución.
Los anteojos en el ángulo superior izquierdo del libro serán la marca de tapa, la firma, en la reedición de Planeta, bajo el rótulo Biblioteca Rodolfo Walsh, de la obra del escritor, periodista, corrector de pruebas, traductor, y luego, encargado de prensa de Montoneros, fundador de la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) y de Prensa Latina en Cuba; el autor de la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, leída después de su secuestro y desaparición, y no antes. Después de su muerte violenta.
Él, que había empezado escribiendo novelas policiales de enigma a la británica y había traducido a los autores de novela negra norteamericana. Él que, como escribió Osvaldo Bayer en el prólogo de Operación Masacre que hoy se reedita: “Supo ver y desnudó a toda la sociedad argentina cuando dejó de jugar al ajedrez y se asomó a ver qué pasaba. Así nació Operación Masacre”.
Él, que había sido antiperonista, que una circunstancia, o mejor, una frase, marcó para siempre, como marca de hierro candente en la piel, su porvenir. La frase, ya casi un mantra de la no ficción o del periodismo narrativo (podemos discutir géneros), ese oxímoron fundante: “Hay un fusilado que vive”.
El caso que narra Walsh es el de los fusiliamientos clandestinos de civiles en los basurales de José León Suárez en junio de 1956, algunos militantes peronistas y otros no, como parte de las acciones represivas ordenadas por el régimen militar autodenominado “Revolución Libertadora”, que había destituido a Perón, y luego de un intento de levantamiento contra ese gobierno de facto por parte de militares leales al líder depuesto.
Qué cosa: “Hay un fusilado que vive”, la frase más famosa de Operación Masacre, no figura en el cuerpo del libro sino en el prólogo del escritor para la edición en libro de 1957 (el prólogo del autor ¿es texto o paratexto?). Hay que recordar que el relato se publicó por entregas en la revista Mayoría, entre diciembre de 1956 y julio de 1957, antes de que la editorial Sigla lo publicara por primera vez en formato libro en diciembre de ese año. Luego vendrían las ediciones y reediciones de De la Flor, con esa tapa icónica que reproduce el cuadro Los Fusilamientos de Francisco de Goya. Y ya entrado el nuevo milenio, por Libros del Asteroide, con prólogo de Leila Guerriero.
Es más, la frase ni siquiera es de él: la escuchó, se supone, mientras jugaba al ajedrez en un bar en La Plata, donde trabajaba como periodista. No la inventó, pero la escribió, y eso no solo pone en jaque a la figura del autor (en línea con Foucault) sino también el concepto de origen (Nietzsche vía Foucault). De paso, y el dato es mayor, el libro fue escrito en entera colaboración con Enriqueta Muñiz, periodista española que trabajaba con Walsh y se hizo cargo de acompañarlo en la investigación, que figura en la dedicatoria del libro y en un mea culpa de Walsh al aclarar que cuando escribe en primera persona, debería escribir en primera del plural.
En parte, ese silenciamiento fue subsanado en 2016, cuando Planeta publicó el libro de Enriqueta Muñiz Historia de una investigación. Operación Masacre de Rodolfo Walsh: una revolución de periodismo (y amor), con prólogo de Daniel Link, y que reproduce los cuadernos manuscritos de la periodista donde se ve cómo, por ejemplo, el ingreso a las casas de los “fusilados que viven”, que será parte del esqueleto del libro, se debió a las gestiones de esa mujer. Y, dato marginal, se conoce el carácter malhumorado y poco paciente de Walsh.
Y, sí, claro, le pegó la frase, a cualquiera le pegaría, porque: ¿cómo puede vivir un fusilado? Bueno, de encontrar esa respuesta (a ese hombre, y después a otros más en su misma condición) y desovillar esa madeja se trata el libro. Y la vida de Walsh de ahí en adelante. Porque después de esa frase, después de ese libro, Rodolfo Walsh no va a ser el mismo.
Por empezar, deja la ficción de género, podríamos decir, diletante, concretamente la novela de enigma de origen sajón (en la línea de su fundador, Edgar Allan Poe y del Club Detection de Londres), con algunos condimentos a la francesa (como el enigma de cuarto cerrado cuyo mayor exponente fue El misterio del cuarto amarillo de Gaston Leroux), para ocuparse de la política.
De casos policiales, sí, pero no como los que desentraña desde la deducción su alter ego Daniel Hernández, corrector de pruebas como él, devenido detective (como él), protagonista de los relatos contenidos en el otro volumen con que Planeta inaugura la Biblioteca Rodolfo Walsh, Variaciones en rojo, publicado por primera vez en 1953.
Tanto en “La aventura de las pruebas de imprenta” como en el texto que da título al volumen o en “Asesinato a distancia”, Walsh se inscribe en la línea clásica del género policial, la del detective aficionado, un intelectual que viene de otro palo (la corrección de pruebas), no cobra por resolver crímenes y, al mejor estilo Dupin, se enfrenta y compite desde el razonamiento con la autoridad policial (casi siempre representada por un comisario), como lo hace, por ejemplo, el personaje de Lönrot en “La muerte y la brújula” de Borges. Una línea (la borgiana) que también se despliega en los muy porteños Cuentos para tahúres y otros relatos policiales.
Como Borges (y como lo hará Piglia), en esos textos Walsh desliza teorías sobre el género y sobre la literatura en general. Entre paréntesis, Walsh, que era bilingüe, de familia de origen inglés, fue traductor de novela negra norteamericana (la competencia del enigma inglés) en la editorial Tiempo contemporáneo, para una colección, Serie Negra, que dirigía Pilgia. Allí había experimentado con el voceo, con el idioma de los argentinos que defendía Borges, un intento argentino que no prosperó.
En una Noticia previa a Variaciones en rojo, a modo de prólogo, contra quienes afirman que el primer detective es Edipo o Hamlet, Walsh establece como primer detective “de la historia o de la literatura” a “otro” Daniel, el de las “escrituras antiguas -parcialemtne apócrifas-”, en referencia a La Biblia, que es, en rigor, un lector sagaz (y premiado por eso). De hecho, con una cita bíblica del Libro de Daniel comienza el libro.
Entre las evidencias que esgrime el devenido detective Hernández, figuran gráficos y textos corregidos que al tiempo que buscan aportar verosimilitud al relato de los hechos y su lectura, hablan todo el tiempo del hecho literario, no solo en cuanto a lo que implica reescribir un texto sino también a las personas que involucra la publicacion de cualquier libro, es decir, del trabajo, en tiempos (¿estos tiempos?) en que la literatura no es percibida todavía como proceso de producción.
En cambio, el periodismo sí se entiende, necesariamente, en esa clave. Por eso, cuando Walsh deja el ajedrez y los juegos de ingenio, se aboca a leer la realidad con otros instrumentos. Por empezar, el periodismo duro (que luego también dará personajes a la ficción policial argentina), bonzo y de investigación.
A partir de esa bisagra que conforma Operación Masacre, Walsh será detective y justiciero pero de lo real en su forma más pura: la política. Y fundará un género: la no ficción, aunque la denominación llegará años más tarde y desde Estados Unidos, a partir de la novela A sangre fría de Truman Capote, quien le pondrá nombre a ese engendro híbrido donde periodismo y literatura se tensionan y retroalimentan.
Aunque la síntesis entre el ajedrez, el enigma puro, sumados a sus conocimientos de criptografía, la lectura minuciosa de la letra como corrector de pruebas, la traducción y periodismo, todo ese combo junto, le permitió jugar un rol clave en la invasión a Bahía de los Cochinos en 1961 por parte del gobierno de Estados Unidos, cuando Walsh logró descifrar un código de un teletipo que interceptó en Prensa Latina y eso resultó en un operativo abortado por la defensa cubana.
La edición de Planeta incluye varios apéndices, entre ellos, la adaptación cinematográfica del libro realizada por Jorge Cedrón en 1972, que incluye el fragmento final del guión, que no figura en el libro, así como los prólogos, introducciones y epílogos del autor correspondientes a las distintas ediciones del libro.
Luego de la bisagra vendrán otros libros de no ficción en esa misma línea política: Caso Satanovsky y ¿Quién mató a Rosendo? La mezcla estará presente en Los oficios terrestres, que contiene uno de los cuentos más emblemáticos del autor, “Esa mujer”, sobre el secuestro del cadáver de Evita; también en Un oscuro día de justicia. Todos esos libros promete la Biblioteca Rodolfo Walsh, junto con los Cuentos Completos del autor; y también las recopilaciones de su obra periodística en El violento oficio de escribir y Ese hombre y otros papeles personales.
Queda un deseo inconcluso: el de una novela. Una ficción “pura”. No hubo tiempo. La pluma, la espada, la palabra, el cuerpo puesto al servicio de la Revolución. La muerte heroica de su hija Vicky leída por Walsh, desde sus anteojos de marco negro de plástico y guesos lentes de cristal, como la de alguien que decide morir antes de que la maten (y que María Moreno deconstruye en su libro Oración). La crítica al accionar de Montoneros hasta la mencionada Carta de un escritor a la Junta Militar que cierra la nueva edición de Operación Masacre. Y la historia de la vida de Rodolfo Walsh, que había empezado a los 10 años internado en un colegio irlandés para huérfanos y pobres en Capilla del Señor.
Todo eso, y sus esquirlas, se construye y destruye a partir de ese fusilado que vivió para contarle a Rodolfo Walsh que la vida (y la muerte) estaban no en otra, sino en esta parte.