La poesía es un nicho en las tres acepciones de la palabra. Por un lado, es un nicho como aquellos que pueblan las paredes de los cementerios y en los que se guardan cadáveres y cenizas, es decir, un lugar -si no sagrado, al menos especial- de resguardo para la memoria. Es, además, un nicho en el sentido ecológico: describe las complejas relaciones de una especie con su entorno particular. Y, por último, la poesía es un nicho de mercado que engloba a un grupo con características y necesidades homogéneas que no están del todo cubiertas por la oferta general.
A pesar de ser el género más relegado -basta con entrar a una librería y ver el lugar ínfimo que tiene, o contrastar la lista de poetas “de pura cepa” que ganaron el Nobel en comparación con la cantidad de novelistas y cuentistas que lo recibieron, así como con chequear el escueto catálogo poético de las editoriales más grandes-, la poesía no solo se sigue leyendo sino que se sigue publicando, mucho y muy bien, en gran parte por proyectos pequeños y medianos que, lejos de querer hacer un bestseller de cada título, buscan abastecer a un reducido circuito de lectores y mantener así encendida la chispa.
Para aportar un granito de arena al inmenso trabajo tanto de poetas como de editores, cuyo faro siempre fue ampliar los horizontes y las posibilidades del lenguaje más que su cuenta bancaria, Infobae Leamos eligió siete libros de poesía publicados en 2023 que demuestran la calidad, variedad y relevancia que este género todavía conserva. Un poema te puede cambiar la forma de ver e interpretar el mundo y -ya que, como escribe Cecilia Pavón, “¿no es toda la poesía exagerar?”- por qué no, la vida.
“Tu muchacho tan soñado”, Miguel Ángel Lens
Muchas veces, cuando es buena, la poesía tiene la cualidad de dejar que el lector espíe, como por una cerradura, un mundo que le es desconocido o vedado, o bien un mundo que conoce pero del que, hasta ese entonces, pensaba que no podía hablarse, ya sea por no existir aun las palabras para ello o por ser este un secreto con códigos solo para entendidos.
El rescate de la poesía del argentino Miguel Ángel Lens conjuga todas estas cualidades y, a 12 años de su muerte, las resignifica. Este poeta y artista visual es de esos a los que se suele catalogar como “de culto” por dejar una huella profunda e indeleble sin por eso alcanzar el reconocimiento ni la fama. Falleció en 2011, un año después de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario, pero sus poemas abarcan ese limbo que se dio entre el fin de la última dictadura y la ampliación de los derechos de la comunidad LGBT+ argentina, la cual comenzó con el fin de los edictos policiales que penalizaban la diversidad y terminó de asentarse con la Ley de Identidad de Género en 2012.
La obra poética de Lens, rescatada y reunida en esta edición publicada por Blatt & Ríos, floreció en los márgenes de la ciudad, en terrenos baldíos y esquinas oscuras, entre yuyos y matorrales, en baños públicos y cines porno, entre las braguetas abiertas de chongos, vagabundos o milicos y las bocas sedientas y suplicantes de las maricas más corajudas y soñadoras. Es una poesía del yire, del deseo y el disfrute que preceden a la resistencia; una poesía que hoy, entre el amparo de la ley y el ascenso de discursos homofóbicos, brilla con la potencia de un sol que ilumina pero, más que nada, calienta.
“Por amor a Góngora”
chongo es el jazmín en flor
si hermoso más vividor
en el jardín
del trolín
la pasa
mejor
que
Dios
“La hija que salió mala”, Vir del mar
En La hija que salió mala, poemario de la escritora argentina Vir del Mar, cada poema es un incendio. Algunos los ocasiona, otros los atestigua. A algunos la narradora vuelve, otros los abandona sin mirar atrás. Pero de ninguno pretende escapar, como esos caballos que, al incendiarse su caserío, ve cómo huyen del fuego “con su carro a cuestas / también incendiados” y que “en su desesperación / llevan las llamas a la ciudad”.
Editado por Elemento Disruptivo, estos poemas que se leen como una novela de iniciación siguen a una niña en sus distintas transiciones: la de la infancia a la adolescencia en su casa ubicada en los márgenes difusos pero infranqueables que separan el campo y la ciudad; la de la adolescencia a la adultez en el anonimato de la luminosa urbe, que le permite camuflarse pero también reflejarse y verse reflejada en otras como ella, ya lejos de sus padres, sus miedos y sus prohibiciones; y, por último, la transición corporal y de género, que no se explicita sino que va dejando atisbos de su rastro a medida que el texto avanza.
Los poemas de esta joven y multifacética escritora cordobesa -que además de poeta es actriz, docente, librera y editora- arrasan al lector con su incandescente lumbre y, como toda chispa, no descansan en su luz sino que, contagiosos en su energía desbocada e irrestricta, buscan (y logran) expandirse en un incendio que trasciende toda pira. Y es que el fuego, otrora motor del sacrificio, se transforma en una sustancia nutritiva, redentora, capaz de dar calor y aliviar el dolor.
Inicio una hoguera
no hay tiempo para saber
si esto está bien
si soy capaz de extrañar
amaso una pira
sigo el impulso voraz
que me dicta hacer
del daño un combustible
el erotismo puro de
cauterizar la herida
necesito que los recuerdos
sean una ceniza impalpable
“Diario de una persona inventada”, Cecilia Pavón
“Si la poesía funciona para vos / por favor decile a los demás / cómo es para que la poesía funcione para ellos”. Hay algo de esta frase de la escritora argentina Cecilia Pavón que encapsula la esencia de su extensa obra poética, reunida por la editorial Blatt & Ríos en el voluminoso Diario de una persona inventada. Desde fines de los 90, tanto con sus libros como con sus talleres, esta autora ha sido una de las grandes sacerdotisas de la (ya no tan) nueva poesía argentina.
Hay algo contagioso en los poemas de Pavón. Los detalles minuciosos y banales que los componen logran que la cotidianidad del día a día -que tanto suele abrumarnos y de la que es tan fácil quejarse- se transforme en algo trascendental. Y el resultado es abrumador: leer sus libros, por más cursi que suene, genera un amor inusitado por la vida.
Escribe Pavón en Cosas que aprendí de mis alumnas de poesía: “No sé si la poesía puede cambiar la realidad”. Pero, como si el mismo poema le ofreciera una respuesta, agrega sin miedo a la contradicción (tan humana como la poesía): “Quizás aquí / alguien escuche hoy / algo que le cambie la vida / y esa vida haga que otras vidas / también cambien / y otras y otras. / Tengo una infinita fe / en que la poesía puede / cambiarte la vida. / A mí me la cambió”.
“Oriana Junco”
Frases que repite Oriana Junco en sus
historias de instagram
y que a veces,
cuando no me puedo dormir por la noche,
miro sin parar:
lluvia de corazones
numeral enjoy
en todo momento
love eterno
numeral enjoy
lluvia de corazones
en todo momento
love eterno.
“Ruge el bosque”, AA.VV.
“Ruge el bosque y la luna da órdenes”, escribió la monumental poeta uruguaya Marosa di Giorgio en Historia de las violetas. La naturaleza, con toda su belleza, su erotismo y su brutalidad, es el foco principal de su poesía, así como su escenario y su personaje principal. ¿Qué es lo que hace rugir al bosque en su literatura? ¿Qué clase de órdenes da la luna, que observa a la humanidad desde lejos como una divinidad que no puede interceder pero sí hacerse escuchar?
La nueva antología Ruge el bosque, una colección de “ecopoesía del Cono Sur” publicada por Caleta Olivia, intenta poner en palabras ese rugido con un rítmico reclamo de respuestas ante un presente cada vez más alarmante. Un total de 24 poetas jóvenes interpretan la crisis ecológica desde una visión latinoamericana, similar a la de esa luna que no se limita a observar pasivamente la destrucción inminente sino que decide tomar cartas en el asunto y, como el bosque, empieza a rugir.
“Desde humedales en desaparición, ríos contaminados y atmósferas tóxicas, más que un réquiem por lo perdido, estas voces poéticas iluminan con luz intermitente resistencias íntimas y refugios posibles desde las maneras de respirar y estar de la poesía en el mundo”, escribe Azucena Castro, autora de Ecologías extrañas.
Un poema de Valentín Etchegaray incluido en la antología:
en el bosque se murieron todas
ahora sólo quedan árboles grandes y la sensación
de animales cerca
de noche las luces
se organizan en hologramas
el holograma completamente configurado
de un caballo baila
canciones de Miss Kittin y nosotras
acabamos de llegar a la fiesta
hay una luz desorganizada
horrible y que no nos deja ver bien
nos acercamos un poquito
y sin querer
nos prendimos fuego
“Todas mis cosas en tus bolsillos”, Fernando Molano Vargas
Si estás viviendo un duelo y buscás consejos o palabras de aliento en libros de psicología o autoayuda, mi recomendación es que pruebes primero con este librito de Fernando Molano Vargas. Este escritor colombiano es autor de Un beso de Dick, una de las novelas más lindas que leí, en la que cuenta las vicisitudes de ser homosexual en la Latinoamérica de las últimas décadas del siglo XX, cuando a la discriminación estructural se le sumó la irrupción del VIH, que cercenó a la comunidad LGBT+ mientras los Estados y gran parte de la sociedad miraban para otro lado.
En este poemario, el autor entabla un diálogo con su novio, una de las primeras personas en morir por causas asociadas al SIDA en Colombia, a sabiendas de que él mismo correrá la misma suerte más temprano que tarde. Pero, lo que podría parecer claustrofóbico y lacrimógeno, Molano Vargas lo cuenta poniendo el foco en el amor, la ternura y la belleza, una utópica santísima trinidad cuya cualidad de inalcanzable es la que propulsa y le da sentido a la vida.
“En las duchas”
Porque es un muchacho muy bello
y entonces cuesta creer
Él riega talco sobre sus pies
y quedan huellas en el piso
Y sus huellas se desdibujan
si uno las roza con los dedos
Pero el talco no sabe a nada
cuando uno se lleva los dedos a la lengua
De verdad
es como un acto de fe
“Aieka”, Daniela Ema Aguinsky
Así como Fernando Molano Vargas enfrenta su duelo con belleza, ternura y amor, la joven poeta argentina Daniela Ema Aguinsky se sirve del humor para procesar el suyo. “No seré feliz pero tengo rabino”, escribe la autora de Terapia con animales, poemario que recibió el Segundo Premio Nacional de Poesía Storni en 2021.
Aieka, que se traduce del hebreo como “¿dónde estás?”, es la primera pregunta que Dios le hace a Adán. Explica Aguinsky: “La primera vez que Dios habla. Y no porque no sepa dónde está el hombre, es para que el hombre se pregunte y decida dónde está”.
La muerte permea los versos de Aieka (publicado por Paisanita Editora) del mismo modo que su visión del mundo -la de una mujer joven en las antípodas de la primacía patriarcal del judaísmo ortodoxo- se cuela “por los agujeritos de la mejitzá”, esa división que se hace en las sinagogas para separar hombres y mujeres. Pero, más que una serie de quejas literales, de esas que podrían agobiar a la segunda o tercera estrofa, Aguinsky toma las riendas de ese mundo desigual que denuncia y lo encausa a gusto.
¿Puede haber humor en la muerte? ¿Se puede lidiar con la pérdida y el duelo gracias a la risa? ¿No es el humor, después de todo, otra forma de trabajar el lenguaje, una acaso tan fina, difícil y transformadora de la realidad como la poesía?
“Palimpsesto”
Me tiré ácido
me raspé la piel
me escribí encima.
Abajo quedaron huellas
los textos que no llegaron
al canon de mi existencia.
Que vengan los cabalistas
los estudiantes del Talmud
voy a desplegarme sobre la mesa,
una escritura sagrada.
Desnúdenme con cuidado
rastreen los indicios
discutan el estado original
de esta mujer borrada.
“Pomelo”, Yoko Ono
Este es y no es un libro de poesía. Es y no es, también, un libro de autoayuda. Publicado originalmente en 1964 en Japón, la reedición de Pomelo a cargo de la editorial mexicana Alias reproduce la versión editada en Argentina en 1970 por Ediciones de la Flor, editorial que compartía con Quino y Mafalda, entre otros.
En Pomelo, la artista japonesa Yoko Ono comparte una serie de instrucciones cuyo fin es recalibrar la mirada del lector y, de una vez por todas, arrebatar el capitalismo y mercantilismo del arte. Estos poemas, que pueden leerse como una versión entre experimental y humorística de la autoayuda o el mindfulness, generan una sensación de extrañamiento en el lector, que se ve forzado a ver con otros ojos los elementos de la vida cotidiana a los que la costumbre les quita constantemente su brillo y su color.
Escribe Ono hacia el final del libro: “Si la gente tomara la costumbre de dar un salto mortal en cada calle cuando se abona a su oficina, de sacarse los pantalones antes de pelear, de estrechar la mano con desconocidos cada vez que le da la gana, de regalar flores o parte de sus vestimentas en la calle, y si los políticos entraran por la puerta de una casa de té (muy baja, de modo que tengan que inclinarse mucho para pasar) antes de discutir nada y se pasaran un día entero observando danzar el agua del parque más próximo, los negocios del mundo se atrasarían un poco, pero podríamos tener paz”.
“Pintura para construir en la propia cabeza”
Imaginar una flor construida de material duro
como oro, plata, acero inoxidable,
estaño, mármol, cobre, etc.
Imaginarla de tal manera que puedan contarse
cada uno de los mil pétalos de la flor.
Imaginar que de repente los pétalos
se hacen blandos como el algodón o como la carne
viva.
A las tres horas cortar todos los pétalos.
Guardar uno y ponerlo en un libro.
En el margen de la página donde
se guardó el pétalo anotar la etimología
y el nombre del pétalo.
Hay que dedicar por lo menos ocho horas
a la construcción de esta pintura.