Es 1993. No sabemos qué mes de 1993, así que no sabemos si Mariana Enriquez tiene 19 años o ya cumplió los 20. No importa. Lo que sí importa es que Mariana Enriquez elige entre la escasísima oferta de revistas musicales extranjeras que encuentra allí a donde va a buscarlas cada vez que puede y ve que la revista, que probablemente se haya editado varios meses antes, dice que lo que hay que escuchar ahora, lo que es imperdible, es Suede, la banda de rock alternativo formada en Londres que acaba de editar un disco que se llama como ellos y que empieza con una canción que se llama “So young” (“Tan joven”). Y entonces Mariana Enriquez, de 19 ó 20, procede.
No sabemos casi nada sobre qué habría pasado si la revista extranjera recomendaba escuchar Pablo Honey, el disco debut de Radiohead, ni Everybody Else Is Doing It, So Why Can’t We?, la obra que lanzó la carrera de The Cranberries. Pero sí sabemos esto: Mariana Enriquez no habría escrito Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede, que es su último libro, editado por el sello chileno Montacerdos. Es, además, la primera autoficción de su obra, aunque ella misma haya asomado en muchos de los textos que componen El otro lado: retratos, fetichismos, confesiones, el libro que compila su obra periodística.
“Es el libro más personal e íntimo de Mariana Enriquez”, dice la contratapa de Porque demasiado no es suficiente, un nombre que es un cover de “It’s starts and ends with you”, una canción de Suede que le sirve a Enriquez de acápite para su libro. El spoiler de que acá hay mucho de sí misma es la tapa: en rojo y negro, en esos años que van del fin de la adolescencia a la primera juventud y con los borcegos con los que camina esos años y una botella por ahí, la autora le niega la mirada al lente y no sonríe ni con la boca ni con los ojos.
Lo que hay dentro, en las páginas de este libro que le pidieron que escribiera ante una visita de Suede a Chile que después se canceló pero eso ya no importaba porque la cosa estaba encaminada, es, claro, la historia de amor (y también de indiferencia, de desencuentros, de altibajos, de volver a encontrarse) de Enriquez con Suede. Lo que también hay dentro del libro es un ensayo, o tal vez un pequeño tratado, o quizás muchos artículos periodísticos que construyen algo más grande, sobre qué son las fans, qué es el fanatismo, cómo evolucionó desde que la historia empezó a escribirse hasta las swifties, y cómo fue que siempre estuvo ahí aunque lo miráramos tan poco.
Una fan enamorada
Cronológicamente, la historia de amor de Enriquez con Suede empieza delante de aquella revista musical extranjera que compró el mismo año que la banda editó su primer disco. Pero como la literatura empieza por donde quiere, este libro empieza unos años después, en 1999, cuando la autora era periodista de rock en el suplemento No de Página/12, diario en el que aún trabaja, y tuvo la oportunidad de entrevistar (por teléfono) a Brett Anderson, el frontman de su banda favorita.
“Tomé una rayita de cocaína para darme fuerzas”, cuenta la narradora, y cuenta en ese mismo capítulo -el libro tiene 50 en total, bien breves, a excepción de los que se dedican a discos enteros de la banda, que son más largos- que perdió el ejemplar de papel de aquella entrevista preciada con Anderson. “Insólito e imperdonable”, escribe Enriquez.
Esto no es un spoiler: la traición a su propio fanatismo que comete la autora en esa pérdida matchea hermosamente con la traición de ese frontman que se revela en el último capítulo del libro, cuando Enriquez ya tuvo la oportunidad de conocer a los integrantes de la banda, de hacerse amiga de alguno de ellos, de compartir el backstage de alguno de sus conciertos.
Esta nota no revelará en qué consiste esa traición, pero vale la pena llegar hasta la página final del libro para confirmar la condición de fan de Enriquez: perdona en un segundo, apenas después de casi romper en llanto, apenas siente que Anderson le arrima la mejilla para posar cerca en una foto, apenas siente el brazo de él por encima de sus hombros. La incondicionalidad es total.
En el medio, a Enriquez le pasa lo que le pasa a cualquier fanático o a cualquier fanática delante de ese a quien le profesa devoción: siente que la obra le habla. Directamente. Que cada letra de cada canción es la horma de su zapato y que marida perfecto con esa vez que se separó, esa vez que se emborrachó, esa vez que creyó que se estaba enamorando pero al final fueron amigos, esa vez que se aburrió mucho en el trabajo, esa vez que casi se muere, y así.
“The sound of the streets”, un lado B que Suede editó en 1996, le hizo compañía a la Enriquez fanática aquella vez que por las dudas juntó plata para un aborto clandestino, que se murió de miedo, que al final no hizo falta, pero que no supo si lo que pasó fue que menstruó o que perdió un embarazo.
Las canciones de Coming up, el disco de los británicos que se lanzó en ese mismo año, hacen que la narradora se sienta casi en la obligación de bailar, y que ese baile le sirva para seducir, gracias a piezas como “Filmstar” o “She”.
“Picnic by the motorway”, la primera canción que el guitarrista Richard Oakes aportó a la banda, hace que Enriquez piense en Hudson, en Ranelagh, en Plátanos, en villas, en fábricas abandonadas y en vacas, en monoblocks y en descampados. En el paisaje que veía cada vez que se tomaba el tren para ir de La Plata, donde vivía, a Buenos Aires, donde trabajaba. “Richard encontró esa sensación opresiva de barrio periférico de ni siquiera tener un buen lugar donde irse a tomar aire después de una resaca”, escribe Enriquez, que ha hecho de la periferia uno de los telones de fondo de su obra.
“Soy una fan solitaria, loba de habitación y auriculares: la compañía, salvo alguna y exclusiva, me estorba y aturde”, se autodefine la Enriquez fanática mientras cuenta por qué, cuánto, pero sobre todo de qué maneras ama a Suede, aunque por momentos no los aguante.
-¿Cómo te trabajás como personaje y cómo fue la decisión de escribir este que, lo dice la contratapa, es tu “libro más personal”?
-Este libro iba a ser a propósito de una visita de Suede a Chile, que después no vino por la pandemia. Entonces dije, “bueno, lo continúo, pero tiene que ser algo distinto”, y decidí hacer hincapié en dos cosas. Por un lado, esta historia caprichosa de amor, por otro lado la historia y el análisis de los fandoms. En cuanto a mi historia, me interesaba construirme a mí misma como fan, y eso me exigía ser muy franca en cuanto a mis características como tal.
-¿Y eso qué implicaba?
-Eso implicaba contar muy bien la comunicación tan importante que se establece entre el artista y la propia vida. Y en mi caso eso significaba las noches, las drogas, el aburrimiento cotidiano. Son temas íntimos y personales pero en los que no me siento expuesta porque a mí conversar sobre todas esas cuestiones me resulta muy natural, no me parecen en ningún caso cuestiones privadas, que es otra cosa. Hablo sobre mí, cosa que no me molesta hacer si hablo de mí con respecto a otra cosa. En el libro de los cementerios, Alguien camina sobre tu tumba, también hablo un montón sobre mí y de nuevo en muchos textos de El otro lado, pero en general me refiero centralmente a otra cosa y casi siempre es un personaje. A mí la autoficción me gusta pero sin duda siento que en la ficción me revelo más.
-¿Cómo es eso?
-Es muy loco en algún sentido. En la ficción, en los cuentos y en las novelas hay un montón de cosas que tienen que ver con mis obsesiones, con mis fetiches, incluso que tienen que ver más con la vida de la imaginación, que a veces es más intensa y que llega más lejos porque en tu imaginación podés hacer cosas que no harías en la vida por quinientos motivos diferentes…
-Empezando por el Código Penal.
-Empezando por el Código Penal y siguiendo por lo que podés hacer con tu cuerpo, que no tenés ganas de hacerlo pero que fantaseás con hacerlo. Entonces no tengo mucho problema en contar que tomé mucha cocaína, porque no me afecta personalmente en este momento, porque no es algo particularmente traumático, porque lo dejé con mucha dificultad, como se deja, pero bien y hace mucho tiempo. A mí lo que más me revela son las cosas que investigo. ¿Qué hace esta persona leyendo 80 páginas sobre necrofilia en una tarde? Eso me parece más revelador de cierta parte oscura y un poco morbosa que decirte que salía de noche y tomaba cocaína con mis amigos. En la ficción yo siento que me expongo más. En este libro siento que estoy contando algo mío y que me muestro, que es una cosa. En la ficción me expongo.
Las fanáticas, ese silencioso motor de la historia
“Esto es lo que ocurre en la obsesión fan. La mente aguijoneada, martirizada por un zumbido, una picazón que nunca se alivia. El olvido de lo doméstico, la huida. Hablo de mujeres en general y para simplificar, pero esto le cabe a cualquier fan (...) ¿Ven las gargantas de las chicas, elevándose en los recitales, pronunciando esas palabras todas juntas, las bocas abiertas a la noche? Miren. Es hermoso”, dice Porque demasiado no es suficiente.
En Las mil y una noches, Sherezade les hace crecer ramas a la historia que cuenta para mantener el interés, la intriga, y entonces salvar su vida hasta la noche siguiente. No sé a mirar cuántas stories de Instagram de las que se navegan o más bien se naufragan cuando perdemos el tiempo -en el mal sentido de perder el tiempo- equivale lo que duran los capítulos del último libro de Mariana Enriquez, pero sí sé que la lectura de sus apartados breves y contundentes me hizo sentir, por momentos, que me estaba salvando de esa manera estéril de dejar pasar los minutos y, a la vez, que Enriquez hacía crecer ramitas inesperadas e imperdibles de su tronco principal: las fanáticas y el fanatismo.
Porque demasiado no es suficiente sirve para enterarse de que ya en la Grecia antigua había fans, las ménades, que cuidaban de su dios Dionisio y que estaban dispuestas a cortar cabezas a quienes aparecieran inconvenientemente en su camino. Sirve para enterarse de que las más distinguidas damas inglesas se disputaban ya no el amor de Lord Byron, sino ser las reales destinatarias de sus versos. Una le escribe: “Señor, su pluma me ha traído los más exquisitos sentimientos, sentimientos que jamás había experimentado”.
También sirve para volver a Final del juego, el libro que Cortázar publicó en 1964 y que incluye un cuento llamado, precisamente, “Las ménades”. Ahí, en pleno Teatro Colón y contra toda la etiqueta que la sala requiere, el fandom se comporta así: “Los aplausos y los gritos confundiéndose en una materia insoportablemente grosera y rezumante, pero llena a la vez de una cierta grandeza, como una manada de búfalos a la carrera”.
Sirve para enterarse de que, de todos los fandoms que permanecen activos en el mundo, el más antiguo es el de Sherlock Holmes, que tiene especial impacto en Inglaterra y también en Japón, que guardaron duelo cuando el detective de ficción murió (en la ficción), que son bastante conservadores y que juegan a resolver misterios con las técnicas de Sherlock y Watson.
Sirve también para conocer, o recordar, la historia de Ricardo López, el uruguayo que vivió prácticamente toda su vida en Estados Unidos, que fue fanático de Björk, que documentó a través de filmaciones el proceso en el que planificó el asesinato de la artista islandesa -el nombre que ahora mismo estás recordando es Mark Chapman, homicida de John Lennon- y y también su suicidio.
-Dijiste alguna vez que habías escrito Bajar es lo peor, tu primer libro, porque no estaba escrito el libro sobre los temas que querías leer. También dijiste en la presentación de Porque demasiado no es suficiente que no hay mucho material sobre fanatismo y fans. ¿Con eso tiene también que ver esta obra?
-Siempre sentí que el tema fan era algo socialmente presente. Sobre todo en la cultura pop. Y a la vez, sentí que era algo bastante poco analizado, e incluso cuando es analizado, es analizado desde muy afuera, a través de testimonios. En los últimos años hay un poco más de material, sobre todo de periodistas de rock mujeres, porque creo que son las que ven más el fenómeno y las que más fans son.
-¿Y por qué creés que el tema estuvo así de postergado?
-Creo que históricamente se tomó muy poco en serio el fanatismo, aunque ahí hay una fuerza que está detrás de toda la cultura popular. Pensá en Sandro, Los Beatles, Star Wars, Bandana, Taylor Swift, lo que quieras. Todo. Es una cosa enorme que involucra a un montón de gente, que moviliza la economía y que, para el tamaño que tiene, está super ignorada. Y también pasa que a mucha gente le cuesta reconocerse fan, como si tuviese algo de vergonzoso ser parte de algo, no sé… supuestamente menor. Hay algo de que no es elegante, no es fino, no es intelectual. Yo no creo que sea así: hay muchísima creatividad en los fanatismos. Cada vez producen más fanfiction, además.
-Tu libro Nuestra parte de noche implicó que muchos seguidores empezaran a producir fanfiction: dibujos, historietas, textos. ¿Cómo es tener fanáticos?
-Por ahora para mí es muy normal y muy cariñoso. Lo primero que te produce es agradecimiento por una cosa muy básica que tiene que ver con que mis obsesiones, sobre todo algunas, son cosas que yo hubiera pensado que no iba a compartir con nadie. Por ejemplo: me obsesiona la gente que se llama Florence en el siglo XIX. Y entonces aparece un montón de gente que empieza a compartir eso, se siente movilizada por eso, aunque yo hubiera pensado que son cosas chicas, cosas excéntricas. Nunca pensé que eso podía pasarme. Ni tampoco que alguien se iba a poner a dibujar a un personaje mío o escribir fanfiction.
-¿Y qué más implica?
-Lo que por ahí es un poco agotador son las cosas que no podés manejar. Viene un montón de gente a la presentación de un libro y queda gente afuera. Entiendo su frustración, ¿pero dónde los pongo? Es frustrante para mí y para ellos. Y después está también el tema de las firmas: a mí me cuesta entenderlo porque nunca le pedí firma a nadie, entonces sí, eso me parece raro. Y a veces firmás dos, tres horas y no podés más, porque además yo si firmo quiero hablar con la gente. Esas dos, tres horas son cansadoras y por ahí queda gente afuera. Es difícil manejar la demanda.
-Muchas veces hablás de que en tu obra están tus obsesiones. ¿En qué se parece y en qué se diferencia una obsesión de un fanatismo?
-Yo diría que son cuestiones bastante distintas. Las obsesiones tienen mucho que ver con cuestiones que son personales. En mi caso, por ejemplo, la cuestión de la periferia tiene que ver con haber nacido y crecido en Valentín Alsina, cerca del Riachuelo, en un lugar post-industrial, y tener que armar un imaginario desde ahí. Después me fui a vivir a La Plata, que por supuesto no es periferia pero sí respecto de Buenos Aires. Todo eso lo vuelvo a encontrar en Ballard, en los espacios liminales y los límites entre géneros, entonces me voy fascinando con los límites en un sentido más sofisticado. No es un fanatismo, sino la búsqueda de algo que me obsesiona. El vampirismo por ejemplo…
-¿Cómo se dio en ese caso?
-Empezó con, no sé, ver Drácula, de Coppola, en la adolescencia como primer impacto erótico. Después fascinarme con la metáfora del vampiro, la sangre, la sangre relacionada con la muerte, cómo el vampiro pasa de ser un monstruo a un héroe erótico. Eso es una obsesión.
-¿Y cómo se diferencia del fanatismo?
-Bueno, yo no siento que tengo que salir a defender la periferia o a defender a los vampiros. Si hay una película mala de vampiros no me deprimo, pero si Suede saca un disco que no me gusta o no les va bien con el disco que sacan o pierden a un integrante, sí. A Nick Cave se le muere un hijo y yo me quedo en la cama. Es como si fuese una relación cercana, personal. Mientras que la obsesión es como una relación intelectual, de investigación.
“Hay algo hermoso en ser fan. Te hace entender que, al final, uno es alguien más, alguien poco importante. Tarde o temprano, es algo que el fandom enseña, en general con dolor. A mí Brett Anderson todavía me hace arder las mejillas como si volara de fiebre, y me pone en mi lugar, pequeño y tímido, me baja de cualquier pedestal tonto al que pueda subirme”, escribe Enriquez.
Nunca va a escribir un libro sobre Nick Cave por los mismos motivos por los que nunca movió un dedo para conseguir una entrevista con él y por los que se negó a arrimarse a la posibilidad de ver con él y la banda, en un hotel australiano, el partido que Argentina le ganó por penales a Francia en la Final del Mundial de Qatar.
“No quiero que salga de esa ficción en la que lo tengo. Incluso cuando me dicen que es amoroso. Mejor para él si es amoroso, me da igual, yo no quiero que él salga del personaje en el que lo tengo. Nadie me acompañó ni me cerró en la vida tanto como Nick Cave”, le dice la autora a Infobae Leamos. La frase no está en su libro sobre fanatismo, pero podría. Al fin y al cabo salieron del mismo corazón.
Mariana Enriquez se presentará este lunes en el Teatro Coliseo. Se trata de la despedida en Buenos Aires de su espectáculo “No traigan flores”, en el que leerá material inédito del libro de cuentos que se publicará en marzo de 2024. Las entradas se venden en Ticketek.