“Quiero decirles como Jefe del Ejército que, asegurando su continuidad histórica como institución de la Nación, asumo nuestra parte de la responsabilidad de los errores en esta lucha entre argentinos que hoy nos vuelve a conmover, asumo toda la responsabilidad del presente y toda la responsabilidad institucional del pasado”, dijo Martín Balza en televisión abierta.
Era 1995, era el emblemático programa Tiempo Nuevo conducido por Bernardo Neustadt, y era la primera vez que la máxima autoridad del Ejército asumía, justamente, la responsabilidad del arma tras la última dictadura militar que hubo en la Argentina.
Ahora, que acaban de cumplirse cuarenta años de la recuperación de la democracia, la voz de Balza vuelve a sonar en el libro Se va a acabar. 1983, crónicas de la transición democrática en la Argentina. Escrito por el periodista Patricio Zunini, editado por el sello Leamos y de descarga gratuita en la plataforma Bajalibros, la obra cuenta no sólo con el testimonio del ex Jefe del Ejército. También pusieron sus voces Graciela Fernández Meijide, que integró la Conadep y cuyo hijo permanece desaparecido, el periodista José Ignacio López, que en 1979 le preguntó a Jorge Rafael Videla por los desaparecidos, y el editor Daniel Divinsky, empujado al exilio tras ser detenido ilegalmente.
En una de las conversaciones que Zunini mantuvo con Balza para incluir su testimonio en Se va a acabar, le consultó si los integrantes del Ejército “no se preguntaban por los desaparecidos”. “Las cosas del Proceso se fueron conociendo de a cuentagotas”, es una de las cosas que el militar ya retirado -y ex embajador durante el primer kirchnerismo- le respondió al periodista.
También le dijo: “Usted es jovencito. Le parece que cómo no iba a saber yo, cómo no iban a saber todos”, y fue aún más contundente al afirmar: “Es comprensible que se piense que todos sabíamos. Pero yo debo ser un grandísimo pelotudo, porque no sabía nada”. Como empezó a hacerlo en aquella transmisión de Tiempo Nuevo, Balza estuvo disponible para hablar del rol de las Fuerzas Armadas durante el gobierno de facto que quebró el orden constitucional el 24 de marzo de 1976.
Es apenas una de las varias miradas que construyen las páginas de Se va a acabar, un retrato de época que tiene a su favor las cuatro décadas que pasaron, y el impacto de ese tiempo en los hechos, sus protagonistas y sus reflexiones sobre lo ocurrido. Infobae Leamos comparte el fragmento de la obra que condensa el potente testimonio del ex titular del Ejército.
“Se va a acabar” (fragmento)
—¿Ustedes no se preguntaban por los desaparecidos?
—No.
—¿De verdad?
La entrevista lleva una hora y media, y a pesar de sus casi 90 años, Martín Balza sigue tan fresco como al comienzo. Lo único que le preocupa es el ruido de un aire acondicionado que viene de afuera, cree que será un problema al momento de desgrabar la charla. Hay varias tazas de café vacías sobre la mesa. A veces se exalta y levanta la voz, pero inmediatamente pide disculpas.
Balza es un hombre educado, correcto. Cuando habla de gente con la que mantuvo grandes controversias dice: “En la lógica del Padre Nuestro, lo perdono”. Está vestido con un equipo de gimnasia Nike gris o azul. Es la segunda entrevista que hacemos; en la anterior también llevaba ropa deportiva. Hay sólo dos clases de personas que siempre se visten así: los profesores de Educación Física y los militares retirados.
—Lo que pasa que…
—Dejemé, le contesto. ¿Usted sabe qué porcentaje de las Fuerzas Armadas estuvieron en Malvinas?
—Un número muy menor.
—¡Menos del 10 por ciento! Con los desaparecidos, el Ejército actuó con una elite de Inteligencia. Una elite criminal, pero una elite. Y con algún relleno en los altos mandos, que no eran de Inteligencia. El Ejército tenía unos ocho, nueve mil oficiales, y tenía treinta y ocho mil suboficiales. No en todos lados ocurría lo mismo. Yo estaba en Perú, en un destino académico. Estuve desde finales del 75 hasta febrero del 78. Recibía La Nación a eso de las siete de la tarde y en el diario no salía un carajo de lo que usted me dice. ¡No se hablaba de eso! No se hablaba por varios motivos, y uno era porque, como escribió el Papa en un libro con el rabino Abraham Skorka, las cosas del Proceso se fueron conociendo de a cuentagotas. Lo dijo el Papa, eh. La Iglesia tiene un servicio de información mejor que el Mossad, así que debe ser así. Esa fue la realidad, Patricio. Pero, ahora, claro, usted es jovencito. Le parece que cómo no iba a saber yo, cómo no iban a saber todos. ¡Una miércoles, se sabía! Nadie venía a decir que habían robado un departamento o que violaban a las mujeres.
—No digo que hablaran de eso, pero ¿entre ustedes no se preguntaban qué estaba pasando?
—Pero cómo me lo voy a preguntar si no lo sabía. El tema de los desaparecidos empezó después. Con Alfonsín. Es comprensible que se piense que todos sabíamos. Pero yo debo ser un grandísimo pelotudo, porque no sabía nada. Lo fui conociendo después. El único que sacaba algo era Andrew Graham-Yooll. ¿Qué sacaba Clarín, qué sacaba La Nación? Después, cuando viene Alfonsín y, sobre todo, con los juicios, se empezaron a conocer las cosas.
—¿Y qué sintió cuando se enteró?
—Que era un ejército podrido. Nosotros veníamos soportando la marginalidad por Malvinas y esos tipos no tenían liderazgo. Distinto fue cuando se empezó a juzgar en 2007, que, como los mandos estaban muertos, fueron bajando y llegaron hasta un capitán, un teniente. A lo mejor lo que le imputaban era cierto y yo siempre pensé algo que quizá usted no piensa, pero ese teniente de 25 años tendría que haber dicho: “No”. Nadie puede cumplir una orden particularmente contra la Constitución. Si lo hace, se convierte en un delito. Yo lo dije públicamente en la autocrítica y me trataron de traidor. El gordo López Murphy dijo que yo era un traidor a la patria y al ejército.